Reconozcámoslo. La defensa económica de las “escaladas de precios” es una para la que los economistas tienen fuertes argumentos y opinión minoritaria con respecto a explicaciones más populares incluidas en la ficha de la opinión aceptable. En ese sentido, estamos en territorio conocido, remontándonos al menos al ataque de Thomas Carlyle a la economía como “la ciencia lúgubre” cuando se dio cuenta de que los argumentos económicos, cuando eran aceptados por la población en su conjunto, apresurarían la eliminación de la esclavitud.
Así que no me sorprendió cuando un buen amigo de envío un artículo del Dallas News del sociólogo de la Universidad de Texas, Daniel Fridman, planteando objeciones morales al alegato económico que defiende que los precios aumenten para los productos de primera necesidad después de desastres naturales. Tuve una idea acerca de la profundidad de los argumentos de Mr. Fridman cuando empezaba reconociendo de esta manera el alegato económico:
[Algunos economistas] afirman que no deberíamos entrometernos en los precios, cuyo trabajo es llevar los bienes a quienes los quieran más. Si los precios suben, los compradores se lo pensarán dos veces antes de comprar algo que puede que no necesiten, mientras que los suministradores se verán incentivados a ir más allá y proporcionar bienes necesarios para ganar más dinero. Si se renuncia a esa ganancia extra habrá menos bienes y en las manos equivocadas.
Hay algo de verdad en esto.
Resulta muy abierto de mente que Mr. Fridman reconozca alguna verdad en las leyes de la oferta y la demanda. Llegando de alguien en la República Popular de Austin, esto debe ser algún hito. (Uno se pregunta en qué otras leyes naturales encontrará algo de verdad). Pero lo que le preocupa no es la verdad de estas leyes. Más bien que es cómo ignoran el alegato moral contra la “escalada”, que Mr. Fridman cree que se entiende “casi universalmente”. Escribe:
La condena moral de la escalada de precios es un reconocimiento de que en ciertas situaciones sociales aumentar los precios es perjudicar a la gente vulnerable cuando tiene problemas. Nuestra reacción a la escalada de precios no es algún absurdo rechazo reflejo de personas que no saben suficiente economía, como se dice a veces. Es más bien un reflejo profundo de la necesidad social de mecanismos distintos de los mercados.
No voy a criticar aquí el alegato moral contra la “escalada” de precios, aunque señalaré que un pensador del nivel de Tomás de Aquino consideraba sus defectos. Yo más bien sugeriría que la moralidad es difícil que se separe del alegato hecho por la economía y que reconocer esta relación es clave para devolver la economía a sus raíces. En los tiempos entre Adam Smith y la Era Progresista se estudiaba la economía como una rama de las ciencias morales. Incluso hoy, un hilo común entre un Thomas Sowell y un Paul Krugman, o un Jeffrey Sachs y un Bill Easterly sería la indignación moral acerca de algo y el deseo de aplicar teoría económica para corregirlo.
¿Cuáles son entonces los alegatos morales a favor de la “escalada”? Consideremos tres.
Primero, uno se pregunta acerca de la moralidad de quienes reclaman actos de violencia (multas o cárcel) contra personas que vendan su propiedad al precio que quieran. Eso es esencialmente lo que argumenta Mr. Fridman cuando defiende las normas anti-“escalada”. ¿Pero estaría dispuesto a imponerlas por sí mismo, por ejemplo, apropiándose de los ahorros del perpetrador o encerrándolo en su garaje por cobrar precios que le disgustan? Si tiene escrúpulos en realizar el mismo esas acciones, ¿por qué no los tiene en dejarlos a funcionarios estatales individuales? Argumentando a favor de ese poder estatal, Mr. Fridman simplemente convierte daños morales pequeños y aislados (determinados subjetivamente) en otros grandes e institucionalizados.
Esto se refiera a la naturaleza del estado, que es una entidad de la sociedad que lleva a cabo legalmente acciones que serían consideradas profundamente inmorales si se realizaran individualmente. Quienes apoyan la legislación anti-“escalada” están apoyando en la práctica poner una bota en el cuello a muchos productores esenciales para sobrevivir a un desastre natural.
Segundo, está la moralidad de permitir que los precios reflejen condiciones del mercado antes y después de un desastre natural. Dada la certidumbre de escasez, desperdicio y recuperaciones innecesariamente prolongadas cuando se aplican las leyes anti-“escalada” (¡mediante amenazas de violencia!), ¿por qué oponerse a esas ordenanzas no puede basarse también en la moralidad? Aunque Mr. Fridman argumente que economistas a favor de la “escalada” como Mark Perry y Michael Salinger ignoran la moralidad, podrían estar motivados por ella.
Se nos recuerda el papel de los precios en el mercado a la hora de hacer que personas con intereses propios actúen de maneras que sean socialmente beneficiosas. Una mujer de Florida Keys contaba a USA Today acerca de la desazón que sentía al volver a su casa y ser testigo del daño producido por el huracán Irma y el profundo alivio que sintió al descubrir que su casa estaba relativamente indemne. “Gracias a Dios, nuestra aseguradora amenazó con cancelar nuestro contrato s ino poníamos un tejado de metal”, dijo.
La amenaza de una perdida con un aumento en el coste del seguro hizo que muchos propietarios mejoraran sus casas ante la fortaleza del huracán. Por ejemplo, cientos de miles de personas de Florida recibieron un descuento en el seguro por comprar y luego usar postigos contra huracanes. Según Associated Press, “Citigroup estimó que los daños fueron solo de 50.000 millones de dólares (muy por debajo de las cifras iniciales), en parte porque algunas viviendas estaba mejor equipadas para soportar el viento y la lluvia que durante [el huracán] Andrew”.
Finalmente, y más importante, el debate sobre la “escalada” ilustra un utilitarismo dominante según el cual debería permitirse a la mayoría forzar la voluntad de la minoría, siempre que el fin se valore lo suficientemente alto. Para Mr. Fridman, la casi universal aceptabilidad de las leyes anti-escalada bastan para determinar su moralidad. Mises trata este punto en La acción humana [Human Action (Scholars Edition, p. 153)]:
Los liberales no sostienen que las mayorías sean divinas e infalibles: no pretenden que el mero hecho de que una política sea defendida por muchos sea una prueba de sus méritos para el bien común. No recomiendan la dictadura de la mayoría ni la opresión violenta de las minorías disidentes. El liberalismo busca una constitución política que salvaguarde el funcionamiento fluido de la cooperación social y la intensificación progresiva de las relaciones sociales mutuas. Su principal objetivo es evitar conflictos violentos, guerras y revoluciones que deban desintegrar la colaboración social de los hombres y devolver a la gente a condiciones primitivas de barbarismo en el que todas las tribus y cuervos políticos luchaban interminablemente entre sí.
De esto se deduce que permitir la “escalada” es congruente con una política económica de paz, mientras que intervenir en el sistema de precios invita a la violencia. Forzar a los mercados por debajo de aquellos precios que lo liquidarían, siempre y en todo lugar, en tiempos normales y durante desastres naturales, enfrenta a compradores y vendedores y a consumidores y productores, cuando en otro caso tendrían fuertes incentivos para cooperar.
Temo que puede que no haya sido justo con Mr. Fridman. Después de todo, escribió un editorial con restricciones estrictas de número de palabras. Es posible que esté familiarizado con el alegato moral del otro lado del debate de la “escalada” y no haya podido expresarlo. Aun así, espero que reconozca que aunque los desastres naturales son perjudiciales por naturaleza, los anti-“escalada” no pueden justificarse en una base moral más elevada. Los economistas que defienden estar en contra de las políticas que prolongan el sufrimiento y obstaculizan la recuperación tienen también de su lado la moralidad.