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Paz en la tierra

Todas las navidades no vemos inundados con canciones como “Que haya paz en la tierra”. La canción y sus sentimientos son compartidos por muchos. ¿Qué pasa entonces con la paz?

Tal vez el mejor ejemplo de deponer las armas por un momento de paz se refleja en la Tregua de la Primera Guerra Mundial. Como señalaba el juez John V. Denson:

La Tregua de Navidad, que se produjo principalmente entre los soldados británicos y alemanes a lo largo del frente occidental en diciembre de 1914, es un acontecimiento que no incluyen las historias oficiales de la “Gran Guerra” y que los historiadores orwellianos esconden al público.

Fue, por sí mismo, un acto de rebelión, ya que confraternizar con el enemigo se consideraba un acto de traición.

Así que no es sorprendente que los historiadores quieran ocultar que la paz podría lograrse sin nuestros amos y señores (el gobierno). El hombre común no quiere la guerra todos haríamos todo lo que pudiéramos por evitarla. Como se refleja en la novela sobre la Primera Guerra Mundial, Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque.

Pero ahora, por primera vez, te veo como un hombre como yo. Pensaba en tus granadas, en tu bayoneta, en tu rifle y ahora veo a tu mujer y tu cara y tu compañerismo. Perdóname, camarada. Siempre nos damos cuenta demasiado tarde. ¿Por qué no nos dicen nunca que sois pobres diablos como nosotros, que vuestras madres están tan inquietas como las nuestras y que tenemos el mismo miedo a la muerte y la misma muerte y la misma agonía? Perdóname, camarada, ¿cómo pudiste ser mi enemigo?

Buena parte de la misma respuesta se dio en el frente occidental. Eddie Rickenbacker actuó como un rebelde y despegó para ver la mayor bendición para la humanidad hace 100 años en el día del armisticio, la paz. Escribió:

Y entonces dieron las 11 AM, la undécima hora del undécimo día del undécimo mes. Yo era la única audiencia del mayor espectáculo nunca visto. En ambos lados del terreno de nadie, las trincheras entraron en erupción. Hombres con uniformes marrones salían de las trincheras estadounidenses, uniformas de color gris verdoso de las alemanas. Desde ni puesto superior de observación, los veía echar al aire sus cascos, descargar sus armas, agitar sus manos. Entonces a todo lo largo del frente los dos grupos de hombres empezaron a acercarse a través de esa tierra de nadie. Segundos antes deseaban dispararse y ahora se aproximaban. Primero indecisos, luego más rápidamente, cada grupo se aproximaba al otro.

De repente los uniformes grises se mezclaron con los marrones. Los podía ver abrazándose, bailando, saltando. Los estadounidenses compartían cigarrillos y chocolate. Volé hacia el sector francés. Allí todo era más increíble. Después de cuatro años de matanzas y odio, no solo se estaban abrazando, sino que incluso se besaban en ambas mejillas.

Bengalas, cohetes y luces empezaron a resplandecer y dirigí mi avión hacia el aeropuerto. La guerra había terminado.

Esa Navidad tranquila y pacífica y el día del armisticio de hace 100 años son evidencias de que el hombre común no desea la guerra. Mientras Afganistán entra en su 18º año, los niños que nacieron cuando la guerra empezó podrán pronto enrolarse para luchar en ella. Si hay algo que sabemos de Afganistán es que no sabemos por qué seguimos estando en Afganistán. ¿Cuántos hombres, mujeres y niños deben morir antes de que acabe? La verdad no es la que se nos dice y esta guerra solo acabará cuando el hombre común se levante y reclame su fin. Como dijo una vez Lew Rockwell:

No nos oponemos a las guerras de los estados porque sean contraproducentes o extralimiten las fuerzas estatales. Nos oponemos a ellas porque el asesinato masivo basado en mentiras no puede ser nunca moralmente aceptable.

Si las guerras empiezan con mentiras, el antídoto es la verdad. Como dice la canción: “Que haya paz en la tierra y que empiece conmigo”.

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Image Source: iStock
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