Con más de 130.000 firmas certificadas, el movimiento civil «Pro Suiza» pidió al gobierno suizo que organizara un referéndum nacional sobre el fortalecimiento de la neutralidad internacional del país. Después de que las autoridades siguieran las sanciones de la Unión Europea a Rusia y reforzaran la cooperación con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), los organizadores del referéndum quieren evitar una erosión gradual de la tradicional neutralidad de Suiza.
También quieren evitar el destino de Suecia, que de repente pidió entrar en la OTAN cuando Rusia invadió Ucrania. El gobierno sueco se apresuró a anular una posición de neutralidad que se remontaba al periodo napoleónico sin siquiera organizar una consulta popular. Este cuento con moraleja ofrece ideas interesantes sobre la voluntad y la capacidad del pueblo para resistirse a la propensión del gobierno a participar en conflictos internacionales.
La neutralidad suiza y la guerra de Ucrania
Suiza posee la política de neutralidad militar más antigua del mundo, con más de cinco siglos de antigüedad. Tras perder la batalla de Marignano en 1515, Suiza concluyó un acuerdo de paz con Francia que le permitió vivir en paz durante casi trescientos años. Tras las guerras napoleónicas, las grandes potencias de Europa reconocieron oficialmente la neutralidad suiza en 1815. En 1920, la Sociedad de Naciones reconoció formalmente la neutralidad de Suiza y eligió Ginebra como sede. Suiza ingresó en las Naciones Unidas muy recientemente, en marzo de 2002, tras un referéndum.
El derecho a la neutralidad está reconocido en el derecho internacional por la Convención de La Haya (1907). Junto con los derechos a no participar en guerras y a gozar de inviolabilidad territorial, los países neutrales conservan el derecho a la autodefensa. Para disuadir una invasión de la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial, Suiza movilizó a unos 850.000 soldados y también se apoyó en fuertes fortificaciones en los Alpes. También evitó cuidadosamente tomar partido en la guerra y no permitió vuelos militares sobre su territorio.
La neutralidad sólo está vagamente codificada en la Constitución suiza como un objetivo político a seguir por el gobierno y el parlamento. En cuanto a su posición frente a conflictos con terceros, Suiza intentó seguir la línea de la ONU. Se mantuvo estrictamente neutral cuando se produjeron operaciones militares sin mandato de la ONU y permitió los derechos de tránsito para las operaciones respaldadas por la ONU, pero no para las acciones militares. En cuanto a las sanciones internacionales, Suiza sólo apoyó los embargos impuestos por la ONU, como contra Irak en 1991. Desde 1996, Suiza ha participado en el programa Asociación para la Paz de la OTAN, pero sólo porque no se planteaba unirse a la alianza o entrar en conflictos militares.
Cuando estalló la guerra en Ucrania, la postura del Gobierno suizo sobre las sanciones, el suministro de armas a los beligerantes y el acercamiento a la OTAN empezó a cambiar. Suiza se alineó con la UE en la adopción de sanciones cada vez más estrictas contra Rusia, aunque éstas no estén respaldadas por un mandato de la ONU. Impuso amplias restricciones a personas y empresas rusas, impidiendo a los bancos suizos hacer negocios con ellas y congelando sus activos. Además, un alto funcionario suizo declaró en 2022 que el país impondría sanciones punitivas en caso de que China invadiera Taiwán.
Hasta ahora, el gobierno suizo se ha resistido a los llamamientos de los vecinos europeos para que permita la reexportación de armas a Ucrania, pero puede que no sea por mucho tiempo. En enero, el gobierno adoptó un plan para reforzar la defensa e intensificar la cooperación militar internacional, especialmente con la OTAN y la UE, y en marzo de 2023, el ministro de Defensa suizo participó por primera vez en el Consejo del Atlántico Norte de la OTAN. En este contexto, grupos de la sociedad civil —respaldados por el Partido Popular Suizo, el mayor movimiento político de Suiza— solicitaron un referéndum nacional para reforzar la neutralidad del país y consagrarla claramente en la Constitución federal.
Lo que quieren los partidarios del referéndum
Los organizadores del referéndum proponen nuevas cláusulas constitucionales para prohibir a Suiza entrar en cualquier alianza militar, a menos que ella misma sea atacada. También se impediría al gobierno imponer sanciones internacionales a menos que estén respaldadas por un mandato de las NU. El país se vería obligado a mantener una equidistancia política absoluta en todos los conflictos y a permanecer completamente imparcial. Así, ya no sería posible adoptar sanciones de la UE contra Rusia ni reforzar la cooperación con la OTAN.
Ya existe un intenso debate nacional sobre el apoyo de Suiza a Ucrania y su neutralidad en general. Los políticos liberales afirman que el país debería dejar de ser un «beneficiario gratuito» del paraguas de seguridad de la OTAN y reforzar sus lazos y su interoperabilidad con esta última. Los Verdes creen que la iniciativa de «neutralidad» beneficia a dictadores extranjeros y perjudica la seguridad de Suiza.
Al mismo tiempo, los conservadores argumentan que cualquier dilución de la neutralidad podría comprometer la credibilidad de Suiza como mediador internacional objetivo. También tendría importantes costes económicos. Dado su sólido sector financiero y su condición de centro de comercio internacional, Suiza puede perder mucho si aplica sanciones a países extranjeros y a personas adineradas. Al ingresar en la OTAN, Suiza también tendría que duplicar con creces su actual gasto anual en defensa, que se sitúa en torno al 1% del producto interior bruto (PIB). Por ello, más del 90% de los suizos apoyan el estatus de neutralidad, aunque una ligera mayoría se inclina por estrechar lazos con la OTAN, según una encuesta reciente.
En mi opinión, el argumento más sólido a favor de la neutralidad suiza procede del Partido Popular Suizo, que declaró en una declaración de bienvenida al referéndum que «si todos los Estados se comportaran como Suiza, no habría guerra». Esto es muy cierto en el actual entorno geopolítico internacional, cada vez más polarizado por la política de las grandes potencias y en el que los países más pequeños deben esforzarse por evitar tomar partido en los conflictos internacionales. También es cierto en general, como expone la clara posición antibelicista de Murray Rothbard en su manifiesto libertario La ética de la libertad.
Según Rothbard, los gobiernos libran guerras intensificando la extracción de recursos de los territorios y la población que controlan, ya sea mediante impuestos, el reclutamiento o ambos. También agreden invariablemente a particulares extranjeros porque los ciudadanos del país enemigo son los recursos que permiten luchar al Estado contrario. Al final, las guerras aumentan el poder del Estado y de los grupos de interés especiales a expensas de la libertad de los ciudadanos de a pie. Por lo tanto, los libertarios deberían presionar siempre a los gobiernos para que eviten participar en guerras interestatales. En la práctica, esto significaría seguir una estricta política de neutralidad, como Suiza.
Suecia tomó un camino diferente
Durante casi dos siglos, Suecia mantuvo con éxito la neutralidad militar y desarrolló también una reputación de negociador objetivo en los conflictos internacionales. Sin embargo, desde principios de la década de 2000, Suecia intensificó sus relaciones con la OTAN y, al comienzo de la guerra en Ucrania, solicitó repentinamente su ingreso en la alianza. El gobierno sueco justificó esta clara ruptura con el pasado por el temor a la amenaza militar rusa. Sin embargo, Rusia ha respetado la neutralidad de Suecia en épocas turbulentas, incluidas dos guerras mundiales y la Guerra Fría. En aquella época, Suecia ni siquiera era miembro de la UE y no se beneficiaba de la cláusula de defensa mutua del club. Sin embargo, ahora Rusia ha amenazado con tomar «contramedidas políticas y técnico-militares» en respuesta a la medida de Suecia.
En términos de costes y beneficios, la adhesión parece más beneficiosa para la OTAN que para Suecia. Suecia ya ha anunciado el aumento de su gasto en defensa hasta el 2 por ciento del PIB (como se exige a todos los miembros de la OTAN) desde el 1,5 por ciento del PIB en 2023. Además, Suecia aporta a la OTAN un formidable complejo militar-industrial de categoría mundial y mejora significativamente la posición geoestratégica de la alianza en el mar Báltico.
En cuanto al beneficio de una mayor seguridad, es muy poco probable que la propia Suecia sea atacada, incluso por Rusia. Al mismo tiempo, Suecia tendría que ayudar a defender a cualquier país de la OTAN que fuera atacado. Los Estados Unidos ha multiplicado sus intervenciones militares en el extranjero sin la debida justificación desde el final de la Guerra Fría y, por tanto, Suecia corre el riesgo de verse arrastrada a todo tipo de conflictos militares directos y por delegación sólo para defender los intereses de EEUU. También es muy discutible si la OTAN ha seguido siendo principalmente una alianza defensiva o no.
Resulta igualmente inquietante que una decisión tan crucial para el futuro de Suecia se tomara sobre la base de unas encuestas de opinión que, en el momento de solicitar el ingreso en la OTAN, sólo daban una escasa mayoría a favor. En una democracia real, esta decisión habría requerido un debate adecuado y una consulta formal al pueblo sueco mediante votación directa.
Conclusión
Varios países europeos —Hungría, Eslovaquia y Croacia— han votado a políticos que abogan por una solución rápida y pacífica a la guerra de Ucrania y por anteponer los intereses nacionales a la política de las grandes potencias. El referéndum suizo sobre la neutralidad servirá como otro barómetro del sentimiento público sobre el conflictivo entorno internacional actual. Depende de los ciudadanos suizos aprender de la experiencia sueca y tomar la decisión correcta en un posible referéndum para preservar la paz, la libertad individual y una democracia que funcione.