En febrero, David Stockman señalaba que la administración Trump no parece demasiado interesada en ocuparse de muchos de los asuntos económicos que Trump afirmaba que serían el centro de su administración. Por contrario, señalaba Stockman, Trump dedica todo su tiempo obsesionado con su prohibición de los viajes (que sigue sin poder superar a los tribunales) y otros asuntos no económicos. Stockman señalaba:
Es la economía, idiota. (…) Trump fue elegido porque el desfile aéreo estadounidense está dañando económicamente. Los votantes de Racine, Wisconsin y Johnstown, en Pennsylvania, están en peligro, no debido algunos refugiados, están en peligro porque sus empleos han estado desapareciendo durante décadas. El problema es mucho más que la Reserva Federal, Janet Yellen, las burbujas que se están creando en Wall Street (…).
Y esto fue incluso antes de que Trump manejara mal el rechazo del Obamacare.
Pero ahora que es abril, queda meridianamente claro que Stockman tenía razón. Trump y el Partido Republicano ya han abandonado el tema del Obamacare y la administración Trump ya ha indicado que no habrá intentos de recortes fiscales a corto plazo.
En febrero, Trump prometía una propuesta de recorte en el impuesto de sociedades “en dos o tres semanas”. Ahora no hay nada ni siquiera en el horizonte. El Obamacare también ha sido relegado a un segundo plano.
Tampoco deberíamos esperar nada en política monetaria. Trump ya ha contratado a un Secretario del Tesoro que alaba a Janet Yellen y si Trump es tan “contrario al establishment” en política monetaria como lo es en política exterior, podemos esperar que Trump ofrezca sencillamente más de lo mismo. Y, dados los grandes planes de gasto de Trump, este indudablemente necesitará a la Fed con su capacidad de monetizar aún más el gasto en déficit que Trump está más que encantado de que continúe a toda máquina.
Además, cuando la economía entre en recesión, podemos esperar que Trump reclame un estímulo masivo tanto monetario como fiscal, como hizo en su predecesor republicano George W. Bush ante la recesión de 2001 y de nuevo en 2008.
En respuesta al evidente desinterés de la administración sobre asuntos económicos, los chicos de Trump seguramente gritarán “¡dadle algo de tiempo!”. Pero si a Trump le preocuparan realmente estos asuntos estaría hablando de la necesidad de recortes fiscales y de actuar contra el Obamacare. Estaría dando discursos. Estaría reuniéndose con el Congreso. Y estaría diciendo a los votantes que llamaran a sus miembros del Congreso y reclamaran reformas. Estaría dando conferencias de prensa sobre cuánto necesitamos que el gobierno se baje de las espaldas de la gente.
Pero no, no está pasando nada de eso.
Peor aún, los pocos cambios que ha realizado Trump sobre reforma regulatoria se han realizado todos a través de órdenes ejecutivas. Esto significa que serán inmediatamente reversibles cuando entre otra administración, probablemente dentro de cuatro años.
Para hacer cualquier reforma duradera, el Congreso tendría que actuar sobre estos asuntos, pero Trump es, o demasiado vago, o demasiado inepto, o demasiado apático como para hacer el trabajo duro que conlleva este tipo de legislación. Para ir más allá del gobierno por decreto, que es claramente la forma favorita de gobierno de Trump, tendría que trabajar con el Congreso. Pero a este llamado “maestro negociador” aparentemente le faltan las habilidades necesarias.
Está cada vez más claro que la administración Trump va a ser al menos cuatro años de guerra incesante, enorme gasto presupuestario, déficits masivos y más gran gobierno en general. Su preferencia demostrada no es ocuparse de los asuntos que le hicieron ganar los estados del Rust Belt. Ahora es un presidente belicoso y tiene cosas mejores que hacer.
Además, Trump ya ha declarado que el 75% del presupuesto federal no se verá afectado por los recortes presupuestarios y a prometido gastar un billón más en infraestructuras además de los ya hinchados presupuestos de gasto social que ha prometido no tocar.
También ha reclamado 50.000 millones de dólares más en gasto militar, solo en el próximo año.
Esos 50.000 millones de dólares son una menudencia comparados con lo que probablemente gaste Trump en sus grandes planes de guerras múltiples, incluyendo las guerras en Siria y Corea del Norte. Las guerras con botas sobre el terreno (si Trump continúa ese camino) no cuestan solo unos pocos cientos de miles de millones de dólares. Cuestan billones. Según una estimación conservadora, EEUU ha gastado 3,6 billones de dólares en guerras entre 2001 y 2016. (Eso sin incluir obligaciones futuras para con los veteranos discapacitados debido a las guerras). ¿Qué se podría haber hecho con ese dinero? Por usar las palabras del propio Trump: “podríamos haber reconstruido nuestro país, dos veces”.
De hecho puede ser una repetición de los años de George W. Bush, cuando este (a partir de la expansión del Medicare) nos trajo la mayor expansión del estado del bienestar desde la Gran Sociedad de Johnson y luego hizo quebrar la banca con un enorme gasto en déficit en guerras y gasto social. Por cierto, mucho de esto se realizó durante un período de seis años en el que del Partido Republicano tuvo el control tanto de la Casa Blanca como del Congreso.
Los defensores derechistas del Partido Republicano sin duda señalarán que Obama también gastó cantidades inmensas de dinero de los contribuyentes y puso enormes cargas regulatorias sobre los trabajadores y empresarios estadounidenses. Nadie niega esto, ni afirma seriamente que Obama fuera a ser un recortador de presupuestos o que rebajaría la carga del gobierno sobre los trabajadores de clase media. Trump y sus defensores sí realizaron esas afirmaciones.
Si lo único que pueda decir Trump va a ser un “Bueno, soy algo menos terrible que Obama”, probablemente sea bastante para algunos. Pero muchos de nosotros no vamos a inclinarnos para agradecer a Trump por las migajas que caen de su mesa.