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Washington: un imperio de estafa

En 1992, Murray Rothbard esbozó una estrategia para enfrentarse al régimen americano que se basaba en transformar las críticas a la intervención estatal en una guerra cultural en todo el frente. En sus palabras, la batalla intelectual «debe ser necesariamente una estrategia de audacia y confrontación, de dinamismo y excitación, una estrategia, en resumen, de despertar a las masas de su letargo y desenmascarar a las arrogantes élites que las gobiernan, controlan, gravan y estafan».

Esta energía ha alimentado múltiples intentos de cambio político en Washington, incluidas las campañas presidenciales electoralmente infructuosas de Buchanan, Perot y Ron Paul, la rápidamente cooptada «Revolución del Tea Party» de 2010 y la primera victoria de Donald Trump en 2016. Durante este período de 30 años, el reto ha sido siempre transformar la energía de la retórica de campaña en un cambio político significativo dentro de una organización diseñada explícitamente para la autoconservación, y una ciudad imperial que se enriquece a sí misma aprovechándose de la patria a través de los impuestos, la regulación y la amenaza constante de la guerra legal.

En 2025, sin embargo, por primera vez el régimen parece estar a la defensiva. La elección de Donald Trump representó un duro golpe para el complejo mediático-industrial que ha servido durante mucho tiempo como herramienta esencial de propaganda para Washington. Y lo que es más importante, su regreso a la Casa Blanca ha traído consigo un talento político no tradicional que se ha centrado en la fontanería financiera del gobierno federal, y ha colocado a las bases de la clase política profesional directamente en su punto de mira.

El principal agitador ha sido Elon Musk y su Departamento de Eficiencia Gubernamental, que ha proporcionado algunos servicios esenciales para traducir la retórica estándar de la campaña en acción. Los equipos de Musk se han centrado en seguir la raíz del poder del Estado: el dinero. La última semana ha sido testigo de cómo el centro del discurso político se centraba en una agencia que la mayoría de los americanos probablemente no sabían que existía, USAID. 

Como ha señalado Connor O’Keeffe, la USAID es un ejemplo de lo más perverso del gobierno de los EEUU: nominalmente es una organización dedicada a la «caridad global», pero en la práctica ha sido una fuente de propaganda financiada por Washington que exporta censura, agitación política y cruzadas ideológicas al extranjero. Algunos ejemplos son campañas de esterilización en Perú, campañas para promover el ateísmo en Nepal, y una letanía de esfuerzos de trans-normalización en todo el mundo.

Por atroces que sean a primera vista las misiones de estos programas de USAID, su exposición pone de relieve un elemento más amplio del régimen. De los miles de millones gastados en dinero de la USAID surge una red de administradores, directores y consultores que han podido crearse vidas lucrativas incrustándose en una red de clientelismo totalmente dependiente del saqueo público del régimen.

La participación de Musk en este asunto es clave, no sólo por los conocimientos técnicos que ha aportado su equipo para rastrear el complejo entramado de las asignaciones federales, sino por su papel como una de las voces más influyentes en las redes sociales. Con su plataforma X, los americanos reciben ahora ejemplos diarios de la estafa rutinaria que constituye gran parte del funcionamiento de Washington. Y esto, hasta ahora, es simplemente de una agencia relativamente menor que constituye menos del 1% del gobierno federal.

La realidad, por supuesto, es que el régimen americano es en sí mismo un imperio de la estafa, que satura todos los departamentos bajo el control de DC. Desde un Pentágono que no puede completar con éxito una auditoría, los billones de dólares en fraude en programas de «ayuda gubernamental» como FEMA  las respuestas al covid, pasando por la ayuda exterior no relacionada con USAID o el abuso de los sistemas Medicare y Medicaid.

Aunque todos los políticos proclaman inevitablemente de boquilla su deseo de recortar el «despilfarro, el fraude y el abuso» dentro del gobierno, los incentivos subyacentes del poder siempre han sido ignorar lo obvio. Los esfuerzos por recortar un programa absurdo en un distrito del Congreso en Iowa, pueden dar lugar a un escrutinio adicional en el distrito de un diputado en Nueva York. 

Como tal, la oposición a la DOGE ya ha comenzado, aunque los resultados iniciales sean más cómicos que amenazadores. El espectáculo de los octogenarios de agitando sus bastones denunciando los recortes a los cómics transgénero en Perú es más útil como demostración de lo poco impresionables que son como individuos los parásitos gobernantes de América que como línea significativa de autopreservación frente al leviatán. La verdadera reacción, sin embargo, no ha hecho más que empezar.

En los próximos meses, cabe esperar que se reúnan apoyos bipartidistas para frenar los esfuerzos del DOGE. Los senadores republicanos ya están intentando desesperadamente encontrar excepciones a la congelación de subvenciones y otros intentos de cortar el grifo y defender los esfuerzos de USAID con el argumento de la «seguridad nacional».

La simple realidad es que, aunque es fácil presentar los proyectos ideológicos más absurdos como carne roja para el público republicano, el alcance de la estafa es bipartidista y sistémico. Es la savia del Estado moderno.

Saquea el tesoro, recompensa a tus amigos, enriquece a tus hijos, miente a los votantes y roba al público a través de los impuestos o la inflación. Este es el libro de jugadas estándar de la política moderna, que no se retirará sin una verdadera lucha.

El modelo DOGE de Musk ofrece un caso fascinante de puesta en práctica de los objetivos del populismo rothbardiano. ¿Conseguirá mantener la ira y el disgusto del público lo suficiente como para acumular el capital político necesario para lograr victorias significativas? El tiempo lo dirá.

Como mínimo, el imperio de estafas de Washington está siendo expuesto a millones de personas, muchas de ellas por primera vez.

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