El presidente Joe Biden apareció en un anuncio de la Casa Blanca durante el Súper Tazón de este año. Puso uno de los mayores problemas a los que se enfrenta el país —la inflación— en primer plano ante la mayor audiencia desde la llegada a la Luna en 1969. Sin embargo, eludió por completo su responsabilidad. De un líder íntegro cabría esperar que se sincerara con la opinión pública sobre las consecuencias de las decisiones tomadas, pero, por desgracia, ése no es el estilo de liderazgo de EEUU. Trasladar la culpa a otro es el nombre del juego y los políticos siguen jugando con América.
En el anuncio, el presidente llamó la atención sobre un fenómeno conocido como «reduflación». Se refiere a los fabricantes que cambian sus productos intentando mantener precios relativamente estables en las estanterías en lugar de subirlos, lo que sería demasiado obvio para los consumidores. Algunos enfoques incluyen la reducción de la cantidad de alimentos contenidos en el mismo paquete, la producción del producto con ingredientes más baratos, o recortar gastos de otras maneras que los consumidores pueden no notar inmediatamente, todo ello manteniendo los precios iguales o sólo ligeramente más altos. Otro término, «escatimar», se refiere al método de mantener el mismo volumen o peso de un producto, pero cambiando las proporciones de los diferentes ingredientes que contiene, como utilizar un relleno de almidón en lugar de proteínas en una sopa enlatada.
Mientras miraba a la cámara con los ojos entrecerrados, Biden se dirigió despreocupadamente al público:
Es domingo de Súper Tazón –si eres como yo, te gusta estar rodeado de un aperitivo o dos mientras ves el gran partido. Al comprar aperitivos para el partido, te habrás dado cuenta de una cosa, las botellas de bebidas deportivas son más pequeñas, la bolsa de patatas fritas tiene menos patatas, pero nos siguen cobrando lo mismo. Como amante de los helados, lo que más rabia me da es que los cartones de helado han disminuido de tamaño, pero no de precio. Ya estoy harto de lo que llaman «reduflación». Es una estafa. Algunas compañías intentan sacar tajada encogiendo sus productos poco a poco y esperando que no te des cuenta. Por favor. El público americano está harto de que le tomen el pelo. Pido a las compañías que pongan fin a esto. Asegurémonos de que las compañías hacen lo correcto ahora.
Biden hizo la clásica jugada de político al reclamar a la reduflación. Por supuesto, es la codicia inmoral de las compañías de aperitivos la culpable de que paguemos más por menos. No es justo que los grandes negocios te engañen mientras compras sabrosas golosinas. Y nada menos que el día del partido.
La senadora Elizabeth Warren lanzó el mismo grito de indignación hace un par de semanas en X cuando dijo:
Menos Doritos en tu bolsa.
Menos Oreos en tu caja.
Menos papel higiénico en el rollo.
No te lo estás imaginando –las grandes corporaciones te hacen pagar lo mismo (a veces más) por menos. Se llama «reduflación» y tenemos que acabar con ella.
Warren reitera la noción adolescente de que los consumidores tienen derecho a la miríada de productos que hay en las estanterías y nadie puede «obligarles» a pagar más por menos. Nadie obliga a los consumidores a comprar Doritos. Pero es el gobierno el que sí les obliga a actuar en contra de su voluntad. Obliga a la gente a pagar impuestos por intereses especiales e intervenciones extranjeras, además de exprimir la masa monetaria para dar servicio a su gasto descontrolado.
En un retorcido guiño al espectador prudente, el presidente incluso llevaba en el anuncio un pequeño pin con las banderas americanas y ucraniana unidas, un guiño a las numerosas rondas de paquetes de gasto que el gobierno ha aprobado para la guerra en Europa del Este. Por eso los americanos están perdiendo el poder adquisitivo de su dinero. Esa es la verdadera raíz de la llamada ‘reduflación’.
Si los fabricantes de aperitivos y artículos para el hogar que compran los americanos de a pie simplemente subieran los precios de los productos en stock, probablemente dañarían la imagen de la actual administración. Al optar por la vía de la «reduflación», las compañías están en realidad enmascarando el daño que Washington ha hecho a la economía de EEUU. El impacto de los precios de la gasolina en el sentimiento público hacia el presidente de EEUU es una dinámica bien conocida.
Los negocios prefieren mantener los mismos precios para una determinada cantidad y calidad de sus productos, de modo que los consumidores sigan comprándoles para poder seguir obteniendo un lucro y mantenerse en el negocio. Si no consiguen que funcione, cierran el negocio, el producto desaparece de las estanterías y se suprimen los puestos de trabajo.
En un libre mercado, los precios deberían bajar a medida que los negocios y los empresarios agudizan la eficiencia y ofrecen mejores productos. Cuando el Estado gasta dinero mediante deuda, el banco central recurre cada vez más a la falsificación creando dinero nuevo para pagarla. Una proyección reciente de la Oficina Presupuestaria del Congreso estima que la deuda de EEUU alcanzará los 54 billones de dólares en la próxima década. En estas condiciones, todo el mundo —incluyendo los negocios— debe adaptarse a la caída del valor de la moneda y cada vez será más difícil hacerlo.
Irónicamente, el presidente afirmó con razón que «el público americano está cansado de que le tomen el pelo». Pero la verdadera codicia inmoral es la de la clase política, y Biden estuvo allí para interceder por ella el domingo del Supér Tazón.