La mayoría de los analistas económicos predicen que los EEUU está a punto de entrar en una recesión cíclica. Incluso los economistas de la Escuela Austriaca (como yo) están de acuerdo. La gran pregunta es: «¿Qué hará el gobierno?». ¿Pondrá fin por fin a sus infructuosas intervenciones, como intentar bajar la tasa de interés vía inflación ante déficits presupuestarios sin precedentes?
Mirar al pasado
Tom Fitton, director general de Judicial Watch, respondió a esta pregunta (relativa a otro asunto) durante una sesión de preguntas y respuestas en el banquete anual del Caucus Conservador de Delaware. Su respuesta fue muy sencilla y debería haber sido obvia para todos nosotros. Dijo que si queremos predecir lo que hará una persona, basta con ver lo que hizo anteriormente en circunstancias similares. La gente realmente no cambia mucho. De hecho, en lo que respecta a la filosofía económica, mi experiencia me dice que es muy, muy difícil convencer a alguien siquiera para que considere una alternativa.
Por eso la Fed se ha afanado en encontrar cualquier razón para bajar las tasas de interés. Hace unas semanas, la Fed se convenció a sí misma y a sus admiradores keynesianos de que la inflación de los precios se había moderado por debajo de su objetivo arbitrario del dos por ciento, lo que justificaba, en su opinión, la reducción del tipo de los fondos federales en medio punto porcentual. Por supuesto, intentar dinamizar la economía antes de unas elecciones no tuvo nada que ver con ello. Oh, no. Y si crees esto, tengo un puente en Brooklyn que te venderé... ¡barato!
¿Por qué no cambia la gente?
Surge una pregunta más importante: ¿por qué seguir haciendo lo mismo que causó todos los problemas en primer lugar? ¿Es que la gente no aprende? ¿No echa un vistazo a los interminables auges y caídas y se pregunta por qué sigue ocurriendo? La respuesta es más difícil, pero creo que tiene que ver con la naturaleza humana. Nadie quiere admitir nunca que puede estar equivocado.
Todos los gobiernos del bloque occidental están apegados a la economía keynesiana, que a su vez tiene sus raíces en la Gran Depresión de los años treinta. Contra toda evidencia e ignorando por completo La ley de Say de los mercados, en su obra magna La teoría general del empleo, interés y dinero, John Maynard Keynes postuló que la sobreproducción había causado una imparable espiral deflacionista de precios y que la solución era aumentar la demanda agregada mediante el gasto gubernamental. Esto fue un regalo del cielo para los políticos derrochadores, a los que antes se había animado —correctamente, por cierto— a recortar el gasto gubernamentale ante una recesión con el fin de liberar capital para reactivar el sector privado generador de riqueza. La prueba de lo acertado de esta política, además de su corrección lógica, fue la depresión posterior a la Primera Guerra Mundial de Wilson-Harding, que terminó en aproximadamente un año y medio. De hecho, el gobierno recortó el gasto para eliminar a los parásitos consumidores de capital que siempre surgen durante las economías de guerra. Mark Thornton tiene esta afirmación en su libro de 2018 The Skyscraper Curse: And How Austrian Economists Predicted Every Major Economic Crises of the Last Century:
Los economistas clásicos, los economistas de la escuela austriaca y los teóricos del ciclo económico real defienden el enfoque alternativo a las contracciones del ciclo económico. Este enfoque de «no hacer nada» implica la reducción del gobierno y el equilibrio presupuestario, la expansión de los recursos en el sector privado y una política monetaria no expansiva. Los presidentes Woodrow Wilson y Warren G. Harding lo aplicaron durante la depresión de 1920-21, que duró quince meses. Este periodo fue uno de los más deflacionistas de la historia de los EEUU y, sin embargo, apenas se menciona en los manuales de historia.
Pero nadie, especialmente los que están en el gobierno y sus compinches políticamente conectados, contemplarán la idea de un dinero sano y un gasto gubernamental reducido hoy en día. No. Vivimos en la era del «gasto anticíclico» en la que el carro va delante de los bueyes. De hecho, nuestro sistema económico está lleno de gastos obligatorios frente a la recesión. Se han aprobado todo tipo de programas de bienestar para proteger a los trabajadores y a las empresas de verse obligados a ajustarse a las realidades del mercado. Por ejemplo, se alaba a los políticos por ampliar las prestaciones de desempleo más allá de los máximos establecidos previamente. Pero aquí está el problema —la economía no puede recuperarse a menos que las personas y las empresas estén dispuestas a cambiar. Trabajar en sectores que el mercado desea a un precio que el mercado está dispuesto a pagar es el único camino hacia la recuperación económica. No trabajar en absoluto y negarse a cambiar los modelos de negocio perpetúa y profundiza la recesión.
Conclusión
¿Cuál es la respuesta? Es evidente. Las personas a las que se ha dado el poder de promulgar la política keynesiana deben ser apartadas de sus puestos de poder. No van a cambiar. Ellos y sus políticas keynesianas deben ser enviados al basurero de la historia. No será fácil. Pero es adaptarse a las nuevas realidades del mercado o sufrir un colapso económico sin precedentes en la historia de EEUU.