A pesar de que el presidente Biden ha criticado prácticamente todos los aspectos del establishment de EEUU del que ha formado parte durante mucho tiempo, y cuyas políticas él frecuentemente jugó un papel principal en su autoría, así como de su intención declarada de promulgar amplias reformas durante su presidencia, una parte del establishment de EEUU está claramente a salvo de cualquier revisión: el complejo industrial militar.
Incluso con el país cerca de los 28 billones de dólares de deuda, la administración no ha considerado oportuno reevaluar el presupuesto del Pentágono, a pesar de que, según sus propios informes conservadores, el Pentágono gasta la asombrosa cifra de 1,3 millones de dólares por hora. De hecho, quiere aumentar aún más su presupuesto.
La elección de Biden para Secretario de Defensa, Lloyd Austin, es igualmente reveladora de su compromiso con la preservación continua del estado fiscal-militar. Comandante condecorado del Ejército, Austin dejó el servicio en 2016 para ocupar un puesto en el consejo de administración de Raytheon, un antiguo pilar del complejo industrial militar. No es de extrañar, por tanto, que en los cien días transcurridos desde el inicio de su mandato Austin haya expresado su compromiso con la continua proyección de la fuerza de EEUU en el extranjero, en el Mar del Sur de China, Oriente Medio y Europa del Este.
En un doble lenguaje más clásico y orwelliano, la insistencia de Biden en la promoción de la democracia en su país y en Myanmar ha ido acompañada de un nuevo compromiso simultáneo con el régimen totalitario de Arabia Saudí, así como con la continua tolerancia de regímenes igualmente antidemocráticos en todo el mundo para preservar los derechos de las bases de EEUU en lugares como Egipto, Bahréin, la UAB, Burundi, etc. Dependiendo de la definición que se utilice para describir una «base», Estados Unidos mantiene aproximadamente 800 bases militares en el extranjero según su recuento, aunque este número puede ampliarse a más de 1.000 si se incluyen las comunicaciones más pequeñas, el reabastecimiento de combustible, los puestos de mando de operaciones especiales y otras instalaciones de este tipo. Aparte de las graves violaciones de los derechos humanos que estos regímenes precipitan regularmente, el simple mantenimiento de estas bases cuesta, también según sus propias estimaciones internas, aproximadamente 25.000 millones de dólares al año. Esto por no hablar del hecho de que la «presencia avanzada» de las bases de EEUU en el extranjero ha servido durante mucho tiempo como fuente de sentimiento antiamericano, y probablemente nos hace menos seguros, no más.
Por asombrosos que sean, éstos no son ni siquiera los puntos álgidos de la flagrante ineficiencia del gasto militar de EEUU ni de su empobrecido pensamiento estratégico. Aparte de pagar sistemáticamente en exceso por sus adquisiciones de artículos básicos, expuestas por primera vez en la década de 1980 por la Comisión Packard, como ha detallado Andrei Martyanov en su reciente estudio pormenorizado, el problema de los gastos ineficientes se extiende incluso a sus tecnologías más importantes. Por poner un ejemplo, con un precio de más de 14.000 millones de dólares cada uno, uno solo de los nuevos submarinos de la Por ejemplo, uno de los nuevos submarinos de la Armada de EEUU de la clase Columbia cuesta más que toda la flota de nuevos submarinos rusos de la clase Yasen, cuyas capacidades son, en el análisis final del sigilo y el poder destructivo, prácticamente idénticas, y esto sin mencionar el cacareado programa de aviones de combate Lockheed Martin F-35, uno de los mayores despilfarros de la historia del corporativismo, con un coste proyectado que ahora asciende a más de 2 billones de dólares y que opera a un coste de casi 40k por hora.
Por último, en términos de hipocresía, con la insistencia de su administración en entrometerse en la vida de los ciudadanos y empresarios de EEUU con regulaciones inspiradas en el Green New Deal, el ejército de EEUU sigue siendo el mayor contaminador del mundo.
Así que para que todos estemos de acuerdo: no tenemos dinero y necesitamos subir los impuestos; la democracia es muy importante; y los ciudadanos y empresarios de EEUU tienen que trabajar mucho más para salvar el planeta.
Lo tengo.