«Cerramos».
Son palabras terribles para ver delante de tus pequeños comercios y servicios favoritos cuando tienes ganas de comprar algo que deseas, o estás dispuesto a pagar por algo que quieres aprovechar. Este sentimiento se agrava aún más emocionalmente cuando sabes que los cierres son forzados y permanentes, y que lamentablemente y en última instancia no pudiste hacer nada al respecto.
Puede que no sea el caso de que estas empresas fueran malas y murieran de muerte natural, y de hecho puede ser todo lo contrario. Probablemente seas un cliente dedicado, y uno de los muchos que votaron felizmente por mantener esas empresas en funcionamiento pagando por lo que ofrecían, porque a ti y a otros les gustaban de verdad. Estos negocios podrían haber prosperado en circunstancias normales.
Sin embargo, cuando un negocio era una de las víctimas de las regulaciones que limitaban su capacidad de funcionamiento, y cuando te veías obligado a quedarte en casa y no podías gastar en él con la misma frecuencia que antes, se te negaba esencialmente la capacidad de votar para que siguiera existiendo.
Un número diverso y abundante de micro, pequeñas y medianas empresas constituye el grueso de cualquier economía sana. Es normal que estas entidades constituyan la gran mayoría de las actividades empresariales en los países de todo el mundo. La economía tiene que prosperar a diferentes niveles para satisfacer los gustos y las necesidades de personas de toda condición. Este fenómeno natural se ha demostrado sistemáticamente a lo largo de la historia de la humanidad.
En estos días, la noticia deprimente que golpea a los consumidores de todo el mundo es la del cierre masivo de pequeñas empresas. Se trata de los últimos que ofrecían servicios finales que ni siquiera podían prestarse plenamente debido a las limitaciones que se les imponían. Estos son los comercios que se vieron gravemente perjudicados por las políticas que rigen la economía creadas a raíz de la pandemia, sin tener culpa alguna. Aunque algunos sobrevivieron sin duda adaptándose a las circunstancias, como deben hacer las entidades empresariales competentes, muchos no lo hicieron.
Si una empresa se ve limitada, por ejemplo, a sólo poder atender a un número arbitrariamente pequeño de clientes en un momento dado, ¿cómo puede esperar salir adelante como lo haría normalmente? Sin embargo, este tipo de limitaciones existen en todo el mundo, decretadas en nombre de detener la propagación del COVID-19. Por ejemplo, tiendas que solían poder atender a veinte clientes a la vez podrían haber visto reducido su número máximo de clientes potenciales a sólo cinco a la vez.
En la práctica, lo que hace esto en los países con gran población es que los clientes a veces tendrían que hacer cola fuera de las tiendas o reunirse en grandes multitudes durante mucho tiempo de todos modos debido a las limitaciones de espacio. En ese caso, ¿se cumplió con éxito el objetivo de la política, presumiblemente crear distanciamiento social? Dicho esto, se supone que estos casos son los más afortunados. Algunos comercios ni siquiera pudieron reabrir debido a otras restricciones de este tipo que les resultaron desfavorables.
Las catástrofes y las fluctuaciones del mercado ocurren, claro, y a veces provocan el cierre y la muerte de ciertas empresas. El riesgo y la incertidumbre son siempre parte integrante de las experiencias vividas, y tomamos decisiones y juicios en función de nuestra percepción de los mismos. Pero el problema que se plantea aquí es que los cierres propiciados por las duras restricciones podrían haberse evitado por completo. Algunas muertes de empresas eran evitables, y sería un flaco favor culpar de todo a la pandemia.
En estos tiempos, en los que los consumidores están atrapados en casa y no pueden gastar en los bienes y servicios de los que les gustaría disponer, la gente está esencialmente excluida de la democracia de los mercados. Por parte del consumidor, se ha hecho difícil frecuentar los negocios favoritos como en los tiempos anteriores a la pandemia. Por parte de los productores, también se ha vuelto difícil proporcionar bienes y servicios de forma que se pueda seguir operando de forma eficiente en un «mercado pandémico».
Con la desaparición trágica e irreversible de muchas pequeñas empresas —y otras que seguirán su camino a medida que los países continúen luchando por organizarse— necesitamos crear una economía global sana y competitiva. Deberíamos empezar por recordar la importancia de permitir la democracia de mercado.