Durante un siglo y medio, la idea de la secesión ha sido demonizada sistemáticamente entre el público americano. Las escuelas públicas cuentan cuentos de hadas acerca de la «unión indivisible» y los sabios estadistas que lucharon por preservarla. La descentralización se retrata como como sofisticada y retrasada, mientras que el nacionalismo y la descentralización se hace que parezcan progresistas e inevitables. Cuando una unidad política menor desea separarse de una mayor, sus motivos deben ser desprestigiados y vulgares, mientras que las motivaciones de la potencia central que busca mantener esa unidad en un acuerdo que no quiere se retratan como altruistas y patrióticos, si es que se consideran.
Como es usual, las campañas de desinformación se realizan para hacer que ideas potencialmente liberadoras parezcan perjudiciales y peligrosas y lanzar el mensaje de que cualquiera que busque aceptación y popularidad tendría que mantenerse alejado de cualquiera que sea (en este caso, la secesión) el régimen que haya condenado. Pero cuando dejamos aparte la propaganda, descubrimos que el apoyo a la secesión significa sencillamente esto: es moralmente ilegítimo emplear violencia estatal contra personas que deciden agruparse de forma distinta a la que elige el régimen existente para agruparlas. Prefieren vivir bajo una jurisdicción diferente. Los libertarios consideran inaceptable atacarles por esto.
El principio libertario de no agresión no es adoptado exactamente con entusiasmo por la gente y las instituciones a las que llamo «libertarios del régimen». Aunque esta gente tiende a estar localizada dentro y en torno a Washington, el libertarismo del régimen trasciende las ubicaciones geográficas y por eso he acuñado este término especial para describirlo.
El libertario del régimen cree en la economía de mercado, más o menos. Pero habla de la Reserva Federal o la teoría austriaca del ciclo económico y se pone nervioso. Su instituto invitará antes a Janet Yellen para un cóctel exclusivo que a Ron Paul a dar un discurso.
Adora la idea de la reforma, ya sea la Fed, el código fiscal, las escuelas públicas, lo que sea. Huye de la idea de la abolición. ¡Eso no es respetable! Dedica su tiempo a defender este o aquel intento de «reforma fiscal», en lugar de impulsar simplemente una rebaja o derogación de impuestos existentes. Es muy duro ser un libertario en lo que se refiere a las leyes antidiscriminación, dado cuántas críticas se pueden recibir, así que se alineará con los liberales de izquierda en eso, aunque sea completamente incompatible con sus principios declarados.
Es antiguerra… a veces, pero indudablemente no por principio. Puede contarse con su apoyo para apoyar las guerras que han definido en la práctica el régimen americano y que siguen siendo populares entre el público general. Come en feliz concordia con los defensores de las guerras más indignantemente injustas, pero su sangre hierve de rabia moral contra alguien que contó un chiste de mal gusto hace veinticinco años.
Supongo que pueden adivinar cuál es la postura del libertario del régimen sobre la secesión. Como el régimen americano moderno nació de la supresión violenta del intento de secesión de once estados, también se opone a la secesión. Si se le acorrala, puede defender a regañadientes la secesión a nivel teórico, pero en la práctica generalmente parece defender solo aquellas acciones de secesión que tengan la aprobación o connivencia de la CIA.
Menciona la secesión y el sujeto inmediatamente habla de la Confederación sureña, cuyas enormidades morales el libertario del régimen procede a denunciar, insinuando que los defensores de la secesión deben pasar por alto dichas enormidades. Pero todo libertario digno de este nombre se opone a cualquier apoyo del gobierno a la esclavitud, el servicio militar, los impuestos y la supresión de la libertad de expresión y prensa. No hace falta decirlo.
Como ha señalado Tom Woods, la tradición liberal clásica o libertaria de apoyar la secesión puede presumir de celebridades como Alexis de Tocqueville, Richard Cobden, y Lord Acton, entre otros muchos. Me gustaría añadir dos figuras más: en el siglo XIX, Lysander Spooner, y en el siglo XX, Frank Chodorov.
Spooner presenta un problema real para los libertarios del régimen. Todo libertario reconoce la grandeza e importancia de Spooner. El problema es que era un declarado secesionista.
Lysander Spooner nació en Massachusetts en enero de 1808 y se convertiría en abogado, empresario y teórico político. Creía que la verdadera justicia no era tanto un asunto de cumplimiento con la ley dictada por el hombre, como un rechazo a la agresión contra personas pacíficas. Su American Letter Mail Company compitió con éxito contra la Oficina de Correos de EEUU, ofreciendo un mejor servicio a precios menores, hasta que el gobierno le obligó a abandonar en 1851. Su obra No Treason (1867), una colección de tres ensayos, adoptaba la postura de que la Constitución, no habiendo sido acordada por ninguna persona con vida y solo consentida expresamente por un pequeño puñado, no podía obligar a nadie.
En la obra llamada The Unconstitutionality of Slavery, Spooner había argumentado que la clave interpretativa principal para entender la Constitución era lo que ahora llamamos «sentido original». Esto es distinto de la «comprensión original», el concepto al que se refieren personajes como Robert Bork y Antonin Scalia. Desde ese punto de vista, deberíamos interpretar la Constitución según las pretensiones originales de quienes redactaron e identificaron ese documento. Spooner rechazaba esto.
Lo que importaba, según Spooner, no era la inescrutable «intención» detrás de esta o esa palabra o pasaje, sino más bien el mero significado de la propia palabra o pasaje. Además, dado que la libertad humana era un mandato de la ley natural, cada vez que el lenguaje constitucional pudiera parecer ir en contra del principio de la libertad tendríamos que preferir otro significado de las palabras en cuestión, incluso si tenemos que forzarlo un poco e incluso si la interpretación contra la libertad es la lectura más natural.
Así Spooner podía afirmar, contrariamente a la mayoría de los abolicionistas, que la Constitución era en realidad un documento antiesclavista y que sus referencias oblicuas y breves a la esclavitud (una palabra nunca usada en la Constitución) no tenían que conllevar los significados comúnmente atribuidos a ellas. Frederick Douglass, el alabado antiguo esclavo convertido en escritor y orador abolicionista, adoptó la postura de Spooner en su propia obra.
La obra antiesclavista de Spooner iba mucho más allá de este ejercicio de exégesis constitucional. Proporcionó servicios legales, a veces pro bono, a esclavos fugitivos y defendió anulaciones de jurados como medio para defender en los tribunales a esclavos huidos. En su «Plan para la abolición de la esclavitud» de 1858, reclamaba una insurrección en el Sur respaldada por el Norte, así como medidas menores como azotar a los dueños de esclavos que usaran el látigo y animar a los esclavos a confiscar las propiedades de sus amos.
Spooner también apoyó a John Brown, y de hecho recaudó dinero y formuló un plan para secuestrar al gobernador de Virginia hasta que se liberara a Brown.
En otras palabras, sería difícil negar la dedicación de Spooner a la causa antiesclavista.
Y aun así, he aquí a Spooner sobre la Guerra de Secesión:
Por parte del Norte, la guerra se llevó a cabo, no para liberar a los esclavos, sino por un gobierno que siempre había pervertido y violado la Constitución, para mantener a los esclavos en cautiverio y que seguía estando dispuesto a hacerlo si se pudiese inducir a los dueños a de esclavos a mantenerse en la Unión.
Según Spooner, el régimen de EEUU inició la guerra siguiendo el principio opuesto. «El principio por el que el Norte inició la guerra fue simplemente este: Que los hombres pueden ser legítimamente obligados a someterse y apoyar un gobierno que no quieren y esa resistencia, por su parte, les hace traidores y criminales».
Spooner continuaba:
Ningún principio que pueda alegarse puede ser más evidentemente falso que este o más evidentemente fatal para toda libertad política. Aun así, triunfó en el campo de batalla y ahora se supone que está establecido. Si estuviera realmente establecido, el número de esclavos en ligar de haber disminuido por la guerra, ha aumentado enormemente, pues un hombre así sometido a un gobierno que no quiere, es un esclavo. Y no hay diferencia en principio (sino solo en grado) entre esclavitud política y formal. La primera, no menos que la segunda, niega al hombre la propiedad de sí mismo y de los productos de su trabajo y afirma que otro hombre puede poseerle y disponer de él y de su propiedad para sus usos y a su voluntad.
Para la lógica del libertario del régimen, Spooner era un «neoconfederado» defensor de la esclavitud: ¡después de todo, afirmaba el derecho de los estados sureños a independizarse de la Unión! ¿Qué otra motivación podría tener? Pero es demasiado absurdo incluso para ellos.
No hace falta decir que Spooner tenía razón en todo esto. La guerra se inició de hecho no para liberar a los esclavos, como debe reconocer cualquier historiador, sino para fines místicos (bueno, ¡la sagrada “Unión” debía preservarse!) y por intereses económicos. El libertario del régimen espera que creamos que el análisis que aplicamos a todas las demás guerras, en las que miramos las verdaderas motivaciones tras las justificaciones oficiales, no es aplicable a esta excepción única y gloriosa en el catálogo de delitos que constituye la historia de las experiencias de la humanidad con respecto a la agresión militar.
Ocupémonos ahora del segundo personaje libertario. Frank Chodorov, según todos, fue uno de los grandes escritores de la Vieja Derecha. Liberty Fund publicó una colección de sus escritos llamada Fugitive Essays. Chodorov fundó lo que entonces se llamó la Intercollegiate Society of Individualists y fue editor de Human Events, donde la temprana presencia de Felix Morley aseguró que se escuchara a las voces no intervencionistas, al menos al principio. Murray N. Rothbard consideraba el análisis de la publicación mensual de Chodorov como una de las grandes publicaciones independientes de la historia americana.
Naturalmente, Chodorov apoyaba tanto la secesión como los «derechos de los estados». De hecho, pensaba que todo estudioso debería «estar familiarizado con la historia y la teoría de lo que llamamos derechos de los estados, pero que en realidad es la doctrina del autogobierno».
Ralph Raico, el gran historiador libertario y miembro sénior del Instituto Mises, ha documentado cómo el orden político descentralizado de Europa hizo posible la aparición de la libertad. La falta de una única autoridad política que uniera a Europa y por el contrario la enorme multiplicidad de pequeñas jurisdicciones, puso un límite estricto a las ambiciones de cualquier príncipe concreto. La capacidad de mudarse de un lugar a otro significaba que un príncipe perdería su base fiscal si su opresión se hacía intolerable.
Chodorov hacía la misma observación:
Cuando una persona es libre para moverse de una jurisdicción a otra, se pone un límite en el grado en que el gobierno puede usar su poder monopolístico. El gobierno se mantiene controlado por el miedo a perder a sus ciudadanos contribuyentes, igual que una pérdida de clientes tienden a evitar que otros monopolios se vuelvan demasiado arrogantes.
Ningún tirano defiende nunca un poder dividido o descentralizado y por eso los totalitarios del siglo XX se opusieron al federalismo. El régimen de EEUU también ha dedicado más de dos siglos a desmantelar las barreras que los estados impusieron una vez a su ejercicio ilimitado del poder. Como dijo Chodorov:«“La improbabilidad de hacer que los estados voten su propia desaparición hicieron que los centralizadores recurrieran a otros medios, como sobornar a las autoridades estatales con patrocinios, alienando la lealtad de la ciudadanía con subvenciones federales, estableciendo dentro de los estados cuerpos administrativos independientes para la gestión de los programas federales de obras».
He aquí como concluía Chodorov:
No hay límite a los problemas que los estados pueden generar a los centralizadores limitándose a rechazar cooperar. Ese rechazo encontraría una aclamación popular si se complementara con una campaña de educación sobre el sentido los derechos de los estados en términos de libertad humana. De hecho, a la parte educativa de ese movimiento secesionista debería dársele una importancia primordial. Y quienes están pugnando por un «tercer partido», porque los dos existentes son de carácter centralista, haría bien en clavar en su mástil esta bandera: secesión de los 48 estados de Washington.
¡Eso es un discurso libertario!
La secesión no es una idea popular entre las clases políticas ni los medios de comunicación en América, es verdad, y los libertarios del régimen pueden poner los ojos en blanco por ello, pero una encuesta reciente consideraba que aproximadamente un cuarto de los americanos simpatizaban con la idea, a pesar de las incesantes descargas de propaganda nacionalista emitidas desde todos los bandos. Un resultado como este confirma lo que ya sospechábamos: que una parte importante de la gente está dispuesta a tener pensamientos no convencionales. Y eso es bueno. Los pensamientos convencionales americanos son la guerra, la centralización, la redistribución y la inflación. El pensamiento menos convencional hoy en América es la libertad.