[Economic Freedom and Interventionism (1980)]
Hace unos 60 años, Gabriel Tarde, el gran sociólogo francés, se ocupaba del problema de la popularización de los lujos. Una innovación industrial, apuntaba, entra en el mercado como la extravagancia de una élite antes de convertirse finalmente, paso a paso, en una necesidad de todos y cada uno y considerarse como indispensable. Lo que una vez fue un lujo se convierte con el paso del tiempo en una necesidad.
La historia de la tecnología y la mercadotecnia ofrece múltiples ejemplos que confirman la tesis de Tarde. En el pasado había una considerable distancia en el tiempo entre la aparición de algo desconocido hasta entonces y su conversión en un artículo usado por todos. A veces hicieron falta siglos hasta que una innovación se aceptase al menos dentro de la órbita de la civilización occidental. Pensemos en la lenta popularización de tenedores, jabón, pañuelos y una gran variedad de otras cosas.
Desde su inicio, el capitalismo mostró una tendencia a acortar esta distancia y finalmente a eliminarla casi completamente. No es una mera característica accidental de la producción capitalista: es inherente a su propia naturaleza. El capitalismo es esencialmente la producción en masa para la satisfacción de los deseos de las masas. Su característica distintiva es la producción a gran escala para las grandes empresas. Para las grandes empresas no tiene sentido producir cantidades limitadas para la sola satisfacción de una pequeña élite. Cuanto mayor se haga la gran empresa, más y más rápidamente estarán disponibles para toda la gente los nuevos logros de la tecnología.
Pasaron siglos antes de que el tenedor pasara de ser algo para alfeñiques afeminados a un utensilio para todos. La evolución del automóvil de juguete de ricos ociosos a medio de transporte utilizado universalmente requirió más de 20 años. Pero las medias de nylon se convirtieron, en este país, en un artículo que visten todas las mujeres en poco más de dos o tres años. No hubo prácticamente ningún periodo en el que el disfrute de innovaciones como la televisión o los productos de la industria del congelado estuvieran restringidos a una pequeña minoría.
Los discípulos de Marx tienen mucha afán en describir en sus libros de texto los “inenarrables horrores del capitalismo” que, como había pronosticado su maestro, generan, “con la inexorabilidad de una ley de la naturaleza”, el progresivo empobrecimiento de las “masas”. Sus prejuicios les impiden advertir el hecho de que, mediante el instrumento de la producción a gran escala, el capitalismo tiende a eliminar el chocante contraste entre el modo de vida de una élite afortunada y el del resto de una nación.
El océano que separa al hombre que viajaba en un vagón de lujo y el hombre que se quedaba en casa porque no tenía dinero para el billete se ha reducido a la diferencia entre viajar en Pullman, o primera clase, y en tercera.
Este artículo apareció originalmente en la New York University Graduate School of Business Administration Newsletter, volumen 1, número 4, primavera de 1956. Se reimprimió más tarde como capítulo 5 de Economic Freedom and Interventionism (1980).