Mises Daily

Democracia y libertad

Se acepta por lo general que un gobierno puede esclavizar a sus ciudadanos. Bastantes reyes y emperadores y generalísimos y führers lo han hecho como para establecer de manera concluyentes ese hecho.

Pero prevalece la creencia de que «Es imposible que se pierda la libertad bajo una forma democrática de gobierno. La democracia garantiza que prevalecerá la voluntad del pueblo y eso es libertad. Mientras se preserve la democracia, podemos estar seguros de que la libertad continuará siendo completa».

Cuanto más confíe una persona en un apoyo inseguro, más probable es que se caiga. Edmund Burke observaba que el pueblo nunca renuncia a sus libertades salvo bajo algún engaño. Probablemente no haya ninguna creencia que sea tan amenazante para la libertad en Estados Unidos y en buena parte del resto del mundo que la de que la democracia, por sí misma, garantiza la libertad.

El estudio de Willis Ballinger de ocho grandes democracias del pasado—la antigua Atenas, Roma, Venecia, Florencia, la Primera y Tercera República en Francia, la Alemania de Weimar e Italia—revela lo poco fiable que es esta esperanza.1 Informa de que la libertad pereció pacíficamente por el voto del pueblo en cinco de los ocho países, que en dos de ellos se perdió mediante violencia, que en uno de ellos se estableció una dictadura comprando al legislativo por medio de una camarilla fraudulenta. Quien entienda el problema de la libertad debe entender por qué es posible que la libertad se pierda incluso en una democracia y cómo prevenirlo.

La forma «democrática» de gobierno se refiere a uno de los mecanismos por el que se determina el ámbito del gobierno—las cosas a hacer por el gobierno—y cómo se ha de seleccionar su gestión. Puede hacerse directamente por decisiones del propio pueblo (en una democracia «directa» o «absoluta»), como cuando se vota directamente una enmienda, o puede hacerse delegando el poder de decisión en estos asuntos en ciertos representantes «elegidos» (en una democracia «representativa» o «república»). Hay una diferencia importante entre estos dos tipos de democracia, pero esa distinción no es el objeto de nuestra preocupación actual.

En ambos casos, el plan se basa en una soberanía extendida de base. Las decisiones tanto sobre los asuntos como las delegaciones de poder se resuelven de acuerdo con la mayoría—o alguna otra proporción predominante—de las opiniones expresadas.

Las características que distinguen a una democracia de cualquier otra forma de gobierno tienen que ver con el diseño mecánico del gobierno, frente a la composición de la carga de autoridad con conlleva. Es el mismo tipo de diferencia que el del diseño de camiones frente a su carga o la forma de una taza frente a su contenido. Al hablar de libertad, lo que nos preocupa realmente es lo que hace el gobierno—la naturaleza de la carga—en lugar del tipo de ruedas que utiliza o alguna otra característica en el diseño del vehículo; por ejemplo, nos preocupa si el gobierno debería o no controlar los precios en lugar del departamento que hará el trabajo o el nombre de la persona que encabece el departamento.

«Los ciudadanos de una democracia

tienen en sus manos las herramientas

por el cual se esclavizan a sí mismos».

Si un acto de gobierno en cualquier país viola la libertad del pueblo, es de poca importancia quién lo hizo o cómo llegó a tener el poder para hacerlo, es de poca importancia si un dictador obtuvo su poder por nacimiento, fuerza o voto del pueblo.

La libertad se ha definido como el derecho de una persona a hacer lo que desee, de acuerdo con su inteligencia y conciencia. Especifica el derecho a hacer lo que desee, en lugar de la obligación de inclinarse ante la fuerza de otros para que haga lo que ellos quieren que hagan; de otra manera, la esclavitud se convierte en «libertad» y se pierde la verdadera libertad. No supone ninguna diferencia si el trasgresor de la libertad lleve el título de amo, o rey, o führer, o presidente, o jefe del comité del condado, o cualquier otra cosa.

Las aventuras históricas que violan la libertad no se limitan a ejemplos de completa dictadura, ni son todas políticas. La única diferencia entre el matón agresivo bajo la anarquía y los actos similares del dictador es su formalización como autoridad pública. Esto puede hacer legales, en un sentido técnico, los actos del dictador pero no los hace apropiados o sensatos en cualquier otro sentido.

Las dictaduras pequeñas preceden a las grandes y destruyen la libertad en la medida en que exista. El «poder», que reemplaza a la libertad, es la autoridad irrevocable sobre otros. Las opiniones, decisiones o acciones de una persona se ven sustituidas por las de otra, durante un plazo largo o corto, en un ámbito grande o pequeño. Es el material del que están hechas todas las dictaduras, grandes o pequeñas. Los medios por los que se adquiere el poder, ya sea por proceso «democrático» o conquista, no cambian este estado como poder. Es verdad que bajo persuasión o explicación una persona puede influir en las ideas y acciones de otra, pero, como se ha mencionado antes, si no hay concesión irrevocable de autoridad—aunque sea temporalmente o para un solo caso—no es poder.

Supongamos, como ejemplo de eliminación de libertad, que quiero producir en mi terreno trigo con el que alimentar a mi familia. Habré perdido mi libertad cuando se me prohíba hacerlo. La pérdida de libertad sería la misma si la prohibición se produce ocupando mi terreno o prohibiéndome cultivar trigo en él o quitándomelo después de cosechado. Tampoco supondría ninguna diferencia el título oficial que tenga la persona que aplique el edicto, ni cómo obtuvo su trono o autoridad. Además, y lo que es más importante para el asunto que estoy explicando, no supone ninguna diferencia si algunos de mis vecinos aprueban o no esa acción o cuántos la aprueben. No supone ninguna diferencia porque, en todo caso, mi libertad a este respecto habría desaparecido.

Debería quedar claro por lo dicho que los ciudadanos de una democracia tienen en sus manos las herramientas con las que esclavizarse.

«Es de poca importancia si un dictador obtuvo su poder por accidente de nacimiento, por la fuerza o por el voto del pueblo».

Esto es muy distinto de la creencia común de que la democracia ofrezca una protección firme y automática de la libertad. Esta ilusión de que el proceso democrático es lo mismo que la libertad, es un arma ideal para quienes puedan desear destruir esa misma libertad y reemplazarla con alguna forma de sociedad autoritaria: así las personas inocentes pero ignorantes se convierten en sus víctimas.

Bajo el embrujo de esta ilusión, lo más probable es que se pierda la libertad y no se descubra esta pérdida hasta que sea demasiado tarde. Es fácil quitar la libertad al ciudadano individual, pieza a pieza y siempre cada vez más, a medida que cada vez más personas bajo el embrujo de la misma ilusión se unen a las medidas del flautista mágico. Finalmente, desaparece toda la libertad y solo puede recuperarse mediante una sangrienta revolución.

La libertad no significa el derecho a hacer todo lo que sea producto de una forma democrática de gobierno. El derecho de voto, que es la característica soberana de la democracia, solo asegura la libertad de participar en ese proceso. No garantiza que todo lo hecho por ese proceso deba automáticamente ser interesante para la libertad. Un pueblo puede cometer un suicidio tanto político como económico bajo una democracia.

Quien defienda su libertad debe cuidarse frente el argumento de que el acceso al voto «por el que el pueblo consigue lo que quiere», es libertad. Sería igual de lógico afirmar que la libertad de elección de una esposa se garantiza a una persona si la pone a votación en la comunidad y acepta su decisión plural o que la libertad de religión se garantiza si el estado obliga a la participación en la religión que reciba más votos en la nación.

No hay certidumbre alguna de que la libertad en un país con una forma democrática del gobierno esté a un nivel superior que en un país que tenga algún otro mecanismo de gobierno. No hay certidumbre de que la libertad se mantenga donde los fundadores de una democracia puedan haber esperado que se preserve.

La ilusión de que la libertad está garantizada mientras se conserve un gobierno democrático se aprecia bien en un acontecimiento recientemente aparecido en el periódico. Pueden encontrarse diariamente en los periódicos cosas similares como ejemplo. Una noticia informa de que un aumento en los topes de alquiler ha sido «echado atrás» por «altos cargos de la administración». El mero hecho de que algunos cargos hayan adquirido el poder de negar esta libertad a quienes posean este tipo concreto de propiedad evidencia el hecho de que la libertad ha desaparecido en este aspecto: ningún proceso de selección de los cargos que tomaron la decisión pudo impedirlo.

Pero vayamos un poco más adelante. Se argumenta que, como este acto se produjo en una «democracia», la «voluntad del pueblo» ha prevalecido y por tanto se ha garantizado la libertad. ¿Participaste en esta decisión de los «altos cargos»? ¿Alguien te ha pedido alguna vez tu opinión acerca de si debería concederse este aumento? ¿Fue la persona que tomó la decisión elegida por los votantes o nombrada por alguien—tal vez alguien que a su vez fue nombrado por alguien? Y finalmente, llegando al cargo elegido ¿votaste por él o por otro? ¿Aprobaste sus asesores o tal vez eran candidatos derrotados para el cargo en años anteriores?

En realidad, todas estas consideraciones están un poco fuera de lugar, en lo que se refiere a la libertad. Aunque hubiera habido aprobación en toda la cadena, es una violación de la libertad económica de la libertad en general el que yo, que no soy el propietario, sea capaz de controlar la renta que cobra un vecino a un tercero.

El poder revisar una decisión o solicitar su revisión, bajo un diseño democrático de gobierno, no asegura que se proteja la libertad. La restauración de la libertad perdida puede solicitarse y rechazarse una y otra vez, indefinidamente. Igualmente, un esclavo podría pedir a su amo su libertad una y otra vez: no se le considera libre por el hecho de que se le permita pedir libertad.

Consideremos con detalle todos los actos de todas unidades del gobierno durante un día. ¿Cuántas de ellas son funciones propias de un gobierno al que juzgaríamos liberal? De ellas, ¿en cuántos casos tuvimos alguna oportunidad o derecho a participar en la decisión? Si estamos en desacuerdo con la decisión, ¿en cuántos casos hubo algo que pudiéramos hacer?

¡Es realmente extraño este concepto de «libertad democrática» que ha conseguido tan amplia aprobación! Extraño es un concepto de «libertad» que permite que te veas obligado a pagar los costes de promover actos que desapruebas o ideas con las que no estás conforme o que te obliga a subvencionar lo que considera que sería indolencia o negligencia. ¡Tú libertad en el proceso es que disfrutas del derecho a ser obligado a inclinarte ante los dictados de otros, contra tu voluntad y conciencia!

El ser obligado a apoyar cosas que van directamente contra tu voluntad y conciencia es lo opuesto a la libertad y bajo ninguna circunstancia debería permitírsele desfilar bajo la estimada enseña de la libertad. Debería calificársele como lo que es.

El pueblo de Estados Unidos vive ahora bajo un presidente que fue elegido para el cargo por la preferencia expresa de solo una persona de cada seis en el territorio, por solo una persona de cada cuatro que podían votar, por menos de la mitad de los que votaron. Y muchos de los que votaron por este candidato indudablemente desaprobarán muchos de sus actos oficiales. Esto muestra cómo el proceso democrático está lejos de garantizar la libertad del pueblo.

Este artículo es un extracto del capítulo 7, Liberty: A Path to Its Recovery (1949, reeditado por el Instituto Mises en 2007).

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