[Libertarian Review, 1979]
Durante décadas, fue un axioma de fe conservadora el que el comunismo internacional era y debe ser un monolito, que el comunismo en todos sus aspectos y manifestaciones era simplemente un mal puro (porque era «ateo» o totalitario por definición) y que por tanto todo el comunismo era necesariamente lo mismo.
Para empezar, esto significaba que todos los partidos comunistas eran necesariamente simples «agentes de Moscú». A los conservadores les llevó años deshacerse de esta mitología (que solo fue cierta durante los 1930 y la mayoría de los 1940). La valiente ruptura de Tito con Stalin y el comunismo mundial en 1948 fue considerada una excepción trivial y durante muchos años después de la agria ruptura entre China y Rusia, los conservadores se aferraron a la apreciada esperanza de que esta división fuera un engaño ideado para embaucar a Occidente. Sin embargo, ahora que China ha pasado de atacar a Rusia por no oponerse lo suficiente al imperialismo de EEUU, a pedir a Estados Unidos que haga continuamente la guerra a Rusia y ahora que los comunistas vietnamitas han aplastado el régimen comunista camboyano a la velocidad del rayo, este mito de un monolito comunista mundial ha tenido que abandonarse por fin.
¿Por qué deberían todos los partidos y grupos comunistas formar necesariamente un monolito? La respuesta conservadora habitual es que todos los comunistas tienen la misma ideología, son todos marxistas-leninistas, y que por tanto deberían estar unidos necesariamente. En primer lugar, es una visión embarazosamente ingenua de los movimientos ideológicos. También se supone que los cristianos tienen la misma religión y por tanto deberían estar unidos, pero la historia de guerras entre cristianos está bastante clara. En segundo lugar, Marx, aunque suficientemente impaciente para criticar la sociedad feudal y «capitalista», fue ridículamente vago en cómo se vería la futura sociedad comunista y en lo que se suponía que harían los regímenes comunistas una vez hubiera triunfado su revolución. Si la misma Biblia se ha usado para apoyar una enorme y discordante variedad de interpretaciones y credos, la parquedad de detalles en Marx ha permitido un rango aún más amplio de estrategias y acciones por parte de regímenes comunistas.
Además, la ideología no es todo. Como deberían saber los libertarios, siempre que cualquier grupo, independientemente de su ideología, se apropia de un Estado, inmediatamente constituye una clase dirigente sobre el pueblo y el territorio gobernado por ese Estado. Inmediatamente adquiere los intereses del Estado, que pueden chocar con los intereses de otras clases dirigentes de estados, independientemente de la ideología. Las disensiones entre Yugoslavia y Rusia, China y Rusia y ahora Vietnam y Camboya, fueron mezclas en diversas proporciones de luchas entre Estados e ideológicas. Y generalmente cuando uno de estos conflictos iniciaba la reyerta, los otros le seguían pronto.
Pero si todos deben ahora reconocer que puede haber y hay disputas e incluso guerras encarnizadas entre Estados comunistas, los libertarios han tardado en darse cuenta de que el comunismo no es un monolito en otro sentido más: en el sentido del régimen interno que impondrían los comunistas. Ahora hay enormes diferencias entre los diversos regímenes comunistas en todo el planeta, divergencias que literalmente marcan la diferencia entre vida y muerte para una buena parte de sus poblaciones sometidas. Si queremos descubrir el mundo en el que vivimos, a los libertarios no les basta por tanto con equivaler simplemente comunismo con maldad y dejarlo ahí.
Esta necesidad de apreciar distinciones es particularmente vital para los libertarios: pues nuestro objetivo último es llevar la libertad a todo el mundo y por tanto supone una enorme diferencia para nosotros en qué dirección se están moviendo distintos países, ya sea hacia la libertad o hacia la esclavitud. Si, en resumen, consideramos un espectro simplificado de países y sociedades, con libertad total en un extremo y esclavitud total en el otro, distintas variedades de regímenes comunistas se encontrarán en una considerable longitud de ese espectro, desde el horrible Estado esclavista de la Camboya de Pol Pot hasta el sistema casi libre de Yugoslavia.
Hasta la Segunda Guerra Mundial, la Rusia soviética era el único ejemplo de un régimen comunista. E incluso había sufrido cambios notables. Cuando lo bolcheviques llegaron al poder a finales de 1917, tratar de saltar al «comunismo» completo, aboliendo dinero y precios, un experimento tan desastroso (fue calificado luego como «comunismo de guerra») que Lenin, siempre el supremo realista, realizó una rápida retirada a un mero sistema semisocialista en la Nueva Política Económica (NPE). Durante mediados y finales de la década de 1920, el aparato comunista gobernante debatió internamente qué camino seguir en el futuro. Nicolás Bujarin, el teórico favorito de Lenin, defendía avanzar hacia una sociedad de libre mercado, permitiendo a los campesinos cultivar voluntariamente su tierra y comprar bienes manufacturados en el extranjero. Durante un tiempo pareció que el bujarinismo ganaría, pero después Stalin llegó al poder a finales de los 1920 y principios de los 1930 y colectivizó brutalmente al campesinado y el resto de la economía, dando paso a dos décadas del modelo estalinista clásico: economía colectivizada, industrialización forzosa y terror político.
El caso de Yugoslavia
La primera quiebra del modelo estalinista fue la de Tito, que siguió su ruptura política de 1948 dos años después con un notable cambio alejándose de la economía colectivizada y en dirección al mercado. A finales de la década de 1960, Yugoslavia, que nunca se atrevió a colectivizar la agricultura, permitía numerosos pequeños negocios privados, mientras que el «sector de propiedad social» se había trasladado a cooperativas de productores, propiedad de los trabajadores en cada empresa concreta. Entre estas empresas, se permitía operar un sistema basto de precios y mercados libres y se rebajaron drásticamente los impuestos para que cada empresa controlada por trabajadores controlara sus inversiones a partir de sus propios beneficios. Junto con el cambio hacia el mercado llegó la bienvenida a la inversión extranjera, la libertad de emigración y retorno, la extrema descentralización para las nacionalidades dentro de Yugoslavia e incluso elecciones con oposición limitada y un control limitado del parlamento sobre el ejecutivo.
Incluso filosóficamente, los yugoslavos empezaron a destacar la primacía del individuo sobre el colectivo y aunque siguen existiendo prisioneros políticos y la libertad de expresión sea poca, el contraste con el estalinismo es enorme. Los seguidores de Tito incluso han decidido tomarse en serio la promesa marxista mucho tiempo olvidada de la «eliminación del Estado»; la forma de hacerlo, han concluido, es empezar a eliminarlo. Todos los observadores señalan que Belgrado y especialmente la croata Zagreb son las únicas ciudades comunistas en el mundo en que el espíritu del pueblo está contento, los bienes de consumo son diversos y abundantes y la vida no es simplemente una confusión de color gris apagado de escaseces, hacer filas y silencio forzoso.
Siguiendo el ejemplo de Yugoslavia, el resto de Europa Oriental también ha avanzado bastante en el camino hacia mercados libres y un sistema de precios, aunque no tanto como la pionera Yugoslavia. El menor grado de liberalización se ha producido en Rusia, aunque incluso el estatus de los disidentes hoy es mucho mejor que bajo Stalin.
Esto no significa, por supuesto, que Yugoslavia sea «libertaria» o que el libre mercado se haya establecido completamente allí. Pero sí significa que hay esperanza para la libertad y el espíritu humano cuando Europa Oriental ha llegado tan lejos en un plazo relativamente corto de la miseria colectivizada a un sistema al menos semilibre. Los conservadores siempre han creído que una vez una nación se hace comunista, está irrevocablemente condenada —que el colectivismo, una vez adoptado, es irreversible. Yugoslavia, y hasta cierto punto el resto de Europa Oriental, ha demostrado que esto no es verdad, que el espíritu de la libertad no puede extinguirse nunca.
La liberalización de China
Durante mucho tiempo parecía que China nunca se liberalizaría, que permanecería encerrada en el super-estalinismo del maoísmo. Durante casi un década desde su llegada al poder, los comunistas chinos sí mantuvieron un sistema semilibre de mercado, solo para extirparlo en dos salvajes impulsos hacia el totalitarios: el Gran Salto Delante de finales de los 1950 (que mostró experimentos económicos tan desastrosos en autosuficiencia como una acería en todo patio comunal rural) y la Gran Revolución Cultural Proletaria de finales de los 1960 (en la que se obstaculizó la división del trabajo, se reprimió la educación, se eliminaron los incentivos económicos y se fortalecieron las comunas obligatorias con un aparato represivo extendido en cada bloque urbano y villa rural). Arte, literatura y expresión fueron todos brutalmente suprimidos.
Todo se vino abajo con la muerte en 1976 de propio déspota absoluto fundador, Mao Tse Tung. La «Banda de los Cuatro», liderada por la viuda de Mao, Chiang Ching, y líderes de la izquierda radical, fueron arrestados en medio de espontaneas expresiones de alegría del pueblo, incluso en la «roja» Shanghái. Los sucesores de Mao, liderados claramente en el último año por el dos veces caído en desgracia Teng Hsiao-p’ing, han actuado con notable velocidad para desmantelar el maoísmo totalitario y pasar rápidamente a una economía y sociedad mucho más libres. Ahora se permite y anima la cultura occidental. A los carteles en los muros se les permite que pidan más democracia y derechos humanos, incluso citando la Declaración de Independencia Americana. Y a los consumidores se les permite salir de la uniformidad obligatoria del hormiguero en la ropa y a comprar una variedad de bienes de consumo. Se permite a los trabajadores responder a incentivos económicos para producir y consumir (en lugar de los incentivos «morales» impuestos por la bayoneta y por las purgas del Partido Comunista). Se permite un juego mucho mayor de la propiedad privada y los mercados libres a pequeña escala. Un imperio de la ley va a reemplazar pronto el capricho arbitrario por comités militares y de partido ad hoc. Y particularmente importante es que los chinos están contando ahora a su pueblo que Mao, e incluso el propio Marx, no tenían siempre razón, que incluso el marxismo debe ser juzgado ante el tribunal de la verdad (ahora llamado en la jerga tengiana, «la norma de la verdad». Se anima la inversión y el comercio exteriores.
En cierto sentido, China solo ha llegado hasta el estalinismo, aunque incluso eso es una gran mejora sobre Mao. Pero hay señales de que irá mucho más allá hacia el sistema de Europa Oriental. Cuando el premier chino Hua Kung Fo visitó Yugoslavia el pasado año, aplaudió con alegría cuando oyó que las empresas propiedad de los trabajadores pueden realmente ir a la quiebra. En la edición del 6 de octubre de 1978 del principal diario de China, El Diario del Pueblo, el veterano economista e historiador Hu Chiao Mu, exsecretario de Mao, purgado durante la Revolución Cultural y ahora presidente de la Nueva Academia de Ciencias Sociales de Deng, publicó un artículo muy importante explicando el nuevo rumbo económico dela nación: «Seguir las leyes económicas y acelerar las cuatro modernizaciones» (El Diario del Pueblo, 6 de octubre de 1978; para un análisis, ver China News Analysis, #1139, 10 nov. 1978).
Hu reclamaba una reorganización radical del sistema chino y un «gobierno por contratos en lugar de un gobierno obligatorio de la economía», con mínima interferencia pública, lo que conllevaría asimismo la eliminación del partido como director de la economía. Defendía la división del trabajo, un comercio más libre y poner a la economía por encima del poder político. La declaración de Hu de que «la experiencia ha demostrado que el socialismo no puede garantizar que el poder político no haga un inmenso daño al desarrollo económico» es notable, considerando la fuente. El China News Analysis concluye que
Lo que Hu describe es una economía libre en la que los trabajadores firman un contrato con la empresa, la empresa toma sus propias decisiones en forma de contratos con otras empresas o con el Estado y el cumplimiento de los contratos está controlado por el poder judicial. Lo que expone Hu, aunque no se indique explícitamente, es un poder judicial independiente con competencias para resolver sobre contratos no solo entre personas sino también entre el estado y las empresas individuales. Igualmente las villas serían libres para decidir qué sembrar y no estarían bajo el gobierno autoritario de los funcionarios.
Repito que nadie dice que China sea o vaya a ser pronto un paraíso libertario, pero el contraste con el hormiguero maoísta es asombroso.
Hacia la libertad en el Sudeste asiático
Eso nos lleva finalmente a Vietnam y Camboya. Con esta desafortunada y feroz nacionalización de los comercios en el sur del año pasado, Vietnam ha ocupado ahora su lugar como típico país estalinista. Pero Camboya («Kampuchea Democrática») fue otra vez algo distinto. Indudablemente fue el régimen más horrendo de este siglo en todo el mundo. Los comunistas camboyanos no solo asesinaron rápidamente a millones tras tomar el poder y evacuaron por la fuerza las ciudades de un solo golpe; no solo era la muerte la sanción por la más mínima infracción o desobediencia al régimen: la clave de su diabólico control fue su abolición del dinero, abolición que también se llevó a cabo mediante el asesinato y el terror. Incluso Stalin, incluso Mao, mantuvieron el uso de dinero, y mientras existe dinero hay algún tipo de sistema de precios y la gente puede comprar bienes a su elección e ir de un lugar a otro, aunque sea en mercados negros o desobedeciendo las regulaciones públicas. Pero si se deroga el dinero, todos quedan indefensos, dependientes para su misma subsistencia de las magras raciones entregadas a ellos a regañadientes por el régimen en el poder. De la abolición del dinero vino el comunalismo rural obligatorio, incluyendo la abolición de comer en privado, la institución de matrimonios obligatorios y la erradicación de la educación, la cultura, la familia, la religión, etc. Camboya era el horror encarnado.
El ataque fulminante vietnamita que aplastó el régimen camboyano no estuvo causado única o siquiera principalmente por consideraciones ideológicas. Indudablemente lo más importante fue la antigua hostilidad étnica entre los más prósperos vietnamitas y los más atrasados jemeres (habitantes de Camboya); el deseo de los gobernantes vietnamitas de dominar toda Indochina; el enfado ante las repetidas incursiones de tropas camboyanas y el temor vietnamita a que aumentara el cerco de las fuerzas combinadas de los Estados Unidos y China, apoyando a Camboya en su flanco suroeste. Pero no supone negar el horror que incluso los estalinistas vietnamitas sintieron la monstruosidad camboyana. Cuando entraron en la capital camboyana de Phnom Penh, los vietnamitas describieron la desolación de esa ciudad y hablaron de los asesinatos masivos deliberados, las evacuaciones forzosas. Un alto funcionario comunista vietnamita, Phan Trong Tue, hablaba del último régimen camboyano asesinando a masas de personas «con martillos, cuchillos, garrotes y azadas, como pequeños insectos asesinos».
Y luego Tue sube en elocuencia:
Todo el país se había reducido a la nada; ninguna libertad de movimiento, ninguna libertad de asociación, ninguna libertad de expresión, ninguna libertad de religión, ninguna libertad de estudio, ninguna libertad de matrimonio, ni moneda, ni negocios, ni comercio, ni más pagodas, ni más lágrimas a derramar sobre los sufrimientos del pueblo. (Nota D.P.I., 12 de enero de 1979)
Podemos comparar esto con el lamentable blanqueamiento de Camboya por los medios americanos después de que el mentor de Camboya, China, se acercara a los Estados Unidos y a la defensa de los EEUU de Camboya frente a Vietnam ante la ONU, junto con la nimia amonestación por sus «posibles» violaciones de los derechos humanos.
Me apresuro a añadir —por el bien de los lectores atentos— que no disculpo la violación vietnamita del principio de no intervención y que si yo fuera vietnamita, y en el improbable caso de que pudiera expresar libremente mi disidencia, me habría opuesto a la invasión. Pero ahora que ha concluido la invasión, podemos sin duda regocijarnos ante la muerte del Estado más monstruoso, extravagante y malvado en muchos siglos. Igual que traté de dejar claro al desplomarse la dictadura de Thieu en Vietnam del Sur, se puede alabar la muerte de un Estado sin que implique la aprobación del Estado que lo reemplaza. El nuevo régimen del Frente de Salvación de Heng Samrin, respaldado por los vietnamitas, ya ha restaurado el dinero, la libertad de religión, la libertad de matrimonio, la libertad de volver a las ciudades y la libertad de cocinar y comer en tu propia casa (simbolizada en la devolución del nuevo régimen de una olla a cada familia previamente obligada a ir a las cocinas comunales). El nuevo régimen del Frente de Salvación es en realidad un refugio de libertad para el individuo camboyano, comparado con la anterior esclavitud bajo Pol Pot. Pero esto no significa en modo alguno que el nuevo régimen sea libertario que no deba denunciarse y combatirse su propio estatismo por parte del pueblo camboyano.
Pero para el pueblo de China y Camboya, los acontecimientos recientes han significado un salto adelante hacia la libertad que solo puede producir alegría en los corazones de los libertarios de todas partes.
Este artículo se publicó originalmente como “The Myth of Monolithic Communism” (El mito del comunismo monolítico) en Libertarian Review, Vol. 8., No. 1 (febrero de 1979), p. 32.