[Publicado originalmente el 21 de junio de 2001]
Poco después de la muerte de Murray Rothbard, el Instituto Durell de la Universidad de Shenandoah organizó una conferencia sobre sus contribuciones a la economía monetaria. El resultado fue una colección de siete trabajos en un pequeño libro llamado The Contributions of Murray Rothbard to Monetary Economics, editado por el profesor Clifford F. Thies. El libro no ha recibido la atención que merece.
El título del primer artículo, “Murray Rothbard y la banca jacksoniana”, escrito por el historiador Leonard P. Liggio, es un poco engañoso. Solo las últimas cuatro páginas tratan la banca jacksoniana. El núcleo de este artículo trata más las raíces ideológicas y religiosas de los movimientos jeffersoniano y jacksoniano. Así, Liggio dice:
Las teologías tradicionalistas (luterana, anglicana, presbiteriana, judía, católica) compartían con la ciencia económica el conocimiento de la naturaleza inmutable del hombre. Por tanto, veían las intervenciones públicas como el origen de nuevas tentaciones para la corrupción. (…) Los intereses especiales serían los motivadores de la legislación, sea cual sea el lenguaje de mejora usado para justificarla. Los hombres aprovecharán la intervención pública para beneficiarse. Esos impuestos son una forma de robo que debería limitarse a muy pocos males necesarios (p. 11).
La explicación general de la historia parte de la observación de Rothbard con respecto a las raíces religiosas de la libertad, en la medida en que viste a luteranos y calvinistas (presbiterianos) con las mismas ropas libertarias que la tradición católica. Rothbard demuestra en sus trabajos (por ejemplo, El pensamiento económico antes de Adam Smith) que los orígenes del pensamiento y la práctica capitalistas-libertarios- federalistas son anteriores a la Reforma. Alaba en concreto al catolicismo por su crítica del estado-nación y su aceptación del emprendimiento, entre muchas otras cualidades y, al mismo tiempo, crítica los movimientos religiosos luterano y calvinista por sus raíces en el nacionalismo y su oposición implícita a la cultura comercial. Está bien estar en desacuerdo aquí con Rothbard, pero no está de más preguntarse por qué un autor denuncia las opiniones de la persona que está siendo criticada y explicar por qué el autor las cree incorrectas.
Steve H. Hanke, en su artículo “Argentina, ¿la ‘Alemania’ de Sudamérica?” explica por qué los países en desarrollo, por el bien de la estabilidad monetaria, deberían aceptar un sistema de autoridad monetaria con una divisa de reserva relativamente estable y convertible, como el dólar de EEUU o el oro, en lugar de un banco central independiente. Según Hanke, “una autoridad monetaria es la mejor alternativa”, porque no tiene “un control arbitrario y discrecional con respecto a la política monetaria y su política de tipo de cambio” (p. 23). En una autoridad monetaria típica, frente a un banco central típico, no se puede inflar o financiar el gasto. Solo se obtiene señoraje a través del interés. No hay prestamista de último recurso ni problema de balanza de pagos.
Sin embargo, por desgracia, Hanke no menciona que para eliminar estos fenómenos nocivos de los sistemas monetarios actuales basados en moneda fiduciaria hace falta la creación de un sistema de autoridad monetaria con oro (o cualquier otro dinero de mercado libre) como medio de reserva, es decir, un patrón oro 100%. Un sistema de autoridad monetaria con cualquier otro medio de reserva (como el dólar de EEUU o el euro) presupone la existencia de al menos un banco central estatal con las mismas características dañinas que inevitablemente deben salpicar el área de la autoridad monetaria. Por usar las palabras de Milton Friedman (citadas por Hanke, p. 24), un veterano defensor de las autoridades monetarias para las áreas en desarrollo: “No imponer ninguna barrera al movimiento del dinero o de los precios, salarios o tipos de interés. Esa política requiere evitar un banco central”.
Clifford F. Thies empieza su artículo, “Banca de reserva fraccionaria: Depositante provisional”, calificando a Murray Rothbard como:
Tal vez el principal defensor del “dinero fuerte” de su tiempo, defendiendo no solo un patrón oro, sino un “patrón oro 100%”. Primero, el dólar se definiría como una cantidad de oro y, segundo, cualquier dinero en papel moneda o cuenta bancaria no respaldado al 100% por oro sería declarado ilegal por el estado como un fraude. (p. 30)
Thies termina con la siguiente frase: “Pero yo diría que la seguridad bancaria no proviene de la regulación pública ni de las garantías de los bancos, sino del reconocimiento privado del riesgo y la precaución frente a este” (p. 40).
En estas dos declaraciones podemos apreciar una estrategia de Thies de mantener su propia opinión sobre la banca y el crédito frente a la postura de “reserva 100%” de Rothbard, a la que califica de coactiva e intervencionista. Sin embargo, Rothbard tendría la última palabra al decir que la interferencia pública en la banca podría garantizar la seguridad bancaria los depositantes. Rothbard en ningún caso restringiría la libertad individual de los hombres para realizar cualquier intercambio de títulos de propiedad. A lo que se oponía vehementemente era a las asociaciones, aunque fueran absolutamente voluntarias, entre dos o más personas que buscaran una infracción violenta (involuntaria) de la propiedad privada de otros. Y eso era exactamente lo que veía Rothbard como propio de la institución de la banca de reserva fraccionaria.
“Adam Smith como inflacionista pragmático”, de Jeffrey Herbener y Mark Thornton, es el artículo más rothbardiano de esta colección. Los autores desarrollan la crítica revisionista de Rothbard del legado de Adam Smith. Llegan “a la aparentemente improbable conclusión de que Smith era un obseso monetario y un inflacionista pragmático (…), es decir, no estaba en principio en contra de la inflación, sino que estaba a favor de la inflación gestionada por el estado en conjunción con los banqueros” (p. 42).
Al proceder Herbener y Thornton al examen del tratamiento de los asuntos monetarios de Smith llegan a la conclusión
de que Smith aprobaría sin reparos el régimen monetario moderno típico: un papel moneda fiduciario producido por bancos de reserva fraccionaria que expanden el dinero y el crédito y supervisado por un banco central que controla la inflación hasta la cantidad necesaria para ajustarse a un volumen creciente de comercio. Alguien que argumenta a favor de ese sistema es un inflacionista pragmático del mismo estilo que Irving Fisher, Milton Friedman y otros miembros de la escuela del pensamiento monetarista moderno. Además, igual que Friedman, Smith afirma que la inflación en ese sistema sería neutral para el tipo de interés y por tanto no introduciría efectos perjudiciales “reales” en la economía. (p. 56)
“Los fundamentos históricos de la teoría austriaca del valor económico”, de Gregory M.A. Gronbacher, trata de descubrir si “las raíces filosóficas de la Escuela Austriaca de economía se encuentran principalmente en el trabajo del filósofo austriaco Franz Brentano” o si “la economía austriaca está influida principalmente por la filosofía alemana” (p. 62). Aunque el propio autor reconoce que “este estudio no proporciona ninguna evidencia específica de influencias directas entre los pensadores presentados” (p. 75), esto no le impiden afirmar que “muchos pensadores austriacos, especialmente von Mises, estuvieron influidos por Brentano y su filosofía del valor subjetivo, que puede remontar sus raíces a la filosofía escolástica y Aristóteles” (p. 76).
El artículo de Gronbacher nos proporciona ideas interesantes acerca de las similitudes con respecto a la teoría del valor en las obras de Aristóteles, los escolásticos tardíos, Brentano y Menger. Pero, debido a la intención original de este libro, me habría parecido más apropiado extenderse al menos a la cobertura de la teoría de precios.
En su “El islam y los progenitores medievales de la economía austriaca”, a Imad-ad-Dean Ahmad le “gustaría colocar algunos de los primeros logros ‘protoaustriacos’ que descubrió Rothbard junto al trabajo de los musulmanes de la época clásica”.
Alaba a Ibn Jaldún (1332-1406) por ser
muy consciente del papel de la oferta y la demanda en los precios de los bienes en general (…) argumenta (The Muqaddimah: An Introduction to History: 366-337) que “el comercio significa el intento de obtener un beneficio aumentando el capital, a través de la compra de bienes a un precio bajo y su venta a un precio superior”. (…) Lo acumulado se llama ‘beneficio’ (ribh). Distingue esto de la apuesta o el robo indicando que “no (…) significa quedarse con la propiedad de otros sin darles algo a cambio. Por tanto, es legal”. (p. 83)
Igual que Gronbacher, Imad-ad-Dean Ahmad nos informa de que “el nacimiento de la Escuela de Salamanca siguió a la reconquista de España frente a los musulmanes”. Esto se refleja en su nombre árabe original: Universidad de Alcalá. Así que podemos sospechar que los escolásticos habían conocido la obra de los filósofos griegos no solo directamente, sino también indirectamente a través de los intelectuales musulmanes.
El último capítulo es de Richard H. Timberlake, quien, como señala él mismo, tuvo algunas diferencias con Murray Rothbard. Pero también fueron “aliados en lo que ambos considerábamos la evolución más persistente y amenazante de los tiempos modernos: la extensión de la hegemonía pública a costa de la libertad, la creatividad y el autogobierno individuales” (p. 87).
Timberlake critica a Menger, que advertía correctamente que el gobierno “no tuvo nada que ver con la evolución del dinero. (…) Menger sugería a continuación que el estado podría contribuir de forma importante a la aceptabilidad del dinero haciendo legalmente vinculante un dinero resistente”. Con el establecimiento del curso legal (implícito en Menger), el estado proporcionaría, primero, “un medio para explotar el saqueo de la conquista militar y las empresas mineras” y, segundo, “facilitaría la recaudación estatal de tributos e impuestos”. Gracias a la existencia de la moneda de curso legal, el estado puede imponer a sus ciudadanos un nuevo tipo de impuesto: el señoraje, que es la diferencia entre el valor facial de un billete o moneda y los costes de producirlos.
El segundo acto pernicioso importante de la intervención estatal en el sistema monetario ha sido el origen del banco central. Timberlake corrige el supuesto erróneo sostenido por la mayoría de los historiadores bancarios de que “los poderes monetarios se han otorgado formalmente a estas instituciones”. Tiene razón al decir que esta opinión no es en la práctica más que la falacia post hoc ergo propter hoc. Timberlake explica:
El banco central contemporáneo no se pensó originalmente como una institución que controlara el sistema monetario al que se añadió. Tanto el Banco de Inglaterra como el primer y el segundo Banco de Estados Unidos se crearon solo como bancos comerciales extragrandes y como bancos públicos con responsabilidades fiscales ante los distintos departamentos del tesoro. Tenían privilegios especiales: monopolio de la emisión de billetes, depósitos públicos de dinero de impuestos y posibilidades de abrir sucursales, algo que se negaba a sus competidores privados. Al mismo tiempo, se les prohibía específicamente cualquier activismo monetario. Sin embargo, se convertirían en bancos centrales cuando un pánico bancario o una crisis de liquidez les hiciera aumentar de importancia, porque tenían las únicas reservas que podrían salvar a los bancos y a todos los demás. (p. 91)
Estas instituciones malignas crean inflación en todo el mundo y son “el ejemplo ‘sofisticado’ definitivo del gobierno de hombres usurpando el estado derecho”.
Hay altibajos en este tomo, pero en general The Contributions of Murray Rothbard to Monetary Economics es un buen trabajo. Proporciona al lector algunos pensamientos interesantes en la línea de los temas al estilo rothbardiano, que no se limitan en modo alguno a asuntos de economía monetaria.