Concebí originalmente este discurso (un alegato por la abolición del banco central) como una actualización aplicada de mi conferencia de 1995 en la Fundación Heritage sobre «Por qué importa la economía austriaca». Porque muchas de las ideas políticas sugeridas dentro del marco austriaco pueden resumirse bajo la necesidad de abolir el banco central.
La escuela austriaca ha estado batallando contra el banco central desde 1913 y antes. Ahora mismo, los escritos de nuestra tradición son más importantes que nunca, gracias a nuestros grandes predecesores, nuestra facultad, nuestros alumnos, nuestros donantes, nuestros programas de publicaciones, nuestros medios electrónicos y la búsqueda desesperada por parte de gente de todo el mundo de una explicación de la crisis actual y una nueva salida.
Nunca las ideas de la tradición austriaca han alcanzado las alturas de las semanas recientes. Me agrada informar que el Instituto Mises, después de 26 años de preparación, ha estado listo en todos los aspectos. Tenemos economistas, historiadores, filósofos y muchos otros trabajando a nivel universitario en todo el país y el mundo que se han formado en nuestros programas, como la Universidad Mises, el Seminario Rothbard de Posgrado y las Becas Universitarias de Verano. Han estado listos para ofrecer respuestas en aulas y medios de comunicación.
El Quarterly Journal of Austrian Economics y el Journal of Libertarian Studies han ayudado a construir los cimientos, como nuestra Conferencia de investigadores austriacos. Libros como America’s Great Depression y The Panic of 1819, de Rothbard, Prices and Production [Precios y producción], de Hayek, y Crisis, de Mises, entre otros 300 títulos, han volado de nuestro almacén. Hemos publicado nuevos libros sobre este tema, incluyendo Money, Bank Credit, and Economic Cycles [Dinero, crédito bancario y ciclos económicos] de De Soto. Ethics of Money Production, de Hülsmann no podría haber salido en un mejor momento. Tampoco nuestra nueva edición de Mystery of Banking, de Rothbard.
Nuestra librería en línea ha sido la fuente mundial de información para intelectuales y ciudadanos, igual que nuestro sitio web ha sido fuente de noticias, datos y análisis, con miles de horas de vídeo y audio a mano que se ocupan del tema. Nuestras oficinas han estado constantemente ocupadas. Yo diría que ha todos se nos ha grabado como nunca antes, pero creo que deberíamos reservar esta palabra para el trabajo no voluntario, no el trabajo del que nos vanagloriamos. Y la prensa mundial nos ha prestado atención como nunca antes. Los acontecimientos actuales son similares a los del colapso de 1929, pero hay esta vez una diferencia: las ideas de nuestra tradición están circulando.
El Instituto Mises ha estado lanzando constantemente este mensaje desde nuestra fundación en 1982. Nuestra primera conferencia en 1983 fue sobre el patrón oro. Pronto le siguió un libro sobre el tema. No era un tema de moda y soportamos muchos años de críticas e incluso ataques porque seguimos centrándonos en los peligros de la Reserva Federal y el dinero fiduciario. Incluso ya a finales de la década de los ochenta, estábamos editorializando contra la prioridad federal de dar una casa en propiedad a todo bicho viviente. Hay una diferencia económica y moral entre propiedad legítima que proviene del consumo diferido y propiedad prematura que es subvencionada por el sistema monetario.
Informo de esto, no para que podamos decir «te lo dijimos», sino más bien para subrayar la necesidad de ser fieles a los principios, alejarnos de la multitud, evitar lo que esté de moda y seguir la verdad sin que importe nada más. Eso es lo que nos enseñó Mises, y si no hubiera hecho nada más que ser el más duro resistente de su época ante el colectivismo de cualquier clase, habría sido suficiente como para merecer el instituto fundado en su nombre.
En cierto sentido, es trágico que haga falta una crisis de esta escala para generar este nivel de atención sobre nuestro trabajo. A todos nos gustaría que sólo la búsqueda de la verdad atrajera la atención hacia lo que hacemos. Pero la escasez de tiempo hace que la gente tienda a aprender según lo va necesitando. Por esta razón, Google Trends registra un aumento masivo en búsquedas sobre economía austriaca, siendo Washington DC la ciudad que lidera esas búsquedas, pero extendiéndose por todas las áreas del mundo. Los archivos de noticias de Google sobre búsquedas de Mises muestran más menciones este año que en ninguno desde que se guardan registros.
Por supuesto, la escuela austriaca tiene mucho más que ofrecer que una teoría del ciclo económico. Tiene una teoría del valor, una teoría de la propiedad, una teoría del precio, un teoría convincente para entender todo el fundamento microeconómico de la ciencia, una defensa metodológica para la teoría deductiva, una teoría de la producción y el capital, una defensa del origen y la función del interés, así como contribuciones a la teoría del comercio, la organización industrial y el antitrust, una vasta historiografía que pone patas arriba a la ortodoxia, una crítica enorme e innovadora de la guerra y de los Estados intervencionistas y socialistas, así como una pasión por la libertad como fundamento del desarrollo social.
Como dije en el anterior discurso sobre por qué importa la economía austriaca, no estamos hablando simplemente de una escuela que haya contribuido con una o dos ideas, sino una forma completamente distinta de pensar acerca del significado y aplicaciones de la economía y una concepción completamente distinta del orden social. Si el progreso en el pensamiento económico no se hubiera interrumpido por la teoría keynesiana y el auge del positivismo en las ciencias sociales, ni siquiera estaríamos hablando de la escuela austriaca. La teoría misesiana sería la misma economía.
Por esta razón, podemos esperar que si la gente se interesa por la teoría austriaca del ciclo económico, esto acabará llevando a un estudio más profundo y a una transformación intelectual. Lo que empieza como un interés limitado pasa a ser un interés amplio. Sabemos que esto sucede a menudo y de esto están hechas las revoluciones intelectuales.
Por ahora, lo que interesa a la gente es el relato austriaco del declive. Y el relato austriaco es el único convincente en circulación. De hecho, comparado con el pasado, partes de la visión de Mises y Rothbard han entrado íntegramente en la corriente principal, estando casi todos de acuerdo en que el actual declive se originó en una burbuja alimentada por dinero fácil. Es un mensaje que nuestros antecesores nunca consiguieron que se sostuviera completamente.
En la década de los treinta, lucharon por ser escuchados recurriendo a formas que para nosotros no son necesarias. Casi me choca decirlo, pero hoy, la idea de que la Fed debería abolirse ya no se acoge con abucheos. Ya no se ve a la Reserva Federal como salvadora de la humanidad.
De hecho, podemos resumir el alegato por la abolición del banco central muy rápidamente.
Abolir la Reserva Federal supondría un enorme freno al Estado planificador. Sin la capacidad de expandir la oferta monetaria a voluntad, el gobierno federal se convertiría en tan amenazador como el gobierno estatal o local. Es decir, el gobierno federal seguiría siendo una imposición intolerable a la vida, la libertad y la propiedad, pero no tendríamos que preocuparnos acerca de la hiperinflación, las burbujas a gran escala en sectores concretos, los ciclos económicos de locos, los rescates de billones de dólares, los controles que llegan a cada tornillo y tuerca de nuestra vida, el Estado de bienestar de la cuna a la tumba o el imperio global que invade a voluntad todos y cada uno de los países y hace de Estados Unidos el enemigo de regiones enteras del mundo.
Eso es sólo el principio de lo que significaría el final de la Reserva Federal. Cambiaría radicalmente la cultura política en este país. Las burocracias se tambalearían. El comercio se estabilizaría. El cálculo del riesgo de inversión sería acorde con el libre mercado. La izquierda ya no podría realizar su quimera de la utopía socialista a nuestra costa. La derecha tendría que renunciar a su descabellada idea de ser el Estado policía mundial. Las ambiciones de poder de sectores enteros de la sociedad se rebajarían.
El Estado es un peligro siempre y en todas partes, incluso cuando no tiene el monopolio del dinero ni una imprenta para crear billetes a voluntad. Pero un Estado con la capacidad de fabricar su propio dinero es una amenaza grave y constante para la prosperidad y la libertad. Deja el futuro completamente a la discreción de los gestores del dinero. Vivimos cada día bajo la amenaza de que Estados Unidos sea la próxima República de Weimar o incluso otro Zimbabue. Todo lo que se interpone entre nosotros y ese día es la sabiduría y prudencia de la Reserva Federal.
Y hemos visto en fechas recientes cómo trata ésta el asunto cuando golpea la crisis. Hemos aprendido que nada importa para esta gente salvo el bienestar a corto plazo de ellos mismos y sus amigos. Renunciarán encantados a nuestro futuro por su satisfacción inmediata.
Hemos aprendido que el Congreso (con la única y heroica excepción de Ron Paul) no ayuda. También fue comprado con moneda recién impresa, igual que si el falsificador local estuviera de acuerdo en colarse en el concejo municipal. Muchos nos hemos preguntado si el gobierno y su banco central eran capaces o no de repetir calamidades históricas como los controles de salarios y precios o la destrucción monetaria total. Pero ahora vemos que no hay límites institucionalizados al nivel de depredación al que están dispuestos a llegar.
Pero lo que falta hoy frente al pasado es una justificación racional. Hubo un tiempo en que los inflacionistas podían confiar en las promesas del keynesianismo de convertir las piedras en pan. Hoy pocos creen que sea posible.
Podemos detectar la ausencia de una teoría sólida en los términos utilizados para debatir la respuesta política. Por un lado, todos parecen estar de acuerdo en que el préstamo desaforado es el origen del problema. Por el otro, proponen más préstamo desaforado como solución al problema. Es como decía Hayek: proponer curar un envenenamiento con más veneno.
¿Cree alguien que rescatar el sistema es la respuesta? Tal vez hace unas pocas semanas todavía había políticos que creían eso. Pero cuando los miles de millones y billones han fracasado en hacer algo salvo apuntalar compañías muertas, queda claro que estos rescates no tienen ni pueden tener ningún efecto macroeconómico positivo.
Los gobiernos pueden pretender ser eficaces de diversas maneras. Pueden prohibir productos «por tu propio bien». Pueden ir a ultramar y declarar que están matando a mala gente. Pueden decir que te están protegiendo de la pobreza en ambos extremos de la vida. Pero una cosa que el gobierno no puede hacer, y es muy evidente que no puede hacer, es detener a los precios que quieren caer de caer, si todo lo demás sigue igual.
Un gobierno que entabla una guerra al sistema de precios es un gobierno con ganas de perder una pelea.
La política de estabilización en una guerra contra la volición humana. Pensemos en los recientes esfuerzos de inflar la oferta monetaria. La Reserva Federal está creando reservas como nunca antes. Las están poniendo disponibles para los bancos a niveles sin precedentes. Entretanto, los bancos juegan sobre seguro y esperan a ver qué es rentable y qué no. Esto es también aproximadamente lo mismo que pasó en 1930. El banco central trató de inflar a través de los mercados del crédito, pero acabó topándose contra la falta de voluntad de la gente de asumir el riesgo.
Lo mismo pasa hoy. Falta el mecanismo crítico que haga posible que la Reserva Federal haga lo que quiere hacer. Es en realidad como poner a todos en un campo de emergencia y obligarles a pedir prestado, prestar y gastar, hay muy poco que pueda hacer la Reserva Federal para superar este inconveniente.
Cuando hablas a la gente sobre este asunto, es mejor utilizar una analogía sencilla. Escoge cualquier producto que se te ocurra. Digamos que es el precio de la leche el que cae bruscamente y a los productores de leche no les gusta este estado de cosas. El gobierno promete que subirá el precio de la leche y lo hace por decreto. Se dice que la leche costará 6 dólares por galón. ¿Qué pasará? Se quedará en las estanterías mientras que los consumidores acudirán a los sustitutivos.
Entonces las propias tiendas tendrán excedentes y podrían incluso reclamar indemnizaciones. Sin duda no comprarán más a los productores. Entonces los productores se quejarán. En este momento, el gobierno puede rescatar a los productores y comprar él mismo la leche. Tal vez acaben obligando a todos a comprar leche y beberla. Pero al final, lejos de convertir a los ciudadanos en soldaditos de plomo, no hay nada que pueda hacer el gobierno para cambiar la realidad subyacente. Una guerra contra los precios es una guerra contra las elecciones humanas y, en definitiva, una guerra contra aspectos inalterables de la realidad.
Afrontar esta realidad es mirar cara a cara la ley económica. La ley económica es algo que nos rodea constantemente como un hecho de la vida y una fuerza motriz del mundo material. Negar la ley económica equivale a negar la gravedad o el cambio de estaciones. Pero sus principios permanecen los suficientemente abstractos como para requerir un pensamiento cuidadoso para discernirlos y comprender su significado.
Los malos tiempos son buenos tiempos para presentar ideas económicas a gente que de otra forma se contentaría siendo completamente inconsciente. Más absurdamente, los ignorantes y propagandistas continuarán afirmando que el desplome económico es resultado del laissez faire o de demasiada poca regulación o de una falta de una muy necesaria nacionalización y socialización. Una pequeña presentación de la realidad de la ley económica puede cambiarlo todo.
Pero volvamos a las realidades de la situación actual. Hay realmente un riesgo de un mayor desplome, dependiendo de lo lejos que esté dispuesto a ir el gobierno en su guerra contra la realidad. Por otro lado, hay formas de evitar una calamidad. Pronto oiremos informes de mucho mayor desempleo. Hay una necesidad urgente de recortar los impuestos al empleo, acabar con el salario mínimo, reducir los mandatos a las empresas, abolir los privilegios sindicales, rebajar las cotizaciones a la Seguridad Social, abandonar la ley de discriminación en el trabajo; todo para restaurar un mercado libre en el trabajo.
Hay asimismo posibilidades de una reforma monetaria radical. Un patrón moneda-oro sería lo ideal. A falta de esta solución, una abolición de las restricciones en la producción de dinero privado y en la banca sería un paso enorme e importante. Aún tenemos tiempo para desactivar el poder de la banca central, arruinandola antes de que nos arruine.
Y aquí llegamos a la teoría positiva del dinero y la banca desde una perspectiva austriaca. Ustedes entenderán casi toda si asimilan la siguiente idea: el dinero es un producto como cualquier otro. Debería producirse y gestionarse bajo condiciones competitivas de mercado, igual que los zapatos, los huevos o los ordenadores. La banca también es un servicio del mercado que debería gestionar el orden del mercado, sin implicación del gobierno y así estar sujeta a la disciplina de las fuerzas del mercado, incluyendo las restricciones contra el fraude.
Establecer un sistema de mercado de la moneda y la banca no requiere salvo hacer que el gobierno se aparte completamente. Podría parecer improbable, pero lo mismo parecía el desplome de la Unión Soviética en 1989. La ideología socialista estaba en quiebra de la misma forma en que Rusia estaba en quiebra. Lo mismo pasa ahora. Los principales participantes en el sistema bancario están quebrados de la misma forma que la política de estabilización está quebrada intelectualmente. No podemos descartar el impacto de la quiebra intelectual en la historia económica real.
Hay cierta justicia poética en que la alarma en el banco central sea la fuerza impulsora del nuevo interés por la escuela austriaca. La economía austriaca nació con las reflexiones e innovaciones de Carl Menger sobre la naturaleza y la función del dinero. Maduró bajo las propias contribuciones y advertencias de Mises sobre los peligros de la banca central. Hayek se unió a Mises en las décadas de los veinte y los treinta para centrarse en el ciclo económico y los peligros de usar el sistema monetario y bancario como herramienta de estabilización. Esto llevó a otras reflexiones sobre principios macroeconómicos.
Mises y Hayek vivían en un mundo que había caído presa del keynesianismo, así que su consejo fue rechazado por estar pasado de moda. Hoy ha desaparecido esa creencia y la gente busca nuevas respuestas.
Es hora de que el mundo vuelva a la escuela de pensamiento económico que predijo esta crisis actual, explica sus orígenes y fuentes y ofrece la única salida factible. No importa que algunos de sus escritos datan de más de 100 años o, en el caso de nuestros predecesores, incluso hasta 800 años. La ciencia económica enseña verdades eternas. La moneda fuerte es una necesidad inmutable siempre y en todo lugar.
Me agrada decir que hoy no tengo ninguna obligación de explicarles por qué importa la economía austriaca. Sabemos que es así. Sabemos que es el único aparato técnico que explica completamente el aparente caos que hoy nos rodea. Pero la escuela austriaca hace más que sencillamente explicar por qué nos encontramos en el peor desplome monetario en varias generaciones. Nos muestras la salida, ofreciendo una visión alcanzable de la comunidad libre y próspera de Mises.
También me agrada decirles que, igual que los últimos 26 años, siempre pueden contar con el Instituto Mises para mostrar el camino.