[Louis M. Spadaro explica Liberalismo, de Ludwig von Mises en el prólogo del libro]
La obra original, publicada en 1927, se titulaba Liberalismus y así complementaba, como indicaba antes, el libro de Mises sobre socialismo. El que se considerara deseable o necesario, cuando se preparó la traducción inglesa principios de la década de los sesenta, retitularla como La comunidad libre y próspera muestra deliberadamente lo que considero una verdadera tragedia en la historia intelectual: la transferencia del término liberalismo.
El asunto subyacente no es meramente terminológico, ni puede apartarse como otro ejemplo de la degeneración más general del lenguaje—una entropía de palabras, por decirlo así—en el que las primeras distinciones de significado y tonalidad han tendido a perderse. Hay aquí más que una devaluación de términos, por importante que sea esta: hay implicados asuntos de la mayor importancia práctica, así como intelectual.
Para empezar, la palabra liberal tiene unas raíces etimológicas claras y pertinentes basadas en el ideal de la libertad individual. También tiene unas valiosas raíces históricas en la tradición y la experiencia, así como en el patrimonio de una rica y extensa literatura en filosofía social, pensamiento político, bellas artes, etcétera. Por estas y otras muchas razones, es inconcebible que el punto de vista que muestra este libro no deba reclamar exclusiva e incuestionablemente la etiqueta de liberal.
Aun así, por todo esto, el término liberalismo resultó incapaz de ir más allá del siglo XIX o el Atlántico sin cambiar su significado —¡y no solo ligeramente, sino prácticamente a lo contrario! Las confusiones e imprecisiones resultantes son tales que uno encuentra difícil concebir un plan deliberado que pudiera haber conseguido más en ofuscar su contenido y significado.
Lo triste de todo esto se articula en al menos dos consideraciones más. Una es la asombrosa aceptación con la que los herederos titulares del liberalismo no solo dejar escapar el título, sino que en la práctica lo repelen por su voluntad de utilizarlo como término de oprobio para criptosocialistas, para quienes ya existía una etiqueta más relevante. En comparación con este espectáculo, la antigua fábula del camello y la tienda parece un caso moderado de reubicación. La otra razón a lamentar es que la pérdida del término liberal hace necesario recurrir a una serie de términos sucedáneos o circunloquios tortuosos. (Por ejemplo: «libertario», «liberalismo del siglo XIX» o liberalismo «clásico». ¿Hay, por cierto, un liberalismo «neoclásico» del que nadie reclama ser miembro?)
¿Hemos perdido irreversiblemente la etiqueta liberal? En un apéndice de la edición original en alemán (e incluida en la traducción), Mises explica el cambio de significado del término y alude a la posibilidad de recuperarlo. Pero en 1962, en su prólogo a la traducción inglesa, parece haber abandonado toda esperanza de hacerlo.
Debo estar en desacuerdo respetuosamente. Como, bajo cualquier patrón razonable, el liberalismo nos pertenece, debemos intentar recuperarlo —por principios, aunque no haya otra razón. Y hay otras razones. Para empezar, dado que el liberalismo, como apunta Mises, incluye más que libertad económica, se necesita realmente como el término más apropiado e incluyente. Para seguir, ante la necesidad de comunicar claramente y sin ambigüedades con el público en general —cuyo apoyo en definitiva es esencial— necesitamos un término único y directo y no cierto aparato verbal que deba sonar «comedido» para el hombre de la calle. Además, el momento y circunstancias presentes son relativamente propicios —un creciente desencanto general con las intervenciones del gobierno y la revivida conciencia de la libertad individual de elección pueden identificarse más fácilmente con un nombre respetado y comprensivo.
¿Cómo podemos proceder a reclamar nuestro propio nombre? Más probablemente sencillamente invirtiendo el proceso por el que lo hemos estado perdiendo; primero dejando nosotros mismos de utilizarlo en su significado incorrecto; luego reforzando insistentemente su uso correcto (el término no ha muerto completamente en algunas partes del mundo) y finalmente rechazando tantas veces como sea necesario continuar con esta continua ocupación por parte de quienes tienen menos o ninguna legitimidad sobre él —debería reclamárseles que buscaran una etiqueta que se ajuste a sus opiniones, igual que el liberalismo lo hace con las nuestras.
Algunos se inquietarán sin motivo por la inevitable confusión de doctrinas —sospecho que esta preocupación fue parcialmente responsable de nuestra anterior inexplicable prisa en vaciar la tienda— pero es un precio que deberíamos estar dispuestos a pagar esta vez. Para empezar, sigue existiendo alguna confusión tal y como están ahora las cosas, así que un poco más, temporalmente, no es algo intolerable. Asimismo, la confusión va en ambos sentidos, así que otros compartirán el costo y esta vez, quizá, la incomodidad haga que el camello se vaya.
Por eso la reimpresión actual recupera el título original del libro. Cabe esperar que otros coincidan en usar el término sin excusas o calificativos—no necesita ninguno—de forma que el liberalismo pueda en definitiva reasumir su significado tradicional y correcto.