Mises Daily

Los fundamentos económicos de la libertad

[Economic Freedom and Interventionism (1980)]

Los animales se mueven por impulsos instintivos. Ceden al impulso que prevalece en el momento y pide perentoriamente su satisfacción. Son las marionetas de sus apetitos.

La eminencia del hombre se manifiesta en el hecho de que elige entre alternativas. Regula su comportamiento deliberadamente. Puede dominar sus impulsos y deseos; tiene el poder de suprimir deseos cuya satisfacción le obligaría a renunciar a la consecución de objetivos más importantes. En resumen: el hombre actúa; se dirige intencionadamente a los fines elegidos. Esto es lo que tenemos en mente al afirmar que el hombre es una persona moral, responsable de su conducta.

Libertad como un postulado de la moral

Todas las enseñanzas y preceptos de la ética, tanto si se basan en un credo religioso como si se basan en una doctrina secular como la de los filósofos estoicos, presuponen esta autonomía moral del individuo y, por lo tanto, apelan a la conciencia del individuo. Presuponen que el individuo es libre de elegir entre varios modos de conducta y le exigen que se comporte de acuerdo con unas reglas definidas, las reglas de la moral. Haz lo correcto; evita lo malo.

Es evidente que las exhortaciones y amonestaciones de la moral sólo tienen sentido cuando se dirigen a individuos que son agentes libres. Son vanas cuando se dirigen a los esclavos. Es inútil decirle a un esclavo lo que es moralmente bueno y lo que es moralmente malo. No es libre de determinar su comportamiento; está obligado a obedecer las órdenes de su amo. Es difícil culparle si prefiere someterse a las órdenes de su amo a los castigos más crueles que amenazan no sólo a él, sino también a los miembros de su familia.

Por ello, la libertad no es sólo un postulado político, sino también un postulado de toda moral religiosa o secular.

La lucha por la libertad

Sin embargo, durante miles de años, una parte considerable de la humanidad estuvo privada por completo, o al menos en muchos aspectos, de la facultad de elegir entre lo que está bien y lo que está mal. En la sociedad del estatus de antaño, la libertad de actuar según su propia elección estaba, para los estratos inferiores de la sociedad (la gran mayoría de la población), seriamente restringida por un rígido sistema de controles. Una formulación clara de este principio fue el estatuto del Sacro Imperio Romano Germánico, que confería a los príncipes y condes del Reich (Imperio) el poder y el derecho de determinar la lealtad religiosa de sus súbditos.

Los orientales consintieron dócilmente este estado de cosas. Pero los pueblos cristianos de Europa y sus descendientes que se asentaron en los territorios de ultramar no se cansaron en su lucha por la libertad. Paso a paso abolieron todos los privilegios e incapacidades de estatus y casta hasta que finalmente lograron establecer el sistema que los precursores del totalitarismo tratan de desprestigiar llamándolo sistema burgués.

La supremacía de los consumidores

La base económica de este sistema burgués es la economía de mercado en la que el consumidor es soberano. El consumidor, es decir, todo el mundo, determina con su compra o su abstención de comprar lo que debe producirse, en qué cantidad y de qué calidad. Los empresarios se ven obligados por el instrumento del beneficio y la pérdida a obedecer las órdenes de los consumidores. Sólo pueden prosperar las empresas que suministran de la mejor manera posible y más barata las mercancías y los servicios que los compradores están más deseosos de adquirir. Las que no logran satisfacer al público sufren pérdidas y finalmente se ven obligadas a cerrar el negocio.

En la época precapitalista, los ricos eran los propietarios de grandes fincas. Ellos o sus antepasados habían adquirido sus propiedades como regalos (feudos) del soberano que con su ayuda había conquistado el país y sometido a sus habitantes. Estos terratenientes aristocráticos eran verdaderos señores, ya que no dependían del patrocinio de los compradores. Pero los ricos de una sociedad industrial capitalista están sometidos a la supremacía del mercado. Adquieren su riqueza sirviendo a los consumidores mejor que otras personas, y pierden su riqueza cuando otras personas satisfacen los deseos de los consumidores mejor o más barato que ellos.

En la economía de libre mercado, los propietarios del capital se ven obligados a invertirlo en aquellas líneas en las que mejor sirve al público. De este modo, la propiedad de los bienes de capital se desplaza continuamente a manos de aquellos que mejor han sabido servir a los consumidores. En la economía de mercado, la propiedad privada es en este sentido un servicio público que impone a los propietarios la responsabilidad de emplearla en el mejor interés de los consumidores soberanos. Esto es lo que quieren decir los economistas cuando llaman a la economía de mercado una democracia en la que cada céntimo da derecho a voto.

Los aspectos políticos de la libertad

El gobierno representativo es el corolario político de la economía de mercado. El mismo movimiento espiritual que creó el capitalismo moderno sustituyó el gobierno autoritario de los reyes absolutos y de las aristocracias hereditarias por el gobierno elegido. Fue este tan denostado liberalismo burgués el que trajo la libertad de conciencia, de pensamiento, de expresión y de prensa y puso fin a la persecución intolerante de los disidentes.

Un país libre es aquel en el que cada ciudadano es libre de diseñar su vida según sus propios planes. Es libre de competir en el mercado por los puestos de trabajo más deseables y en la escena política por los cargos más altos. No depende más del favor de los demás que lo que estos dependen de su favor. Si quiere tener éxito en el mercado, tiene que satisfacer a los consumidores; si quiere tener éxito en los asuntos públicos, tiene que satisfacer a los votantes. Este sistema ha traído a los países capitalistas de Europa Occidental, América y Australia un aumento sin precedentes de las cifras de población y el mayor nivel de vida jamás conocido en la historia. El tan mentado «hombre común» tiene a su disposición comodidades que los hombres más ricos de las épocas precapitalistas ni siquiera soñaban. Está en condiciones de disfrutar de los logros espirituales e intelectuales de la ciencia, la poesía y el arte que en épocas anteriores sólo eran accesibles a una pequeña élite de personas acomodadas. Y es libre de rendir culto como le dicta su conciencia.

La tergiversación socialista de la economía de mercado

Todos los hechos sobre el funcionamiento del sistema capitalista son tergiversados y distorsionados por los políticos y escritores que se arrogaron la etiqueta de liberalismo, la escuela de pensamiento que en el siglo XIX aplastó el gobierno arbitrario de monarcas y aristócratas y preparó el camino para el libre comercio y la empresa. Para estos defensores del retorno al despotismo, todos los males que aquejan a la humanidad se deben a las siniestras maquinaciones de las grandes empresas; lo que se necesita para lograr la riqueza y la felicidad de toda la gente decente es poner a las corporaciones bajo un estricto control gubernamental. Admiten, aunque sólo de forma oblicua, que esto significa la adopción del socialismo, el sistema de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Pero protestan que el socialismo será algo totalmente diferente en los países de la civilización occidental de lo que es en Rusia. Y de todos modos, dicen, no hay otro método para privar a las gigantescas corporaciones del enorme poder que han adquirido e impedir que sigan perjudicando los intereses del pueblo.

En contra de toda esta propaganda fanática es necesario subrayar una y otra vez la verdad de que son las grandes empresas las que han provocado una mejora sin precedentes del nivel de vida de las masas. Los bienes de lujo para un número comparativamente pequeño de personas acomodadas pueden ser producidos por empresas de pequeño tamaño. Pero el principio fundamental del capitalismo es producir para satisfacer las necesidades de la mayoría. Las mismas personas empleadas por las grandes empresas son los principales consumidores de los bienes producidos. Si miras a tu alrededor en el hogar de un asalariado americano medio, verás para quién giran las ruedas de las máquinas. Son las grandes empresas las que hacen que todos los logros de la tecnología moderna sean accesibles al hombre común. Todo el mundo se beneficia de la alta productividad de la producción a gran escala.

Es una tontería hablar del «poder» de las grandes empresas. La marca misma del capitalismo es que el poder supremo en todos los asuntos económicos recae en los consumidores. Todas las grandes empresas crecieron desde sus modestos comienzos hasta convertirse en grandes porque el patrocinio de los consumidores las hizo crecer. Sería imposible para las empresas pequeñas o medianas producir esos productos de los que ningún americano actual querría prescindir. Cuanto más grande es una empresa, más depende de la disposición de los consumidores a comprar sus productos. Fueron los deseos (o, como dicen algunos, la locura) de los consumidores los que impulsaron a la industria del automóvil a producir coches cada vez más grandes y la obligan hoy a fabricar coches más pequeños. Las cadenas de tiendas y los grandes almacenes se ven en la necesidad de ajustar sus operaciones diariamente de nuevo a la satisfacción de los deseos cambiantes de sus clientes. La ley fundamental del mercado es: el cliente siempre tiene razón.

Un hombre que critica la conducción de los asuntos comerciales y pretende conocer mejores métodos para la provisión de los consumidores es sólo un parlanchín ocioso. Si cree que sus propios diseños son mejores, ¿por qué no los prueba él mismo? En este país siempre hay capitalistas en busca de una inversión rentable de sus fondos que están dispuestos a proporcionar el capital necesario para cualquier innovación razonable. El público está siempre deseoso de comprar lo que es mejor o más barato o mejor y más barato. Lo que cuenta en el mercado no son los ensueños fantásticos, sino el hacer. No fue el hablar lo que hizo ricos a los «magnates», sino el servicio a los clientes.

La acumulación de capital beneficia a todo el pueblo

Hoy en día está de moda pasar por alto el hecho de que toda mejora económica depende del ahorro y de la acumulación de capital. Ninguno de los maravillosos logros de la ciencia y la tecnología podría haberse utilizado en la práctica si no se hubiera dispuesto previamente del capital necesario. Lo que impide a las naciones económicamente atrasadas aprovechar plenamente todos los métodos de producción occidentales, y por tanto mantiene a sus masas en la pobreza, no es la falta de familiaridad con las enseñanzas de la tecnología, sino la insuficiencia de su capital. Se juzgan mal los problemas de los países subdesarrollados si se afirma que lo que les falta es el conocimiento técnico, el «know-how». Sus empresarios y sus ingenieros, la mayoría de ellos graduados en las mejores escuelas de Europa y América, conocen bien el estado de la ciencia aplicada contemporánea. Lo que les ata las manos es la escasez de capital.

Hace cien años, Estados Unidos era aún más pobre que estas naciones atrasadas. Lo que hizo que Estados Unidos se convirtiera en el país más próspero del mundo fue el hecho de que el «rudo individualismo» de los años anteriores al New Deal no puso demasiados obstáculos a los hombres emprendedores. Los empresarios se enriquecieron porque sólo consumieron una pequeña parte de sus beneficios y reinvirtieron la mayor parte en sus negocios. Así se enriquecían ellos y todo el pueblo. Porque fue esta acumulación de capital la que elevó la productividad marginal del trabajo y, por tanto, las tasas salariales.

En el capitalismo, la capacidad de adquisición del empresario individual no sólo le beneficia a él, sino también a todos los demás. Existe una relación recíproca entre su adquisición de riqueza al servicio de los consumidores y la acumulación de capital, y la mejora del nivel de vida de los asalariados que constituyen la mayoría de los consumidores. Las masas, en su calidad de asalariados y de consumidores, están interesadas en el florecimiento de la empresa. Esto es lo que tenían en mente los antiguos liberales cuando declaraban que en la economía de mercado prevalece una armonía de los verdaderos intereses de todos los grupos de la población.

El bienestar económico se ve amenazado por el estatismo

Es en la atmósfera moral y mental de este sistema capitalista donde el ciudadano americano vive y trabaja. Todavía quedan en algunas partes de los Estados Unidos condiciones que parecen muy insatisfactorias para los prósperos habitantes de los distritos avanzados que forman la mayor parte del país. Pero el rápido progreso de la industrialización habría borrado hace tiempo estos focos de atraso si las desafortunadas políticas del New Deal no hubieran frenado la acumulación de capital, la herramienta insustituible de la mejora económica.

Acostumbrado a las condiciones de un entorno capitalista, el americano medio da por sentado que cada año las empresas ponen a su alcance algo nuevo y mejor. Mirando hacia atrás en los años de su propia vida, se da cuenta de que muchos implementos que eran totalmente desconocidos en los días de su juventud y muchos otros que en ese momento sólo podían ser disfrutados por una pequeña minoría son ahora equipo estándar de casi todos los hogares. Confía plenamente en que esta tendencia se impondrá también en el futuro. Lo llama simplemente «American way of life» y no se plantea seriamente la cuestión de qué ha hecho posible esta mejora continua de la oferta de bienes materiales. No se preocupa seriamente por el funcionamiento de los factores que no sólo van a detener la acumulación de capital, sino que pueden provocar muy pronto la desacumulación del capital. No se opone a las fuerzas que (mediante el aumento frívolo del gasto público, la reducción de la acumulación de capital, e incluso el consumo de partes del capital invertido en los negocios, y, finalmente, mediante la inflación) están socavando los fundamentos mismos de su bienestar material. No le preocupa el crecimiento del estatismo que, dondequiera que se ha intentado, ha dado lugar a la producción y preservación de condiciones que a sus ojos son escandalosamente miserables.

No hay libertad personal sin libertad económica

Desgraciadamente, muchos de nuestros contemporáneos no se dan cuenta del cambio radical que supone en las condiciones morales del hombre el auge del estatismo y la sustitución de la omnipotencia gubernamental por la economía de mercado. Se engañan con la idea de que prevalece un claro dualismo en los asuntos del hombre: que hay, por un lado, una esfera de actividades económicas y, por otro, un campo de actividades que se consideran no económicas. Entre estos dos campos no existe, según ellos, ninguna relación estrecha. La libertad que el socialismo suprime es «sólo» la libertad económica, mientras que la libertad en todos los demás asuntos permanece intacta.

Sin embargo, estas dos esferas no son independientes entre sí, como supone esta doctrina. Los seres humanos no flotan en regiones etéreas. Todo lo que el hombre hace tiene que afectar necesariamente, de un modo u otro, a la esfera económica o material y requiere su poder para interferir en esta esfera. Para subsistir, debe trabajar y tener la oportunidad de tratar con algunos bienes materiales tangibles.

La confusión se manifiesta en la idea popular de que lo que ocurre en el mercado se refiere meramente al aspecto económico de la vida y la acción humanas. Pero, de hecho, los precios del mercado reflejan, no sólo las «preocupaciones materiales», como la obtención de alimentos, vivienda y otras comodidades, sino también aquellas preocupaciones que comúnmente se denominan espirituales o más elevadas o nobles. La observancia o inobservancia de los mandamientos religiosos (abstenerse de ciertas actividades por completo o en días específicos, ayudar a los necesitados, construir y mantener casas de culto, y muchos otros) es uno de los factores que determinan la oferta y la demanda de diversos bienes de consumo y, por tanto, los precios y el desarrollo de los negocios. La libertad que la economía de mercado concede al individuo no es meramente «económica», a diferencia de otro tipo de libertad. Implica la libertad de determinar también todas aquellas cuestiones que se consideran como morales, espirituales e intelectuales.

Al controlar exclusivamente todos los factores de producción, el régimen socialista controla también toda la vida de cada individuo. El gobierno asigna a cada uno un trabajo definido. Determina qué libros y periódicos deben imprimirse y leerse, quién debe disfrutar de la oportunidad de emprender la escritura, quién debe tener derecho a utilizar los salones de actos públicos, a emitir y a utilizar todas las demás instalaciones de comunicación. Esto significa que los responsables de la dirección suprema de los asuntos gubernamentales determinan en última instancia qué ideas, enseñanzas y doctrinas pueden propagarse y cuáles no. Todo lo que diga una constitución escrita y promulgada sobre la libertad de conciencia, de pensamiento, de expresión y de prensa y sobre la neutralidad en materia religiosa debe quedar en letra muerta en un país socialista si el gobierno no proporciona los medios materiales para el ejercicio de estos derechos. El que monopoliza todos los medios de comunicación tiene todo el poder para mantener la mano dura sobre las mentes y las almas de los individuos.

Lo que hace que muchas personas estén ciegas ante las características esenciales de cualquier sistema socialista o totalitario es la ilusión de que este sistema funcionará precisamente de la manera que ellos mismos consideran deseable. Al apoyar el socialismo, dan por sentado que el «Estado» siempre hará lo que ellos mismos quieren que haga. Sólo llaman «verdadero», «real» o «buen» socialismo a la marca de totalitarismo cuyos gobernantes se ajustan a sus propias ideas. Todas las demás marcas las tachan de falsas. Lo que esperan en primer lugar del dictador es que suprima todas aquellas ideas que ellos mismos desaprueban. De hecho, todos estos partidarios del socialismo están, sin saberlo, obsesionados por el complejo dictatorial o autoritario. Quieren que todas las opiniones y planes con los que no están de acuerdo sean aplastados por la acción violenta del gobierno.

El significado del derecho efectivo a disentir

Los diversos grupos que abogan por el socialismo, independientemente de que se llamen comunistas, socialistas o simplemente reformistas sociales, coinciden en su programa económico esencial. Todos quieren sustituir el control estatal (o, como algunos de ellos prefieren llamarlo, el control social) de las actividades de producción por la economía de mercado con su supremacía de los consumidores individuales. Lo que les separa no son cuestiones de gestión económica, sino convicciones religiosas e ideológicas. Hay socialistas cristianos (católicos y protestantes de diferentes denominaciones) y hay socialistas ateos. Cada una de estas variedades de socialismo da por sentado que la mancomunidad socialista se guiará por los preceptos de su propia fe o de su rechazo a cualquier credo religioso. Nunca piensan en la posibilidad de que el régimen socialista pueda ser dirigido por hombres hostiles a su propia fe y a sus principios morales que consideren su deber utilizar todo el tremendo poder del aparato socialista para la supresión de lo que a sus ojos es error, superstición e idolatría.

La simple verdad es que los individuos pueden ser libres de elegir entre lo que consideran correcto o incorrecto sólo cuando son económicamente independientes del gobierno. Un gobierno socialista tiene el poder de hacer imposible la disidencia discriminando a los grupos religiosos e ideológicos no deseados y negándoles todos los implementos materiales necesarios para la propagación y la práctica de sus convicciones. El sistema de partido único, principio político del gobierno socialista, implica también el sistema de religión y moral únicas.

Un gobierno socialista tiene a su disposición medios que pueden ser utilizados para la consecución de una rigurosa conformidad en todos los sentidos, Gleichschaltung (conformidad política) como la llamaban los nazis. Los historiadores han señalado el importante papel que desempeñó la imprenta en la Reforma. Pero, ¿qué posibilidades habrían tenido los reformistas si todas las imprentas hubieran sido manejadas por los gobiernos encabezados por Carlos V de Alemania y los reyes Valois de Francia?1 Y, para el caso, ¿qué posibilidades habría tenido Marx bajo un sistema en el que todos los medios de comunicación hubieran estado en manos de los gobiernos?

Quien quiera la libertad de conciencia debe aborrecer el socialismo. Por supuesto, la libertad permite al hombre no sólo hacer las cosas buenas, sino también las malas. Pero no se puede atribuir ningún valor moral a una acción, por muy buena que sea, que se haya realizado bajo la presión de un gobierno omnipotente.

  • 1Carlos V de Alemania (1500-1558), devoto católico, persiguió la herejía religiosa en los Países Bajos y luchó por suprimir el luteranismo en los principados alemanes. Durante el reinado de los reyes Valois de Francia (1328-1589) se produjeron guerras religiosas en las que los protestantes franceses, incluidos los hugonotes, lucharon por la libertad de culto.
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