[Publicado originalmente el 5 de noviembre de 2008]
La banca centralizada ha sido un esquema corrupto y mercantilista y una maquinaria de bienestar corporativo desde su mismo inicio a finales del siglo XVIII- El primer banco central, el Bank of North America, estaba “dirigido en el Congreso Continental por [el congresista y financiero] Robert Morris en la primavera de 1781”, escribía Murray Rothbard en The Mystery of Banking (p. 191). El empresario Morris, de Philadelphia, había sido un contratista de defensa durante la Guerra de Independencia que “obtuvo millones del tesoro público en contratos para su propia (…) empresa y las de los asociados”. También era “líder de las poderosas fuerzas nacionalistas” en el nuevo país.
El principal objetivo de los nacionalistas, a los que también se les conoce como federalistas, era esencialmente establecer una versión estadounidense del sistema mercantilista inglés, el mismo sistema contra el que había luchado la Revolución. De hecho, fue de este sistema del que habían huido los ancestros de los revolucionarios cuando vinieron a América. Como explicaba Rothbard, su objetivo era
Reimponer en los nuevos Estados Unidos un sistema de mercantilismo y gran gobierno similar al de Gran Bretaña, contra la que se habían rebelado los colonos. El objetivo es tener un gobierno central fuerte, particularmente un presidente o rey fuerte como jefe del ejecutivo, construido sobre altos impuestos y una fuerte deuda pública. El gobierno fuerte iba a imponer altos aranceles para subvencionar a los fabricantes nacionales, desarrollar una gran marina para abrir y subvencionar mercados extranjeros para exportaciones estadounidenses y poner en marcha un sistema masivo de obras públicas internas. En resumen, Estados Unidos iba a tener un sistema británico sin Gran Bretaña. (p. 192)
Una parte importante del “plan Morris”, como lo llamaba Rothbard, era “organizar y encabezar un banco central, para proporcionar crédito barato y expandir dinero para sí mismo y sus aliados. El (…) Bank of North America se moldeó deliberadamente siguiendo al Banco de Inglaterra”. Al banco se le dio un privilegio de monopolio de sus billetes utilizables en todos los pagos de impuestos al gobierno estatal y federal y no se permitía a ningún otro banco operar en el país. “Aceptaba gentilmente prestar la mayoría de su dinero recién creado al gobierno federal”, escribía Rothbard y “los indefensos contribuyentes tendrían que pagar principal e intereses al banco”.
A pesar de estos privilegios monopolistas, una falta de confianza en los inflados billetes del banco llevó a su depreciación y este fue privatizado a finales de 1783. Pero Morris no cejó en su plan. Reclutó a un joven Alexander Hamilton para servir más o menos como su marioneta política dentro de la administración de Washington. (Rothbard llamó a Hamilton “es más joven discípulo de Morris”). De hecho, la razón por la que Hamilton se convirtió en secretario del Tesoro, a pesar de no tener ninguna reputación en absoluto en el campo de las finanzas, fue la recomendación de Morris a George Washington. (Durante la Guerra de Independencia, en la que fue asesor de Washington, Hamilton se tomo tiempo para escribir a Morris una carta de 30 páginas proclamando que estaba de acuerdo con cada una de sus ideas acerca de los aranceles proteccionistas, los subsidios corporativos y un banco público para financiarlos).
Morris y sus compañeros nacionalistas querían un jefe ejecutivo similar a un rey que gobernaría sombre un imperio mercantilista, igual que el rey de Inglaterra gobernaba sobre su imperio mercantilista. Así que su joven protegido Hamilton empezó su campaña de siete años para acabar con la primera constitución de EEUU (los Artículos de la Confederación) convocando una nueva convención constitucional, supuestamente para “revisar” los Artículos de la Confederación. En la convención, Hamilton expuso su plan (realmente era el de Morris): un presidente permanente que nombraría a todos los gobernadores y tendría poder de veto sobre todas las legislaciones estatales. Bajo este plan, la soberanía del estado se habría destruido y no habría habido escape a los altos impuestos, los aranceles proteccionistas, la alta deuda y el imperialismo en política exterior del gobierno central (el programa de los nacionalistas).
Por supuesto, el plan Hamilton/Morris fue derrotado, igual que la propuesta hecha en la convención para incluir un banco central entre los poderes delegados al gobierno federal. Pero el gobierno sí estaba más centralizado, ya que “la fuerzas nacionalistas hicieron aprobar una nueva constitución” y “estaban en la vía de restablecer el modelo británico mercantilista y estatista” (p. 193). Aceptaron de mala gana una Declaración de Derechos a cambio del apoyo antifederalista a la nueva constitución. Y lo que es más importante, escribe Rothbard:
Una parte crítica de su programa se aprobó en 1791 por su líder, el Secretario del Tesoro, Alexander Hamilton, un discípulo de Robert Morris. Hamilton hizo aprobar por el Congreso el Primer Banco de Estados Unidos (…) siguiendo el modelo del antiguo Bank of North America (…), [cuyo] antiguo presidente durante mucho tiempo y antiguo socio de Robert Morris, Thomas Willing, de Philadelphia, fue nombrado presidente del nuevo banco.
Al hacer su alegato ante el presidente Washington de la constitucionalidad de un banco central, que había sido explícitamente rechazada en la convención constitucional, Hamilton se inventó la idea de los “poderes implícitos” de la Constitución. Eran “poderes” que no estaban expresamente delegados al gobierno federal en el documento, podrían “deducirse” por abogados sagaces como Hamilton. Por supuesto, esto se convirtió en el mapa de ruta para la destrucción total de las limitaciones constitucionales en los poderes del gobierno federal.
El Primer Banco de Estados Unidos “mostró de inmediato su potencial inflacionista”, escribe Rothbard en su History of Money and Banking in the United States (p. 69). Emitió millones de dólares en papel moneda y depósitos a la vista “acumulados sobre 2 millones de dólares en metales preciosos”. El banco invirtió fuertemente en el gobierno de EEUU y “El resultado de la lluvia de crédito y papel moneda del nuevo Banco de Estados Unidos fue (…) un aumento [en los precios] del 72%” de 1791 a 1796.
Los comerciantes del norte proporcionaron el principal apoyo político al banco de Hamilton, mientras que políticos del sur como Jefferson proporcionaban la mayor oposición al mismo, viéndolo como nada menos que un vehículo para financiar una versión estadounidense del corrupto sistema mercantilista británico, que sería destructivo de la libertad y la prosperidad. Por supuesto, tenían razón y la siguen teniendo hasta el día de hoy.