[Este artículo es un extracto del capítulo 39 de Acción humana y es leído por Jeff Riggenbach. Se puede descargar un archivo de audio MP3 de este artículo, narrado por Jeff Riggenbach].
1. Ciencia y vida
Es habitual encontrar defectos en la ciencia moderna porque se abstiene de expresar juicios de valor. El hombre que vive y actúa, se nos dice, no usa la Wertfreiheit: necesita saber a qué debería aspirar. Si la ciencia no responde a esta pregunta, es estéril. Sin embargo la objeción no tiene fundamento. La ciencia no valora, sino que provee al hombre que actúa de toda la información que pueda necesitar respecto de sus valoraciones. Solo mantiene silencio cuando la pregunta se plantea sobre si al propia vida merece la pena vivirse.
Por supuesto, la pregunta también se ha planteado y siempre se planteará. ¿Cuál es el significado de todos estos esfuerzas y actividades humanas si al final nadie puede escapar de la muerte y la descomposición? El hombre vive en la sombra de la muerte. Sea lo que sea lo que haya conseguido en el curso de su peregrinación, debe algún día morir y abandonar todo lo que ha construido. Cada instante puede convertirse en su último. Solo hay una cosa que es segura acerca del futuro del individuo: la muerte. Visto desde el punto de vista que este resultado definitivo e inevitable, todo esfuerzo humano parece vano y fútil.
Además, la acción humana debe calificarse de inane cuando se juzga meramente en relación con sus objetivos inmediatos. Nunca puede proporcionar una satisfacción completa: solo da durante un instante fugaz una eliminación parcial de la incomodidad. La civilización, se dice, hace a la gente más pobre, porque multiplica sus deseos y no los calma, sino que los enciende. Todas las ocupaciones y negocios de los hombres que trabajan duro, sus prisas, impulsos y movimiento no tienen sentido, pues no proporcionan ni felicidad ni tranquilidad. La paz mental y la serenidad no pueden conseguirse por la acción y la ambición secular, sino solo por la renuncia y la resignación. El único tipo de conducta apropiado para el sabio es escapar a la inactividad de una existencia puramente contemplativa.
Pero esos reparos, dudas y escrúpulos se ven apagados por la fuerza irresistible de la energía vital del hombre. Es verdad que el hombre no puede escapar a la muerte. Pero por ahora está vivo y la vida, no la muerte, arraiga en él. Sea lo que sea lo que le depara el futuro, no puede escapar de las necesidades del momento. Mientras el hombre vive, no puede dejar de obedecer el impulso fundamental, el élan vital. Es la naturaleza innata del hombre el buscar preservar y fortalecer su vida, el estar descontento con y buscar eliminar la incomodidad, el buscar lo que puede llamarse felicidad. En todo ser viviente, funciona un Id inexplicable e inanalizable. Este Id es el impulso de todos los impulsos, la fuerza que dirige al hombre a la vida y la acción, el ansia original e inerradicable de una existencia más completa y feliz. Funciona mientras vive un hombre y solo se detiene con la extinción de la vida.
La razón humana sirve a este impulso vital. La función biológica de la razón es preservar y promover la vida y posponer su extinción tanto como sea posible. Pensar y actuar no son contrarios a la naturaleza, sino más bien las principales características de la naturaleza humana. La descripción más apropiada del hombre como diferenciado de los seres no humanos es: un ser que lucha con voluntad propia contra las fuerzas adversas de su vida.
De ahí que sea vano todo lo que se dice acerca de la primacía de los elementos irracionales. Dentro del universo de cuya existencia nuestra razón no puede explicar, analizar o concebir, hay un estrecho campo que queda en él en el que el hombre es capaz de eliminar hasta cierto punto la incomodidad. Es el reino de la razón y la racionalidad, de la ciencia y la acción voluntaria. Ni su estrechez ni la escasez de los resultados que el hombre puede obtener en él sugiere la idea de la resignación y el letargo radicales. Ninguna sutileza filosófica puede nunca impedir a un individuo sano recurrir a acciones que—según cree—puedan satisfacer sus necesidades. Puede ser verdad que en los lugares más profundamente ocultos del alma humana haya una añoranza de la paz e inactividad sin perturbaciones de una existencia meramente vegetativa. Pero en un hombre vivo estos deseos, sean los que sean, se ven superados por las ganas de actuar y mejorar su propia condición. Una vez que las fuerzas de la resignación levantan la mano, el hombre muere, no se convierte en una planta.
Es verdad que la praxeología y la economía no dicen a un hombre si debe conservar o abandonar la vida. La propia vida y las fuerzas desconocidas que la originan y la mantienen encendida son algo dado y como tal más allá del ámbito de la ciencia humana. El tema de la praxeología es sencillamente la manifestación esencial de la vida humana, es decir, la acción.
2. Economía y juicios de valor
Mientras mucha gente culpa a la economía por su neutralidad respecto de los juicios de valor, otra gente le culpa por su supuesta complacencia en los mismos. Algunos arguyen que la economía debe expresar necesariamente juicios de valor y por tanto no es realmente científica, ya que el criterio de la ciencia es su indiferencia valorativa. Otros mantienen que la buena economía debería y podría ser imparcial y que solo los malos economistas pecan contra este postulado.
La confusión semántica en la discusión de los problemas referidos se debe a un uso inapropiado de términos por parte de muchos economistas. Un economista investiga si una medida a puede producir el resultado p para cuya consecución se recomienda y encuentra que a no produce p sino g, un efecto que incluso los defensores de la medida a consideran indeseable. Si este economista declara el resultado de su investigación diciendo que a es una mala medida, no pronuncia un juicio de valor. Simplemente dice que desde el punto de vista de los que buscan el objetivo p, la medida a es inapropiada. En este sentido, los economistas del libre comercio atacaban al proteccionismo. Demostraron que la protección, no aumenta, como creen sus defensores, sino que por el contrario disminuye la cantidad total de productos y por tanto es mala desde el punto de vista de quienes prefieren una oferta más amplia de productos a una más pequeña. Es en este sentido en el que los economistas critican políticas desde el punto de vista de los fines pretendidos. Si un economista califica a los salarios mínimos como una mala política, lo que quiere decir es que sus efectos son contrarios al propósito de aquellos que recomendaron su aplicación.
Desde el mismo punto de vista, la praxeología y la economía plantean el mismo principio fundamental de la existencia humana y la evolución social, que es que la cooperación bajo la división social del trabajo es una forma más eficaz de actuar que el aislamiento autárquico de los individuos. La praxeología y la economía no dicen que los hombres deban cooperar pacíficamente dentro del marco de las fronteras de la sociedad, simplemente dicen que los hombres deben actuar de esta manera si quieren hacer que sus acciones tengan más éxito que en caso contrario. El cumplimiento de las normas morales que requiere el establecimiento, conservación e intensificación de la cooperación social no se ve como un sacrificio hecho a una entidad mítica, sino como el recurso a los métodos de acción más eficaces, como un precio gastado para alcanzar los resultados de bienes más valorados.
Es contra esta sustitución de las doctrinas heterónomas tanto del intuicionismo como de los mandamientos revelados por una ética autónoma, racionalista y voluntarista, contra la que las fuerzas unidas de las escuelas antiliberales y los dogmatismos dirigen sus ataques más furiosos. Todos echan la culpa a la filosofía utilitarista de la despiadada austeridad de su descripción y análisis de la naturaleza humana y de los orígenes últimos de la acción humana. No es necesario añadir nada más a la refutación de estas críticas que lo que proporcionan todas las páginas de este libro. Solo debería volver a mencionarse un punto, porque, por un lado, es el culmen de la doctrina de todos los encantadores contemporáneos de serpientes y, por otro, ofrece al intelectual medio una excusa bienvenida para rehuir la meticulosa disciplina de los estudios económicos.
Se dice que la economía, en sus atractivos racionalistas supone que los hombres buscan solo o en primer lugar de todo el bienestar material. Pero en la realidad los hombres prefieren los objetivos irracionales a los racionales. Se vez más guiados por el deseo de hacer realidad mitos e ideales que por el de disfrutar de un nivel de vida más alto.
La economía tiene que responder a esto:
- La economía no supone o postula que los hombres busquen solo o en primer lugar lo que se califica como bienestar material. La economía es una rama de la teoría más general de la acción humana, se ocupa de toda acción humana, es decir, del objetivo deliberado del hombre de la búsqueda por alcanzar los fines elegidos, sean cuales sean estos. Aplicar el concepto de racional o irracional a estos fines últimos elegidos no tiene sentido. Podemos calificar de irracional a los fines dados, es decir, a cosas que nuestro pensamiento no puede analizar ni reducir a otras cosas últimas recibidas. Entonces todo fin último elegido por cualquier hombre será irracional. No es más o menos racional pretender riqueza como Creso que pretender pobreza como un monje budista.
- Lo que estos críticos tienen en mente cuando emplean la expresión fines racionales es el deseo de bienestar material y un mayor nivel de vida. Es una cuestión de hecho el si es verdadera o no la declaración de que los hombres en general y nuestros contemporáneos en particular se mueven más del deseo de hacer realidad mitos e ideales que por el deseo de mejorar su bienestar material. Aunque ningún ser inteligente podría equivocarse en dar la respuesta correcta, podemos ignorar el asunto. Pues la economía no dice nada a favor o en contra de los mitos. Es perfectamente neutral con respecto a la doctrina de los sindicatos, la doctrina de la expansión del crédito y todas esas doctrinas que se presentan a sí mismas como mitos y son apoyadas como mitos por sus partidarios. Se ocupa de estas doctrinas en la medida en que se consideran doctrinas acerca de los medios apropiados para alcanzar fines definidos. La economía no dice que el sindicalismo laboral sea un mal mito. Simplemente dice que es un medio de aumentar los salarios para todos los que deseen percibir un salario. Permite a cada hombre decidir si la consecución del mito del sindicalismo laboral es más importante que evitar las inevitables consecuencias de las políticas del sindicalismo laboral.
En este sentido, podemos decir que la economía es apolítica o no política, aunque sea el fundamento de la política y de todo tipo de acción política. Podemos además decir que es perfectamente neutral con respecto a todos los juicios de valor, al referirse siempre a medios y nunca a la elección de fines últimos.
3. Conocimiento económico y acción humana
La libertad de elegir y actuar del hombre se restringe de tres maneras. Están primero las leyes físicas a cuyo insensible absoluto debe el hombre ajustar su conducta si quiere vivir. En segundo lugar, están las características innatas de las constituciones de los individuos y sus disposiciones y la operación de los factores del entorno: sabemos que influyen tanto en las alternativas de fines como en las de medios, aunque nuestro conocimiento del modo de su operación sea bastante vago. Por fin, está la regularidad de fenómenos con relación a la interconexión de medios y fines, es decir, la ley praxeológica como algo distinto de la ley física y la ley psicológica.
El esclarecimiento y el examen categórico y formal de esta tercera clase de leyes del universo son el objeto de la praxeología y su rama hasta ahora mejor desarrollada, la economía. El cuerpo de conocimiento económico es un elemento esencial en la estructura de la civilización humana, es el fundamento sobre el que se han construido el industrialismo moderno y todos los logros morales, intelectuales, tecnológicos y terapéuticos de los últimos siglos. Corresponde a los hombres decidir si harán uso adecuado del rico tesoro que les proporciona este conocimiento o si lo dejarán sin usar. Pero si no aprovechan las grandes ventajas de este y desdeñan sus enseñanzas y advertencias, no anularán la economía, acabarán con la sociedad y la raza humana.