[Del Liberty, noviembre de 1988.]
El profesor Hans Hoppe, un inmigrante bastante reciente procedente de Alemania Occidental ha dado un enorme regalo al movimiento libertario estadounidense. En un deslumbrante avance para la filosofía política general y para el libertarismo en particular, se las ha arreglado para trascender a la famosa dicotomía del ser/deber ser, hecho/valor, que ha plagado la filosofía desde los tiempos de los escolásticos y que ha llevado al libertarismo moderno a un tedioso punto muerto. No sólo eso: Hans Hoppe se las ha arreglado para establecer la defensa de los derechos anarcocapitalistas lockeanos de una forma radical sin precedentes, que hace que en comparación mi propia postura de ley y derechos naturales parezca casi cobarde.
En el movimiento libertario moderno, sólo los libertarios de los derechos naturales han conseguido satisfactoriamente conclusiones libertarias absolutas. Las diferentes ramas de los «consecuencialistas» (ya sean emotivistas, utilitaristas, stirnerianos u otros) han tendido a torcerse por las costuras. Después de todo, si uno tiene que esperar a las consecuencias para tomar una decisión firme, difícilmente puede adoptarse una postura consistente e inflexible a favor de la libertad en todo caso concebible.
Hans Hoppe se formó en la tradición filosófica moderna (en este caso, kantiana), en lugar de en la ley natural, doctorándose en filosofía en la Universidad de Francfort. Luego se ocupó de una tesis sobre la filosofía de la economía para su «segundo doctorado» o Grado de Habilitación. Se convirtió ahí en una ardiente y devoto seguidor de Ludwig von Mises y su aproximación «praxeológica», así como del sistema de teoría económica que creó Mises sobre esta aproximación, que llega a conclusiones absolutas derivadas lógicamente de axiomas autoevidentes.
Hans ha demostrado ser un praxeólogo notablemente productivo y creativo, en parte porque es el único praxeólogo (que yo conozca) que llegó a la doctrina desde la filosofía, en lugar de desde la economía. Por tanto brinda a la tarea credenciales filosóficas especiales.
El avance más importante de Hoppe ha sido empezar con una serie de axiomas praxeológicos (por ejemplo, que todo ser humano actúa, es decir, emplea medios para alcanzar objetivos) y, sorprendentemente, llegar a una ética política anarcolockeana inflexible. Durante más de 30 años he venido predicando a los economistas que no podía hacerse: que los economistas no podían llegar estrictamente a ninguna conclusión política (por ejemplo, que el gobierno debería hacer X o no debería hacer Y) a partir de una economía libre de valores.
Con el fin de llegar a una conclusión política, he mantenido por mucho tiempo que los economistas deben adoptar algún tipo de sistema ético. Adviertan que todas las ramas de la «economía del bienestar» moderna han intentado hacer justamente eso: continuar siendo «científicas» y por tanto libres de valores y aún así hacer todo tipo de pronunciamientos políticos de su gusto (pues a la mayoría de los economistas les gustaría en algún momento ir más allá de sus modelos matemáticos y llegar a conclusiones políticamente relevantes). La mayoría de los economistas no elegirían jamás ningún sistema o principio ético, creyendo que esto les quitaría su rango «científico».
Y aún así, sorprendente y extraordinariamente, Hans Hoppe ha demostrado que yo estaba equivocado. Lo ha hecho: ha deducido una ética de derechos anarcolockeanos a partir de axiomas autoevidentes. No sólo eso: ha demostrado que, igual que el propio axioma de la acción, es imposible negar o no estar de acuerdo con la ética de derechos anarcolockeanos sin caer inmediatamente en la autocontradicción y la autorrefutación.
En otras palabras, Hans Hoppe ha traído a la ética política lo que era familiar a los misesianos en la praxeología y a los aristotélico-randianos en la metafísica: lo que podríamos llamar la «axiomática radical». Es autocontradictorio y por tanto autorrefutable que alguien niegue el axioma misesiano de la acción (que todos actúan), pues el mismo intento de negarlo es en sí mismo una acción. Es autocontradictorio y por tanto autorrefutable que alguien niegue el axioma randiano de la consciencia, pues tiene que haber alguna consciencia para hacer este intento de negación. Pues si alguien no puede intentar negar una proposición sin emplearla, no sólo se ve atrapado en una autocontradicción irresoluble: también está otorgando a esa proposición la categoría de axioma.
«Notable y extraordinariamente, Hans Hoppe ha demostrado que me equivoco».
Murray N. Rothbard
Hoppe fue alumno de famoso filósofo alemán neomarxista Jurgen Habermas y su aproximación a la ética política se basa en el concepto de Habermas-Apel de la «ética de la argumentación». De acuerdo con esta teoría, el mismo hecho de discutir, o tratar de persuadir a un lector u oyente, implica ciertos preceptos éticos: por ejemplo, reconocer puntos válidos en la discusión. En resumen, la dicotomía hecho/valor puede trascenderse: la búsqueda de los hechos implica lógicamente que adoptemos ciertos valores o principios éticos.
Muchos teóricos libertarios se han venido interesando recientemente en este tipo de ética (por ejemplo, el teórico legal anarquista belga Fran van Dun y el popperiano británico Jeremy Shearmur). Pero la suya es un tipo «blando» de ética argumentativa, pues siempre puede aparecer la pregunta de por qué alguien querría mantener una discusión o un diálogo. Hoppe ha ido mucho más allá de esto desarrollando un giro praxeológico y axiomático radical a la explicación.
A Hoppe no le interesa tanto mantener la discusión, sino demostrar que cualquier discusión en general (incluyendo, por supuesto, las anti-anarcolockeanas) debe implicar la autopropiedad del cuerpo tanto del argumentante como de los oyentes, así como un derecho a la ocupación de la propiedad de forma que argumentadores y oyentes estén vivos para escuchar el argumento y seguir adelante.
En un sentido, la teoría de Hoppe es similar al fascinante argumento de Gewirth-Pilon, en el que Gewirth y Pilon (el primero liberal, el segundo libertario minarquista) intentaron explicar lo siguiente. El hecho de que X actúa demuestra que está diciendo que tiene derecho a esa acción (¡hasta aquí, bien!) y que X está también concediendo implícitamente a todos los demás el mismo derecho. Esa conclusión, aunque satisfactoria anímicamente para los libertarios y similar a la praxeología al centrarse en la acción, por desgracia no tiene éxito, pues, como apuntaba el filósofo iusnaturalista Henry Veatch en su crítica a Gewirth: ¿por qué debería X otorgar derechos a cualquier otro? Al destacar la autocontradicción en los argumentos de los no anarcolockeanos, Hoppe ha resuelto el antiguo problema de generalizar una ética para la humanidad.
Sin embargo, al aparecer con una teoría verdaderamente nueva (lo que es asombroso por sí mismo, considerando la larga historia de la filosofía política), Hoppe corre el riesgo de dañar los intereses intelectuales creados del campo libertario. Los utilitaristas, que deberían estar contentos de que se preservara la libertad de valores, se horrorizarán al descubrir que los derechos hoppeanos son aún más absolutos y «dogmáticos» que los derechos naturales. Los iusnaturalistas, aunque contentos por el «dogmatismo», no estarán dispuestos a aceptar una ética no basada en la naturaleza general de las cosas.
Los randianos estarán especialmente preocupados porque el sistema de Hoppe se basa (como se basaba Mises) en el satánico Immanuel Kant y sus «sintéticos a priori». Sin embargo, los randianos podrían aplacarse al saber que Hoppe se ve influido por un grupo de kantianos alemanas (encabezado por el matemático Paul Lorenzen) que interpretan a Kant como un aristotélico profundamente realista, en contraste con la interpretación idealista común en Estados Unidos.
Como iusnaturalista, no veo aquí ninguna contradicción real ni por qué no pueden defenderse al mismo tiempo los derechos naturales y la ética de los derechos hoppeanos. Después de todo, ambas éticas de derechos se basan, como la versión realista del kantismo, en la naturaleza de la realidad. También la ley natural ofrece una ética personal y social fuera del libertarismo: es un área que no afecta a Hoppe.
Un futuro programa de investigación para Hoppe y otros filósofos libertarios sería (a) ver hasta dónde puede extenderse esta axiomática en otras esferas de la ética o (b) ver si se puede y cómo se puede integrar esta axiomática en la postura iusnaturalista estándar. Estas cuestiones ofrecen fascinantes oportunidades filosóficas. Hoppe ha levantado al movimiento estadounidense de décadas de debate estéril y punto muerto y nos ofrece una vía para el futuro desarrollo de la disciplina libertaria.