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Por qué los bienes de capital son la clave del progreso económico

[Este artículo es un extracto del capítulo 18 de Acción humana].

Si se quiere medir la duración del período de producción dedicado a la fabricación de los distintos bienes disponibles en la actualidad, habría que rastrear su historia hasta el momento en que se produjo el primer gasto de los factores de producción originales. Habría que establecer cuándo se emplearon por primera vez los recursos naturales y la mano de obra en procesos que —además de contribuir a la producción de otros bienes— también contribuyeron en última instancia a la producción del bien en cuestión. La solución de este problema requeriría la solubilidad del problema de la imputación física. Sería necesario establecer en términos cuantitativos en qué medida contribuyeron al resultado las herramientas, las materias primas y la mano de obra que directa o indirectamente se utilizaron en la producción del bien en cuestión. Habría que remontarse en estas investigaciones a los orígenes mismos de la acumulación de capital mediante el ahorro por parte de personas que antes vivían al día. No son sólo las dificultades prácticas las que impiden estos estudios históricos. La propia insolubilidad del problema de la imputación física nos detiene en el primer paso de tales empresas.

Ni el propio hombre actuante ni la teoría económica necesitan una medición del tiempo empleado en el pasado para la producción de los bienes disponibles en la actualidad. No les servirían esos datos aunque los conocieran. El hombre actuante se enfrenta al problema de cómo aprovechar al máximo la oferta de bienes disponible. Elige cómo emplear cada parte de esta oferta de manera que satisfaga la más urgente de las necesidades aún no satisfechas. Para la realización de esta tarea, debe conocer la duración del tiempo de espera que le separa de la consecución de los distintos objetivos entre los que tiene que elegir. Como ya se ha señalado y hay que volver a subrayar, no es necesario que mire hacia atrás en la historia de los distintos bienes de capital disponibles. El hombre actuante cuenta el tiempo de espera y el período de producción siempre desde hoy. De la misma manera que no hay necesidad de saber si se han gastado más o menos factores de producción laborales y materiales en la producción de los productos disponibles ahora, no hay necesidad de saber si su producción ha absorbido más o menos tiempo. Las cosas se valoran exclusivamente desde el punto de vista de los servicios que pueden prestar para la satisfacción de las necesidades futuras. Los sacrificios reales y el tiempo absorbido en su producción no vienen al caso. Estas cosas pertenecen al pasado muerto.

Es necesario darse cuenta de que todas las categorías económicas están relacionadas con la acción humana y no tienen nada que ver directamente con las propiedades físicas de las cosas. La economía no trata de bienes y servicios, sino de la elección y la acción humanas. El concepto praxeológico de tiempo no es el de la física o la biología. Se refiere a lo anterior o a lo posterior como operativo en los juicios de valor de los actores. La distinción entre bienes de capital y bienes de consumo no es una distinción rígida basada en las propiedades físicas y fisiológicas de los bienes en cuestión. Depende de la posición de los actores y de las elecciones que tienen que hacer. Los mismos bienes pueden considerarse bienes de capital y bienes de consumo. Un suministro de bienes listo para su disfrute inmediato es un bien de capital desde el punto de vista de un hombre que lo considera un medio para su propio sustento y el de los trabajadores contratados durante un tiempo de espera.

El aumento de la cantidad de bienes de capital disponibles es una condición necesaria para la adopción de procesos en los que el período de producción y, por tanto, el tiempo de espera son más largos. Si se quiere alcanzar fines temporalmente más lejanos, hay que recurrir a un período de producción más largo porque es imposible alcanzar el fin buscado en un período de producción más corto. Si se quiere recurrir a métodos de producción con los que la cantidad de producto es mayor por unidad de insumo gastado, hay que alargar el período de producción. Porque los procesos con los que la producción es menor por unidad de insumo se han elegido sólo por el menor período de producción que requieren. Pero, por otra parte, no todo empleo elegido para la utilización de los bienes de capital acumulados mediante el ahorro adicional requiere un proceso de producción en el que el período de producción desde hoy hasta la maduración del producto sea más largo que con todos los procesos ya adoptados anteriormente. Puede ser que la gente, habiendo satisfecho sus necesidades más urgentes, quiera ahora bienes que puedan ser producidos en un período comparativamente corto. La razón por la que estos bienes no se han producido anteriormente no es que el período de producción requerido para ellos se considerara demasiado largo, sino que había un empleo más urgente abierto para los factores requeridos.

Si se opta por afirmar que todo aumento de la oferta de bienes de capital disponibles conlleva un alargamiento del período de producción y del tiempo de espera, se razona de la siguiente manera: Si a son los bienes ya producidos anteriormente y b los bienes producidos en los nuevos procesos iniciados con la ayuda del aumento de los bienes de capital, es obvio que la gente tuvo que esperar más tiempo para a y b que para a solo. Para producir a y b, no sólo fue necesario adquirir los bienes de capital necesarios para la producción de a, sino también los necesarios para la producción de b. Si se hubieran gastado para un aumento del consumo inmediato los medios de subsistencia ahorrados para disponer de trabajadores para la producción de b, se habría alcanzado antes la satisfacción de algunos deseos.

El tratamiento del problema del capital habitual entre los economistas que se oponen a la llamada visión «austriaca» supone que la técnica empleada en la producción está determinada de forma inalterable por el estado de los conocimientos tecnológicos. Los economistas «austriacos», en cambio, muestran que es la oferta de bienes de capital disponible en cada momento la que determina cuál de los muchos métodos tecnológicos de producción conocidos se empleará.1 La corrección del punto de vista «austriaco» puede demostrarse fácilmente examinando el problema de la escasez de capital.

Veamos la condición de un país que sufre de escasez de capital. Tomemos, por ejemplo, la situación de Rumania hacia 1860. Lo que faltaba no era ciertamente el conocimiento tecnológico. No había ningún secreto sobre los métodos tecnológicos practicados por las naciones avanzadas de Occidente. Se describían en innumerables libros y se enseñaban en muchas escuelas. La élite de la juventud rumana había recibido información completa sobre ellos en las universidades tecnológicas de Austria, Suiza y Francia. Cientos de expertos extranjeros estaban dispuestos a aplicar sus conocimientos y habilidades en Rumanía. Lo que faltaba eran los bienes de capital necesarios para transformar el atrasado aparato rumano de producción, transporte y comunicación según los patrones occidentales. Si la ayuda concedida a los rumanos por parte de las naciones extranjeras avanzadas hubiera consistido únicamente en proporcionarles conocimientos tecnológicos, habrían tenido que darse cuenta de que tardarían mucho tiempo en alcanzar a Occidente. Lo primero que tendrían que haber hecho es ahorrar para poder disponer de trabajadores y factores materiales de producción para la realización de procesos que requieren más tiempo. Sólo entonces podrían producir sucesivamente las herramientas necesarias para la construcción de esas plantas que, en el curso posterior, iban a producir el equipo necesario para la construcción y el funcionamiento de las plantas, granjas, minas, ferrocarriles, líneas telegráficas y edificios modernos. Habrían pasado decenas de décadas hasta que se hubiera recuperado el tiempo perdido. No habría otro medio de acelerar este proceso que restringir el consumo actual en la medida en que fuera fisiológicamente posible durante el período intermedio.

Sin embargo, las cosas se desarrollaron de otra manera. El Occidente capitalista prestó a los países atrasados los bienes de capital necesarios para una transformación instantánea de gran parte de sus métodos de producción. Les hizo ganar tiempo y les permitió multiplicar muy pronto la productividad de su trabajo. El efecto para los rumanos fue que pudieron disfrutar inmediatamente de las ventajas derivadas de los modernos procedimientos tecnológicos. Fue como si hubieran empezado desde mucho antes a ahorrar y a acumular bienes de capital.

La escasez de capital significa que se está más lejos de la consecución de un objetivo buscado que si se hubiera empezado a apuntar a él en una fecha anterior. Por haber descuidado esto en el pasado, faltan los productos intermedios, aunque se disponga de los factores dados por la naturaleza a partir de los cuales deben producirse. La escasez de capital es la escasez de tiempo. Es el efecto del hecho de haber iniciado tarde la marcha hacia el objetivo en cuestión. Es imposible describir las ventajas derivadas de los bienes de capital disponibles y las desventajas resultantes de la escasez de bienes de capital sin recurrir al elemento temporal de antes y después.2

Disponer de bienes de capital equivale a estar más cerca de un objetivo. Un aumento de los bienes de capital disponibles permite alcanzar fines temporalmente más lejanos sin verse obligado a restringir el consumo. Una pérdida de bienes de capital, por el contrario, obliga a abstenerse de perseguir ciertos objetivos que antes se podían alcanzar o a restringir el consumo. Tener bienes de capital significa, en igualdad de condiciones, una ganancia temporal.3 Frente a los que carecen de bienes de capital, el capitalista, en el estado dado de conocimientos tecnológicos, está en condiciones de alcanzar antes una meta definida sin restringir el consumo y sin aumentar el aporte de trabajo y de factores materiales de producción dados por la naturaleza. Su ventaja está en el tiempo. Un rival dotado de una menor oferta de bienes de capital sólo puede alcanzarlo restringiendo su consumo.

La ventaja que los pueblos de Occidente han obtenido sobre los demás pueblos consiste en que hace tiempo que crearon las condiciones políticas e institucionales necesarias para que el proceso de ahorro, acumulación de capital e inversión a gran escala avanzara sin problemas y, en general, sin interrupciones. Así, a mediados del siglo XIX, ya habían alcanzado un estado de bienestar que superaba con creces el de las razas y naciones más pobres que habían tenido menos éxito en la sustitución de las ideas del capitalismo adquisitivo por las del militarismo depredador. Dejados solos y sin ayuda del capital extranjero, estos pueblos atrasados habrían necesitado mucho más tiempo para mejorar sus métodos de producción, transporte y comunicación.

Es imposible entender el curso de los asuntos mundiales y el desarrollo de las relaciones entre Occidente y Oriente en los últimos siglos si no se comprende la importancia de esta transferencia de capital a gran escala. Occidente ha dado a Oriente no sólo conocimientos tecnológicos y terapéuticos, sino también los bienes de capital necesarios para una aplicación práctica inmediata de estos conocimientos. Estas naciones de Europa Oriental, Asia y África han podido, gracias al capital extranjero importado, recoger los frutos de la industria moderna en una fecha más temprana. En cierta medida, se vieron liberados de la necesidad de restringir su consumo para acumular un stock suficiente de bienes de capital. Esta era la verdadera naturaleza de la supuesta explotación de las naciones atrasadas por parte del capitalismo occidental de la que se lamentan sus nacionalistas y los marxianos. Era una fecundación de las naciones económicamente atrasadas por la riqueza de las naciones más avanzadas.

Los beneficios derivados eran mutuos. Lo que impulsó a los capitalistas de Occidente a embarcarse en la inversión extranjera fue la demanda de los consumidores. Los consumidores pedían bienes que no se podían producir en absoluto en el país y un abaratamiento de los bienes que sólo se podían producir en el país con costes crecientes. Si los consumidores del Occidente capitalista se hubieran comportado de otra manera, o si los obstáculos institucionales a la exportación de capital hubieran resultado insuperables, no se habría producido ninguna exportación de capital. Se habría producido una mayor expansión longitudinal de la producción nacional en lugar de una expansión lateral hacia el exterior.

[Este artículo es un extracto del capítulo 18 de Human Action: The Scholar’s Edition y es leído por Jeff Riggenbach].

  • 1Cf. F.A. Hayek, The Pure Theory of Capital (Londres, 1941), p. 48. En efecto, es incómodo atribuir a ciertas líneas de pensamiento etiquetas nacionales. Como Hayek señala pertinentemente (p. 47, n. 1), los economistas ingleses clásicos desde Ricardo, y en particular J.S. Mill (este último probablemente bajo la influencia de J. Rae) eran en algunos aspectos más «austriacos» que sus recientes sucesores anglosajones.
  • 2Cf. W.S. Jevons, The Theory of Political Economy (4ª ed. Londres, 1924), pp. 224-229.
  • 3Esto implica también la igualdad en la cantidad de factores disponibles dados por la naturaleza.
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