“Liberalismo clásico” es el término empleado para designar la ideología que defiende la propiedad privada, una economía de mercado no intervenida, el estado de derecho, garantías constitucionales de libertad de religión y prensa y paz internacional basada en el libre comercio. Hasta alrededor de 1900, esta ideología se conocía simplemente como liberalismo. Ahora el calificativo habitual de “clásico es normalmente necesario, al menos en los países angloparlantes (pero no, por ejemplo, en Francia), porque el liberalismo se asociado ahora con amplias interferencias de en la propiedad privada y el mercado en búsqueda de objetivos igualitarios. Esta versión del liberalismo (si puede llamarse así) a veces se califica de “social” o (erróneamente) de “moderno” o “nuevo” liberalismo. Aquí usaremos liberalismo para significar la variedad clásica.
Aunque sus presupuestos fundamentales son universales, el liberalismo debe entenderse en primer lugar como una doctrina y movimiento que crece en una cultura característica y en particulares circunstancias históricas. Esa cultura (como reconoció más claramente Lord Acton) era el Occidente, la Europa que estaba o había estado en comunión con el Obispo de Roma. Su seno, en otras palabras, fue la sociedad humana particular que experimentó “el milagro europeo” (en expresión de E. L. Jones). Las circunstancias históricas fueron la confrontación de las instituciones y valores de libertad heredados de la Edad Media con las pretensiones del Estado absolutista de los siglos XVI y XVII.
A partir de la lucha de los holandeses contra el absolutismo de los Habsburgos españoles, se siguió una política que manifestaba las vías básicamente liberales: el gobierno de la ley, incluyendo especialmente una firme defensa de los derechos de propiedad; tolerancia religiosa de facto; considerable libertad de expresión y un gobierno central de poderes severamente limitados. El asombroso éxito del experimento holandés ejerció un “efecto demostrativo en el pensamiento social europeo y gradualmente en la práctica política. Esto fue aún más cierto en el posterior ejemplo de Inglaterra. A lo largo de la historia del liberalismo, interactuaron la teoría y la realidad social, de forma que la teoría se estimulaba y refinaba mediante la observación de la práctica y los intentos de reforma práctica se realizaban en relación una teoría más adecuada.
En las luchas constitucionales inglesas del siglo XVII, una serie de personas y grupos mostraron trazos liberales significativos. Sin embargo un grupo aparece como el primer partido liberal reconocible en la historia: los Niveladores. Liderados por John Lilburne y Richard Overton, este movimiento de radicales de clase media reclamaba libertad de comercio y fin de los monopolios estatales, separación de iglesia y estado, separación de iglesia y estado, representación popular y límites estrictos incluso a la autoridad parlamentaria. Su énfasis en la propiedad, empezando con la propiedad del individuo a sí mismo y su hostilidad al poder del estado muestra la amalgama en los Niveladores y los Cavadores presocialistas era mera propaganda del enemigo. Aunque fracasados en su momento, los Niveladores constituyeron el prototipo de una liberalismo radical de clase media que ha sido desde entonces una característica de las políticas de los pueblos de habla inglesa. Posteriormente ese mismo siglo John Locke creo la doctrina de los derechos natrales a la vida, a la libertad y al estado (al que colectivamente lo llama “propiedad”) en la forma en que se transmitirían, a través de los Whigs Reales del siglo XVIII hasta la generación de la revolución Americana.
Estados Unidos se convirtió en el modelo de nación liberal y, después de Inglaterra, en el ejemplo de liberalismo en el mundo. Durante buena parte del siglo XIX fue en muchos aspectos una sociedad en la que difícilmente se podía decir que existía el estado, como veían impresionados los observadores europeos. Las ideas liberales radicales se manifestaban y aplicaban por grupos como los jeffersonianos, los jacksonianos, abolicionistas y los anti-imperialistas de finales del siglo XIX.
Sin embargo, hasta bien entrado el siglo XX, la teoría liberal más significativa continuaba procediendo de Europa. El siglo XVIII fue particularmente rico en este aspecto. Un lugar común fue al obra de los pensadores de la Ilustración Escocesa, particularmente David Hume, Adam Smith, Adam Ferguson y Dugald Stewart. Desarrollaron un análisis que explicaba “el origen de estructuras sociales complejas sin la necesidad de proponer la existencia de una inteligencia directora” (en resumen de Ronald Hamowy). La teoría escocesa del orden espontáneo fue una contribución crucial al modelo de una sociedad civil básicamente autogenerada y autorregulada que requería la acción del estado sólo para defenderse contra la intrusión violenta en la esfera protegida de los derechos del individuo. Como lo expuso Dugald Steward en su Biographical Memoir of Adam Smith (1811), “Poco más es necesario para llevar a un estado a su máximo nivel de opulencia desde el más bajo barbarismo, salvo paz, bajos impuestos y una administración tolerable de justicia: el resto lo traerá el curso natural de las cosas. La fórmula fisiócrata, Laissez-faire, laissez-passer, le monde va de lui-même (“el mundo funciona por sí mismo”) sugiere tanto el programa liberal como la filosofía social en la que se basa. La teoría del orden espontáneo fue elaborada por pensadores liberales posteriores, principalmente Herbert Spencer y Carl Menger en el siglo XIX y F.A. Hayek y Michael Polanyi en el XX.
Una discusión entre liberales y seguidores de Burke y otros conservadores que en asuntos importantes están cerca del liberalismo se refiere a esta concepción central del liberalismo. Mientras que los liberales esperan normalmente que el mercado en su sentido más amplio (la red de intercambios voluntarios) genera un sistema de instituciones y costumbres que contribuyen a su continuidad, los conservadores insisten en que el estado debe ofrecer un apoyo indispensable más allá de la simple protección de la vida, la libertad y la propiedad, incluyendo especialmente el apoyo del estado a la religión.
Con la llegada de la industrialización, se abrió una gran zona de conflicto entre el liberalismo y el conservadurismo. Las élites conservadoras y sus portavoces, particularmente en Gran Bretaña, explotaron a menudo, las circunstancias del primer industrialismo para empañar el blasón liberal de sus oponentes de clase media e Inconformistas. Desde una perspectiva histórica, está claro que lo que se conoce como Revolución Industrial fue la forma en que Europa (y América) se ocuparon de una explosión demográfica de otra forma inabordable. Algunos conservadores se dedicaron a crear una crítica al orden de mercado, basada en su supuesto materialismo, falta de alma y anarquía.
A medida que los liberales asociaron al conservadurismo con el militarismo y el imperialismo, apareció otra fuente de conflicto. Aunque una rama del liberalismo whig no se oponía a las guerras (en defensa propia) para fines liberales, aunque las guerras de unificación nacional ofrecían una importante excepción a la regla, en general el liberalismo se asociaba a la causa de la paz. El tipo ideal de liberalismo antibelicista y antiimperialista lo ofreció la Escuela de Manchester y sus líderes Richard Cobden y John Bright. Particularmente Cobden desarrolló un sofisticado análisis de los motivos y maquinaciones de los estados que llevaban a la guerra. La panacea propuesta por los manchesterianos era el libre comercio internacional. Desarrollando estas ideas, Frédéric Bastiat propuso una forma especialmente pura de la doctrina liberal que disfrutó de cierto aprecio en el Continente y, más tarde, en Estados Unidos.
Los defensores del liberalismo no son siempre coherentes. Es el caso cuando se dirigen al estado para promover sus propios valores. Por ejemplo, en Francia los liberales usaron las escuelas e institutos de financiación pública para promover el secularismo bajo el Directorio y apoyaron la legislación antirreligiosa durante la Tercera República, mientras que en la Alemania de Bismarck encabezaron la Kulturkampf contra la Iglesia Católica. Sin embargo, estos esfuerzos pueden verse como traiciones a los principios liberales y de hecho fueron evitados por quienes se reconocen como los más coherentes y doctrinarios en su liberalismo.
La base para una posible reconciliación del liberalismo y el conservadurismo antiestatista apareció después de la Revolución Francesa y Napoleón. Su mejor exponente fue Benjamin Constant, que puede ser considerado como la figura representativa del liberalismo maduro. Ante los nuevos peligros de un poder estatal ilimitado basado en la manipulación de las masas democráticas, Constant buscó amortiguadores sociales y aliados ideológicos donde pudieran encontrarse. Religión, fe, localismo y tradiciones voluntarias de un pueblo fueron valorados como fuentes de fortaleza contra el estado. En la siguiente generación, Alexis de Tocqueville desarrolló esta postura constantiana, convirtiéndose en el gran analista y opositor al creciente estado omnipresente y burocrático.
En los países de habla inglesa, la hostilidad de los conservadores antiestatistas se había exacerbado por un extremo énfasis en el papel de Bentham y los radicales filosóficos en la historia del liberalismo Sobre la libertad (1859) de J.S. Mill se desviaba realmente de la línea central del pensamiento liberal al contraponer al individuo y su libertad no simplemente al estado sino también a la “sociedad”. Mientras que el liberalismo del primer Wilhelm von Humboldt y de Constant, por ejemplo, veía a los cuerpos intermedios voluntarios como el resultado natural de la acción individual y como barreras bienvenidas al agrandamiento del estado, Mill buscaba separar al individuo de cualquier conexión con la tradición social generada espontáneamente y la autoridad libremente aceptada, como por ejemplo, en su afirmación en Sobre la libertad de que el jesuita es un “esclavo” de su orden.
Es al estado socialista al que el liberalismo clásico se opuesto más vigorosamente. El austro-estadounidense Ludwig von Mises, por ejemplo, demostró la imposibilidad de una planificación centralizada racional. Prolífico durante más de cincuenta años, Mises recuperó la filosofía social liberal después de su eclipse de varias décadas; se convirtió en el reconocido portavoz de la ideología liberal en el siglo XX. De entre los muchos estudiantes sobre los que Mises ejerció una influencia remarcable estaba Murray Rothabrd, que unió la teoría económica austriaca a la doctrina de los derechos naturales para producir una forma de anarquismo individualista o “anarcocapitalismo”. Al extender el ámbito de la sociedad civil hasta el punto de extinguir el estado, la postura de Rothbard parece el caso límite del auténtico liberalismo.
A menudo se contrapone el liberalismo clásico con un nuevo liberalismo social, que se supone que se desarrolla a partir de la variedad clásica alrededor de 1900. Pero el liberalismo social se desvía esencialmente de su denominación en su raíz teórica en que niega la capacidad autorregulatoria de la sociedad: se acude al estado para corregir el desequilibrio social in cada vez más ramificaciones. La alegación de que pretende preservar el fin de la libertad individual, modificando sólo los medios, es difícilmente justificable para los liberales clásicos y lo mismo puede decirse de la mayoría de las variedades del socialismo. De hecho, el liberalismo social puede distinguirse escasamente, teórica y prácticamente, del socialismo revisionista. Además, puede argumentarse que esta escuela de pensamiento no deriva del liberalismo clásico en el cambio de siglo, cuando, por ejemplo, se supone que se descubre el supuesto fraude a la libertad de contrato en el mercado laboral. El liberalismo social existe desarrollado al menos desde el tiempo de Sismondi y pueden encontrarse elementos de éste (bienestarismo) incluso en grandes escritores liberales clásicos como Condorcet y Thomas Paine.
Con el fin del proyecto socialista clásico, los liberales clásicos y los conservadores antiestatistas pueden estar de acuerdo en que es el liberalismo social contemporáneo el que ahora aparece como gran adversario de la sociedad civil. La preocupación política de los liberales clásicos es, necesariamente, compensar la corriente que actualmente lleva al mundo hacia lo que Macaulay llamaba “el estado devorador de todo”, la pesadilla que perseguía tanto a Burke como a Constant, Tocqueville y Herbert Spencer. Mientras las viejas peleas se hacen cada vez más obsoletas, los liberales y conservadores antiestatistas bien pueden descubrir que tienen más en común de lo que sus antecesores nunca entendieron.
Lecturas recomendadas
* Acton, John. “The History of Freedom in Antiquity” y “The History of Freedom in Christianity”. En Selected Writings of Lord Acton, vol. 1, Essays in the History of Liberty, editado por J. Rufus Fears. Indianapolis, Ind.: Liberty Press, 1985.
* Bramsted, E. K., and K. J. Melhuish. Western Liberalism: A History in Documents from Locke to Croce. London: Longman, 1978. - Publicado en España como El liberalismo en Occidente: historia en documentos (Madrid: Unión Editorial).
* Hamowy, Ronald. The Scottish Enlightenment and the Theory of Spontaneous Order. Carbondale, Ill.: Southern Illinois University Press, 1987.
* Pocock, J. G. A. “The Political Economy of Burke’s Analysis of the French Revolution”. En Virtue, Commerce, and History: Essays on Political Thought and History, Chiefly in the Eighteenth Century. Cambridge: Cambridge University Press, 1985.
* Raico, Ralph. Classical Liberalism in the Twentieth Century. Fairfax, Va.: Institute for Humane Studies, 1989.
* Stewart, Dugald. Biographical Memoir of Adam Smith. 1811. Reimpreso, Nueva York: Augustus M. Kelley, 1966.
Tomado de American Conservatism: An Encyclopedia, editado por Bruce Frohnen, Jeremy Beer, y Jeffrey O. Nelson (Wilmington, Delaware: ISI Books, 2006), pp. 498-502.