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Auges, caídas y estadísticas: en qué se equivoca la corriente principal

El nuevo libro de Per Bylund How to Think about the Economy: A Primer ya está disponible en línea, en la Mises Store y en Amazon. Se trata de un excelente texto de iniciación para cualquiera que desee adquirir una mayor comprensión de la economía sólida y entender mejor lo que hace que el método de la escuela austriaca sea diferente (y mejor). Hace poco pregunté al profesor Bylund sobre algunas de las formas en que se ha usado y abusado de la economía para apoyar una mala política.

Ryan McMaken: «Economía» parece haberse convertido en un término comodín para los tecnócratas que asesoran al gobierno sobre cómo utilizar la política gubernamental «correctamente». ¿Qué tiene de malo esta visión de la economía y de los economistas?

Per Bylund: Hay muchas cosas que están mal. Uno de los principales problemas es que da la vuelta a la ciencia. La economía nunca ha sido una herramienta para utilizar en la política, sino un campo de estudio erudito que busca comprender cómo funciona la economía. De hecho, no puede funcionar como una herramienta por la sencilla razón de que la economía es un proceso sin un propósito y que su «comportamiento», por así decirlo —es decir, cómo cambia, progresa y se desarrolla— no puede predecirse en detalle. Por utilizar una analogía, podemos entender a los perros y, por tanto, dar sentido a su comportamiento, a cómo reaccionan, y hacernos una buena idea de lo que podemos esperar de un perro (¡y cómo tratarlo!). Pero no podemos decir con precisión qué hará un perro y cómo. No es en absoluto una analogía perfecta, pero los economistas contemporáneos pretenden poder predecir exactamente cuándo, dónde y cómo hará el «perro» qué. Y diseñan herramientas muy contundentes (políticas) para que el animal se comporte como sus modelos. No quiero llevar esta analogía demasiado lejos, pero lo cierto es que la economía se entiende mejor como un organismo —un superorganismo, surgido de las acciones e interacciones humanas— que como una máquina, que es, por desgracia, el concepto que tienen de ella tanto los responsables políticos como muchos economistas.

RM: Tiene una sección de su libro titulada «Cómo hacer economía». Esto implica que «hacer» economía es algo más que aprender algunos datos. Estoy de acuerdo. Pero, ¿por qué es tan importante el método que utilizamos para estudiar economía?

PB: El método define el campo. Utilizar un método equivocado significa que los resultados y las conclusiones son erróneos, lo que hace que todo el campo de estudio sea poco fiable e irrelevante. La economía trata sobre el mundo social, concretamente sobre el encuentro entre los deseos personales de las personas —lo que creen que mejoraría sus vidas— y las limitaciones del mundo físico —la capacidad, a través de la producción empresarial, de satisfacer esos deseos—. Los datos del mundo físico pueden plasmarse con bastante precisión en estadísticas —como «se producen 100 millones de barriles de petróleo al día» o «Ford Motor Company produjo 6,4 millones de coches en 2017»—, pero no tienen sentido sin la dimensión del valor. El valor del petróleo y de los automóviles no puede reflejarse en las estadísticas porque el valor es subjetivo: es la satisfacción personal que alguien experimenta a través del uso. Es esta experiencia valorada la que hace que la producción física sea valiosa, porque la producción se lleva a cabo para proporcionar una experiencia valiosa. Por lo tanto, el método estadístico malinterpreta completamente la realidad de la economía. La economía trata de cómo nos comportamos, lo que proviene de nuestra valoración personal, en el mundo físico y en relación con él. Como se trata del comportamiento humano —la acción—, debemos utilizar métodos apropiados que nos ayuden a comprender el comportamiento humano. Ese método es el razonamiento lógico paso a paso que encontramos en la praxeología. No es el análisis estadístico, la extracción de datos y la modelización matemática en la que pierden el tiempo los economistas.

RM: ¿De dónde viene el verdadero crecimiento económico? Nos dicen que el crecimiento viene del gasto. ¿Pero no está realmente en el emprendimiento y el ahorro?

PB: Sí, está en el emprendimiento y en el ahorro. El crecimiento económico consiste en aumentar nuestra capacidad de llevar una vida mejor. Desgraciadamente, los economistas — por no hablar de los responsables políticos— se han enamorado demasiado del PIB, que es una burda medida del «tamaño» de la economía en términos de bienestar estadísticamente estimado representado por los bienes y servicios producidos. Es claramente falso decir, por ejemplo, que el PIB «es» el tamaño de la economía o que un aumento del PIB «es» el crecimiento económico. El PIB no es más que una medida de éste, y no muy buena. Y aquí es donde entra el gasto: el gasto puede medirse y es una parte importante del PIB. Por ejemplo, las ciudades fantasma de China, que no tienen ningún valor real (por eso están vacías: nadie valora mudarse allí), se construyeron con un gran gasto. Así que aumentaron el PIB. Pero no aumentaron el bienestar general de la población china. Los recursos utilizados en la construcción de esas ciudades podrían haberse empleado en otros usos valiosos: cualquier cosa con un resultado de valor positivo habría sido mejor. Esto demuestra cómo una medida estadística no sólo puede ser errónea, sino que puede confundir a todo un campo de estudiosos. Los economistas han llegado a creer que el gasto, como la construcción de costosos pero inútiles rascacielos, carreteras, etc., es importante para el crecimiento económico porque impulsa el PIB. Pero esto es poner el carro delante de los bueyes: nadie es más feliz porque el PIB suba, sino por el aumento de la producción de bienes y servicios que mejoran nuestra vida. El verdadero crecimiento económico tiene que ver con la capacidad de la economía en general para satisfacer los deseos reales de las personas, es decir, la capacidad productiva desde el punto de vista del valor, que requiere un emprendimiento exitoso para imaginar y llevar a cabo una producción cada vez más valiosa.

RM: En estos momentos se está debatiendo mucho sobre si la Reserva Federal va a «provocar» una recesión al permitir que los tipos de interés suban. Se nos dice que esto es malo. En el capítulo 8, usted examina la verdadera causa de las recesiones, y parece que el origen de la recesión se produce mucho antes, en la fase de «boom». Entonces, ¿es realmente el caso de que si Powell es responsable de una recesión, la culpa está en causar un boom en primer lugar, no en causar una caída?

PB: Esta es otra cuestión de mirar lo que no se debe. La mayoría de los economistas no austriacos parecen no tener ninguna idea de cómo funciona la economía, sino que se centran únicamente en cuando va mal. Así que intentan averiguar qué es lo que parece desencadenar la desaceleración en lugar de preguntarse si hay una razón para ello. Son las personas que proclamaban sólo unos días antes de la crisis financiera que la economía estaba en plena forma. Porque las estadísticas apuntaban en la dirección correcta. Pero la cuestión no son las estadísticas, sino si la producción de la economía está alineada con lo que hace que los consumidores estén mejor. Lo que importa aquí no es que se cree algo de valor, sino si la producción en general está alineada con lo que todos los empresarios, en competencia entre sí, creen que los consumidores querrán más. Si la propia estructura de la producción está desalineada, lo que significa que algo ha desviado a los empresarios como grupo de lo que más beneficiaría a los consumidores, entonces la producción no es realmente tan valiosa como se nos hace creer. Estos errores sistémicos son completamente ignorados por los no austriacos, que se centran en cómo las estadísticas indican que se produce «más». Pero los errores deben ser corregidos para que la economía se reajuste a lo que quieren los consumidores. Algún acontecimiento, como que la Reserva Federal «permita» la subida de los tipos de interés, puede desencadenar la corrección, pero no es la causa de una recesión— la causa es el error sistémico que ni los economistas ni los responsables políticos se han molestado en buscar.

RM: ¿Cuál sería la política gubernamental adecuada para apoyar realmente el crecimiento económico y sacarnos del ciclo de auge y caída?

PB: El mercado es muy antifrágil, por tomar prestado un término de Nicholas Nassim Taleb, lo que es a la vez una bendición y una maldición. Es una bendición porque no falla ni siquiera cuando se abusa de él. Por eso podemos llevar una vida bastante buena a pesar de que los hacedores de polítcas imponen enormes y crecientes cargas a los agentes del mercado. Pero es una maldición porque parece que muchas de las políticas y regulaciones no son tan dañinas y devastadoras como realmente son. Los efectos son estructurales —el organismo económico está paralizado— pero no tenemos ningún contrafactual y no podemos reconocer lo que nos estamos perdiendo. Esta es la cuestión de lo que yo llamo «lo no realizado», de lo que hablo en el último capítulo de este libro (y es el tema de mi anterior libro Lo visto, lo no visto y lo no realizado: cómo afectan las normas a nuestra vida cotidiana). Así que hemos viajado mucho más lejos por el camino de la servidumbre de lo que la mayoría de los defensores de los mercados habrían creído posible. El primer paso hacia la recuperación es reconocer los errores que se han cometido, la enfermedad que hemos contraído. Vemos algunos de los síntomas —como los devastadores ciclos económicos, la dificultad para crear y encontrar puestos de trabajo y el lento crecimiento económico—, pero la enfermedad real ya ha avanzado más allá de los síntomas y se ha extendido por todo el organismo económico. La mejor «política» para una economía sana es deshacerse de la enfermedad.

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