Los magníficos resultados de Australia en materia de desarrollo internacional le han granjeado la admiración de muchos. Pocos países pueden presumir de logros tan estelares en materia económica y social. Actualmente, Australia tiene la riqueza media por adulto más alta del mundo y supera la media de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) en compromiso cívico, salud, educación y otras dimensiones del bienestar.
Los australianos son igualmente alabados por su capacidad de respuesta a los cambios de la economía digital y su capacidad inventiva. Sin embargo, el espectacular éxito de los australianos ha desconcertado a los observadores, que consideran incomprensible que una colonia colonizada por convictos pudiera llegar a ser tan próspera. Pero lo que olvidan es que la mayoría de los convictos enviados a Australia no eran criminales empedernidos. Muchos estaban implicados en delitos laborales, por ejemplo, el robo de herramientas u otros materiales a sus empleadores.
Estos convictos no eran irredimibles y se orientaron hacia la consecución de objetivos productivos. En Inglaterra e Irlanda, estas personas solían ser de clase trabajadora, que se dedicaban a delitos económicos debido a la desesperación. Por término medio, los convictos también eran jóvenes, alfabetizados y sanos. Algunas estimaciones sostienen que las tasas de alfabetización entre los convictos eran similares a los niveles británicos. Además, cabe destacar que algunos de estos convictos eran activistas sociales con estudios universitarios.
Como estos convictos eran jóvenes y sanos, podían permitirse prolongar sus años de trabajo, aumentando así la productividad nacional. Además, una investigación pionera realizada por historiadores de género ha desmentido el mito de que las mujeres enviadas a Australia eran en su mayoría prostitutas carentes de aptitudes valiosas. Por el contrario, nuevos datos han demostrado que las mujeres desempeñaron un papel decisivo en el desarrollo inicial de Australia. Las convictas sabían leer y escribir y poseían una impresionante variedad de habilidades. Muchas eran talentosas costureras o vendedoras ambulantes en Inglaterra, y estas habilidades resultaron beneficiosas para la economía australiana.
El economista Noel George Butlin señala que Australia contaba en el siglo XIX con una elevada proporción de cualificaciones industriales en una gran variedad de sectores. Señala que, aunque los conocimientos textiles eran insuficientes, los colonos compensaron esta deficiencia siendo productivos en la metalurgia, la carpintería y el transporte. Además, como señala Butlin, las condiciones impuestas por la colonización fomentaron el cultivo de nuevas habilidades por parte de los colonos: «Las condiciones de los pioneros imponían la necesidad de muchas habilidades y la posesión de una por cada miembro de la fuerza de trabajo podía significar la capacidad de desplegar esa habilidad para propósitos importantes. Así, al establecer granjas, un carpintero o un albañil que podía haber sido un arador o un pastor indiferente podía, sin embargo, aportar la mano de obra necesaria para la construcción. Un herrero convertido en tabernero seguía teniendo un margen considerable para el ejercicio de sus habilidades en las tabernas y en la actividad del transporte».
Los presos demostraron su capacidad de adaptación a las nuevas circunstancias. Las habilidades de la mayoría complementaban la economía, ya que se les asignaba un trabajo acorde con sus capacidades. Esto condujo a una mayor eficiencia porque las habilidades de los convictos eran coherentes con las demandas de la economía.
Más asombroso aún es que la capacidad empresarial de los convictos catapultara a muchos a las altas esferas de la sociedad. Trasladarse a Australia liberó a la clase trabajadora de las limitaciones de la Inglaterra socialmente concienciada. En Australia podían trazar un nuevo camino sin las restricciones clasistas, y muchos lo hicieron con éxito. Por ejemplo, Mary Reibey fue deportada a Australia a los catorce años, y a los treinta y cuatro era viuda y propietaria de barcos, granjas y un almacén. Al igual que Reibey, otros colonos estaban dotados de habilidades empresariales y comerciales que dinamizaron Australia.
Solomon Wiseman se convirtió en un destacado hombre de negocios tras concluir su condena, y no era inusual en este sentido. El éxito empresarial de los ex convictos parece chocante, pero es comprensible. Los empresarios, como los delincuentes, son tolerantes al riesgo, y un popular estudio publicado en el Quarterly Journal of Economics titulado «Smart and Illicit: Who Becomes an Entrepreneur and Do They Earn More?» (Inteligentes e ilegales: ¿quién se convierte en empresario y gana más?) afirma que las personas que participaron en actividades ilícitas de jóvenes tienen más probabilidades de convertirse en empresarios de éxito.
La explicación es que el éxito empresarial exige que las personas sean audaces, y a veces esto supone romper las normas establecidas. Curiosamente, otros estudios han confirmado estos resultados al demostrar que el mal comportamiento en la escuela secundaria predice mayores ingresos en la edad adulta. Romper las normas suele ser problemático, pero los rompedores de normas inteligentes con apetito de riesgo pueden llegar a liderar transformaciones positivas en la sociedad.
Por lo tanto, el éxito de Australia parece menos desconcertante cuando empezamos a apreciar el vínculo entre delincuencia y logros. La Australia del siglo XIX, con su ética igualitaria y su población socialmente ambiciosa pero ligeramente desviada, creó los ingredientes perfectos para la prosperidad económica. Los analistas no deberían escandalizarse de que los delincuentes construyeran Australia; tiene éxito precisamente porque estaba poblada por delincuentes socialmente ambiciosos.