Un influyente economista austriaco de finales del siglo XIX —Eugen von Böhm-Bawerk— es conocido sobre todo como un gran crítico de la visión marxista de la economía, a la que contribuyó a dejar rápidamente obsoleta enfrentándola a sus propias contradicciones (como el problema de la transformación y el reto de conciliar la teoría laboral del valor de Marx con la tendencia a una tasa media de beneficio en todas las industrias). También hizo una importante contribución a nuestra comprensión de la importancia del papel del tiempo en la economía, y a nuestra comprensión de cómo funciona y se organiza la estructura del capital. Una estructura que abarca la mayor parte del sistema de producción de la sociedad, desde la extracción de materias primas hasta su transformación en bienes de consumo.
Por último, Böhm-Bawerk también contribuyó a aclarar el significado del concepto de utilidad marginal, un principio fundamental de la Escuela Austriaca de economía desarrollado por Carl Menger. Böhm-Bawerk añadió una noción esencial que más tarde se conocería como coste de oportunidad.
En su libro La teoría positiva del capital, Böhm-Bawerk utiliza la imagen de un pionero con varios sacos de grano para explicar de forma sencilla qué es la utilidad marginal, es decir, que el valor de un bien se basa principalmente en la utilidad que una unidad adicional del mismo bien puede proporcionar a un individuo. Dio una ilustración de la utilidad marginal utilizando sacos de grano como ejemplo,
Un granjero colonial, cuya cabaña de troncos se alza solitaria en el bosque primigenio, lejos de los ajetreados refugios de los hombres, acaba de cosechar cinco sacos de maíz. Le servirán hasta el próximo otoño. Como es un alma ahorrativa, planea el empleo de esos sacos a lo largo del año. Un saco lo necesita absolutamente para el sustento de su vida hasta la próxima cosecha. Un segundo saco lo necesita para complementar este sustento hasta el punto de mantenerse sano y vigoroso. No desea más maíz que éste, en forma de pan y alimentos farináceos en general. Por otra parte, sería muy deseable disponer de algún alimento para animales, por lo que reserva un tercer saco para alimentar a las aves de corral. Un cuarto saco lo destina a la fabricación de aguardiente. Supongamos, ahora, que sus diversas necesidades personales han sido plenamente satisfechas por esta distribución de los cuatro sacos, y que no se le ocurre nada mejor que hacer con el quinto saco que alimentar a una serie de loros, cuyas travesuras le divierten. Naturalmente, estos diversos métodos de emplear el maíz no tienen la misma importancia. Si, para expresar esto brevemente en cifras, hacemos una escala de diez grados de importancia, nuestro granjero, naturalmente, dará la cifra más alta, 10, al sustento de su vida; al mantenimiento de su salud dará, digamos, la cifra 8; luego, bajando en la escala, podría dar la cifra 6 a la mejora de su comida mediante la adición de carne, la cifra 4 a la diversión que obtiene del licor, y, finalmente, a la cría de loros, como expresión del menor grado de importancia, dará la cifra más baja posible, 1. Y ahora, poniéndonos imaginariamente en el punto de vista del agricultor, preguntamos: ¿Cuál será, en estas circunstancias, la importancia, en cuanto a su bienestar, de un saco de maíz?
Esto, como sabemos, se comprobará de la manera más sencilla preguntando: ¿Cuánta utilidad perderá si se pierde un saco de maíz?... Evidentemente, nuestro agricultor no sería muy sabio si pensara deducir el saco perdido de su propio consumo, y pusiera en peligro su salud y su vida mientras utiliza el maíz como antes para hacer aguardiente y alimentar a los loros. Si lo pensamos bien, veremos en que sólo se puede concebir una solución: con los cuatro sacos que le quedan, nuestro agricultor satisfará los cuatro grupos de necesidades más urgentes —y sólo renunciará a la satisfacción de la última y menos importante, la utilidad marginal, en este caso, la cría de loros.
Lo que nos enseñan los sacos de grano
Este ejemplo ilustra perfectamente la utilidad marginal. Una unidad inicial de grano sería muy valorada por el individuo porque le permitirá alimentarse, que es una necesidad vital y urgente. Una unidad adicional de grano no tendrá el mismo valor porque la necesidad primaria ya ha sido satisfecha, y además se consumirá, no para sobrevivir, sino para aumentar el bienestar físico y la fuerza del pionero. Cada unidad adicional del mismo bien —aunque esencial para la supervivencia— tendrá menos valor a los ojos del individuo.
Lo que Böhm-Bawerk nos muestra, pues, es que el individuo, el pionero, prioriza el uso de su grano en función de lo que subjetivamente considera sus necesidades más urgentes. Así, para el pionero, alimentar a los loros (es decir, entretenerse) tiene menos valor que el whisky o diversificar su dieta. El estudio de la praxeología trata de la acción humana y de por qué actúa la gente.
Este ejemplo también nos permite hacer otra observación: el estudio de la acción humana se niega a emitir juicios morales normativos sobre las elecciones que hacen los individuos. ¿Tiene razón el pionero que prefiere el whisky a los loros? No importa. Hacer esa pregunta nos aleja de la cuestión esencial: ¿por qué actúa la gente?
También es importante señalar que, a medida que aumentan las existencias de bienes del pionero, mejoran sus condiciones de vida. Los bienes disponibles en una economía, por lo tanto, tienen un efecto directo sobre las condiciones de vida de las personas y los precios de esos bienes. Lo que nos muestra este ejemplo del pionero y sus sacos de grano es que la abundancia de bienes permite que surjan nuevas alternativas. Gracias al aumento de sus bienes, el agricultor tiene nuevas oportunidades.
Perder un saco y el coste de oportunidad
Cuando el pionero pierde uno de sus sacos de grano, tiene que tomar una decisión. Es la elección opuesta a la que hizo antes: en lugar de decidir cómo asignar sus nuevos bienes, tiene que decidir qué alternativa sacrificar. Aquí podemos recurrir al concepto de coste de oportunidad, que Böhm-Bawerk también contribuyó a desarrollar. Representa el valor de las alternativas a las que se renuncia al elegir una opción concreta. Al elegir dejar de alimentar a los loros para seguir produciendo whisky, el pionero calcula cuál de las dos alternativas supondría una pérdida mayor. Para él, perder su whisky es más costoso que perder sus loros.
Este cálculo le ayuda a asignar sus limitados recursos de forma más eficiente. Tiene en cuenta todos los costes asociados a su decisión de asignación futura, tanto explícitos como implícitos. Como hemos dicho antes, la gente actúa según sus preferencias subjetivas, pero esto no significa que siempre vaya a tomar las decisiones correctas, es decir, su decisión puede no satisfacerle a posteriori. Actuar y ejercer la libertad individual también significa cometer errores y tomar decisiones equivocadas en la asignación de los propios bienes. Sin embargo, si tenemos en cuenta los costes de oportunidad, podemos tomar decisiones con mayor conocimiento de causa, aunque al final no siempre garantice el mejor resultado.
Siempre actuamos intencionadamente, pero también lo hacemos basándonos en la información disponible en cada momento, que es imperfecta, incompleta y cambia constantemente. Este es un concepto esencial en economía: los costos de oportunidad suelen ser más fáciles de calcular a posteriori que de predecir en el momento en que actuamos. En otras palabras, puede haber costes y consecuencias que no esperamos. Por este motivo, toda acción económica es incierta. El tiempo y la información desempeñan un papel esencial en las decisiones económicas de los individuos.
La pérdida de un saco de grano también nos enseña que la renuncia —como la necesidad— es una valoración subjetiva, única para cada uno de nosotros. El pionero no morirá de hambre, ni renunciará a diversificar su dieta, sus pollos y su whisky. El agotamiento de su reserva de bienes no se repartirá proporcionalmente sobre el conjunto de su actividad, sino sobre la última asignación de la unidad de este bien menos importante para el agente económico.
Por tanto, el valor de un bien viene determinado subjetivamente por su utilidad marginal (es decir, la importancia de su uso menos importante para el individuo). Esta utilidad marginal es a su vez subjetiva y depende de las circunstancias específicas del individuo, de su entorno y de su jerarquía personal de necesidades. Por tanto, la utilidad marginal se evalúa en ambos sentidos, cuando el individuo gana una unidad adicional del mismo bien, pero también cuando pierde una de estas unidades.
Por último, el ejemplo de Böhm-Bawerk nos muestra que el estudio de la acción humana y de la economía en general va más allá del simple paradigma del mundo financiero y monetario. La economía está integrada en toda experiencia humana. Más tarde, Murray Rothbard señalaría que los individuos incluyen sus actividades de ocio en su relación económica con el mundo. Los individuos tienden a ajustar sus actividades laborales y de ocio para maximizar su satisfacción y bienestar general. Por tanto, la economía también está relacionada con las elecciones entre actividades, ocio, placeres, etc., una noción que Böhm-Bawerk abordó en su libro de 1903 Capital e interés.