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Comerse a los ricos no es una buena idea

Las críticas a las políticas favorables al mercado, como la reducción de los impuestos de sociedades y la desregulación, suelen tener su origen en una forma de discriminación raramente reconocida: el clasismo ascendente. Este prejuicio contra las personas de mayor estatus socioeconómico tergiversa las contribuciones de «los ricos» y distorsiona los debates sobre políticas públicas. Aunque estas políticas son castigadas por beneficiar a los ricos, tienen beneficios demostrables para el crecimiento económico y el nivel de vida en general.

Por ejemplo, la investigación de Suárez Serrato y Zidar  —«¿Quién se beneficia de los recortes de impuesto corporativos estatales?»— revela que la reducción de los impuestos de sociedades fomenta la expansión empresarial, lo que se traduce en creación de empleo y mejora de las economías locales. Del mismo modo, Gordon y Young, en otro documento, subrayan que unos sistemas fiscales eficientes, incluidos unas tasas empresariales más bajas, son esenciales para sostener el crecimiento económico a largo plazo. Lejos de ser interesadas, las políticas favorables al mercado son fundamentales para fomentar un entorno en el que las empresas y, por extensión, los trabajadores y los consumidores, puedan prosperar.

No obstante, los críticos reprochan a las políticas fiscales favorables al crecimiento que favorezcan a los «ricos» alegando que no pagan su «parte justa» de impuestos, aunque las pruebas sugieren lo contrario. Entre 2001 y 2020, el porcentaje del impuesto federal sobre la renta pagado por los americanos más ricos aumentó del 33,2% al 42,3%, mientras que el 50% de los contribuyentes más desfavorecidos vio disminuir su porcentaje del 4,9% al 2,3%. Además, el 20% de los contribuyentes con menos ingresos tienen tipos impositivos negativos, es decir, reciben más prestaciones públicas de lo que pagan en impuestos. Esta dinámica subraya el papel desproporcionado que desempeñan las personas ricas en la financiación de los servicios públicos, poniendo en entredicho la idea de que explotan el sistema. Sin sus contribuciones, los gobiernos tendrían dificultades para mantener los programas destinados a ayudar a los americanos más pobres.

Otro argumento popular es que los ricos son parásitos que buscan rentas y extraen valor sin contribuir a la economía. Sin embargo, en los Estados Unidos —donde sólo alrededor del 1% de los multimillonarios pueden describirse como capitalistas amiguetes—   esta descripción dista mucho de ser exacta. La mayoría de los individuos acaudalados crean riqueza a través de la innovación y el emprendimiento, enriqueciendo a los consumidores mediante el suministro de bienes y servicios. Además, contrariamente a los estereotipos de ociosidad, los americanos más ricos suelen trabajar más horas que sus homólogos más pobres, lo que refleja un cambio de la cultura centrada en el ocio de los aristócratas del siglo XVIII a otra en la que el trabajo transmite estatus social.

De hecho, la cuestión del clasismo ascendente no se limita a los Estados Unidos, sino que también es evidente en otros países, como Jamaica. En este contexto, el discurso público revela a menudo una marcada incoherencia en las actitudes hacia políticas que benefician a distintos grupos socioeconómicos. Por ejemplo, el National Housing Trust (NHT) —una institución financiera financiada mediante contribuciones obligatorias de los trabajadores jamaicanos— ofreció recientemente una subvención de 3,5 millones de dólares exclusivamente a personas con bajos ingresos. Esta política fue muy celebrada a pesar de que el NHT no es una organización benéfica, sino una entidad financiera destinada a servir por igual a todos los contribuyentes.

Contrasta con las críticas dirigidas al gobierno jamaicano por su decisión de eliminar el Impuesto General sobre el Consumo (IGC) de la electricidad. Los críticos argumentaron que esta medida beneficiaba desproporcionadamente a los hogares más ricos y a las pequeñas empresas, ya que muchos clientes residenciales no pagan el GCT de la electricidad. Estas reacciones contrapuestas ponen de manifiesto un preocupante doble rasero: se aplauden las políticas que favorecen a los pobres, mientras que se condenan las que alivian las cargas de los grupos más ricos. Si el objetivo de la política gubernamental es aliviar las dificultades económicas, tales esfuerzos deben ser inclusivos en lugar de dirigirse selectivamente a grupos específicos.

Además, mientras que las políticas pro-mercado son a menudo criticadas por favorecer supuestamente a los ricos, los programas de bienestar son alabados por apoyar a los pobres. Sin embargo, estos programas tienen importantes limitaciones. Las investigaciones de Alexander Bartik y sus coautores demuestran que, aunque las transferencias de efectivo impulsan el consumo inmediato, no mejoran las perspectivas a largo plazo de los beneficiarios. Otros análisis de muestran que disminuyen la participación en el mercado laboral y no tienen un efecto considerable en las inversiones en capital humano. Estos resultados ponen de relieve el riesgo de crear dependencia en lugar de empoderamiento, perpetuando la misma pobreza que estos programas pretenden aliviar. Este enfoque basado en la compasión oscurece el papel que los individuos pueden desempeñar para escapar de la pobreza y socava la dignidad de los logros personales. Las estrategias eficaces de lucha contra la pobreza deberían centrarse en fomentar la autosuficiencia en lugar de perpetuar la dependencia.

El omnipresente clasismo ascendente que informa las críticas a las políticas de libre mercado no sólo tergiversa las contribuciones de los ricos, sino que perpetúa estereotipos perjudiciales. Los gobiernos deben diseñar políticas que promuevan el crecimiento económico sin discriminar a ningún grupo, ya sea rico o pobre. Abordar el capitalismo de amiguetes y los programas de bienestar despilfarradores debería ir de la mano de garantizar la equidad en las políticas públicas.

Al desmantelar los prejuicios clasistas, las sociedades pueden fomentar un panorama económico más equitativo que beneficie a todos. Hay que pasar de denigrar el éxito a crear oportunidades que permitan prosperar a personas de todos los niveles de renta.

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