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Cómo el capitalismo derrota al racismo

En su ensayo «Racismo», Ayn Rand sostiene que el racismo —que describe como «la forma más baja y crudamente primitiva de colectivismo»— es incompatible con el capitalismo y sólo puede ser derrotado a través de éste. Define el capitalismo como «un sistema social basado en el reconocimiento de los derechos individuales, incluidos los derechos de propiedad, en el que todos los bienes son de propiedad privada». Explica que la defensa de la propiedad privada y del capitalismo del laissez-faire es la única forma de derrotar al racismo:

«Sólo hay un antídoto contra el racismo: la filosofía del individualismo y su corolario político-económico, el capitalismo del laissez-faire… Es el capitalismo el que dio a la humanidad sus primeros pasos hacia la libertad y un modo de vida racional. Es el capitalismo el que rompió las barreras nacionales y raciales mediante el libre comercio. Es el capitalismo el que abolió la servidumbre y la esclavitud en todos los países civilizados del mundo».

Walter Williams adopta una visión similar del papel del capitalismo en la derrota del racismo. Sostiene que sólo en un sistema capitalista, en el que las ganancias económicas se obtienen mediante el libre intercambio de mercado y no buscando preferencias y protecciones políticas, pueden las minorías progresar económicamente: «La asignación de recursos en el libre mercado, a diferencia de la asignación por motivos políticos, redunda en beneficio de las minorías y/o de las personas menos favorecidas... El mercado engloba una especie de paridad inexistente en el ámbito político, donde el dólar de una persona tiene el mismo poder que el de cualquier otra».

El argumento de Williams es que un vendedor racista, por supuesto, desea vender sus productos; por lo tanto, no rechazará a los compradores negros, ya que valora sus dólares tanto como los dólares de los compradores blancos. La mayoría de los vendedores no considerarían que valga la pena perder la venta simplemente por ser fieles a sus creencias racistas. Incluso en el caso de un vendedor racista que esté dispuesto a pagar un precio por su deseo de no realizar transacciones con otras razas, es probable que llegue un punto en el que sus costes aumenten hasta tal punto que ya no considere que merezca la pena seguir rechazando ventas por motivos puramente racistas. Esto explica por qué, incluso en los estados segregados, muchos blancos realizaban transacciones comerciales con negros. Williams escribe:

«El hecho de que algunos negros pudieran ganarse la vida cómodamente y, de hecho, llegar a ser prósperos —tanto en el Sur de antebellum, frente a la esclavitud y las leyes groseramente discriminatorias, como en el Norte, donde sólo había, en el mejor de los casos, una débil aplicación de los derechos civiles— da un fuerte testimonio del poder del mercado como amigo de los negros.»

Williams defiende «el libre mercado y el ánimo de lucro» frente a la acusación de que reducen las oportunidades económicas de las víctimas del racismo. Sostiene que, por el contrario, incluso las personas desfavorecidas pueden disfrutar de una ventaja en los mercados libres, basándose en el principio de que «los clientes prefieren precios más bajos a precios más altos, y los empresarios prefieren beneficios más altos a beneficios más bajos.» Por ejemplo, una persona desfavorecida podría optar por trabajar por un salario inferior al de sus competidores en el mercado laboral y evitar así tanto el desempleo como la necesidad de depender de la caridad o la generosidad de otros.

Williams reconoce que, en ausencia de precios obligatorios, algunos pueden cobrar precios más altos que otros por el mismo producto en función de su raza. Por ejemplo, un propietario puede cobrar un alquiler más alto a los inquilinos negros que a los blancos. En este caso, podemos estipular que es injusto que alguien tenga que pagar un alquiler más alto que otro basándose exclusivamente en su raza. Sin embargo, debemos ir más allá y preguntarnos: ¿injusto en comparación con qué? ¿Cuáles son las alternativas disponibles? Williams señala que un inquilino negro puede preferir pagar un alquiler más alto que su vecino blanco si la única alternativa es quedarse sin vivienda. Aunque el Estado puede tratar de igualar los pagos de alquiler de todo el mundo e incluso puede tratar de obligar a los propietarios a alquilar a todos los que vengan, independientemente de su raza, el Estado no puede obligar a la gente a construir o suministrar viviendas de alquiler, ni el propio Estado puede comprometerse a alojar a toda la población para «protegerla» de tener que enfrentarse a un propietario racista. Ni siquiera la Unión Soviética en el apogeo de su poder, cuando el Estado era propietario de la mayor parte del parque inmobiliario y se comprometía a construir viviendas para toda la población, pudo conseguirlo.

Por tanto, el riesgo de sufrir injusticias en un mercado libre debe sopesarse frente a los peligros de marchar por la senda del comunismo en un intento equivocado de crear condiciones «justas» para todos. En un argumento del que se hace eco Thomas Sowell en «The Quest for Cosmic Justice», Williams sostiene que una política económica sensata no puede derivarse de un deseo utópico de promover la equidad para todos: Por ejemplo, puede ser «injusto» que alguien trabaje por menos de 20 dólares la hora, pero de ello no se deduce que deba prohibirse trabajar por esa suma. Tampoco es «injusto» trabajar por menos de lo que otra persona está dispuesta a trabajar. La legislación sobre el salario mínimo puede parecer «justa», ya que garantiza que nadie gane por debajo del salario fijado, pero aumenta el nivel general de desempleo, lo que deja a los más desfavorecidos sin trabajo. En palabras de Williams, el salario mínimo real es cero. En su opinión, «la teoría económica como tal no puede responder a cuestiones de equidad. Sin embargo, la teoría económica puede predecir los efectos de no permitir que algunas personas cobren precios más bajos por lo que venden y precios más altos por lo que compran. ... Estarán peor de lo que estarían en caso contrario».

Williams sostiene que la reducción de las oportunidades económicas, como se observa por ejemplo en las tasas de desempleo, no se debe al libre intercambio de mercado, sino a «las políticas, regulaciones y restricciones que emanan de los gobiernos federales, estatales y locales», así como «el poder de los grupos creados para utilizar, como medio para lograr una mayor riqueza, los poderes coercitivos del gobierno para sofocar la competencia del mercado.» Demuestra que las intervenciones diseñadas para erradicar el «racismo» a menudo dejan a la gente en peor situación. La solución reside en promover el capitalismo, que a su vez crea oportunidades de progreso económico.

El análisis de Williams muestra la importancia de comprender la teoría económica como requisito previo para entender los acontecimientos económicos. El progreso económico entre las razas desfavorecidas que documenta no es atribuible a las políticas, normativas y restricciones que la gente considera fuente y garantía de prosperidad, sino que es atribuible al intercambio voluntario. Robert Higgs, que también ha documentado la prosperidad y el progreso entre la población negra de EEUU, recuerda a que debemos el progreso económico al esfuerzo humano y no al Estado:

«En cualquier caso, las fuerzas positivas y productivas de la sociedad siempre residieron en el propio pueblo. Toda la paz, la cooperación, la producción y el orden genuinos de que disfrutaba la sociedad surgían de ellos. Así pues, el Estado nunca fue una solución a un problema que el pueblo no pudiera resolver por sí mismo, sino un problema enmascarado como única solución a problemas cuyas soluciones reales ya estaban a mano, si es que existían».

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