La nuestra es una época politizada desde el campus de la universidad hasta el salón de juntas de las empresas, una situación en la que cosas que en un tiempo eran personales ahora son completamente políticas. La izquierda radical ahora no solo controla la educación superior, sino también mucha de la investigación científica de la que depende el futuro de la humanidad como la conocemos. Lo que empezó en 1969 como la creación de un curso único de estudios de la mujer en la Universidad de Cornell y estudios similares en otros sitios en lo que se llamaron estudios sobre negros, se ha metastatizado en un monstruo que domina casi completamente la educación superior en Estados Unidos y Canadá. Hoy es raro encontrar una universidad que no tenga licenciaturas y programas sobre estudios de identidad.
La larga marcha de los feministas y racialistas desde la casi oscuridad al dominio absoluto es comparable al auge de la familia Snopes creada por el autor William Faulkner en su novela de 1940, El villorrio. En el libro de Faulkner, los Snopes se mudan a la comunidad de Frenchman’s Bend en Mississippi y se apropian lentamente de casi todos los aspectos de su vida. Aunque los lugareños parecen entender lo que está pasando, aparentemente están inermes, porque escucharon el rumor de que la gente que haga infeliz a un Snopes verá sus graneros arder hasta los cimientos.
En la política universitaria, los activistas no amenazan con quemar solo los graneros, sino todo el campus universitario. Cualquiera en la educación superior que pueda supuestamente haber dicho o escrito algo que ofenda a alguien en un grupo con proyección política es probable que sea el objetivo del infame Twitter Mob e incluso una carrera distinguida y algo tan prestigioso como un premio Nobel no suponen ninguna protección, como descubrió Tim Hunt. En ese sentido, la verdad no es una defensa por sí misma, como descubrimos en el infame caso de lacrosse de Duke. Lo único que importa es la política de identidad, y el caso de Duke demuestra lo poderosa (y destructiva) en que se ha convertido esa política.
En marzo de 2006, en la Universidad de Duke, una stripper negra afirmó que tres miembros del equipo masculino de lacrosse de Duke la golpearon y violaron en una fiesta del equipo cuando estaba actuando y el campus de Duke explotó de ira al extenderse la historia por todo el país, dominando los noticieros e internet. Poco después de que aparecieran las acusaciones, 88 miembros de la facultad de Duke firmaron un anuncio en el Duke Chronicle, un periódico de estudiantes, condenando a los jugadores de lacrosse y agradeciendo a los manifestantes por no esperar a ver si las acusaciones eran creíbles.
Algunos firmantes, como el historiador William Chafe (que comparó públicamente el supuesto incidente con el infame asesinato de Emmett Till en 1955), eran muy conocidos académicamente. Sin embargo, la mayoría de los firmantes venían de los programas de humanidades, como los estudios de la mujer y los estudios afroamericanos, y tenían escasos historiales de publicación e indudablemente nada en comparación con los historiales de publicaciones de los miembros de la facultad de Duke en ciencias y campos como la economía. Por ejemplo, Wahneema Lubiano, que sigue enseñando literatura y estudios afroamericanos en Duke, no tiene prácticamente ninguna publicación, pero ha listado dos libros futuros durante más de una década. Un miembro de una facultad con un historial de ese tipo en las disciplinas de ciencias o negocios hace mucho que habría sido despedido por falta de productividad académica, pero Lubiano recibió una plaza fija y promoción en una de las universidades de más prestigio de la nación.
Esto va más allá de lo irónico. Primero, estaba claro que las acusaciones de violación eran falsas, pero directivos de la Universidad de Duke, periodistas y muchos otros (incluyendo el fiscal del distrito local, Michael Nifong, que presentó las acusaciones de violación) rechazaron incluso considerar la inocencia de los jugadores. Segundo, aunque la mayoría de los firmantes del anuncio del Chronicle eran mucho menos competentes académicamente que el resto de la facultad de Duke, dominaban el discurso de la universidad y amedrentaron a otros miembros más capaces de la facultad para que guardaran silencio.
Lejos de encontrarse académicamente desacreditados, muchos de los firmantes consiguieron promociones, siendo contratados por universidades de la Ivy League, como Cornell o Vanderbilt y para puestos administrativos estratégicos en Duke. En lugar de debilitar las áreas completamente politizadas de estudios académicos como los estudios de la mujer y los estudios afroamericanos, crear una atmósfera de caza de brujas parece haber fortalecido el estatus y la posición de esos miembros de la facultad. Desde entonces, la facultad de las disciplinas de estudios de identidad parece tener todavía más poder, no solo en Duke sino en universidades de todo el país.
En lugar de estar subordinados a disciplinas como las ciencias, los estudios de identidad dominan el discurso universitario y sus defensores ahora obligan a científicos y matemáticos a inclinarse ante el racialismo y el feminismo. Los profesores que no ceden rápidamente o se resisten son a menudo expulsados de sus empleos o marginados. El levantamiento feminista que expulsó a Lawrence Summers de la presidencia de Harvard, junto con el clamor responsable de la expulsión del científico ganador del premio Nobel, Tim Hunt, de su puesto universitaria en Gran Bretaña por comentarios que hizo como orador en una merienda, hablan de la influencia y el poder que tiene el feminismo en la universidad moderna.
De hecho, las ideologías de la identidad ahora se están incluyendo dentro del propio estudio científico real, un fenómeno que se aprecia en un reciente trabajo académico en la revista científica Progress in Human Geography, titulado “Glaciares, género y ciencia: un marco glaciológico feminista para la investigación del cambio medioambiental”. La última frase del resumen del trabajo declara:
Mezclando estudios de la ciencia feminista poscolonial y la ecología política feminista, el marco glaciológico feminista genera un sólido análisis de género, poder y epistemología en sistemas socio-ecológicos dinámicos, llevando así a interacciones más justas y equitativas entre la ciencia y el hielo humano.
La frase es risible por sí misma, pero la politización del estudio académico es real. La familia Snopes de Faulkner estaba compuesta por personas ignorantes y mediocres pero obstinadas, que se colocaban estratégicamente en puestos en los que obtenían el control sobre otros. Los Snopes académicos han hecho lo mismo, colocándose no solo en puestos importantes de gobierno y administración en la universidad, sino también en trabajos regulatorios públicos como la Oficina de Derechos Civiles en el Departamento de Educación de EEUU. Mientras muchas personas en la universidad tradicional tratan de publicar y expandir el conocimiento en sus campos, los que están en los estudios de identidad tratan de expandir su propio poder político amenazando a cualquiera que se oponga a ellos, acusando a los disidentes de racismo, sexismo y homofobia.
Ni siquiera las feministas tradicionales pueden escapar de las cazas de brujas universitarias que ha creado el refuerzo en la aplicación del Título IX de la Ley de Educación Superior de 1979. La competente profesora de cine de la Universidad de Northwestern, Laura Kipnis se encontraba en 2015 siendo investigada por su universidad por supuestas violaciones del Título IX debido a un ensayo que publicó en The Chronicle of Higher Education y que se titulaba “La paranoia sexual ataca a la academia”. Parecía que Kipnis tenía las credenciales necesarias de una feminista, pero eso no importaba a los nuevos Snopes del campus. (Northwestern sí acabó sentenciando a su favor, pero solo después de que Kipnis contraatacara. Posteriormente publicó otro ensayo, este sobre su “inquisición” y publicó recientemente un libro, Unwanted Advances: Sexual Paranoia Comes to Campus, sobre sus experiencias).
La situación actual está cerca de convertirse en una crisis, sino lo es ya. Los miembros de la facultad en muchas universidades están siendo obligados a firmar “declaraciones de diversidad”, que es un poco más que juramentos disfrazados de lealtad, algo que debería ser un anatema en la educación superior. En las universidades se está reclamando una aceptación que recuerda la de Lysenko, que infectó a las universidades y la comunidad científica de la URSS durante décadas, con resultados desastrosos.
Al final, los residentes de Frenchman’s Bend se resignaban a vivir bajo la bota de la familia Snopes. La educación superior se dirige hacia el mismo destino, pero los resultados serán mucho más trágicos que los de un diminuto villorrio en el imaginario condado de Yoknapatawpha.