El presidente Donald Trump ha anunciado que planea nuevos ataques con misiles contra el régimen sirio en respuesta a un supuesto ataque químico a civiles sirios en un suburbio de Damasco dominado por los rebeldes.
Los EEUU no ofreció ninguna evidencia del ataque, ya que, como ha admitido el Financial Times, su confirmación podría llevar semanas. Además, confirmar que el ataque tuvo lugar no es lo mismo que confirmar que el régimen sirio fuera responsable de este.
Según parece, a la administración Trump le interesan poco esos tecnicismos y defiende una intervención militar inmediata, señalando que las evidencias podrían perderse entretanto.
Así que la ausencia de evidencias es una evidencia.
Pero, como ha señalado Tucker Carlson en un segmento importante de Fox News, incluso si se pudiera demostrar que el régimen sirio es responsable del ataque, no estaría claro por qué un nuevo ataque a Siria «haría más seguro a los EEUU».
Parece que la administración y sus respaldos belicistas ni siquiera van a alegar esto, ya que es bastante evidente que el régimen sirio no es un peligro para Estados Unidos en ningún caso. La diminuta fuerza aérea del régimen y la armada prácticamente inexistente no plantean ningún problema a un país con una armada diez veces mayor que cualquier otra y que gasta más en proyectos militares que los siguientes ocho regímenes más militarizados juntos. Como entendió el presidente Dwight Eisenhower —al recortar el gasto público ante una Unión Soviética resurgida— el enorme arsenal nuclear de los EEUU hace que las amenazas de regímenes como el de Assad resulten completamente irrelevantes.
Pero, aunque nada de esto fuera verdad, sigue correspondiendo al gobierno de EEUU demostrar positivamente que la Siria de Assad es una amenaza para los votantes y contribuyentes americanos.
Sin embargo, esto no ocurrirá, porque no es así como se hace la política exterior en los EEUU. No habrá ningún debate sustancial en el Congreso y solo se emitirán acusaciones e insinuaciones desde la administración y otros órganos del poder ejecutivo. «Créannos, no mentiríamos» será la afirmación central de los promotores americanos de la guerra. Una vez más, se dirá a los americanos que hay que sacrificar tanto dinero como libertades para satisfacer los últimos planes de la comunidad militar americana.
Dado que solo una parte de la población se creerá las afirmaciones de que los americanos están en peligro, escucharemos vagos tópicos acerca de misiones humanitarias y de cómo el régimen sirio debe ser detenido por el bien de la decencia. Hemos oído lo mismo tanto en Irak como en Libia antes de llevar a cabo el cambio de régimen en nombre del humanitarismo. Sin embargo, en ambos casos, la región solo resultó menos estable y más propensa al islamismo radical. El resultado ha sido cualquier cosa menos humanitario o decente. Tampoco los defensores de la guerra pueden proporcionar ninguna respuesta a la pregunta de quién reemplazaría al régimen de Assad. Los candidatos más probables son los islamistas radicales. Además, mientras los EEUU continúe ignorando el desastre humanitario perpetrado en Yemen por su aliado Arabia Saudita cualquier afirmación de pretensiones “humanitarias” es como mínimo dudosa.
El motivo real detrás de esta última acción belicista podría encontrarse en el empleo de una estrategia recientemente sugerida por Lew Rockwell, quien señala:
Cuando oigan las palabras «seguridad nacional» o «interés nacional» usadas por la gente de Washington, creo que es importante sustituir «nacional« por «imperial». Entonces, ¿es de interés nacional que los Estados Unidos bombardee Siria? No. ¿Es de interés imperial que lo haga el Imperio Americano? Sí.
En otras palabras, los estados de los EEUU y muchos de sus aliados pretenden beneficiarse de forma importante con la guerra contra Siria. Como señalaba Randolf Bourne hace un siglo: «la guerra es la salud del Estado» y otra guerra más ayudaría al régimen americano a justificar mayores presupuestos, mayores déficits, más impuestos y más poder del estado en general.
Por esta razón, siempre ha habido una relación cercana entre la ideología del liberalismo laissez faire y la ideología de la paz. En el siglo XIX, eran liberales de libre mercado como Richard Cobden y su amigo Frédéric Bastiat los que consideraban la intervención económica, la esclavitud y la guerra como parte de un paquete autoritario. El relevo lo recogió posteriormente Ludwig von Mises y después su alumno Murray Rothbard.
Pero, en el asunto de la guerra, la postura de los liberales (aquellos a los que ahora conocemos como «libertarios») hace mucho que ha estado firmemente del lado de la paz siempre que ha sido posible:
Pero las guerras no las hacen la gente común, buscándose la vida a la luz del día: las hacen los demagogos que infestan los palacios. No es necesario para estos demagogos completar la venta de una guerra antes de enviar los bienes, como tiene que hacer un almacenista al completar la venta de, por ejemplo, una remesa de ropa. Envían primero los bienes y luego convencen al cliente de que los quiere. (…) Pero la principal razón por la que es fácil vender la guerra a un pueblo pacífico es que los demagogos que actúan como vendedores adquieren rápidamente un monopolio tanto de la información pública como de la instrucción pública. (…) Los muertos siguen muertos, a las personas que perdieron las piernas le siguen faltando estas, las viudas de guerra continúan sufriendo la rudeza de sus segundos maridos y los contribuyentes siguen pagando, pagando, pagando. En las escuelas se enseña los niños que la guerra se libró por la libertad, la patria y Dios. — H.L. Mencken
La guerra moderna es despiadada, no perdona a las mujeres embarazadas ni a los niños: es matanza y destrucción indiscriminadas. No respeta los derechos de los neutrales. Millones mueren, son esclavizados o expulsados de los lugares en los que sus antepasados vivieron durante siglos. Nadie puede prever qué ocurrirá en el próximo capítulo de esta lucha sin fin. Esto tiene poco que ver con la bomba atómica. La raíz del mal no es la construcción de armas nuevas y más terribles. Es el espíritu de conquista. Es probable que los científicos descubran algunos métodos de defensa contra la bomba atómica. Esto no alteraría las cosas, se limitaría a prolongar por un corto tiempo el proceso de destrucción completa de la civilización. — Ludwig von Mises
Solo una cosa puede vencer a la guerra: la actitud liberal de mente que no puede ver en la guerra sino destrucción y aniquilación y que nunca puede desear que se produzca una, porque la considera perjudicial incluso para los vencedores. Donde prevalezca el liberalismo, nunca podrá haber guerras. Pero donde haya otras opiniones con respecto a la rentabilidad y el perjuicio de la guerra, ninguna norma ni regulación podrán hacer imposible la guerra por muy inteligentemente que se redacten. — Ludwig von Mises
La guerra moderna no es una guerra de ejércitos de reyes. Es una guerra de los pueblos, una guerra total. Es una guerra de estados que no dejan a sus súbditos ninguna esfera privada: consideran a toda la población como parte de las fuerzas armadas. Quien no luche debe trabajar para apoyar y equipar al ejército. El ejército y el pueblo son uno y lo mismo. Los ciudadanos participan apasionadamente la guerra. Pues es su estado, su Dios, el que pelea. — Ludwig von Mises
Las clases medias y trabajadoras de Inglaterra no pueden tener ningún interés que no sea la conservación de la paz. Los honores, la fama, los emolumentos de la guerra no les pertenecen; el campo de batalla es el campo de cosecha de la aristocracia, regado con la sangre del pueblo. — Richard Cobden
La opinión pública debe sufrir un cambio: nuestros ministros deben dejar de ser responsables de las disputas políticas cotidianas en toda Europa. Tampoco cuando un periodista de la oposición desee atacar a un secretario de exteriores debe sufrir sus puyas por el olvido del honor de Gran Bretaña si se abstiene prudentemente de implicarnos en disensiones que afectan a comunidades lejanas. — Richard Cobden
Inglaterra, dirigiendo tranquilamente sus energías no divididas hacia la purificación de sus propias instrucciones internas, a la emancipación de su comercio (…) actuaría, por decirlo así, como un faro para otras naciones y ayudaría más eficazmente a la causa del progreso político en todo el continente de lo que podría hacerlo inmiscuyéndose en los conflictos de las guerras europeas. — Richard Cobden
La actitud básica libertaria hacia la guerra debe ser entonces: es legítimo usar violencia contra delincuentes en defensa de los derechos a nuestra persona y propiedad; es completamente inadmisible violar los derechos de otras personas inocentes. Por tanto, la guerra solo es apropiada cuando el ejercicio de la violencia se limita a rigurosamente a los delincuentes individuales. Podemos juzgar nosotros mismos cuántas guerras o conflictos en la historia han cumplido este criterio. (…) Si el derecho internacional clásico limitaba y controlaba la guerra y evitaba que se extendiera, el derecho internacional moderno, en un intento de eliminar la «agresión» y abolir la guerra, solo asegura, como dijo el gran historiador Charles Beard, una política inútil de «guerra perpetua para una paz perpetua». — Murray Rothbard
La segunda excusa de Wilson para una guerra perpetua (…) es todavía más utópica: la idea de que es una obligación moral de los Estados Unidos y de todas las demás naciones imponer la «democracia» y los «derechos humanos» por todo el planeta. En resumen, en un mundo en el que la «democracia» generalmente no tiene sentido y los «derechos humanos» de cualquier tipo real prácticamente no existen, estaríamos obligados a tomar la espada y participar en una guerra perpetua para obligar a una utopía al mundo entero mediante rifles, tanques y bombas. — Murray Rothbard