Muy a menudo, el tema candente de la desigualdad de ingresos se caricaturiza como un resultado del capitalismo y no como una característica de todas las sociedades a lo largo del tiempo. Los críticos del capitalismo tienen una versión bastante romántica de las sociedades precapitalistas. Este error se deriva de un malentendido de las sociedades humanas en general.
La desigualdad es un elemento permanente de la sociedad debido a las disparidades en la distribución del talento. Por lo general, el talento catapulta a grupos organizados a posiciones de liderazgo, y entonces dichos grupos refuerzan sus privilegios instituyendo jerarquías. El afianzamiento de las relaciones jerárquicas suele dar lugar a que los plebeyos sirvan a las élites proporcionándoles mano de obra y tributos. De estos acuerdos surgieron rígidos sistemas basados en castas y clases, en los que las oportunidades en la vida se fijaban al nacer.
En las sociedades precapitalistas, el estatus de una persona estaba entretejido en una compleja red de obligaciones sociales. En el capitalismo, las personas ambiciosas pueden esperar ascender gracias a su talento y su trabajo inteligente, pero en el entorno precapitalista típico, el estatus estaba vinculado a las conexiones con la élite y a honrar a las clases superiores. A diferencia de las visiones románticas de las sociedades precapitalistas evocadas por los intelectuales, estas sociedades eran probablemente sociedades cerradas que limitaban la movilidad de los que no pertenecían a las élites. Entre los Asante de África Occidental, la realeza y los miembros de las familias principales ocupaban posiciones privilegiadas. Las divisiones sociales estaban tan arraigadas en esta sociedad que incluso las comunidades de esclavos tenían jerarquías.
En un artículo clásico sobre las distinciones sociales entre los yoruba, el antropólogo William Bascom sostenía que el rango es determinante en las relaciones sociales. Según Bascom, las normas yoruba permitían que un chico de quince años de clase alta azotara en el mercado a un hombre de cuarenta de clase baja si éste le ponía trabas. Bascom afirmaba que, como temían que las élites utilizaran su poder para imponer castigos, los de clase baja rara vez tomaban represalias.
En Yoruba, como en muchas sociedades precapitalistas, los reyes podían expropiar la riqueza de sus súbditos con facilidad. Los reyes no estaban obligados a solicitar permiso ni a compensar a sus súbditos por la expropiación de bienes. Sin embargo, a nivel comunal, los hombres mayores ejercían una enorme autoridad sobre los jóvenes, las mujeres y los niños. Los jóvenes no sólo debían consultar a los ancianos en los asuntos de la aldea, sino que éstos tenían derecho a más comida y regalos que los jóvenes en los acontecimientos importantes.
Aunque existían algunas oportunidades de movilidad social en Yoruba y Asante, ya que algunos esclavos y plebeyos muy inteligentes alcanzaron puestos importantes. Tales nombramientos desembocaban invariablemente en nuevas dinastías. Cuando los plebeyos o los esclavos se convertían en guerreros o altos cargos políticos, eran recompensados con títulos y riquezas.
La historiadora Akosua Perbi, en su debate sobre la movilidad en la Asante precolonial, cuenta la historia del esclavo Opoku Frere, que llegó a ser gyasewahene (jefe de hacienda). Gracias a su diligencia y lealtad, Opoku Frere aseguró el éxito de sus descendientes, que se convirtieron en beneficiarios de un taburete. Pero, como explica Perbi, esa movilidad estaba supeditada a la lealtad a la corona: «La creación de taburetes en la Asante precolonial para personas de bajo estatus no era, por tanto, un gesto casual. Era una marca de gran honor y el logro de la más alta movilidad. . . . En su nuevo cargo político, estos siervos elevados seguían sirviendo fielmente al rey y al Estado».
Fuera de África, las sociedades precapitalistas tenían distinciones de clase y desigualdad igualmente rígidas. Por ejemplo, los miembros de la nobleza azteca tenían derecho a vestir de algodón, construir casas en plataformas elevadas y poseer tipos especiales de joyas. También existían grandes diferencias de riqueza entre los plebeyos: los comerciantes (los pochteca) y los artesanos eran más ricos que los campesinos. Los plebeyos no tenían derecho a poseer tierras, pero muchos adquirían propiedades a través de relaciones con la realeza y la nobleza.
Asimismo, los recaudadores de impuestos y otros burócratas ocupaban puestos de riqueza y autoridad y residían en casas palaciegas. La desigualdad en las sociedades no capitalistas es más probable de lo que suponemos y más persistente, porque los individuos gozan de privilegios que perpetúan el statu quo.
El resultado del capitalismo es que socava la autoridad tradicional, facilitando así que las fuerzas del mercado recompensen a los individuos con talento. De ahí que las sociedades capitalistas sean más móviles y menos proclives a crear privilegios especiales para las élites. Los estudios demuestran que la libertad económica reduce las desigualdades al ofrecer más oportunidades al ciudadano de a pie.
El economista Niclas Berggren demostró en un influyente estudio que las políticas que favorecen la libertad económica, como la liberalización del comercio y la desregulación financiera, están correlacionadas con una reducción de la desigualdad. Nuestra paradoja es que, si bien los mercados conducen a la desigualdad al impulsar las innovaciones, las sociedades de mercado también eliminan los privilegios especiales que anteriormente daban lugar a una desigualdad injusta. Por lo tanto, puesto que la desigualdad es una característica de todas las sociedades y puesto que las sociedades de mercado engendran menos desigualdad y más equidad, entonces los críticos deberían abogar por más y no menos mercados para alcanzar el objetivo de la equidad.