No es ningún delito ser ignorante en economía, que es, después de todo, una disciplina especializada y que la mayoría de la gente considera una «ciencia lúgubre». Pero es totalmente irresponsable tener una opinión ruidosa y vociferante sobre temas económicos permaneciendo en ese estado de ignorancia.
—Murray Rothbard, «El deseo de muerte de los anarcocomunistas»
La escuela austriaca de economía se erige como un faro que ilumina el camino hacia la comprensión económica a través de una perspectiva que diverge notablemente de las metodologías de experimentación controlada y observación empírica que definen las ciencias naturales. En su lugar, la economía austriaca expone las verdades intemporales de los fenómenos económicos mediante el arte del razonamiento deductivo, extrayendo su fuerza de axiomas evidentes que sustentan el intrincado tapiz de la vida económica.
Este alejamiento de las normas científicas convencionales se basa en dos pilares fundamentales. En esencia, la economía se ocupa de descifrar la elaborada coreografía de la acción humana, impulsada no por las certezas lineales que rigen el reino físico, sino por los intrincados matices de los deseos subjetivos. En contraste con la previsibilidad de la materia y el movimiento, el lienzo sobre el que se pinta el comportamiento humano intencionado desafía los intentos de segmentación o manipulación en entornos controlados.
La sinfonía de la economía crece a partir de las innumerables notas que tocan los individuos, cada uno de los cuales teje su propia narrativa dinámica a través del tejido de circunstancias, conocimientos, expectativas y valores personales. No existen palancas de control para ajustar o experimentar en este ámbito.
Esta distinción fundamental se ve ejemplificada por la reticencia de la historia a ofrecer experimentos controlados para la validación de las teorías económicas. Acontecimientos históricos como la Gran Depresión son composiciones tejidas a partir de una compleja interacción de innumerables hilos causales, lo que permite a escuelas de pensamiento rivales extraer interpretaciones divergentes de momentos compartidos en el tiempo.
A diferencia del recorrido empírico de las ciencias naturales, los cimientos de los principios económicos encuentran sus raíces en el fértil terreno de la lógica deductiva, brotando de axiomas autoevidentes sobre la acción humana: que los individuos actúan con un propósito y valoran subjetivamente los bienes. Los principios de la oferta y la demanda, la utilidad marginal, el coste de oportunidad y la dinámica de incentivos no son meras observaciones, sino implicaciones meticulosamente derivadas de estos axiomas fundamentales.
Los datos empíricos, aunque arrojan luz sobre las leyes económicas, no tienen el poder de ofrecer pruebas definitivas o refutaciones de estas leyes. Los marcos económicos rivales pueden coexistir a pesar de beber de la misma fuente empírica. Las deducciones que permanecen impermeables a los datos históricos contrarios se mantienen firmes como los cimientos de la ciencia económica.
Se sabe que los detractores sostienen que las deducciones de la escuela austriaca carecen de relevancia sin una verificación empírica. Sin embargo, los axiomas básicos en los que se basan estas deducciones son inmunes a las limitaciones de los datos empíricos. Además, el análisis económico austriaco ha demostrado una y otra vez su capacidad predictiva. Pensemos, por ejemplo, en la teoría de los ciclos económicos de Ludwig von Mises.
Décadas antes de la crisis financiera de 2008, Mises dilucidó cómo los auges insostenibles siembran las semillas de su propia perdición, impulsados por la distorsión de los tipos de interés y las señales de producción debidas a la expansión del crédito. Su predicción de una eventual recesión debida a las políticas inflacionistas de los bancos centrales se cumplió cuando la crisis acabó por desencadenarse. Mientras otros tropezaban con modelos estadísticos, los que abrazaron la deducción comprendieron la esencia de la crisis.
Los críticos también han cuestionado el realismo del planteamiento de la escuela austriaca, contraponiendo los actores racionales de los modelos económicos a la irracionalidad del mundo real. Sin embargo, las leyes deductivas de la economía no pretenden predecir resultados concretos, sino que ofrecen marcos interpretativos. Como Mises explicó acertadamente, «la economía, como rama de la teoría más general de la acción humana, trata de toda acción humana, es decir, del propósito del hombre encaminado a la consecución de fines elegidos, cualesquiera que éstos sean».
Al deducir implicaciones de la base de la acción humana intencionada, la economía alcanza un nivel de universalidad y permanencia que el análisis empírico no puede igualar. Aunque la observación empírica puede arrojar luz sobre casos concretos, es el ámbito de la deducción el que desvela los mecanismos atemporales que rigen los fenómenos económicos.
La microeconomía es un buen ejemplo. Aunque la realidad puede desviarse de los postulados teóricos, deducciones como las que rigen la oferta y la demanda permiten comprender mecanismos duraderos que trascienden los confines del tiempo y el lugar. Es aquí donde la deducción triunfa sobre la minería de datos a la hora de revelar la dinámica esencial de la coordinación de precios.
En esencia, la comprobación empírica y el razonamiento deductivo no son diametralmente opuestos. Al contrario, pueden complementarse armoniosamente, mejorando la comprensión tanto de los aspectos atemporales como de los contingentes de la ciencia económica. La escuela austriaca se erige así en pilar fundacional del conocimiento económico, al ofrecer la teoría deductiva pura como complemento de la observación empírica.
La difusión de la ilustración económica: un deber cívico
La verdadera potencia de estas ideas económicas se despliega cuando calan en la conciencia colectiva. Cuando los mitos y falacias económicos se infiltran en la psique de la sociedad, los políticos aprovechan estas ideas erróneas para impulsar políticas basadas en una lógica defectuosa.
Incluso a pesar de siglos de apoyo intelectual a las virtudes del libre comercio, el fantasma del intervencionismo sigue acechando, como testimonio de la persistencia de las duraderas ideas mercantilistas de que el comercio corroe los empleos nacionales. Estas ideas erróneas otorgan a los gobiernos el poder de influir en la opinión pública, allanando el camino a políticas que obstaculizan el avance de la sociedad en lugar de facilitarlo.
En este sentido, los economistas asumen una doble responsabilidad: ilustrar a los profanos y fomentar en ellos la apreciación de la dinámica del mercado, y dotar a los ciudadanos de las herramientas intelectuales necesarias para protegerse del atractivo de las intervenciones equivocadas. Con el énfasis de la escuela austriaca en la deducción, recae en los economistas la importante responsabilidad de hacer que estas ideas económicas fundamentales sean accesibles e inteligibles para el público en general. Los intelectuales y escritores también tienen un papel que desempeñar en la difusión de estas ideas críticas a un público más amplio. Al difundir la sabiduría que desvela la armonía oculta en el ámbito del intercambio voluntario, allanamos el camino hacia la emancipación de la sociedad.
Ludwig von Mises subrayó elocuentemente que este deber de compartir los conocimientos económicos es ineludible. Quienes no se comprometen con las cuestiones económicas y confían ciegamente en los llamados expertos renuncian a su capacidad de decisión y se someten a la dominación de otros. Mises afirmaba que, en nuestra época, no hay nada más crucial que la economía, ya que el destino de las generaciones presentes y futuras pende de un hilo. Citando directamente a Mises:
Nadie puede eludir su responsabilidad personal. Quien no examina lo mejor que puede todos los problemas que se plantean, renuncia voluntariamente a su derecho de nacimiento en favor de una élite de superhombres autoproclamada. En asuntos tan vitales, la confianza ciega en los «expertos» y la aceptación acrítica de los latiguillos y prejuicios populares equivalen a abandonar la autodeterminación y a ceder a la dominación ajena. En las condiciones actuales, nada puede ser más importante para todo hombre inteligente que la economía. Está en juego su propio destino y el de su progenie.
Muy pocos son capaces de aportar alguna idea consecuente al cuerpo del pensamiento económico. Pero todos los hombres razonables están llamados a familiarizarse con las enseñanzas de la economía. Este es, en nuestra época, el principal deber cívico.
Nos guste o no, es un hecho que la economía no puede seguir siendo una rama esotérica del conocimiento accesible sólo a pequeños grupos de eruditos y especialistas. La economía se ocupa de los problemas fundamentales de la sociedad; concierne a todos y pertenece a todos. Es el estudio principal y propio de todo ciudadano.
Aunque sólo unos pocos elegidos puedan aportar ideas originales al campo de la economía, el deber de familiarizarse con las enseñanzas económicas incumbe a todo ciudadano racional. Esto, subrayó Mises, es la principal responsabilidad cívica en nuestra sociedad moderna y se convierte en la búsqueda adecuada de cada ciudadano.
La economía, señalaba Mises, es demasiado vital para confinarla a los ámbitos esotéricos del mundo académico. Aborda los problemas fundamentales de la sociedad y pertenece a todos. Al dotar al público de un conocimiento profundo de la economía, los economistas dotan a las personas de la capacidad de evaluar críticamente los mecanismos del mercado, desenmascarar los mitos económicos y resistir la tentación de intervenciones políticas equivocadas. Una educación económica de gran alcance fortalece a la sociedad contra la influencia destructiva del utopismo coercitivo, fomentando una cultura que valora la libertad individual, el emprendimiento y la prosperidad a largo plazo. Como tal, es nuestra responsabilidad compartida difundir vigorosamente la luz del razonamiento económico, desterrando la niebla de la falacia y desbloqueando el ilimitado potencial de la humanidad.