Muchos expertos económicos predicen que los Estados Unidos y gran parte del mundo están en recesión o a punto de entrar en una, dependiendo de la definición que cada uno dé del término «recesión». Este breve ensayo no pretende ser una explicación exhaustiva de las causas de tales ciclos económicos, sino más bien la forma adecuada de ponerles fin lo antes posible.
Desequilibrio en las fases de producción
Una recesión no es más que el nombre que reciben las perturbaciones económicas. Las fases de producción están desequilibradas. Los recursos se han asignado a productos finales o fases de producción equivocados. Las preferencias de los consumidores han cambiado o los recursos se han asignado por factores políticos y no por factores de mercado. No importa cuál sea la causa, porque la solución es siempre la misma. Hay que eliminar todos los cuellos de botella que impiden la reasignación de los factores de producción para satisfacer los deseos legítimos del mercado.
Incrementando el poder adquisitivo privado
Hay un gran problema: el Estado benefactor. Uno de los objetivos del Estado benefactor, aunque no el único, es proporcionar ayuda a los trabajadores e incluso a las compañías que se encuentran con que su flujo de caja se ha ralentizado, como en el caso de las compañías, o incluso se ha detenido, como en el caso de los despidos de trabajadores. La asistencia social financiada por el gobierno está diseñada para proporcionar ayuda temporal. El problema es que no se reducen otros desembolsos gubernamentales. No, el gasto de beneficencia se ha convertido en «un derecho» y siempre se añade al gasto existente. Esto significa que el gobierno da un mordisco aún mayor a la única economía que importa, la economía de libre mercado. Murray N. Rothbard explicó que el único gasto que importa es el «poder adquisitivo privado».
En Making Economic Sense, Rothbard dice: «Todos los impuestos y gastos gubernamentales disminuyen el ahorro y el consumo de los auténticos productores, en beneficio de una carga parasitaria de gastos de consumo de los no productores.»
Desarrolla el tema en su obra magna, Hombre, economía y Estado con Poder y mercado: «En resumen, estrictamente, la productividad del gobierno no es simplemente cero, sino negativa, pues ha impuesto una pérdida de productividad a la sociedad».
Dado que el aumento del gasto gubernamental debe, por definición, reducir el «poder adquisitivo privado», el gasto social obstaculiza la capacidad de recuperación de la economía justo cuando más se necesita más «poder adquisitivo privado». Los recursos que deberían haberse reasignado a nuevos productos y servicios deseados por el público se reducen en lugar de aumentar. No sólo eso, sino que los pagos de beneficencia tienden a desincentivar a los negocios a la hora de tomar las medidas necesarias para reasignar su capital y a reducir el incentivo y la capacidad de la mano de obra para trasladarse o adquirir nuevas cualificaciones.
Eliminar la beneficencia
La solución es sencilla pero difícil de promulgar. Acabar tanto con la beneficencia corporativa como con la individual. ¿Cómo? ¿Forzar el cierre de negocios y sumir en la miseria a gran parte de la población? No tiene por qué ser así. Es esencial que se eliminen las barreras que impiden reasignar el capital y la mano de obra allí donde se necesitan con más urgencia.
Además, al igual que los capitalistas deben ser responsables de la salud financiera de sus compañías ahorrando cuando los tiempos son buenos y siendo siempre sensibles a las necesidades del mercado, los trabajadores deben ser igual de responsables. Tanto el capital como el trabajo deben ahorrar para los días de vacas flacas. El capital necesita invertir continuamente en procesos más productivos, y la mano de obra necesita invertir en habilidades personales que serán necesarias en el futuro. Desgraciadamente, los lucros de las compañías de éxito se gravan con un alto tipo impositivo, y la mano de obra está sujeta a la propaganda que le proporcionará el Estado. Es una receta para largas recesiones. Comparemos la depresión de Warren Harding tras la Primera Guerra Mundial con la depresión de Herbert Hoover/Franklin D. Roosevelt de diez años después. Pocos conocen la depresión de Harding porque terminó muy rápidamente. Todo el mundo ha oído hablar de la Gran Depresión de Hoover/Roosevelt de los años treinta.
Harding redujo el presupuesto federal. Hoover y Roosevelt aumentaron el presupuesto federal e impusieron mayores barreras reguladoras a la libre reasignación del capital y el trabajo. Lord John Maynard Keynes añadió el insulto a la injuria al abandonar la ley de Say de que la producción debe preceder al consumo, consagrando el mito del aumento de la demanda agregada mediante la impresión de dinero, ¡que se ahorquen los déficits!