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El pasado comunista de la Gran Manzana provoca nostalgia

Poca gente fuera de la ciudad de Nueva York ha advertido que Bill de Blasio asumió un segundo mandato como alcalde de la Gran Manzana, ya que las Luminarias Habituales no aparecieron para la ocasión. Por muy deslucida que pueda haber sido la ceremonia en ese helado día de enero, fue importante una cosa: el liderazgo político de Nueva York de nuevo está buscando un flagrante socialismo como luz (o, tal vez más apropiado, oscuridad) que guíe el futuro de la ciudad.

El New York Times declaraba en un editorial:

Como reza el dicho, bailas con quien te trajo al baile, pero Bill de Blasio no ve ninguna razón para seguirlo. Bill y Hillary Clinton le dieron un primer impulso vital en la política y, consecuentemente, Mr. de Blasio eligió al expresidente para que le tomara juramento como 109 alcalde de Nueva York hace cuatro años. Los tiempos cambian. Para su segunda toma de posesión, el lunes, los Clinton quedaban en su retrovisor.

En su lugar, la tarea del juramento recayó en el senador Bernie Sanders, de Vermont pasando por Brooklyn, que, no casualmente, fue el principal rival de Hillary Clinton para la nominación presidencial demócrata de 2016. Fue la forma de Mr. de Blasio de decir que incluso una pretensión de centrismo clintoniano era mal vista en el ayuntamiento y que predominaba “una nueva época progresista”, como la llamaba en sus comentarios. Puede que Mr. Sanders no le haya llevado al baile, pero ahora ocupa el corazón del alcalde.

Al haber crecido en Brooklyn en una época en la que el principal tema de discusión con sus compañeros era si uno era un estalinista o un trotskista (Sanders elegía orgullosamente alinearse con el asesino en masa Trotsky frente al asesino en masa Stalin), Sanders sin duda siente una afinidad con de Blasio, que recientemente reclamaba acabar con la propia privada en Nueva York durante una entrevista-masaje en New York Magazine:

Lo más duro es la manera en que nuestro sistema legal está estructurado para favorecer la propiedad privada. Creo que, a todas las personas de esta ciudad, en todos los estratos, les gustaría que el gobierno de la ciudad fuera capaz de determinar qué edificio va dónde, lo alto que será, quién vivirá en él, cuánto costará el alquiler. Creo que hay un impulso socialista, que escucho todos los días, en todo tipo de comunidades, de que les gustaría que las cosas se planificaran de acuerdo con sus necesidades. Y a mí también. Por desgracia lo que se interpone son cientos de años de historia que han elevado a los derechos de propiedad y riqueza hasta el punto de que esa la realidad que marca el tono muchas urbanizaciones. (…)

Mira, si pudiera elegir, el gobierno de la ciudad determinaría todos los terrenos y cómo se realizaría su urbanización. Y habría requisitos muy estrictos en torno a niveles de renta y alquileres. Es un mundo que me gustaría ver y creo que, al menos en esta ciudad, hay personas a las que de gustaría tener de vuelta el New Deal, a cierto nivel. Les gustaría tener un gobierno poderosísimo, incluyendo el gobierno federal, implicado en dirigir directamente su realidad cotidiana.

De Blasio y Bernie Sanders no son las únicas personas que añoran un Nueva York verdaderamente socialista. El pasado otoño, al irse aproximando el centenario de la revolución bolchevique, el New York Times se puso nostálgico recordando los días en que la ciudad era “la capital del comunismo estadounidense”. De hecho, el “periódico de referencia” retrataba al comunismo como una “causa perdida”, un movimiento que trajo esperanza, a pesar de que el NYT informó activamente sobre los millones de muertes en Ucrania como resultado directo de las políticas comunistas que tanto adoraban los intelectuales, activistas sindicales y periodistas de Nueva York.

Es evidente que de Blasio desea una vuelta al control estricto de alquileres que llevó a miles de edificios de apartamentos abandonados a principios de la década de 1980 y convirtió a buena parte en la ciudad de Nueva York en un paisaje distópico, famoso por la serie de películas “Death Wish”. De hecho, las políticas que una generación de socialistas impulsó en la ciudad desde la década de 1930 hasta la de 1990 llevó a una crisis financiera en 1975 (cuando la ciudad vendió ilegalmente bonos para pagar bonos anteriores, un “privilegio” concedido solo al gobierno federal) y a una ciudad llena de delitos hasta que las cosas empezaron a cambiar hace aproximadamente 25 años.

(La ciudad de nueva York sí tiene algunos restos de control alquileres, así como de políticas de “estabilización de alquileres”, pero el gobierno municipal no ha sido tan hostil hacia la vivienda de propiedad privada hoy como lo era hace 40 años. Aunque la administración de Blasio sí proclamó una paralización durante un año de los aumentos en los alquileres en 2015 (un buen inicio para recuperar los “buenos tiempos”, pero no suficiente para destruir las existencias de vivienda, al menos todavía no), llevará varios años reconstruir el infierno inmobiliario que era Nueva York cuando el ficticio Paul Kersey cazaba a ladrones y asesinos en la Gran Manzana.

Aunque uno duda de que de Blasio sea capaz de devolver por sí solo a Nueva York a su pasado distópico, no cabe duda de que quiere emplear las mismas políticas que llevaron a la ciudad a una grave decadencia. Como muchos otros socialistas duros, de Blasio no entiende absolutamente nada acerca de comercio y cree que la planificación centralizada aplicada con una abierta violencia patrocinada por el estado puede reemplazar a una sociedad construida sobre la empresa privada y hacerla incluso mejor.

El intelectual francés Talleyrand dijo una vez que la dinastía borbónica: “No han aprendido nada ni olvidado nada”. Políticos como Bill de Blasio llevan a Talleyrand un paso más adelante: no aprenden nada, pero olvidan todo.

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Image Source: Image of Bill de Blasio via Wikipedia
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