Recientemente, mi esposa y yo pasamos una mañana en la Biblioteca Presidencial de Lyndon Baines Johnson en Austin, Texas. El daño producido por este matón es incalculable. Su biblioteca nos recuerda el inicio de la tormenta de expansión del gobierno durante el mandato presidencial de Johnson, que duró desde el asesinato de Kennedy en octubre de 1963 a su decisión de no presentarse a un segundo mandato en 1968, algo que se atribuye habitualmente a su fracaso en terminar la guerra en Vietnam.
Johnson era un admirador de FDR y estaba decidido a revivir y completar lo que creía que deberían haber sido partes integrantes del New Deal de FDR. Johnson llamó a su programa La Gran Sociedad. Como si no bastara con la ignorancia de las consecuencias de su expansión socialista del control interior por parte del gobierno, LBJ extendió la guerra en Vietnam, prometiendo a EEUU tanto cañones como mantequilla. Incluso hoy vivimos con esta expansión de los programas públicos interiores y con las guerras aparentemente interminables que constituyen el estado de bienestar y guerra moderno.
El tratamiento Johnson
En el párrafo anterior calificaba a Johnson como un matón. Creo que mi evaluación está justificada por lo que en realidad se alabar en su biblioteca presidencial. Las imágenes explican y documentan orgullosamente “el toque Johnson” en imprenta, fotografía y entrevistas telefónicas reales registradas. Johnson era un hombre grande que era más alto que la mayoría la gente. Tenía la costumbre de acercarse mucho a alguien, inclinar su cintura y obligar a su compañero de conversación a inclinarse hacia atrás para evitar un incómodo encuentro con la cara de LBJ. Hay una gran fotografía de Johnson dando al juez asociado del Tribunal Supremo, Abe Fortas, este “tratamiento Johnson”, literalmente cara a cara. Fortas, que fue durante mucho tiempo seguidor de LBJ parece estar tomando el “tratamiento” de buen humor, pero es fácil ver cómo sería casi imposible mantener la dignidad con el presidente de EEUU llevando a cabo esta acción evidentemente incómoda.
Sorprendentemente, la biblioteca LBJ alaba el tratamiento Johnson con conversaciones telefónicas grabadas. Una conversación fue con el poderoso senador estadounidense Richard Russell, colega durante mucho tiempo de LBJ. Johnson quería a Russell como sus ojos y oídos personales en la Comisión Warren, encargada de la investigación del asesinato de Kennedy. En la conversación telefónica grabada escuchamos a Russell decir educadamente a LBJ que se siento honrado, pero que no tiene ningún respeto por el juez del Tribunal Supremo, Earl Warren, y que debe declinar la oferta. LBJ acosa entonces a Russell hasta conseguir que acepta el puesto. Dice que quiere que Russell se asegure de que la comisión no investiga si los rusos o cubanos tuvieron algún papel en el asesinato. La vehemente protesta de Russell al escribir sobre la teoría de la “única bala” de la Comisión Warren parece justificar esta opinión de Warren y la comisión. Los miembros de la comisión daban volteretas retóricas para afirmar que el informe tenía una aprobación unánime de todos los miembros.
Lo que se ve y lo que no se ve
La biblioteca está llena de recuerdos típicos. La entrada tiene una enorme vitrina con plumas con las que Johnson firmó cientos de documentos, sobre todo de legislación nacional. Por ejemplo, Johnson fue el autor y firmó sesenta decretos legislativos que en la práctica federalizaban la educación. Por supuesto, la biblioteca está llena de engañosas estadísticas que tratan de “demostrar” que toda su legislación fue eficaz, citando, por ejemplo, que la tasa de pobreza disminuyó y que el porcentaje de estadounidenses con grados universitarios aumentó. Aunque se aceptaran esos “hechos” tal cual, un economista austriaco señalaría que todos esos supuestos avances tuvieron el coste de desviar recursos de otras preferencias más buscadas. La educación es un bien económico, igual que la atención sanitaria, los fondos de pensiones, la comida, etcétera. Si los estadounidenses hubieran valorado tanto la educación superior, habrían aplicado más de sus recursos limitados a este fin. La biblioteca de LBJ ignora el coste, incluyendo el coste social, de todos estos programas y da la impresión de que los bienes y servicios suministrados por el gobierno podían proporcionarse sin ningún cambio en la producción de otros bienes y servicios de la nación. De ahí la famosa afirmación de “cañones y mantequilla”, de que podemos tener todo… Una afirmación que sobrevive hasta hoy.
Tal vez el legado más duradero de los años de LBJ es que sus políticas de cañones y mantequilla pusieron a EEUU en un camino que acabó con el patrón oro cambio, acordado en Bretton Woods en 1944, por el que EEUU se comprometía a mantener la convertibilidad del dólar del banco central en oro a 35$ la onza. En la década de 1950, los déficits presupuestarios de Eisenhower fueron muy modestos y en realidad equilibró el presupuesto durante un corto período de tiempo. Pero la política de cañones y mantequilla de Johnson causó enormes déficits y llevó a una impresión de moneda sin precedentes por parte de la Fed. Los economistas austriacos en la Francia de Charles de Gaulle entendieron las consecuencias (que EEUU en realidad no tendría suficiente oro como para atender la conversión de 35$ por onza por parte del banco central) y empezaron una corrida sobre el suministro de oro de Estados Unidos que acabó sacando a EEUU del patrón oro en 1971. (Que quede claro: los franceses no causaron la corrida sobre el suministro de oro de EEUU. La Fed causó la corrida imprimiendo dólares para pagar la política de cañones y mantequilla de LBJ).
Vietnam mostró los límites del toque Johnson
La biblioteca LBJ muestra abiertamente que Johnson nunca tuvo un método para ganar la guerra en Vietnam por sacar EEUU de lo que se caracterizaría como un cenagal. En otra grabación telefónica del principio de su administración, los visitantes de la biblioteca escuchan a LBJ decir a un seguidor que no sabe cómo ganar o cómo llevar las tropas a casa honorablemente. Es una revelación muy amarga para alguien que tuvo camaradas de armas que murieron en Vietnam y otros que soportaron la cautividad en el infame “Hanoi Hilton”. Johnson trato repetidamente de llevar a los norvietnamitas una conferencia de paz. Era pura arrogancia de LBJ, convencido de que todo era negociable y de que podía usar el famoso toque Johnson sobre Ho Chi Minh. Sus patéticas pausas de bombardeo para indicar nuestro deseo de negociar únicamente convencieron al norvietnamita de que la implicación estadounidense acabaría terminando.
¿Qué hemos aprendido?
Aparentemente no mucho. Hoy la política de cañones y mantequilla de Johnson está viva y coleando. Pocos, si es que hay alguno, programas de la gran sociedad se han derogado. El gobierno federal continúa haciendo la guerra en lugares lejanos y promete cada vez más bienes y servicios, financiados por dinero fiduciario libre de cualquier atisbo de patrón oro. No se habla de eliminar ningún programa nacional ni de acabar con ninguna de nuestras guerras. Por el contrario, nuestro gobierno parece decidido a provocar nuevas guerras en Corea y posiblemente con Irán e incluso Rusia. El legado de la deuda de todos los programas públicos federales (es decir las obligaciones no financiadas derivadas de los programas de derechos públicos) se ha calculado muy por encima de los cien billones de dólares. Está claro que solo puede pagarse nominalmente y no con dinero del reducido poder adquisitivo incluso de hoy. Así que, ¿fue la presidencia de LBJ un éxito? ¡Por desgracia para EEUU, LBJ diría que sí!