Aparte de la trilogía original en DVD (¡y VHS!), no poseo ningún producto, ropa, película o artefacto de La guerra de las galaxias. Me salté la película más reciente, Solo. Pero como me gusta seguir las tendencias cinematográficas, mis diversas fuentes de noticias siguen mandándome artículos acerca de las últimas películas de La guerra de las galaxias.
Raramente algo de esto despierta mi interés como editor de mises.org. Pero entonces llegó este tweet, que indudablemente me hizo alzar las cejas:
No eres un “cliente” ni de Lucasfilm ni de La guerra de las galaxias.
Puedes ser un cliente de Hasbro o Del Rey o de cualquier número de titulares de licencias, pero comprar una entrada de cine no hace de ti un cliente, salvo del cine en el que compraste la entrada.
No posees Lucasfilm ni la franquicia de La guerra de las galaxias.
Ni quiero aburriros con muchos detalles, pero aquí el contexto es una guerra constante en los llamados Guerreros de la Justicia Social y muchos seguidores fanáticos de La guerra de las galaxias. A los primeros les gustan las películas recientes de La guerra de las galaxias, que han adoptado claramente un cierto tono y estilo izquierdistas desde que Disney comprara Lucasfilm. Debido a sus inclinaciones políticas, estos izquierdistas tienden a defender estas películas en todo caso, aunque las nuevas sean bastante aburridas y olvidables. Al mismo tiempo, muchos otros seguidores de la franquicia odian la política de las nuevas películas y culpan de la mediocridad de estas al postureo político. Afirman que sería mejor que Lucasfilm empezara a prestar más atención a estos seguidores de mentalidad más tradicional o la franquicia fracasará.
Así que, cuando “Geek Girl Diva” mete baza para decir que la gente que ve las películas no son realmente clientes, lo que está tratando de decir es que la gente a la que no le gustan las películas debería limitarse a callar y aceptar lo que Lucasfilm quiera presentar.
No sé quién es “Geek Girl Diva”, pero según parece la economía no es su fuerte. Evidentemente, una persona que compra una entrada a una película es realmente un cliente de la empresa que creó dicha película. Los billetes vendidos en los cines son una importante fuente de ingresos para las empresas de producción de películas y toda compra de entrada es un intercambio voluntario entre la gente que creó la película y la persona que ve la película. Indudablemente hay otras partes afectadas, como los dueños del cine. Pero la gente que creó la película está claro que es parte del intercambio.
Solo en el caso de que una persona compra una entrada en un cine (y es completamente indiferente que película acabe viendo) esa persona no sería en un sentido un cliente de la productora de cine. En ese caso, el cliente compraría el billete solo para tener la experiencia general de estar en un cine. Cualquier película bastaría.
Pero, por supuesto, eso no pasa nunca, ya que quien compra una entrada tiene que elegir qué película ver. En el momento en que toma esa decisión, ¡bam! Se ha convertido en un cliente de la gente que creó esa película.
Así que la primera parte del “argumento” de Geek Girl Diva fracasa completamente.
Soberanía del consumidor y soberanía del productor
Pero tiene alguna razón en su última frase, en la que dice “No posees Lucasfilm ni la franquicia de La guerra de las galaxias”. Está recordando a los seguidores que en realidad no tienen ningún derecho de propiedad sobre las películas.
De hecho, hemos estado oyendo esta afirmación errónea de la propiedad de los seguidores durante años: desde que George Lucas modificara su trilogía original de La guerra de las galaxias con nuevas escenas con efectos especiales y diálogo adicional. Muchos seguidores odiaron los cambios. Luego Lucas empeoró aún más las cosas diciendo nunca volvería a estar disponible la trilogía original en su forma original. Ante esto, muchos seguidores gritaron que Lucas les debía la publicación de las versiones no alteradas. Algunos incluso afirmaron que las películas, de alguna manera, “nos pertenecen a todos” y que Lucas no tiene derecho a cambiar algo que es supuestamente parte de “nuestra” herencia.
En este caso, son evidentemente los clientes (al menos algunos de ellos) los que se equivocan. No poseen Lucasfilm ni La guerra de las galaxias y los dueños de estas películas no tienen que hacer lo que quieren los clientes.
En el núcleo del debate está por tanto el tema de la “soberanía del consumidor”. Como explicaba Ludwig von Mises:
Los capitalistas, los empresarios y los granjeros son esenciales para el esarrollo de los asuntos económicos. Están al timón y dirigen el barco. Pero no son libres para determinar su rumbo. No son supremos, son solo los timoneles, obligados a obedecer incondicionalmente las órdenes del capitán. El capitán es el consumidor.
Con otras palabras, los consumidores tienen bastante influencia sobre lo que se produce y lo que no.
Pero, como ha explicado Bob Murphy aquí y aquí, este argumento puede llevarse demasiado lejos.
Hablando en general, por supuesto que es verdad que, si un productor desea hacer dinero, tiene que prestar atención a lo que quieren los consumidores. Pero los productores también tienen soberanía y también son libres para proporcionar bienes y servicios de una manera que, hasta cierto punto, sea apropiada para los productores. Murray Rothbard dice:
El productor, y solo el productor, decide si mantendrá o no su propiedad (incluyendo su propia persona) ociosa o la vende en el mercado por dinero, yendo así el resultado de su producción a los consumidores a cambio de su dinero. Esta decisión (respecto a cuánto asignar al mercado y cuánto retener) es la decisión del productor individual y solo de él.
Además, un productor puede decidir no dirigirse a todos los consumidores con su producto. Como señala Rothbard:
Supongamos que el productor A no lleva al mercado su trabajo o tierra o servicio de capital. Por cualquier razón, está ejerciendo su soberanía sobre su persona o propiedad. Por otro lado, si los oferta en el mercado, está, en la medida en que busque un retorno monetario, sometiéndose a las demandas de los consumidores. En el sentido general antes mencionado, el “consumo” manda en todo caso. Pero la pregunta crítica es: ¿Qué “consumidor”?
El problema de decidir qué consumidor atender es relevante para el caso de La guerra de las galaxias. No cabe duda de que a muchos de sus seguidores no les han gustado las precuelas o la manera en que se desarrollan las películas de la era Disney. A quienes les disgustan estas películas a menudo suponen que el productor debe por tanto estar ignorando a los consumidores.
Sin embargo, es completamente posible que Lucasfilm solo esté ignorando algunos consumidores. Lucasfilm puede estar apostando por la teoría de que hay una audiencia mayor para el nuevo estilo de películas que para el viejo. En ese caso, están realmente atendiendo a sus clientes, solo que no son los clientes a los que no les gustan las nuevas películas.
En todo caso, Lucasfilm se limita a ejercitar su propia soberanía del productor sobre el producto, lo que prerrogativa de la empresa, ya que los clientes no son dueños de la franquicia.
Hay quien podría responder que Lucasfilm ganaría más dinero si atendiera más a los seguidores “tradicionales”. Es posible, pero es imposible de saber, ya que no podemos publicar una versión más “tradicional” de las películas en un experimento controlado. Además, incluso si la dirección de Lucasfilm supiera de alguna manera que películas distintas, menos ideológicas, producirían más dinero, podrían seguir eligiendo hacer películas que se ajusten mejor a sus propias opiniones políticas personales. Es decir, la dirección de Lucasfilm podría preferir el beneficio psíquico de hacer una película que encuentren aceptable ideológicamente por encima de los profetas monetarios de hacer una película más popular entre los clientes.
Esto podría molestar a los accionistas si pudieran demostrar de alguna manera que ha estado pasando, pero, incluso así, las nuevas películas con motivaciones políticas podrían seguir haciendo suficiente dinero como para mantener un beneficio durante muchos años. Podría ser un beneficio más pequeño del que podría haber sido posible en otro caso, pero no deja de ser un beneficio.
¿Y por qué no deberían pensar que pueden continuar obteniendo un beneficio? Basándose en su propio comentario, parece que incluso los Angry Fan Boys, que afirman odiar las nuevas películas continúan comprando servilmente entradas para ellas. Muchos continúan comprando los juguetes. Y dado el número de hombres-niños en el público que continúan llevando camisetas de La guerra de las galaxias, Lucasfilm sigue ganando mucho dinero con la ropa.
Es verdad que la nueva película Solo perdió dinero, pero puede que haya sido más un problema de un presupuesto excesivo de producción. Si Lucasfilm hubiera sido inteligente y hecho la película por 80 millones de dólares, probablemente hubiera obtenido un beneficio respetable.
El problema de la propiedad intelectual
Algunos lectores en este momento podrían observar correctamente que la franquicia de La guerra de las galaxias se beneficia inmensamente de su capacidad de monopolizar a sus personajes a través de las leyes de propiedad intelectual. Por supuesto, esto hace mucho más sencillo a los dueños de La guerra de las galaxias seguir obteniendo dinero de la franquicia. Son capaces de impedir legalmente que cualquier otro fabrique juguetes, películas u otros productos que sean “demasiado similares” a los productos oficiales. En otras palabras, las leyes de propiedad intelectual limitan la competencia potencial.
Pero nuestro análisis vale incluso en ausencia de leyes de propiedad intelectual. Consideremos, por ejemplo, el caso de la “nueva Coca-Cola”. En 1985, la empresa Coca-Cola eliminó toda la Coca-Cola “tradicional” del mercado y la reemplazó con la “nueva Coca-Cola”.
Aquellos que preferían el gusto de la vieja Coca-Cola ahora se veían de repente incapaces de comprarla, aparte de algunas existencias privadas de alto precio que todavía existían.
Sin embargo, esto no se debía a leyes de propiedad intelectual. La fórmula de la Coca-Cola tradicional era (y es) un secreto comercial.
Así que, la empresa Coca-Cola, ejercitando su soberanía del productor, fue capaz de eliminar un producto que gustaba a mucha gente y reemplazarlo con otro producto nuevo que no gustaba a mucha gente.
Lo que pasó es un famoso caso de estudio de chapuza de marketing. La nueva Coca-Cola resultó ser impopular y la empresa Coca-Cola a cabo recuperando la antigua cola, llamándola “Coca-Cola clásica”.
En este caso, parece que la empresa Coca-Cola no quiso hacer basa su nueva fórmula y la soberanía del productor se inclinó ante la soberanía del consumidor.
Sin embargo, no tenía que haber sido de esta manera.
Supongamos, por ejemplo, que varios dueños y directores de la empresa Coca-Cola se hubieran convertido de repente a una ideología o religión que ordenara que no se usaran ciertos ingredientes en los refrescos de Coca-Cola. Como consecuencia, Coca-Cola eliminaría la antigua Coca-Cola, vendería una nueva Coca-Cola y no miraría atrás. Debido a sus nuevas convicciones ideológico-religiosas, dueños y directores de Coca-Cola no se arrepentirían y se aferrarían a la nueva fórmula. Perderían porción de mercado, pero encontrarían suficientes nuevos seguidores de la nueva Coca-Cola para mantener la empresa rentable a largo plazo. En esta versión de la realidad, seguiríamos viviendo en un mundo de nueva Coca-Cola, sin la Coca-Cola clásica todavía disponible en el mercado.
Este sería un caso de soberanía del productor imponiéndose sobre la soberanía del consumidor. De forma similar a la franquicia de La guerra de las galaxias, los consumidores de refrescos de Coca-Cola no son dueños del producto y, por tanto, en cierto modo están a merced de los propios productores. Por suerte, tanto en las películas como en los refrescos, hay (en un mercado relativamente libre) muchísimos productos similares que pueden ser sustituidos.
En último término, las nuevas películas de La guerra de las galaxias pueden ser la “nueva Coca-Cola” del mundo del espectáculo. Pero en este caso, tal vez los dueños de la franquicia estén dispuestos a morir con las botas puestas para impulsar su nuevo producto. Puede costarles porción del mercado o beneficios, pero, si es lo suficientemente rentable, continuaríamos viendo nuevas películas poco inspiradas de La guerra de las galaxias durante muchos años.