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La guerra fría de 45 años con Irán es un fracaso. Es hora de un nuevo enfoque

Desde su creación en 1979, la República Islámica de Irán se ha convertido en la tercera mayor amenaza para la seguridad nacional de los Estados Unidos. Por tanto, podría parecer que la estrategia ideal para combatir esta amenaza sería la de la confrontación y la agresividad. Sin embargo, este enfoque ha demostrado ser en gran medida ineficaz. La verdad es que las políticas de línea dura que hacen hincapié en el intervencionismo sólo aumentan las tensiones con las potencias extranjeras adversarias. Además, tales acciones empañan la imagen internacional de América. Aunque debemos tratar a Irán con cautela, la acción militar —ya sea mediante una declaración de guerra del Congreso o un decreto ejecutivo— sería inútil y contraproducente.

En primer lugar, la intervención militar tiende a generar resentimiento entre las poblaciones locales. En segundo lugar, las guerras de cambio de régimen suelen crear vacíos de poder y reducir las condiciones de vida. Por ejemplo, la intervención de EEUU en Libia bajo el mandato de Barack Obama provocó el colapso de las instituciones, allanando el camino a la anarquía, el dominio de las bandas y los mercados negros, como la actual «bolsa de esclavos» de Libia.

Aunque Irán representa sin duda una amenaza para la estabilidad internacional, esta amenaza se abordaría con mayor eficacia adoptando una doctrina de entente —una estrategia centrada en el comercio, la neutralidad y la reducción de los desequilibrios de poder— en lugar de la guerra. El restablecimiento del acuerdo nuclear es fundamental en este contexto, ya que mitigaría las hostilidades, promovería la estabilidad y fomentaría la cooperación en lugar del conflicto.

Desde finales del siglo XIX hasta gran parte del siglo XX, Irán fue uno de los aliados más firmes de América en Oriente Medio. Sin embargo, en 1953 se produjo un momento crucial en esta relación, cuando el Primer Ministro Mohammad Mosaddegh, elegido democráticamente, fue derrocado en un golpe de Estado orquestado por la Agencia Central de Inteligencia y el MI6. La motivación de este golpe surgió de la falta de anticomunismo acérrimo de Mosaddegh; tanto Winston Churchill como Dwight D. Eisenhower temían que su postura moderada facilitara el acceso al poder político del partido prosoviético Tudeh. Además, Mosaddegh inició la nacionalización del petróleo persa, que incluía las reservas pertenecientes a la Anglo-Iranian Oil Company, la mayor corporación privada del Imperio Británico. En respuesta a estas acciones, los EEUU y el Reino Unido orquestaron la destitución de Mosaddegh e instalaron en su lugar al sha Mohammed Reza Pahlavi.

En 1979, los revolucionarios antioccidentales depusieron al sha e instauraron la llamada República Islámica, tomando en el proceso a varios rehenes de EEUU. Esto marcó el comienzo de una relación tumultuosa y a menudo hostil entre los EEUU e Irán. Desde 1979, los EEUU ha impuesto una serie de sanciones a Irán, empezando por la Orden Ejecutiva 12170 —que congeló unos 1.020 millones de dólares en activos persas—, seguida de un embargo de las importaciones persas un año después y, por último, una prohibición total del comercio en 1995.

En 2015 se produjo un cambio significativo con la firma del Plan Integral de Acción Conjunta (JCPOA, por sus siglas en inglés), por el que los EEUU empezó a levantar algunas de estas sanciones. Sin embargo, este indulto duró poco. Al asumir el cargo en 2017, el presidente Donald Trump restableció la mayoría de estas sanciones. El mandato de Trump estuvo marcado por un lenguaje y una retórica duros hacia Irán, que reavivaron ciertas hostilidades que el presidente Obama había atemperado previamente. Las tensiones alcanzaron un nuevo punto álgido en enero de 2020, cuando Trump ordenó el asesinato extrajudicial del general Qasem Soleimani, una acción que provocó la ira del gobierno iraní.

A pesar de estas estrictas medidas, las sanciones de EEUU se han quedado cortas en su objetivo, sin haber hecho nada para frenar la expansión iraní. Además, la administración de Trump amenazó con imponer sanciones a los países que comerciaran con Irán. Dado que los beneficios económicos de comerciar con los EEUU superan a los de comerciar con Irán, la mayoría de las naciones acataron las exigencias de Washington, obstaculizando significativamente la capacidad de Irán para exportar petróleo.

La opinión pública sobre los americanos es más elevada en Irán que en la media de las naciones islámicas. Los iraníes desconfían del gobierno de EEUU, no de su pueblo. Este recelo se deriva de décadas de sanciones paralizantes y de la intervención de EEUU cerca de la esfera de influencia de Persia. La ampliación de las sanciones sólo serviría para dañar aún más esta opinión pública en mejora, disminuyendo así cualquier perspectiva de paz en un futuro previsible. Lamentablemente, éste ha sido exactamente el mismo planteamiento de la administración Biden.

La amenaza que Irán percibe para los intereses americanos en Oriente Medio podría mitigarse significativamente si los EEUU levantara las sanciones y abriera el comercio. Actualmente, los EEUU y el Reino Unido son los únicos adversarios occidentales importantes de Irán. En cambio, Irán mantiene sólidas relaciones comerciales con la Unión Europea. Irán es el séptimo exportador europeo de crudo. Alemania, en particular, ha cultivado fuertes lazos económicos con Irán, con un aumento de las exportaciones a Irán de casi el 30 por ciento solo de 2015 a 2016. Esto subraya la voluntad de Irán de entablar relaciones comerciales con Occidente.

Los Emiratos Árabes Unidos son uno de los socios más estrechos de América en Oriente Próximo. Sin embargo, entre 2020 y 2021, los EAU se convirtieron en el principal socio comercial de Irán en la región. Esta evolución puede tener implicaciones negativas a largo plazo, sobre todo porque los EEUU sigue reduciendo su presencia en Oriente Medio. Una menor presencia diplomática unida a la continuación de las sanciones podría hacer que Irán se inclinara del lado de los EAU. Podrían darse casos similares entre los países europeos antes mencionados.

La búsqueda de la expansión económica de Irán es precisamente lo que las sanciones de EEUU pretenden reprimir. Las limitadas vías de crecimiento han llevado a Irán a buscar socios comerciales alternativos como Rusia y China. Así pues, la actual estrategia de EEUU parece contraproducente, ya que empuja a Irán aún más a los brazos de potencias rivales.

Desde mediados de la década de 1990, Rusia ha sido uno de los mayores inversores extranjeros en la capital persa y ha desempeñado un papel fundamental en la ayuda al desarrollo de armas nucleares por parte de Irán, algo que conferiría una ventaja estratégica a ambas naciones. Los EEUU, en sus esfuerzos por aislar aún más a Irán, corre el riesgo de fortalecer inadvertidamente esta asociación. Por ejemplo, el 8 de mayo de 2019, el recién retirado ministro de Asuntos Exteriores de Irán, Mohammad Javad Zarif, se reunió con el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, en Moscú, donde discutieron las sanciones americanas y la amenaza de agresión occidental.

Más recientemente, a medida que se han intensificado los esfuerzos para reactivar el acuerdo nuclear, las contrapropuestas de Irán han obtenido el apoyo tanto de China como de Rusia. Cuando se reanudaron las negociaciones formales el 29 de noviembre de 2021, Vladimir Putin se posicionó como un estrecho aliado del entonces recién elegido presidente de Irán, Ebrahim Raisi, recientemente fallecido en un accidente de helicóptero en mayo. Las recientes maniobras estratégicas del Kremlin indican nuevos esfuerzos para asegurarse la lealtad de Irán.

En lugar de aislar a Irán, las sanciones refuerzan inadvertidamente el poder de Rusia. Si los EEUU levantara estas sanciones, abriera el comercio y restableciera las relaciones diplomáticas, Irán podría ver a los EEUU como una amenaza menor y llegar a reconocer que los beneficios de fomentar una amistad con los EEUU son mayores que los de una alianza con Rusia.

Adicionalmente, las tensiones podrían reducirse si los EEUU redujera su apoyo a Arabia Saudí, el principal rival de Irán. Tras el estallido de la guerra civil yemení en 2015, el presidente Obama ofreció una ayuda sustancial a Arabia Saudí, que incluía inteligencia y acceso a estaciones de repostaje americano, ampliada en respuesta a la promesa del príncipe heredero Mohammed bin Salman de ayudar a las fuerzas del Consejo de Liderazgo Presidencial, alineadas con Arabia Saudí, contra los rebeldes Houthi respaldados por Irán.

A pesar de enfrentarse a la oposición bipartidista, el presidente Trump continuó con esta estrategia, en particular vetando un proyecto de ley que pretendía poner fin por completo a la ayuda a Arabia Saudí. Si la administración Biden reconsiderara esta postura y limitara esta asociación a un ámbito estrictamente comercial, o incluso adoptara una posición neutral, los EEUU sería percibido como una amenaza menor para los intereses iraníes.

Hasta que se firmó el JCPOA en 2015, Irán estaba en una trayectoria decidida hacia el desarrollo de armas nucleares. Durante décadas, las perspectivas de nuclearización iraní han llevado tanto a los EEUU como a Israel a mantener una postura belicista, sugiriendo que un Irán nuclearizado supone una amenaza existencial para la estabilidad mundial. Sin embargo, una perspectiva diferente sugiere que si se permitiera condicionalmente a Irán mantener un arsenal nuclear limitado en virtud de un acuerdo recién negociado, la región sería más estable. Esto serviría tanto de compromiso como de medida para la propia seguridad nacional de Irán.

Contrariamente a lo que nos dice la propaganda occidental, el factor impulsor de la proliferación nuclear en los países en desarrollo es disuadir de la invasión, no incitar a la guerra. Aunque no es lo ideal, la desafortunada realidad es que la desnuclearización a menudo hace que un país sea vulnerable a una invasión. Si Muamar Gadafi no hubiera renunciado al arsenal libio ocho años antes, la Organización del Tratado del Atlántico Norte probablemente habría adoptado un enfoque diplomático para resolver la crisis de 2011. Del mismo modo, si Ucrania no hubiera renunciado a su arsenal en la década de 1990, probablemente no se habría producido una invasión rusa. Para bien o para mal, las armas nucleares son, ante todo, disuasorias.

Aunque no es una potencia nuclear formalmente declarada, Israel es el único país de Oriente Medio que posee un arsenal nuclear, lo que lo convierte en la amenaza más formidable para Irán. Cuando la Nación A tiene el poder de destruir a la Nación B sin capacidad recíproca, el mundo es menos estable. Por tanto, la conclusión lógica sería que un Irán nuclearizado mitigaría las disparidades de poder en Oriente Medio, creando una disuasión mutua.

Sin embargo, aunque permitir que Irán posea armas nucleares podría crear un equilibrio de poder en la región, no garantiza que no se utilicen. Si los temerarios dirigentes iraníes lanzaran un ataque nuclear contra Tel Aviv, Israel seguramente respondería con una fuerza equivalente. Además, no hay garantías de que Irán acepte alguna vez las propuestas diplomáticas de EEUU. El Departamento de Estado identifica a Irán como el principal Estado patrocinador del terrorismo. Si Irán se convirtiera en una potencia nuclear, aumentaría la posibilidad de que las armas nucleares acabaran en manos de terroristas.

Aunque Irán representa un desafío geopolítico en Oriente Medio, su agresión está destinada a exacerbar la inestabilidad regional, lo que no beneficiaría al mundo. Desde un punto de vista estratégico, los EEUU ganaría más adoptando una doctrina de entente. La intervención no es un método adecuado para hacer frente a la amenaza que supone Irán, sino que, de hecho, sería una prueba del fracaso de los EEUU en este sentido.

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