Durante casi dos siglos, los Estados Unidos ha sido una potencia expansionista. Aunque fue en la Guerra de 1812 cuando los EEUU consolidó su dominio sobre el continente americano, fue en el ocaso de la Guerra Hispano-americana cuando el Imperio americano alcanzó por fin la mayoría de edad. Las dos primeras décadas del siglo XX marcaron la transición de América —para bien o para mal— hacia una superpotencia mundial.
Al final de la Primera Guerra Mundial, los Estados Unidos se había consolidado como potencia global emergente hasta imponerse finalmente como la potencia dominante del mundo tras la Segunda Guerra Mundial. A partir de 1945 y en el transcurso de los cincuenta años siguientes, la esfera de influencia de los EEUU seguiría ampliando su red mundial de instalaciones militares con el fin de recortar la influencia soviética. Ahora, casi tres décadas después del colapso de la URSS, sigue habiendo 800 bases formales de los EEUU en ochenta países de todo el mundo. Esto no sólo es inaceptable, sino que supone un despilfarro innecesario. Desde 2001, se han gastado cerca de 6 billones de dólares sólo en guerras en Siria, Irak, Afganistán y Pakistán. La utilidad de la infraestructura militar extranjera del imperio simplemente no merece el coste necesario para mantenerla; por lo tanto, el número de bases en todo el mundo debería reducirse estratégicamente a solo aquellas instalaciones que sean esenciales para defender el territorio nacional y proteger el comercio internacional.
Aunque la URSS ya no amenaza la hegemonía liberal, la política exterior de EEUU sigue anclada en la mentalidad de la Guerra Fría. Aunque en la década de 1990, bajo la presidencia de Bill Clinton, se presentó un plan oficial de reajuste y cierre de bases, sólo se cerraron unas pocas instalaciones seleccionadas; la mayoría simplemente se reasignaron y destinaron a disuadir otras amenazas percibidas contra la primacía de EEUU. Sin embargo, muy pocas de estas instalaciones contribuyen realmente a la seguridad nacional. De hecho, ¡ni siquiera era ese su propósito original! Fueron diseñadas para defender la hegemonía liberal, que ya no es el bloque centralizado que una vez fue. Aunque la primacía americana pudo tener un sentido lógico en la posguerra, para detener la expansión del comunismo (aunque esto también ha sido objeto de debate), ya no hay ninguna necesidad práctica de que su poder sea tan expansivo.
En la actualidad, la mayor concentración de bases de EEUU en el extranjero se encuentra en la eurozona, donde existen unas 300 instalaciones militares. Desde 1942, los EEUU ha mantenido una presencia permanente en Europa y, tras la Segunda Guerra Mundial, desempeñó un importante papel en la estabilización del continente, que más tarde serviría como punto central de la OTAN. Desde entonces, la UE se ha hecho increíblemente autosuficiente; las fuerzas armadas y los arsenales nucleares europeos combinados son más que capaces de disuadir posibles amenazas sin necesidad de ayuda de los EEUU. Todas las grandes naciones europeas son lo suficientemente ricas como para permitirse su propia defensa. Por lo tanto, es estratégicamente inútil que los EEUU mantenga una presencia militar tan gigantesca en la UE, cuyos miembros ya se encuentran entre los aliados más cercanos de América.
Tener más bases militares no crea automáticamente más disuasión. Los EEUU tiene actualmente varias docenas de bases de operaciones avanzadas en Oriente Medio, cientos de puestos avanzados más pequeños y una guarnición combinada de más de 30.000 militares. Si la disuasión fuera una certeza, entonces una fuerza de esa magnitud podría garantizar la estabilidad en la región. Tener más soldados no equivale a más estabilidad; lo más probable es que exista un umbral máximo de utilidad marginal. Dependiendo de cómo se defina una «instalación militar», los EEUU tiene actualmente entre cuatro y nueve bases en Irak. En un país de ese tamaño, tener, digamos, siete bases y nueve mil soldados no es más eficaz que tener sólo tres bases y tres mil soldados. Además, las fuerzas armadas de los EEUU poseen una ventaja tecnológica muy superior a la de otros ejércitos. Esto significa que se necesitan menos soldados para que una ocupación tenga éxito. En cuanto a la defensa de la patria, un sistema de defensa de alta tecnología sería suficiente para disuadir a posibles agresores; las bases y puestos avanzados en las islas de los océanos Pacífico, Ártico y Atlántico serían las únicas instalaciones extranjeras necesarias para complementarlo.
Aunque el propósito de la ocupación militar es producir disuasión, estos esfuerzos suelen tener exactamente el efecto contrario al resultado previsto. A menudo hace que la población se vuelva más recelosa y resentida hacia la fuerza ocupante. Los intentos de exhortar a la hegemonía han socavado la soberanía de algunos países, dando lugar al surgimiento de elementos reaccionarios que se oponen a la influencia occidental. El ascenso del ISIS, por ejemplo, fue algo que se produjo en gran medida como respuesta a la invasión de Irak. Además, Rusia se expandió hacia Georgia y Ucrania en parte como represalia a la expansión de la OTAN.
En 2024, la deuda nacional será de casi 35 billones de dólares. El presupuesto militar representa cerca del 15% de todo el gasto federal de EEUU y, desde 2016, se han gastado más de 600.000 millones de dólares cada año solo en «defensa nacional», lo que lo convierte en el mayor de todos los presupuestos discrecionales con casi el 50%. Hasta 120.000 millones de dólares de esto se gastan en el mantenimiento de bases extranjeras, y otros 70.000 millones en operaciones de contingencia. Incluso si se cerrara tan sólo la mitad de todas las bases e EEUU no esenciales, los Estados Unidos ahorraría miles de millones de dólares —dinero que sería mejor destinar al pago de la deuda nacional, un tercio de la cual es propiedad de entidades extranjeras como China. Si América no puede permitirse mantener su propio ejército, entonces no hay razón para que su ejército sea tan grande. El militarismo desenfrenado y los altos niveles de gasto deficitario han contribuido a la desaparición de innumerables grandes potencias a lo largo de la historia. Tener un ejército es importante, pero también lo es que EEUU sólo financie lo que pueda permitirse; esto requiere relegar el gasto para centrarse en financiar únicamente lo esencial. La forma más sencilla de empezar sería cerrando las bases extranjeras que no tengan importancia para la defensa nacional.
Una preocupación común entre los intervencionistas es que el cierre de bases creará vacíos de poder en regiones inestables; esto, argumentan, conduce a más violencia y guerra, especialmente en Oriente Medio. Una creencia popular es que el ejército no sólo disuade a los adversarios de EEUU, sino también a sus aliados. Sin América para mantenerlos a raya, se ha argumentado, nada impediría incluso a los autoritarios alineados con Occidente violar los derechos humanos o invadir otros países. Aunque el cierre de bases en Europa sería un medio eficaz de recortar gastos, hay quien se opone a ello, ya que estas bases proporcionan al ejército de los EEUU un acceso rápido y fácil a Eurasia en caso de que alguna vez fuera necesaria una intervención.
La primacía geopolítica no es necesariamente un subproducto de la supremacía militar; para seguir siendo una superpotencia influyente, lo único que tiene que hacer América si quiere seguir siendo una poderosa potencia mundial es centrarse principalmente en la defensa de su esfera de influencia inmediata y en asegurar sus intereses económicos.
La extensión de la presencia norteamericana en Oriente Medio (si es que existe) quedaría pragmáticamente relegada a sólo un puñado de instalaciones. Por último, el área de responsabilidad del Mando Europeo de los Estados Unidos debería reducirse hasta abarcar sólo una fracción de su tamaño actual, tanto en relación con el número de bases de los EEUU que hay como con el porcentaje de personal militar que actualmente está destinado en la eurozona. Si los EEUU quiere mantener su presencia, no debería estacionar más soldados de los necesarios para mantener una presencia pragmáticamente formidable. Aparte de eso, no hay mucha necesidad de mantener una red tan vasta de instalaciones militares en todo el mundo; muchas de estas bases no sólo son reliquias de una época pasada, sino que también suponen una grave pérdida de recursos y de dinero de los contribuyentes.
La trayectoria actual del imperialismo americano es, irónicamente, contraproducente para la perpetuación del propio imperio. La supremacía militar es intrínsecamente insostenible y constituye una premisa inadecuada sobre la que afirmar la hegemonía internacional. Los internacionalistas americanos harían mejor en reconocer que sólo puede sobrevivir si se le pone freno. Si América espera seguir siendo una superpotencia, no puede seguir permitiéndose el lujo de canibalizar su economía en nombre del imperialismo desenfrenado.