Argentina ocupa los titulares de la prensa de todo el mundo y encabeza las clasificaciones mundiales de inflación. La gente se desespera —vivir en Argentina es extremadamente duro— y empieza a emigrar al extranjero. El peso argentino es, para el mundo y los ciudadanos argentinos, un zombi implacable, rechazado por la gente pero apoyado por el gobierno, que está desesperado por arrebatar a la gente el dinero que le quede en el bolsillo.
Para profundizar en este tema, debemos recorrer primero la historia del sistema monetario argentino para comprender mejor la situación actual. Después pasaremos a examinar esta moneda muerta en vida y analizaremos las propuestas para volver a una sociedad próspera y libre.
Breve resumen de la historia monetaria de Argentina
El primer gobierno local del país que hoy conocemos como Argentina se estableció en 1810. Sin embargo, el país no se unificó hasta 1861. Antes de 1881, no existía un sistema monetario obligatorio en Argentina. Las leyes que regulaban o establecían cómo debían realizarse las transacciones y qué moneda debía utilizarse eran escasas o inexistentes. Además, el gobierno nacional no había emitido ninguna moneda nacional para uso de los ciudadanos. Había una circulación limitada de algunas monedas emitidas por el gobierno (a veces sin respaldo metálico, lo que provocaba inflación), sobre todo en tiempos de guerra, y la mayoría de la gente utilizaba monedas extranjeras o privadas. En resumen, el sistema era libre (o anárquico).
Este estado de cosas llegó a su fin en 1881, cuando el presidente Julio Argentino Roca estableció la primera moneda nacional de curso legal, el peso moneda nacional, obligando legalmente a las personas a realizar sus contratos en esta nueva moneda de oro. (La Constitución de 1853 otorgaba al Estado la facultad de emitir moneda nacional. Sin embargo, hasta Roca no se había hecho). Argentina no pudo escapar a los ciclos económicos debido a que el gobierno inyectaba regularmente medios fiduciarios para resolver sus problemas. Uno de esos ciclos provocó el pánico de 1890. En respuesta, el gobierno creó una caja de conversión (el patrón oro argentino) para estabilizar el valor del peso oro. Se suspendió de 1914 a 1927 y se abandonó en 1929 debido a la crisis mundial.
En 1931, un año después de un golpe fascista, se permitió al privado Banco Nación (Banco de la Nación Argentina) emitir billetes sin necesidad de que estuvieran respaldados en oro. En 1935 (durante el gobierno militar) se creó el Banco Central de la República Argentina, un verdadero «banco de bancos». Regulaba y supervisaba los bancos comerciales y el crédito, acumulaba reservas monetarias y actuaba como agente financiero del Estado. El propósito inicial era hacer frente a los ciclos económicos, pero once años más tarde, en 1946, el banco fue nacionalizado por el Presidente Juan Domingo Perón con el fin de expandir la oferta monetaria tanto como el gobierno considerara oportuno para financiar su déficit. De aquí en adelante, al gobierno sólo le importaba una cosa: cuánto inflar.
El periodo de hiperinflación de Argentina comenzó a finales de los 1980 y continuó a principios de los 1990. La situación se estabilizó entre 1991 y 2002. Esta situación se estabilizó entre 1991 y 2002. El presidente Carlos Menem implantó un sistema (ideado por su ministro de Economía, Juan Domingo Cavallo) llamado «convertibilidad». Se trataba de una caja de conversión que vinculaba el peso con el dólar: un peso por un dólar. Sin embargo, no se hicieron las reformas necesarias para sostener ese sistema y se abandonó en 2002 para recuperar el control del peso y financiar el déficit público con inflación. Hasta el día de hoy la inflación ha sido cada vez más alta, y ha habido poca o ninguna señal de que vaya a disminuir en el futuro a corto o medio plazo. Toda esta historia se puede visualizar en el siguiente gráfico.
Inflación en Argentina, mayo 1810-julio 2022
Fuente: El proceso inflacionario argentino en el largo plazo (1810-2022) (Santa Fe, Arg.: Bolsa de Comercio de Santa Fe, septiembre de 2022).
El peso argentino: una moneda zombie
En Argentina había cinco monedas nacionales diferentes. Sin embargo, el problema de la inflación nunca se resolvió. Independientemente del tipo de moneda nacional que se adoptara, la inflación continuaba. Históricamente, los argentinos han rechazado el dinero público, y con razón. Quienquiera que gobierne en un momento dado siempre intenta resolver los problemas fiscales ampliando la oferta monetaria.
Desde la nacionalización del banco central durante el primer gobierno peronista hasta nuestros días, Argentina ha sufrido una inflación crónica. La gente abandona el peso por otras monedas o bienes que tienden a conservar su valor mejor que el peso. En este sentido, Argentina es diferente de otros países con problemas de inflación, ya que parece ser el único país que ha sufrido ochenta años de inflación crónica. Ahorrar este dinero zombi para el consumo futuro es imposible ya que su valor cae masivamente a corto plazo. En abril de 2023, la inflación interanual ha sido del 108,8 por ciento, y el gobierno no tiene previsto detener su juerga de gasto e impresión.
Los políticos insisten en mantener el peso, pero los argentinos siguen rechazándolo porque, si no, con el tiempo perderán todo su poder adquisitivo. La única razón por la que la gente sigue utilizando el peso es porque el gobierno lo exige para que los contratos estén respaldados por el sistema legal. Bajo cualquier paradigma económico el peso no es dinero, es una moneda muerta que el gobierno mantiene viva por medio de la fuerza. Por eso el peso argentino no está ni vivo ni muerto como moneda, sino que es un zombi.
Principios de una posible reforma monetaria
Tras examinar la historia monetaria argentina y analizar la situación del peso zombi, la pregunta ahora es, ¿se puede hacer algo al respecto? La respuesta es sí, definitivamente, pero pocos parecen ver con claridad el camino a seguir o tener la capacidad de hacerlo bien. Una cosa es cierta: el peso ya no puede existir; debe ser sustituido. Un curso de acción razonable sería dar curso legal a todas las monedas para que la gente abandone espontáneamente el peso y utilice cualquier moneda que considere oportuna (parece que el dólar ya es la opción preferida por la gran mayoría). Entonces todos los pesos restantes se cambiarían a dólares, eliminando finalmente el banco central puesto que ya no serviría para nada. Sobre el papel parece bien, pero su aplicación es cualquier cosa menos fácil. La reforma monetaria debe ir acompañada de una serie de reformas económicas hacia el libre mercado. Si no, con el tiempo, la dolarización fracasará.
Ningún cambio monetario es posible sin recortar el gasto público, desregular la economía y reducir los impuestos. Son medidas necesarias para que cualquier cosa a escala monetaria funcione. De no ser así —como han señalado eminentes economistas argentinos— la reforma monetaria no será aceptada por el mercado, ya que se percibirá como transitoria, volviendo en última instancia al estado de cosas inflacionista.
Hay que decir que Argentina no dispone de las reservas en dólares necesarias para cambiar la base monetaria por dólares a un tipo de cambio razonable, que sería el de mercado (las reservas netas del banco central son negativas). Primero el gobierno aumentaría la reserva en dólares a un número entre nueve y once mil millones, según uno de los más prominentes proponentes de la dolarización, para cambiar al tipo de cambio de mercado (aproximadamente un dólar por 493 pesos a partir del 25 de mayo de 2023). Hay muchas propuestas sobre la mesa sobre cómo obtener estos dólares. Algunas son más viables que otras, y hay que tener en cuenta tanto la ética como la economía a la hora de planificar una política de este tipo para que ni la propiedad privada ni el bienestar de la población se vean perjudicados.
En conclusión, independientemente de quién gobierne el próximo año o de si el partido gobernante considerará o no la dolarización, la administración que resulte elegida a finales de este año tendrá que hacer frente a esta penosa situación. Estatismo o libertad serán sus opciones. No hay lugar para los moderados.
La opinión pública pide posiciones claras sobre cuestiones concretas, y los políticos se posicionan a uno y otro lado del camino. Los transigentes están quedando en evidencia. Parece que en el corazón y la mente de la gente, la libertad sube y el socialismo baja.