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Escuelas gubernamentales: poder e historia en Argentina

Al analizar nuestra sociedad actual, es fácil pasar por alto la intervención del Estado, ya que sus mandatos varían en todas las formas y tamaños. Sin embargo, sólo en unos pocos casos es tan clara como en la educación. Esto se manifiesta de forma prominente cuando la gente habla de ella, cada vez tratando de imponer su propia agenda sobre lo que debe enseñarse y cómo. La educación como concepto y como práctica se malinterpreta en este sentido. Examinaremos su significado, las consecuencias de la intervención estatal y un breve análisis de un estudio de caso.

El espíritu de la educación

La educación suele limitarse a la educación formal en instituciones (tanto privadas como públicas). El tipo de educación que se imparte en las instituciones es una educación crítica, es decir, sistematizada, discriminada y ordenada. Esto contrasta con la educación espontánea en la que participamos constantemente a medida que vivimos nuestras vidas. El conocimiento «vulgar» o espontáneo es ante todo un conocimiento no sistematizado, que nos llega de forma desordenada y muchas veces contradictoria. En el conocimiento crítico, las contradicciones saltan a la vista y se someten más fácilmente a escrutinio.

La educación espontánea es consciente como cualquier acción humana; descubre nuevos conocimientos prácticos que son privados y únicos para cada individuo. La educación crítica, en cambio, es pública y teórica; es común en sí misma a cualquier ser humano, cambiando sólo en la forma (por ejemplo, cuando el conocimiento teórico se expresa en varios idiomas, se esfuerza por significar siempre lo mismo pero en formas diferentes) y el estilo (la manera particular en que se nos presenta en su forma). Ambos son pilares en la construcción de la cultura.

Así, al considerar la educación, podemos deducir rápidamente que la educación que se refiere a la instrucción formal es la que se ocupa sobre todo del conocimiento crítico. El significado de la educación es, pues, doble: espontáneo y crítico. Pragmáticamente, ambos se entrecruzan constantemente (en la escuela, recibimos clases que imparten conocimientos críticos sobre el mundo y la cultura, pero también socializamos en los recreos con amigos, que nos enseñan normas y convenciones sociales). Sin embargo, en el análisis, podemos discernir entre ambas. Podemos dejar atrás la concepción de que la educación sólo se imparte en las instituciones; la educación, al igual que la cultura, se crea, se adquiere, se moldea y se olvida todo el tiempo. La educación también puede enfocarse desde la perspectiva de la acción humana. El futuro es incierto; los seres humanos actuamos y descubrimos que lo que era incierto ya no es desconocido, sino que se descubre en el proceso de la acción. En resumen, actuamos, descubrimos y adquirimos conocimientos de forma espontánea o crítica. Ese es el sentido de la educación, el proceso en el que obtenemos conocimiento espontáneo (práctico y no sistematizado) y crítico (teórico y sistematizado).

La educación como adquisición de conocimientos se ve afectada, por supuesto, por las personas que nos rodean. Todas ellas nos educan a su manera: nuestros padres suelen enseñarnos valores, nuestros amigos suelen enseñarnos convenciones y los profesores suelen enseñarnos conocimientos teóricos. Así, podemos entender que la educación formal en las instituciones es sólo una fracción de lo que aprendemos en nuestras vidas.

Enseñanza privada, pública y subsidiada

La enseñanza formal se imparte en instituciones privadas o públicas. El conocimiento espontáneo no nos preocupa, ya que lo obtenemos constantemente sin preocuparnos por él. El conocimiento crítico es el que entra en juego con la instrucción formal.

En un sistema educativo privado, las instituciones compiten por satisfacer las necesidades de instrucción de los alumnos. El conocimiento crítico, que podría ser cualquier ciencia y filosofía, se nos presenta discriminada y selectivamente en función del proceso de descubrimiento del emprendimiento. Podríamos detenernos aquí un momento para explicarnos. Las instituciones no saben cuáles son las necesidades de los individuos, ya que cada necesidad es exclusiva de cada individuo. Así que las instituciones, para llevar a cabo el negocio que desean, deben ofrecer una forma de educación que crean que servirá al cliente. Cada institución ofrecerá una forma de educación diferente, ya que en un mercado descentralizado no existe una coordinación a priori; la coordinación es un proceso que surge con la formación de precios por la acción . La acción empresarial se sustenta o elimina mediante la prueba de pérdidas y ganancias; las instituciones que son capaces de satisfacer las demandas de sus clientes generan beneficios, y las que no, sufren pérdidas.

Cada institución ofrece un producto diferente que no es conocimiento sino educación. El conocimiento existe independientemente de quien lo enseñe y no es un bien intercambiable como enseña Sócrates a Alcibíades en el «Simposio» de Platón. No podemos intercambiar conocimiento ya que todo conocimiento puede ser descubierto por cada humano en su rasgo característico del uso de la razón. La educación es entonces el producto de estas instituciones, no el conocimiento en sí, sino la transmisión del mismo, selectivamente, en una forma y estilo específicos.

En la educación pública no hay producto; la oferta no es elástica en ningún sentido. La cantidad y la calidad de la educación se deciden arbitrariamente. No hay beneficios ni pérdidas que puedan indicar que lo que se ofrece se demanda o no. En su arbitrariedad, las instituciones públicas no soportan costes por su mala gestión. Por lo tanto, no están incentivadas para mejorar. Los profesores no están incentivados para satisfacer las demandas de sus alumnos, ya que su puesto no depende de la aprobación de los alumnos, sino de la lucha política dentro de la burocracia.

No sólo hay que preocuparse por las instituciones públicas. El Estado también interfiere en las instituciones privadas, estableciendo planes de estudios obligatorios y regulando e inspeccionando estas instituciones. Así se perjudica al emprendedor y se socava el proceso de descubrimiento.

Especialmente preocupantes son las subvenciones concedidas a instituciones privadas en las que el Estado participa en medidas de redistribución y contraequilibrio. ¿Qué significa esto? Las subvenciones se pagan con impuestos extraídos de la sociedad económica; entonces, los ingresos de estas personas se reducen de forma que no pueden permitirse lo que se permitirían si dispusieran de todos sus ingresos. Entonces, algunos se verán expulsados de poder permitirse la educación privada y se verán obligados a entrar en la educación pública o subvencionada controlada por el gobierno. La educación privada, libremente elegida, estará fuera de su alcance.

Para los menos afortunados, con sus ingresos recortados por los impuestos, puede que tengan que dedicar todo su tiempo a trabajar porque su supervivencia está en juego: la elección se reduce a comer o estudiar. Las personas que obtendrían un mayor nivel de vida no sólo en el presente sino en el futuro son estafadas e inducidas a dedicarse a una actividad que no les beneficiará tanto como a otros. La educación subsidiada es entonces una redistribución de ingresos de los pobres a la población acomodada/de altos ingresos. Las instituciones completamente privadas difícilmente pueden competir con las instituciones subvencionadas o directamente «gratuitas».

Genealogía de la educación pública argentina

El estudio de un caso puede ayudarnos a comprender este tema. Nuestro objeto de análisis será Argentina.

El nacimiento de la escuela pública nacional en Argentina se produjo con la constitución de 1853. La constitución garantizaba el derecho a aprender y enseñar, pero los intérpretes de la misma no coincidían con lo que decía la constitución. Los llamados intérpretes liberales pensaban que la educación sólo podía ser otorgada por el Estado, con pleno control gubernamental sobre ella. En los debates pedagógicos de la época, fue la interpretación «liberal» la que cobró protagonismo en las políticas públicas. El «Padre de la Educación Pública» sería, para la historia y el pueblo argentinos, el presidente Domingo Faustino Sarmiento. Formó parte de una generación de intelectuales que creía en la ingeniería social de arriba hacia abajo (del Estado a la sociedad). Esa era la única forma de lograr una democracia estable creando lo que podemos llamar el hombre «ciudadano»: un hombre «democrático» que por encima de todo cumplía con sus deberes cívicos (es decir, obedecía los mandatos del Estado), un hombre que renunciaba a todos sus valores personales por los valores del Estado, un hombre que vivía y moría por el Estado-nación.

El objetivo de buscar al hombre «ciudadano» continuó sin trabas con la implantación de la escolarización obligatoria en 1884 por el presidente Julio Argentino Roca (el mismo que estableció el peso como moneda de curso legal). Con la educación obligatoria y monopólica, el gobierno argentino aseguraría el diezmamiento de todos los antecedentes culturales de las masivas cantidades de inmigrantes que ingresaron a suelo argentino en aquellos tiempos. Recién en 1958 (con el debate «Laica o libre») las universidades privadas podrían expedir títulos universitarios.

Desde su nacimiento, el sistema escolar público fue concebido como un «dogma». Los progresistas usarían su monopolio del sistema escolar para hacer ingeniería social de «sujetos dóciles».

Conclusión y observaciones finales sobre Argentina

En nuestros días, la fe en el sistema escolar público continúa, tal como debía ser. El futuro de Argentina puede cambiar a mejor, pero sólo parcialmente hasta que sea capaz de derribar la funesta vaca sagrada de nuestro tiempo. La educación prospera en libertad como toda acción humana, su importancia nos la recuerda siempre la ferocidad con que el Estado defiende su gestión. Sólo con un gran esfuerzo se romperán estos grilletes y se practicará la verdadera libertad de enseñar y aprender.

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