Hoy se afirma casi universalmente que el gasto de consumo genera empleo. Esta tesis apoya la idea keynesiana general de que el gobierno debería “estimular” la economía cuando está sufriendo una recesión, ya sea mediante su política fiscal o monetaria.
Gasto glorioso
Esencialmente, la idea es que, si aumenta el gasto en bienes y servicios, hará falta más gente para su producción. Y, como consecuencia, habrá más gente capaz de conseguir un empleo y ganarse un salario y así comprar bienes y servicios. En otras palabras, no importa si el gobierno aumenta el gasto desperdiciando dinero (ni siquiera si es dinero prestado), porque los engranajes económicos empezarán a girar y al producirse crecimiento seremos capaces de ocuparnos de deuda, déficits y demás cosas.
¡Por no mencionar el sufrimiento humano mediante el desempleo y la pobreza involuntarios que se evitan con solo esa acción!
Por tanto, el gasto público en una recesión se ve como una solución casi sin costes de la que sencillamente no podemos permitirnos hacer tanto uso como sea posible. Así que es fácil entender por qué los keynesianos están en el mejor de los casos confusos por quienes argumentan en contra del estímulo público y a quienes probablemente les gustaría calificarlos como “malvados” por oponerse a algo tan grandioso.
El problema es que, aunque la lógica es fácil de entender, se basa en un supuesto completamente falso. No existe esa relación entre gasto público y empleo que los keynesianos creen tan evidente.
La economía hacia atrás
Tratar a la economía como dirigida por la demanda es poner el carro antes que los bueyes. Ocurre fácilmente si no se incluye el emprendimiento o no se tiene una concepción de lo que hacen los empresarios en una economía, como suele pasar en el modelado formal de la economía moderna.
Si pensamos en la economía en términos de equilibrio, no hay razón para considerar al empresario. Como consecuencia, como indicaba Schumpeter, la economía se ha convertido en Hamlet sin el príncipe danés: una visión del sistema de la economía privada tanto de actores como de acción.
Pero una visión mecanicista como esa de la economía resulta necesaria para argumentar con éxito a favor de la intervención pública como medio para mejorar las economías. El organismo económico, por el contrario, siempre producirá consecuencias no pretendidas que menoscaban y hacen imposible dicho intervencionismo.
Además, es también necesario ver la economía como un sistema mecanicista para la propia posibilidad de establecer y dirigir una economía socialista. De hecho, el intento de refutación por los socialistas de mercado del argumento del cálculo de Mises asume implícitamente esta visión mecanicista. Pero el argumento original de Mises no lo hace: se basa en la visión del empresario como fuerza impulsora del mercado.
En una visión mecanicista de flujo circular de la economía, gastar demasiado poco es un problema, ya que causa una superabundancia general, lo que a su vez obliga a los empresarios a recortar costes y despedir trabajadores. Sin embargo, la economía real no funciona así. Como señalaba Ricardo, el problema real es que “los hombres yerran en sus producciones, no hay defecto de demanda”.
El papel del emprendimiento
Los economistas anteriores a la avalancha keynesiana, que el investigador contemporáneo de la ley de Say, Steve Kates, argumenta que se basaba en rechazar la visión orgánica de la economía de mercado, entendían la economía de la misma manera que Mises. Lo que dirige la economía no es la demanda o el gasto, sino el emprendimiento y la producción.
De hecho, es conocido que J.S. Mill indica que “la demanda de productos no es demanda de trabajo” en su cuarta proposición fundamental sobre el capital. Aunque esta sentencia está sometida a mucho debate y la mayoría de los economistas modernos no le encuentran sentido, es en la práctica muy directa si se aprecia que el papel de los empresarios.
¿Qué hacen los empresarios? Producen antes de ser capaces de vender sus bienes y servicios. El que “haya” demanda para los proyectos de los empresarios individuales depende de la valoración de la gente de los bienes cuando se ofrecen. También depende de qué otros bienes y servicios puedan elegir comprar en su lugar. También es relevante cómo ven el mundo los consumidores, porque en algunas situaciones considerarán que el ahorro es una mejor alternativa que el consumo.
En otras palabras, los empresarios asumen la incertidumbre de su empresa. Prevén que los consumidores valorarán sus bienes y, basándose en esto, estiman el precio. Este precio, a su vez, determina qué costes puede esperar razonablemente el empresario tener que cubrir en la producción, lo que significa que la decisión real del empresario se refiere a la estructura de costes de la producción: el precio es una previsión del valor del consumidor.
El gasto es inconsecuente
Lo que esto significa es que los empresarios especulan acerca del futuro en el que ofrecerán los bienes que desean vender. Consecuentemente, la inversión para producir se realiza “haya” o no gasto en el mercado. Los empresarios no toman decisiones basadas en lo que hay, sino basadas en lo que prevén acerca del futuro. La producción, por supuesto, toma tiempo, así que no es muy relevante en qué momento se toma la decisión con respecto a cuál será la situación cuando haya concluido el proceso de producción.
Esto afecta esencialmente a la visión keynesiana de la economía, porque el empresario contrata gente antes de conocer la demanda; de hecho, incluso antes de que pueda conocerse la demanda. Cuando el empresario tiene éxito, lo que significa que los bienes se acaban vendiéndose a un precio que cubre los costes de producción, hay una relación entre gasto (en esos bienes) y rentabilidad de la empresa.
Pero si el empresario fracasa, lo que significa que no hay suficiente demanda como para generar ingresos para cubrir los costes, la empresa ha seguido pagando a los trabajadores. Es verdad que si el empresario no cree que la situación vaya a cambiar, esos trabajadores pueden perder su empleo. Pero lo que importa es que los trabajos se crean haya o no haya gasto.
El caso del empresario de éxito en realidad solo refuerza el argumento de que el gasto no genera empleo. Si el empresario se da cuenta de que hay una cantidad demandada mucho mayor de la que se atrevía a esperar, ¿esto no genera empleo? No necesariamente: no hay nada que indique que el empresario deba contratar más trabajadores.
Por el contrario, si se prevé que se mantenga esta demanda (sigue siendo especulación), el empresario invertirá para aumentar la producción. Esto puede hacerse sencillamente aumentando los procesos existentes, pero es más probable que las inversiones se realicen en automatización. Mayores volúmenes de producción facilitan cubrir costes adelantados de maquinaria y los beneficios sufrirían si se basaran en costes variables, como los salarios. Asimismo, emplear a más gente requeriría formar a los trabajadores, también una inversión por adelantado.
Pero incluso si olvidamos la posibilidad de que el capital reemplace a la mano de obra (haciéndola más productiva) y por el contrario asumimos que el empresario simplemente aumenta los procesos iniciales de producción, la visión keynesiana de la dirección de la demanda sigue fallando. La inversión para aumentar el volumen de la producción sigue siendo una previsión de la demanda futura, no una respuesta a la demanda existente.
No puede eludirse el hecho de que la producción precede al consumo en todo sentido real y esencial: los empresario inician la producción antes de saber si serán capaces de vender los bienes producidos.
El gasto es un resultado posible de la producción empresarial, pero no lo contrario. El primero no emplea gente, pero segundo sí.