Murray N. Rothbard fue un consumado erudito en varios campos. Desde que conocí a Murray Rothbard, en el seminario de Ludwig von Mises en la Universidad de Nueva York, más de cuarenta años antes de la triste noticia de su muerte, le conocí sobre todo como un historiador económico.
El periodo posterior a 1945 vio una gran cantidad de atención a la historia, la historia económica y las ciencias sociales por parte de las fundaciones. Las fundaciones Rockefeller, Ford y Carnegie estuvieron muy activas en el desarrollo de programas de investigación histórica. El Social Science Research Council animaba la investigación histórica con el propósito expreso de demostrar que, al principio de la República Americana, los parlamentos estatales y nacional habían aprobado legislación intervencionista y así demostrar que Estados Unidos no había sido un país de laissez faire. Si los parlamentos habían pecado antes, se les podía pedir que pecaran otra vez y otra y otra. El New Deal no estaría en desacuerdo con el carácter del gobierno estadounidense. Querían demostrar que todos los gobiernos pecan y que, por tanto, no tenía sentido tratar de mantener los diez mandamientos del laissez faire. Como se podía pecar, nadie debía mantener el patrón de virtud. Así que la historia económica era un área importante para las fuerzas contrarias al libre mercado para cambiar la opinión del público de que la intervención pública era peligrosa y amenazante para la libertad y la prosperidad.
La década de 1950 vio mucha atención a la historia y la metodología de las ciencias sociales. A partir de su propia formación en matemáticas y teoría económica, Murray Rothbard aportó una brillantez añadida al estudio de la historia económica y la metodología de las ciencias sociales. F.A. Hakey había publicado recientemente El capitalismo y los historiadores.
La acción humana, de Ludwig von Mises tenía secciones importantes sobre metodología de las ciencias sociales. En ese momento, el seminario de Ludwig von Mises se centraba en las discusiones de los materiales que se convertirían en su libro Teoría e historia. Mises estaba trabajando en Los fundamentos últimos de la ciencia económica. También preparaba las traducciones de sus Problemas epistemológicos de la economía y Ciencia e historia de Heinrich Rickert, que estaban disponibles en borrador en el seminario de Ludwig von Mises.
Cuando conocí a Murray Rothbard, estaba acabando su tesis sobre El pánico de 1819. Le dirigía el eminente historiador del pensamiento económico Joseph Dorfman. Dorfman era el autor de quinto tomo de The Economic Mind in American Civilization. Era famoso por haber destrozado The Age of Jackson, de Arthur Schlesinger, Jr., que afirmaba que el movimiento jacksoniano era un New Deal anticipado.
Dorfman presentaba su trabajo “The Jacksonian Wage-Earner Thesis” en la reunión anual de la American Historical Association de diciembre de 1946 en Nueva York y lo publicaba en la American Historical Review. Los escritos de Arthur Schlesinger, Jr. que identificaban a Jackson con FDR, Kennedy/Johnson/Carter/Clinton, etc. olvidaban todas las reformas de sus mitos demostradas por el trabajo de Dorfman. Por supuesto, muchos libros de texto de análisis de la historia estadounidense continúan siguiendo al historiador “renombrado”, Schlesinger.
Dorfman demuestra que el movimiento jacksoniano de clase asalariada y trabajadora era un movimiento radical de laissez faire. Los trabajadores laboraban todos en el mercado: eran los productores (el movimiento laborista jacksoniano) cuyos impuestos apoyaban los explotadores de productores consumidores de impuestos empleados o apoyados por el gobierno. Por citar el ensayo de Joseph Dorfman “The Jackson Wage-Earner Thesis” (1949), que empezaba con un memorial a los trabajadores de Pennsylvania en 1829:
El memorial puede dividirse en dos partes. La parte laboral del memorial es la referencia familiar a las desventajas y sufrimientos de los trabajadores resultantes de las emisiones excesivas de papel moneda. Pero junto a este está el prolongado fuerte argumento en contra del papel partiendo de las necesidades del cálculo empresarial, la inversión del cumplimiento de los contratos. ¿Cuál es más importante?
Hay razones para creer que la petición fue sobre todo el trabajo de dos firmantes, Condy Raguet y William M. Gouge, ambos clasificados entre las principales autoridades financieras del movimiento laboral jacksoniano.
Estos dos doctos periodistas eran amigos íntimos. Condy Raguet, “Esquire”, fue originalmente un comerciante y posteriormente presidente de la Cámara de Comercio de Filadelfia. En 1820 y 1821, como senador del estado, había preparado informes para esa institución sobre la depresión y las concesiones bancarias que expresaban sustancialmente la misma reclamación de un número limitado de bancos que se encuentra en el memorial. Pero en esos informes había muy pocas referencias a los “trabajadores” y el énfasis se ponía más en el daño a empresarios y propiedades. En el mismo momento en que se publicaba el memorial de los “trabajadores” en su revista Free Trade Advocate, Raguet declaraba en un ensayo sobre “los principios de la banca” que los que más sufrían por los bancos de emisión era los mercaderes que estaban “obligados a sufrir todos los males de una contracción, consecuencia de una expansión que ellos no 1 habían contribuido a producir”.
Tal vez lo más relevante sean las opiniones de Raguet sobre las preocupaciones inmediatas del asalariado. Declaraba que reducir las horas laborales de doce a diez o aumentar los salarios a través de una asociación o ley, contravendría “el mayor principio de la naturaleza, llamado la ley de la competencia” para ruina del empresario y pérdida de empleo del trabajador. ¿A esto se le puede llamar radicalismo?
Las ideas de Gouge sobre el trabajo era sustancialmente las de Raguet. Insistía en que las leyes de la oferta y la demanda eran todopoderosas y que las demandas del capitalista honrado eran tan sagradas como las del trabajador honrado. Amonestaba a los vagos e imprudentes por no acumular capital para hacerse así independientes de “otros tanto para la subsistencia como el empleo”.2
“¿A esto se le puede llamar radicalismo?”, exclamaba Dorfman ante Schlesinger.
Dorfman había dejado muy claro que por mucho que le hubiera gustado que hubiera habido un movimiento laboral del tipo AFL-CIO a principios de siglo XIX, no hubo ninguno en absoluto. Era un movimiento laboral radical de laissez faire, en el que el trabajador veía su futuro en el capitalismo y el mercado libre. Arthur Schlessinger, Jr. debe haber olvidado la reunión de la American Historical Association y la American Historical Review en la que el gran historiador económico del periodo demostraba los hechos del movimiento jacksoniano. Schlessinger decidió reimprimir su pseudohistoria The Age of Jackson.
A veces se producen accidentes y así Schlessinger escribió un libro basado en una premisa completamente falsa. Demasiado para el conocimiento del comité del premio Pulitzer. Habiendo observado este engaño de primera mano al inicio de su carrera académica, ¿sorprende que Murray Rothbard recelara de la comunidad académica?
Los trabajos más recientes de Murray Rothbard aparecieron en el momento de su muerte en enero de 1995: El pensamiento económico antes de Adam Smith y La economía clásica. El segundo tomo proporciona análisis especialmente importantes para este estudio. Rothbard demuestra la importancia de los economistas políticos franceses para el pensamiento económico estadounidense en el periodo precedente a la Guerra de Secesión.
En lugar de por los economistas políticos ingleses de principios de siglo XIX, como David Ricardo, Thomas Malthus y James Mill, los estadounidenses aprendieron economía de los sucesores franceses de Turgot. Joseph Schumpeter consideraba a Turgot el mayor economista de todos los tiempos. Así que los estadounidenses tuvieron la ventaja de evitar el callejón sin salida de la economía de la Escuela Inglesa que acabó en el vertedero del marxismo. Los estadounidenses aprendieron una economía que Karl Marx detestaba por mostrar a los trabajadores ganancias del capitalismo y sufrimientos por la intervención estatal.
Rothbard, en su La economía clásica, destaca que en los libros de texto de economía en las universidades estadounidenses, así como en los libros sobre comercio leídos por los intelectuales estadounidenses estaban las traducciones de los economistas franceses. El conde Antoine Louis Claude Destutt de Tracy (1754-1836) fue jefe de personal del marqués de Lafayette en la monarquía constitucional después de 1789. Al ir progresando la Revolución Francesa, Destutt de Tracy fue condenado por su oposición al terror económico y se salvó de la ejecución por casualidad en el momento de la caída de Robespierre.
Destutt de Tracy se convirtió en un líder intelectual de la Francia después de Robespierre. A través de Lafayette se convirtió en amigo de Jefferson cuando este era embajador en Francia. Jefferson dispuso la traducción al inglés de algunas obras de Destutt de Tracy cuando el gobierno de Napoleón se mostró poco amistoso con las ideas liberales clásicas. El Tratado de política económica de Destutt de Tracy se publicó en Georgetown y fue ampliamente leído y adoptado en universidades a través de la recomendación de Jefferson.
Rothbard dice de la obra de Destutt de Tracy:
Pero, se lamentaba de Tracy, en este idilio entre el libre intercambio y el comercio y la creciente productividad, aparece una plaga: el gobierno. Los impuestos, apuntaba, “son siempre ataques a la propiedad privada y se usan para gastos decididamente despilfarradores e improductivos”. En el mejor de los casos, todos los gastos del gobierno son un mal necesario y la mayoría, “como las obras públicas, podrían llevarse a cabo mejor por parte de los individuos privados”. De Tracy se oponía radicalmente a la creación pública e intervención en la moneda. Las devaluaciones eran, sencillamente, “un robo” y el papel moneda era la creación de un producto que vale solo el papel en el que se imprime. De Tracy también atacaba la deuda pública y reclamaba un patrón metálico, preferentemente en plata. (…)
Sobre el dinero, de Tracy adoptaba una postura firme de moneda fuerte. Lamentaba que los nombres de las monedas ya no fueran simples unidades de peso de oro o plata. El envilecimiento de la moneda lo consideraba claramente como un robo y el papel moneda como un robo a gran escala. De hecho, el papel moneda es sencillamente una serie gradual y oculta de sucesivas devaluaciones del patrón de la moneda. Se analizaban los efectos destructivos de la inflación y se atacaba a los bancos monopolistas privilegiados como instituciones “radicalmente viciosas”.
Jean-Baptiste Say (1767-1832) publicaba su tratado de economía en Francia en 1803. La traducción inglesa de Say apareció en Londres en 1821 como The Treatise on Political Economy. Como señala Rothbard:
La revista librecambista de Boston, North American Review, reimprimió el Treatise en Estados Unidos el mismo año, con anotaciones estadounidenses del defensor del libre comercio, Clement C. Biddle. El Treatise de Say se convirtió rápidamente y se mantuvo como el libro de texto sobre economía más popular en Estados Unidos a lo largo de la Guerra de Secesión. De hecho, se seguía reimprimiendo como texto universitario en 1880. Durante este periodo, el Treatise ha tenido 26 ediciones estadounidenses, en contraste con las solo ocho de Francia.
Clement Cornell Biddle (1784-1855) continuó siendo un divulgador del libre comercio y la educación en la economía del mercado. Biddle era un abogado de Filadelfia y exoficial del ejército que encabezaba una empresa de seguros y fue uno de los primeros defensores de las cajas de ahorro. La traducción al inglés del economista londinense Charles Robert Prinsep (1789-1864) contenía notas de Prinsep. Apreciaba que el origen de las ideas de Say estaba en Turgot y que el libro de Say continuaba y desarrollaba la obra de Turgot. Sin embargo, omitía el prólogo de Say. Biddle recuperaba el prólogo de Say que incluía una historia del pensamiento económico y la necesidad de un libro de texto apropiado de economía, dada la mala organización y las digresiones de La riqueza de las naciones. Biddle criticaba las notas de Prinsep, por reflejar digresiones ricardianas a partir de Say y las posteriores ediciones estadounidenses en un tomo incluían algunas de las notas de Prinsep no descartadas por Biddle. Pero el Treatise de Say tenía importancia por sí mismo en la educación superior estadounidense. Esto explica que fuera reimpreso después de la Guerra de Secesión hasta 1880.
Una valiosa contribución al aprecio del papel singular del Treatise de Say en el pensamiento económico estadounidense es Origins of Academic Economics in the United States, de Michael J. L. O’Connor. O’Connor señala:
La primera edición estadounidense del tratado de Adam Smith, hasta donde sabemos, apareció en Filadelfia pocos años después de la Revolución. En 1790, Jefferson los calificaba como el mejor libro de economía política y lo recomendaba, junto con la obra de Turgot. En 1796, Filadelfia veía otra edición de La riqueza de las naciones y también la primera publicación de este continente de la Investigación de Godwin. (…) El apoyo expresado frecuentemente por Jefferson se extendía a Thomas Cooper, a John Taylor, de Carolina y a otros por su trabajo en economía política. Con respecto a los europeos, Jefferson, especialmente entre 1810 y 1820, daba tal vez una mayor porción de ayuda a Antoine Destutt de Tracy, Dupont de Nemours y Jean B. Say. (…)
Para Jefferson, el libro de Say era “más corto, más claro y más sólido” que La riqueza de las naciones o al menos era un resumen sucinto de las tediosas páginas de Smith. En cartas de dos presidentes de Estados Unidos, Madison y Jefferson, Say recibía garantías de que sería bien recibido en América si encontraba necesario abandonar Francia. Se pensó en él como posible profesor en la Universidad de Virginia. El William and Mary College consideró usar su Traite como libro de texto, ya que presuntamente creía que ya existía una traducción al inglés. (…) Jefferson había esperado que el Tratado de Antoine Destutt de Tracy fuera libro de texto en la universidad, pero cuando se puso finalmente en marcha esa institución George Tucker usó los trabajos de Smith y Say. (…)
Cuando se inauguró la Universidad de Virginia de Jefferson, el curso sobre economía política en la escuela de filosofía moral se asignó a George Tucker (1775-1861), escritor, jurista y miembro del Congreso. Tucker había escrito sobre cuestiones económicas desde 1814 y fue seleccionado para que enseñara con el objetivo de la formación para el liderazgo en el servicio público. Los textos usados por Tucker en 1832 fueron Smith y Say, juntos. En la siguiente década, los principales libros de texto fueron los de Say y Tucker. El de este último fue, probablemente, Laws of Wages, Profits and Rent, Investigated, de 1837. (…) Algunas de las obras de Tucker fueron ampliamente leídas e incluso usadas como libros de texto. Había sido muy alabado como competente y original en su crítica de las teorías ricardianas.
O’Connor llama al Tratado de Say el “TEXTO PRINCIPAL” de la educación superior estadounidense de 1821 a la década de 1880 y especialmente en las cuatro décadas anteriores a la Guerra de Secesión. Sobre las contribuciones de Say, O’Connor señala:
La fase de gobierno tratada bajo consumo público permite un ataque violento de Say. Ese consumo es la “destrucción de valor”. Iguala al recaudador de impuestos con el ladrón de comerciante. El gobierno se iguala al ladrón. (…)
Bajo “sector comercial” Say incluye el banquero y el intermediario como agentes comerciales. Igualmente, la especulación se considera una rama del comercio. “Incluso este comercio”, según Say, es productivo y puede llamarse “el comercio de reserva”. El “acaparamiento” tiene pocas críticas de Say, pero las subvenciones públicas a los transportistas nacionales generan su oposición. Cuando fustiga la institución de las deudas nacionales de una forma que recuerda a De Tracy, Say indica que los tratos especulativos generan malicia y son improductivos. Prinsep señala luego que “la distinción entre el especulador y el intermediario es demasiado evidente como para necesitar explicación”.
El tratamiento de los bancos de Say es limitado. A los billetes emitidos por los bancos los llama “papel de crédito”. “Papel moneda” se reserva para el papel irredimible, que critica con severidad. Con respecto al papel de crédito, no encuentra nada esencialmente objetable en él. Pero sí observa que “cuando la suma del papel total emitido no existe en las arcas de los bancos en forma metálica los déficits deberían al menos atenderse con valores líquidos a corto plazo”. Se hace una breve referencia al problema de controlar el uso descontrolado de los billetes de banco; hay que fijar limitaciones y favorecer las denominaciones de gran valor. Se apoya esta postura a pesar de la consciencia de Say de que esa acción gubernamental se ha considerado una violación de la “libertad de comercio”.
El papel esencial del “TEXTO PRINCIPAL” de la economía en la educación superior estadounidense puede verse no solo en los principios de los partidos políticos, sino también en los sermones de los pastores, las actitudes de los legisladores y las sentencias de los jueces. Como era más probable que los miembros con formación universitaria del profesor de derecho, frente a quienes se hacían abogados desde el secretariado, fueran seleccionados o nombrados para cargos judiciales, las sentencias de los jueces en los tribunales estatales y federales en los últimos tres cuartos del siglo XIX en Estados Unidos reflejaban la educación económica del texto de Jean Baptiste Say.
Puede encontrarse información adicional con respecto al papel esencial de las ideas económicas de Jean Baptiste Say sobre el pensamiento estadounidense del siglo XX y sus políticas públicas en las obras del economista francés, incluyendo a Ernest Teilhac: L’Oeuvre economique de Jean-Baptiste Say (1927), Histoire de la pensee economique au Etats-Unis au dixneuvieme siecle (1928), Pioneers of American Economic Thought in the Nineteenth Century (1936).
El libro más importante sobre el movimiento jacksoniano es The Concept of Jacksonian Democracy, New York as a Test Case (1961) de Lee Benson. Benson ver la “guerra bancaria” como la causa de la restauración del sistema bipartidista y la aparción de un Partido Demócrata jacksoniano a largo plazo. Por supuesto, Benson no es el único que dice que Martin Van Buren fue esencial para esta evolución y su base en el estado de Nueva York como clave para entender el movimiento jacksoniano. Benson empieza con la obra seminal de Dixon Ryan Fox sobre la política de Nueva York, Yankees and Yorkers (1940). Benson destaca que las ideas políticas y las ideas económicas encuentran sus fundamentos en las culturas etno-religiosas más profundas de los votantes. En Nueva York, el contraste se daba entre las antiguas comunidades de los holandeses, alemanes palatinos y antiguos ingleses (los yorkers) y las nuevas comunidades de inmigrantes de Nueva Inglaterra (los yanquis). Benson señala:
La inercia puede que sea la primera ley de la historia y el cambio sin duda es la segunda muy de cerca. Bajo qué condiciones predomina una o el otro es, en muchos sentidos, la cuestión histórica. (…) Es verdad, por supuesto, que el patrón cultural holandés y yorker en general daba una prioridad relativamente alta a la estabilidad y desconfiaba activamente de la innovación, especialmente comparada con los patrones culturales comunes entre los “incansables yanquis” en algunas partes del estado. “Los holandeses”, empieza una anécdota mordaz, pero reveladora, “son difíciles de convencer…”
Benson destaca la antipatía de los yorkers hacia las actitudes de “mejora” del estado de los neoingleses, que se centraban en el nuevo Partido Whig del sistema estadounidense de aranceles de Henry Clay, carreteras públicas en lugar de carreteras privadas de peaje y el manual completo de intervenciones estatales de William Seward. Los yorkers se resistían a esto ya que “por instinto” y tradición “aborrecían el gasto estatal y los impuestos para cualquier fin”. Explica:
Los granjeros de mentalidad tradicional y ligados a esta tradición, como sus padres prerrevolucionarios, era probable que respondieran al partido que predicara las doctrinas del estado liberal negativo y los derechos estatales. Es esencial señalar que parte de su tradición era una resistencia al orden social impuesto por el gobierno político, frente al orden social impuesto por los hábitos y costumbres de la comunidad. El énfasis casi instintivo en las diferencias entre el individualismo holandés y la propensión yanqui a la acción oficial de la comunidad debe colocarse entre las ideas más perspicaces de Dixon Ryan Fox. Traducida a nuestros términos, las áreas influidas por la tradición holandesa era más probable que respondieran a doctrinas políticas lógica y psicológicamente correspondientes con puntos de vista, actitudes y costumbres egoístas y localistas que a doctrinas políticas “colectivistas” y universalistas.
Benson extiende el anterior análisis de base etno-cultural de la cultura política. Benson trabaja el perfil electoral del condado de Rockland para mostrar la profundidad de la división de la cultura política que afianzaba a los partidos políticos. El movimiento jacksoniano fue capaz de aprovechar un compromiso popular histórico para conceptos liberales clásicos.
Como se ha señalado antes, los piadosos yanquis tendían a responder a las apelaciones wighs antimasónicas para una “reforma moral” dirigida y aplicada por el estado. Por el contrario, aunque a los holandeses no les faltaba piedad ni respeto por la autoridad eclesiástica, su concepción de la iglesia “no era en modo alguno tan vívida y abarcadora como la que había en Nueva Inglaterra. A lo largo del Hudson o en las islas cercanas al puerto (en Nueva Ámsterdam) habría parecido absurdo adoptar el ser miembro de la iglesia como piedra de toque de una capacidad política”. El que Fox se estuviera refiriendo a los antagonismos entre yanquis y holandeses del siglo XVII solo indica la naturaleza profundamente arraigada de sus diferencias culturales. En realidad, se remontaba todavía más: (…)
Las observaciones de Fox, traducidas a nuestros términos y tiempos, ayudan a explicar la fuerte proclividad jacksoniana de Rockland. Parece razonable inferir que la tradición holandesa clásicamente liberal influía en los votantes del condado para buscar objetivos políticos que pedían una acción mínima del estado. (…) Aunque asuntos que tocaban las relaciones entre iglesia y estado tenían un potencial político explosivo, no era la piedad religiosa en general, sino el puritanismo en particular lo que condicionaba a los hombres a responder a las doctrinas estatales positivas whigs y antimasónicas. Como afirmaba con enfado el Albany Argus, los antijacksonianos no tenían ninguna razón para afirmar que eran el “partido de toda la ‘religión’ y toda la ‘decencia’”. (…) Las comunidades yorkers “respetables” demostraron sorprendentemente que los antijacksonianos eran en el mejor de los casos un partido de hombres dedicados a una concepción particular de la “religión” y la “decencia”.
Murray Rothbard había leído en profundidad acerca de la “nueva historia política” o aproximación etno-religiosa a la cultura política. Entendía que era una revolución historiográfica que iluminaba las causas del comportamiento político. Le impresionaba la contribución de Paul Kleppner, de la Universidad del Norte de Illinois. Kleppner había demostrado la influencia de la cultura étnica y religiosa sobre el comportamiento de del votante en Estados Unidos en el periodo tras la Guerra de Secesión. En particular, describía los patrones etno-religiosos del voto que llevaron a la nominación trascendental de William Jennings Bryan contra William McKinley en 1896.
El Partido Demócrata había sido en el siglo XIX el centro de la cultura política del mercado libre. Desde el auge del movimiento jacksoniano, si no desde la fundación del Partido Demócrata por Jefferson, Partido Demócrata y laissez faire habían sido sinónimos. El laissez faire del Partido Demócrata, especialmente la oposición a la banca centralizada y los aranceles, había apelado a los grupos étnicos que sostenían que la naturaleza humana era fija e inmutable. Por tanto, no era posible ninguna solución política si presumía un cambio en el comportamiento humano. Estas opiniones religiosas de los grupos étnicos no les permitirían aceptar el concepto de Fidel Castro de que puede crearse un Nuevo Hombre Marxista sustituyendo los incentivos morales por incentivos materiales.
La teología tradicionalista excluía la idea de que el hombre pudiera cambiar en este mundo y de que la naturaleza humana podía transformarse por nuevos incentivos religiosos. Sin embargo, habían aparecido nuevas posturas teológicas que, en el siglo XIX, proporcionaban un fundamento religioso para la intervención pública. Como el laissez faire supone la inmutabilidad de la naturaleza humana, que los hombres se comportarán de maneras conocidas independientemente de la grandeza de los objetivos de las acciones del gobierno, una creencia contraria a los fundamentos de la economía (el que la naturaleza humana no cambia) podía usarse para justificar la intervención pública.
Las teologías tradicionalistas (luterana, anglicana, presbiteriana, judía, católica), compartían con la ciencia económica el conocimiento de la naturaleza inmutable del hombre. Por tanto, veían las intervenciones públicas como fuente de nuevas tentaciones y corrupción. Tenían una comprensión de la elección pública de la política. Los intereses especiales pueden ser los incentivos de la legislación, independientemente del lenguaje de mejora usado para justificarla. Los hombres aprovecharán la intervención pública para beneficiarse ellos mismos. Los impuestos son una forma de robo que debería limitarse a muy pocos males necesarios.
Las nuevas teologías veían la naturaleza humana como mutable por conversión, por renacimiento. Si un hombre podía renacer en espíritu, algunos entendían que ese efecto podía transferirse a este mundo. Posteriormente algunos se secularizaron más y vieron la intervención política como un medio para lograr un renacimiento religioso.
Murray Rothbard investigó muy profundamente este material. Decía que respondía a algo que se había preguntado durante décadas: mientras que era difícil interesar a sus estudiantes de economía en cuestiones acerca de la banca y los aranceles, los votantes del siglo XIX no solo estaban versados en el análisis económico, sino que eran muy entusiastas en las discusiones y en hacer campaña acerca de estos temas. Los votantes del siglo XIX estaban versados en el análisis teológico de naturaleza humana sobre la que se basaba igualmente el análisis económico.
Cuando los seguidores de las nuevas tecnologías buscaban conseguir un cambio de comportamiento de sus conciudadanos, no con la persuasión religiosa o moral, sino con el estado a punta de pistola, los seguidores de la teología tradicional se resistían poderosamente. Como decía un luterano alemán en la cervecería después de los servicios del domingo acerca de la legislación a favor de la ley seca y el cierre de los domingos: “tratan de hacer un pecado de lo que Dios mismo no hizo un pecado”. La consecuencia fue una guerra civil cultural. Dos grandes partidos fueron el foco de este conflicto.
Igual que los burgueses holandeses del valle del Hudson o el condado de Bergen, Nueva Jersey, se resistían a lo que consideraba impía legislación con respecto a beber cerveza, los votantes luteranos y católicos protestaban contra lo que consideraban una impía legislación que los gravaba para mantener las escuelas públicas. Consideraban que las escuelas públicas eran una legislación de intereses especiales, como cualquier otro intento de gravar para la protección de ciertas industrias o subvencionar caminos en lugar de carreteras de peaje.
Como destacaba vigorosamente Murray Rothbard, las opiniones teológicas propias influirán en las opiniones propias acerca del dinero. Si alguien tuviera opiniones teológicas tradicionales, vería el dinero como natural, es decir, que los hombres habían buscado lo largo de los siglos qué bienes se ajustaban a la naturaleza humana como dinero. Sin embargo, si la naturaleza humana pudiera cambiarse con un renacimiento, entonces los viejos límites, expresados por ejemplo en la preferencia del hombre normal por el dinero en oro, podían dejarse aparte y, con ellos, los límites de la política monetaria y bancaria causados por la receptividad del patrón oro. Eran posibles cosas nuevas, la economía podría levantarse con una inyección en el brazo de la expansión monetaria. El nuevo hombre no reaccionaría de tal manera que causara las reacciones normales a la inflación. En la nueva teología, el hombre puede ser liberado y puede disfrutar de los beneficios de la liberación al deshacerse de las cadenas de la responsabilidad impuestas por la acuñación de oro.
La legislación, en lugar de ser la atadura para restringir la tendencia del hombre a pecar injuriando a sus conciudadanos, se convertía en una liberación para distribuir a los hombres nuevos beneficios materiales inhibidos por los límites del mercado. El mercado podía trascender, porque la naturaleza humana, la base del mercado, podía trascender. Igual que el dinero podía redefinirse, también la banca podía redefinirse. Si el gobierno podía reemplazar el dinero natural liberando papel del gobierno, los gobiernos podían reemplazar a la banca natural con banca legislada que podía permitir una inyección inflacionista en el brazo de la economía.
Lee Benson muestra cómo el conflicto sobre la banca llevó a la restauración del sistema bipartidista después de la época de los buenos sentimientos. Detalla el conflicto entre “liberalismo positivo frente al negativo”. En la visión jacksoniana del mundo, “la igualdad podría lograrse solo con un repudio completo del estado positivo (…) convirtieron el igualitarismo en un arma ideológica para destruir la autoridad y el prestigio del estado y sus gestores” (Benson, pp. 94-95).
Benson indica la fuerte aversión de los jacksonianos por la legislación estatal:
Todos los miembros de la comunidad podían dedicarse a cualquier “profesión, negocio o comercio que no sea dañino para la comunidad”, sin “concesión, licencia, impedimento prohibición” (…) y solo se aprobaban leyes generales e iguales “declarando las tareas y reciprocidad desde la comunidad y de sus miembros entre sí respectivamente; protegiendo a los y individuos en el disfrute de sus derechos naturales de propiedad, prohibiendo las agresiones a estos y especificando la reparación de todas las agresiones y el modo que obtenerla”.
Los jacksonianos defendían un sistema bancario “basado exclusivamente en la divisa constitucional: el oro y la plata”. Sus coherentes principios antimonopolistas les llevaban a insistir en que “la banca debería dejarse ‘abierta a la libre competencia de todos los que decidan entrar en ese negocio’”.
Los jacksonianos partían de la contribución de los jeffersonianos. El líder financiero de los jeffersonianos era Albert Gallatin, nacido en Génova, que fue el fundador del Partido Demócrata en el oeste de Pennsylvania. En 1796, Gallatin escribió una declaración importante del Partido Demócrata, luchando por sobrevivir contra las medidas federalistas para suprimir la oposición. A Sketch of the Finances of the United States declaraba que “toda nación se debilita por la deuda pública”. Gallatin iniciaba su estudio diciendo:
Casi todos los gastos del gobierno, pero especialmente del tipo que más usualmente engendra deuda pública, es decir, los gastos de la guerra, son una destrucción del capital empleado para sufragarlos. El trabajo de los hombres empleados al servicio público, si se hubiera aplicado en la empresa privada, no solo los habría soportado, sino que probablemente hubiera generado alguna recompensa más allá del mero sostenimiento y por tanto habría producido un suplemento más allá de su consumo, un añadido a la riqueza nacional, un aumento del capital de la comunidad. Todo su trabajo, por muy útil y necesario que pueda ser, al ser totalmente improductivo, hace no solo que la comunidad se vea privada de tal aumento de capital que habría tenido lugar en otro caso, sino que su consumo, junto con todo el desperdicio que produce necesariamente la guerra más económicamente gestionada, debe tomarse de los recursos de la comunidad en su conjunto, de un capital que es aniquilado al ser suministrado para ese fin. Este mal, un mal de primera magnitud, es la consecuencia del propio gasto y no de los medios por los cuales se desembolsa dicho gasto. El capital, ya se haya obtenido por impuestos o por préstamo, se destruye al ser aplicado a un propósito improductivo y esa destrucción de capital hay que atribuirla al objeto del gasto, a la guerra, y no la deuda pública que se contrae habitualmente para dotar al gasto, para procurar capital así dedicado a la destrucción. Desde ese punto de vista, el único mal que deriva de la costumbre de recurrir a préstamos es que, al facilitar los medios para obtener capital, tiende a agrandar la escala de los gastos y estimula los innecesarios, así que promueve indirectamente una gran destrucción de capital que en otro caso no habría tenido lugar.3
Albert Gallatin fue el secretario de la reunión de los rebeldes del whisky en Pittsburg en 1792, en las elecciones al Senado de EEUU anuladas por la mayoría federalista de dicho Senado de EEUU, fue miembro de tres legislaturas de la Cámara de Representantes de EEUU, representando a los rebeldes del whisky en 1795-1801 y fue secretario del tesoro en 1801-1814. Los demócratas jacksonianos tuvieron fuertes antepasados en los demócratas jeffersonianos liderados por Jefferson, Madison y Gallatin.
Murray Rothbard había investigado con detalle la continuidad del análisis económico jeffersoniano en la transición a través de la época de los buenos sentimientos (un gobierno del partido bajo un Partido Demócrata con un programa federalista o un partido “jeffersoniano” con el programa estatista de Hamilton) hasta la aparición del jacksonianismo. Esto se presentaba en la publicación de su tesis de doctorado: El pánico de 1819: Reacciones y políticas (1962).
La continuidad jeffersoniana era descrita por Rothbard:
Virginia era un importante baluarte de la defensa de la moneda fuerte. Sus principales estadistas, como Thomas Jefferson, atacaban cualquier emisión de papel moneda más allá de la oferta de metálico. (…) Típico de la opinión de Virginia era un editorial del Enquirer (de Richmond) echando la culpa de la crisis directamente a los bancos. La única solución era que se eliminaran los bancos parásitos, permitiendo curarse a la industria y la economía. (…)
Un escritor de Petersburg, al sudeste de Virginia, culpaba al papel moneda de los problemas contemporáneos y citaba el economista francés Destutt de Tracy (cuya obra estaba siendo traducida bajo la supervisión de Thomas Jefferson) en el sentido de que cuando un comerciante no puede pagar sus deudas, lo mejor que pueda hacer es liquidar e ir rápidamente a la quiebra. (…)
Spencer Roane, el juez principal del Tribunal de Apelación de Virginia y principal enemigo, con respecto a los derechos de los estados, de las vagas sentencias construccionistas del juez John Marshall, ofreció un plan monetario único (…)
El contingente de Virginia favorable a la moneda fuerte, con su desconfianza hacia los bancos, se daba cuenta de que el Banco de Estados Unidos había inflado proporcionalmente menos que la mayoría de los bancos estatales. Sin embargo, como Roane, temían que el banco tuviera mayores capacidades para el mal. Como preguntaba Ritchie: los bancos estatales son indudablemente malos, pero ¿quién va a controlar al dueño del banco nacional?
El más famoso y uno de los oponentes más duros al crédito bancario fue Thomas Jefferson. Jefferson reaccionó al Pánico de 1819 como una confirmación de sus opiniones pesimista sobre los bancos. Desarrolló una propuesta de solución para la depresión en un “Plan para reducir el medio de circulación” y pidió a su amigo William C. Rives que la presentara en el parlamento de Virginia sin revelar su autoría. El objetivo del plan se enunciaba directamente como “la supresión eterna del papel bancario”. (…) En conclusión, Jefferson declaraba que ningún gobierno, estatal o federal, debería tener el poder de crear un banco. Creía que la circulación solo debería consistir en metálico.
El gobernador Thomas Randolph, yerno y amigo íntimo de Jefferson, en su discurso de toma de posesión de diciembre de 1820, resumía la actitud predominante en Virginia hacia los bancos. Randolph decía que solo el metálico, nunca el papel, podía ser una medida de valor. El metálico, de demanda universal, tenía un valor relativamente estable, mientras que los bancos causaban grandes fluctuaciones en la oferta y valor del dinero, con su correspondiente peligro. Randolph ansiaba que llegara el día en el que por fin todos los ingresos públicos se recaudaran solo en metálico. Estaba dispuesto a que el estado imprimiera papel moneda, siempre que fuera absolutamente convertible en metálico y se garantizara que tuviera mismo valor que en metálico en propiedad del estado, en resumen, un programa de reserva 100%.
A Rothbard le impresionaba especialmente Thomas Ritchie, “editor del importante Richmond Enquirer, fuente de la doctrina del jeffersonismo, el laissez faire y la moneda fuerte”. Ritchie presentaba un análisis en tres artículos de la crisis y proponía soluciones. Ritchie destacaba que el metálico era superior al papel porque el metálico era de uso universal en todo el mundo, mientras que el papel se limitaba a una estrecha jurisdicción geográfica. Ritchie se oponía a un plan que era una versión de un “dólar compensado”.
Este “patrón” estaba siempre cambiando de valor, al estar afectado por cambios en muchos factores, especialmente la oferta de bonos públicos y la oferta y la demanda de capital. Estos cambios serían demasiado numerosos y sutiles como para ser detectables por el gobierno. Lo mejor era dejar en paz el oro y la plata: tendrían infinitamente menos fluctuaciones que estos “termómetros de papel”.
Rothbard concluía que el Pánico de 1819 creó un mercado para el análisis económico para complementar los principios económicos prácticos derivados de la experiencia.
Muchos de los líderes antibancos y favorables a una moneda ultrafuerte del periodo Jackson-Van Buren adoptaron por primera vez una postura de moneda fuerte durante esta depresión. El propio Andrew Jackson auguraba su posterior oposición a la banca haciendo de sí mismo el ferviente líder de la oposición al papel no convertible en Tennessee. Thomas Hart (”Old Bullion”) Benton, posteriormente el brazo de la moneda fuerte de Jackson en el Senado, se convirtió al dinero fuerte por su experiencia bancaria en Missouri durante el pánico. El futuro presidente James K. Polk, de Tennessee, que iba a ser el líder de Jackson en la Cámara y posteriormente establecería el sistema del Tesoro Independiente de dinero ultrafuerte, empezó su carrera política en Tennessee en este periodo, pidiendo la vuelta al pago en metálico. Amos Kendall, que posteriormente sería el principal asesor y confidente de Jackson en la guerra bancaria, se convirtió en un enemigo implacable de los bancos durante este periodo. Condy Raguet, aunque no era políticamente un seguidor de Jackson, estaba a favor del plan del Tesoro Independiente. Se convertirá la moneda fuerte durante el Pánico de 1819 después de haber sido un ilustre inflacionista desde el fin de la Guerra. (La depresión también convirtió a Raguet de proteccionista en uno de los principales defensores del libre comercio). La búsqueda de Raguet de controles más estrictos sobre la expansión del crédito bancario, nacida en la depresión, le llevó a ser uno de los líderes del movimiento de la banca libre a finales de la década de 1820.
Uno de los aspectos más impresionantes de las discusiones acerca de la depresión fue el alto nivel intelectual del debate, llevado a cabo en periódicos y otros lugares. Los participantes mostraban familiaridad con los economistas ingleses y continentales y con las revisiones inglesas y trataban de relacionar sus propuestas prácticas con un marco de teoría en un grado que parece hoy notable.
La contribución final de Murray N. Rothbard, La economía clásica, presenta la contribución teórica de los escritores económicos del período jacksonianismo. Un teórico muy importante fue el teórico del presidente Andrew Jackson, Amos Kendall (1789-1869). Rothbard considera a Kendall un teórico temprano de la utilidad y describe la comprensión de la economía por Kendall.
Rothbard consideraba desde que fue estudiante universitario que el periodo jacksoniano era clave para la historia estadounidense. Fue un periodo en el que importantes descubrimientos investigadores en la economía coincidieron con un análisis económico popular. Rothbard veía una relación entre el análisis económico y el exitoso movimiento político popular representado por el jacksonianismo.
Presentado originalmente en la Conferencia de la Atlas Economic Research Foundation en Winchester, Virginia, en septiembre de 1995. Editado para mayor claridad.