El panorama económico en Estados Unidos ahora mismo es notablemente positivo de acuerdo con muchos indicadores: el desempleo está en mínimos desde la burbuja punto com, la bolsa está en máximos históricos y la inflación es relativamente suave. Sin embargo, los salarios parecen ir en contra de la tendencia. El crecimiento en los niveles salariales nominales ha sido modesto a pesar de un mercado laboral sólido, desconcertando a muchos comentaristas. La culpa se ha atribuido a muchos factores: China, robots y baby boomers han sido culpados en un artículo reciente. Sin embargo, la respuesta a este fenómeno desconcertante tal vez pueda encontrarse en la obra de John Maynard Keynes.
Una de las ideas centrales de la economía keynesiana es el concepto de salarios rígidos: la creencia de que los salarios, más que cualquier otro precio, son de por sí inflexibles y rígidos, especialmente a la baja. Este aspecto clave la teoría de Keynes se ha usado a menudo como un argumento contra la deflación y como un impulso para la expansión monetaria en una recesión. Aunque estas prescripciones políticas se han tratado innumerables veces, ¿qué pasa con la afirmación subyacente?
Resulta que la praxeología por sí misma tiene muy poco que decir acerca de la existencia o inexistencia de salarios rígidos. Asumiendo que por “rígidos” todo lo que se quiere decir es que hace falta mucho tiempo para que los salarios se ajusten a las presiones del mercado, el único juicio que se puede hacer es cuantitativo. Mises destacaba constantemente a lo largo de su obra que los únicos juicios que puede hacer la praxeología son estrictamente cualitativos. Por ejemplo, si hay un aumento en la demanda de trabajo, sabemos cualitativamente que el salario laboral debe aumentar, ceteris paribus. Sin embargo, en el mismo sentido de que no podemos predecir la magnitud de este aumento en el nivel salarial, nunca podremos predecir el tiempo que tomará a los salarios dicho aumento.
Cómo los mercados pueden estimular los salarios rígidos
Hay muchas razones para esperar que los niveles salariales sean menos flexibles que otros precios. Bob Murphy ha llegado a sugerir que los niveles salariales flexibles serían sin duda un “fallo del mercado”. Este argumento es sencillo: a los trabajadores no les gusta la incertidumbre y si sus salarios fluctuaran tan libremente como el precio de un barril de petróleo se verían obligados a soportar mucha más incertidumbre. Un contrato con salario fijo a largo plazo transfiere la carga de soportar la incertidumbre del trabajador al empresario. En virtud de su posición, los empresarios son más apropiados para asumir este tipo de riesgo e igualmente los trabajadores, con su preferencia demostrada por no ser empresarios claramente valoran una incertidumbre reducida. Esta función no es distinta de la que atienden los mercados de futuros al transferir el riesgo empresarial de productores a especuladores.
La rigidez ordenada por el estado frente al mercado
Por supuesto, no toda la rigidez en los salarios puede atribuirse al funcionamiento normal del mercado. No será ninguna sorpresa que haya una larga historia de intervención pública ya sea intencionada o inadvertidamente disminuyendo la flexibilidad en el mercado laboral. Durante la Gran Depresión los salarios parecían mostrar una rigidez de proporciones sin precedentes. En términos monetarios, los salarios cayeron modestamente, pero, una vez se ajustan a la deflación y las disminuciones de productividad, los niveles salariales reales aumentaron significativamente durante los primeros años de la Gran Depresión. Parece improbable que esta notable rigidez fuera resultado de un cambio en las preferencias de los trabajadores. De hecho, Herbert Hoover implantó una serie de medidas pensadas para mantener constantes los niveles salariales, animando repetidamente a las empresas a fijar salarios para salvar la economía.
Un análisis adicional de la multitud de políticas públicas del último siglo revela un caso tras otro de mayor rigidez: las leyes de salario mínimo han hecho ilegales los ajustes salariales a la baja por debajo de cierto punto, las prestaciones de desempleo reducen los incentivos para aceptar un salario menor después de perder el empleo y la constante inflación ha hecho que los trabajadores esperen un continuo aumento en los salarios, exacerbando aún más la aversión psicológica a una rebaja de salarios. Sin embargo, no todas las políticas tienen el mismo efecto. La relación de la sanidad con el empleo ha hecho más caros los costes de la movilidad laboral, ya que los trabajadores perderían la atención sanitaria si perdieran su trabajo, incentivando los contratos de empleo a largo plazo. Igualmente, una mayor regulación ha hecho más alto el coste de la formación del empleado, incentivando a los empresarios a desear contratos a largo plazo. En definitiva, pocas dudas pueden caber de que estas (y muchas otras) políticas han tenido un efecto importante sobre la flexibilidad de los mercados laborales.
Pero toda esta inflexibilidad no es mala de por sí. El inconveniente es que en un periodo de recuperación, crecimiento o auge (sea cual sea en el que estemos actualmente) los salarios pueden ser lentos en mantener el ritmo de la inflación y los aumentos de producción, porque los términos están a menudo bloqueados. Cualquier aumento en los salarios puede esperarse que tenga una demora con respecto a otros indicadores, incluso el empleo. Por el contrario, durante la fase de declive del ciclo económico, para corregir las malas inversiones y el exceso de consumo del auge, hace falta que los factores de producción bajen de precio de manera que puedan ser reasignados a su etapa más valiosa de producción. Pero si el precio de la mano de obra tarda en bajar, este periodo de ajuste será más largo y por tanto nos veremos atrapados en una recesión más larga.
Y esto no significa que sea deseable toda mejora en la flexibilidad del mercado laboral: como hemos visto antes, es natural en el mercado cierto nivel de rigidez y esta es muy valorada por los trabajadores. Por el contrario, la distinción clave estaría entre la rigidez natural del mercado y la rigidez artificial del estado. La primera es el resultado de las valoraciones individuales con respecto a la incertidumbre, mientras que la segunda se desvía necesariamente de las preferencias del mercado.