«…los ciclos de auge y caída no son causados por el funcionamiento misterioso del sistema capitalista, sino por intervenciones gubernamentales en ese sistema». — Murray Rothbard
Otra forma de decirlo es que la causa principal de lo que llamamos una recesión es la banca central, en concreto debido a su inflacionismo y a su respaldo a la banca de reserva fraccionaria. Si usted piensa que la inflación es producto de los comerciantes codiciosos o de los espíritus animales, o de una economía que está demasiado caliente, o del cambio climático, le han engañado. En primer lugar, no es producto de nada. El término se refiere a las políticas económicas y bancarias del gobierno.
Estas políticas tienen tres efectos principales (y muchos efectos colaterales):
- Los efectos Cantillon - redistribución de ingresos y riqueza
- Manipulación de los tipos de interés - creación de auges desastrosos
- Aumentos generales de precios - aumentos de precios no uniformes, pero generales
Uno de los efectos colaterales es una posible fuga de confianza, que se traduce en un colapso de la política, la economía y la moneda. Uno de los mayores factores que históricamente han contribuido a la decadencia de las civilizaciones ha sido la corrupción de su moneda. Suele ser el principio y puede durar un siglo. La corrupción del sistema del dólar ha durado más de un siglo y el dólar ha sido completamente fiduciario durante 55 años. En este período de tiempo, ha perdido el 99 y el 85 por ciento de su valor, respectivamente (desde 1913 y 1971).
En este artículo nos ocuparemos del segundo efecto mencionado: la manipulación de los tipos de interés, que da lugar al ciclo económico. Todas las escuelas económicas, salvo la austriaca, lo atribuyen a la inestabilidad inherente al sistema capitalista y, en consecuencia, todas creen que el banco central existe para contrarrestar esas mismas tendencias y estabilizar esos mercados tan libres.
Por otra parte, la escuela austríaca sostiene que el banco central crea la inestabilidad y/o la empeora de lo que sería de otro modo, debido al impacto de su expansión forzada del crédito (a través de la expansión de la base monetaria) en las tasas de interés en particular. A la luz de este análisis, resulta evidente que los objetivos del banco central, que la prensa repite día por medio (equilibrar el pleno empleo y la estabilidad de precios), son mentiras flagrantes. Ellos y las teorías económicas que los justifican proporcionan un manto para los verdaderos objetivos del sistema del banco central:
- Para inflar los mercados de activos para sus amigos de Wall Street
- Apoyar, indefinidamente, la política de gasto deficitario del gobierno
- Para respaldar el sistema bancario e inflar sus depósitos
Básicamente, el banco central es una herramienta para el robo de ingresos y riqueza para los banqueros del establishment, los dealers de Wall Street y los intereses clientelistas que más influyen en el gobierno, así como para los mismos burócratas, ya que lo utilizan para hacer crecer el tamaño y el alcance del gobierno a lo largo del tiempo.
Reconocemos que los medios de comunicación tradicionales justifican todas esas cosas, pero las justificaciones son falaces. No obstante, no es nuestro propósito desmitificarlas aquí. Para una comprensión más profunda de la teoría económica que las sustenta, hay varias publicaciones citadas aquí. O si deseas una explicación más rápida en video, vea el video de una hora del profesor de economía Roger Garrison.
Esta explicación puede considerarse una introducción o un resumen de la teoría, pero con un enfoque en la diferencia entre auge y crecimiento. Para entender el impacto de las intervenciones del banco central en el dinero y en las tasas de interés, puede ser útil definir «auge» y contrastarlo con el «crecimiento» genuino porque, de hecho, los auges creados por esta política solo pueden socavar el crecimiento.
Una de las fallas del indicador del PIB —y del enfoque que utilizan la mayoría de los economistas para medir el crecimiento— es que está ponderado por el «consumo». Es cierto que, en teoría, se puede medir la riqueza por el valor de los bienes finales, pero en la práctica es problemático y está influido por la inflación de la oferta monetaria. En esencia, el crecimiento debería reflejar las tendencias de la producción y, lo que es más importante, si está orientado a producir las cosas que los consumidores desean con más urgencia (es decir, las que más valoran).
El gasto de consumo contribuye entre el 60 y el 70 por ciento del PIB, lo que subestima todo el gasto en bienes intermedios o de producción. De esta manera, los economistas terminan midiendo el crecimiento de una economía en función de cuánto gastan las personas en bienes de consumo de un período a otro. Cuanto más gastan, mayor es el crecimiento, presumiblemente.
El problema es cómo saber si están gastando una parte de la nueva riqueza que están creando, si están agotando sus ahorros o si simplemente están pidiendo préstamos para gastar más. Esto último no sería un ejemplo de crecimiento, pero el gobierno, los medios de comunicación y Wall Street lo considerarían como tal.
Sin duda, la causa del crecimiento no es el consumo, sino sólo el beneficiario. La verdadera causa del crecimiento es el ahorro y la inversión en la estructura de producción para que la economía pueda producir más, lo que posibilitaría el crecimiento del consumo y de la riqueza.
Lamentablemente, muchos analistas creen en la paradoja del ahorro, un rompecabezas que los economistas austríacos resolvieron hace mucho tiempo. Esta teoría postula que, si bien ahorrar puede parecer lo correcto, colectivamente produce depresiones. Esto se debe a que muchos economistas consideran que el crecimiento que emana del consumo y el ahorro frenan el consumo. La caída del consumo, —incluso si es para producir más crecimiento para que el consumo pueda crecer en el futuro—, se considera algo negativo. Pero como hay tanta presión sobre los políticos para alcanzar los objetivos de PIB y garantizar que siempre crezca, incluso cuando los consumidores no necesariamente quieren que la economía crezca en un período determinado, hay una inmensa presión sobre el banco central para estimular la inversión con la máquina de imprimir dinero.
Al inflar artificialmente el crédito, también pueden estimular la inversión, pero sin que el consumidor tenga que hacer el sacrificio de abstenerse de consumir. Hayek lo llamó «ahorro forzado». Usted puede llamarlo «ahorro falso». El nuevo dinero se confunde con un aumento en el ahorro disponible para la inversión. Pero como el capital es escaso y no se puede crear de la nada, si no hay una restricción del consumo, los recursos (capital y trabajo) comprometidos con otra sección de la estructura de producción tendrán que ser ofrecidos a donde los banqueros de inversión quieran dirigirlos.
Como esta intervención evita o elimina el equilibrio que los consumidores tienen que alcanzar entre consumir para hoy e invertir para mañana, alimenta la demanda de consumo y bienes de capital al mismo tiempo, lo que ejerce presión sobre los recursos escasos y hace que los precios suban. Desplaza el ahorro real, alienta a la gente a consumir en lugar de ahorrar y permite al gobierno endeudarse sin forzar tasas de interés más altas en su competencia por el ahorro disponible.
De modo que deberíamos poder captar los efectos a largo plazo de una política de este tipo. El auge de la inversión que surge se basa en incentivos artificiales. Las tasas de interés más bajas inflan el valor de diversos bienes de capital, por lo general los favoritos de los banqueros de inversión y los burócratas, pero esto se produce a expensas de la producción de los bienes de consumo de mayor valor.
Por lo tanto, no logra crear riqueza real y agota el fondo de ahorro real. La inversión se dirige hacia líneas de producción que parecen rentables bajo los incentivos efímeros, pero que en realidad no lo son. Esto no se hace realidad hasta que hay que revocar los incentivos, lo que suele ocurrir cuando los precios suben tanto que el banco central pierde el control de los tipos de interés, o cuando el banco central revoca la política acomodaticia para evitar que se llegue a ese punto, o por razones políticas.
En este punto, la inversión en empresas improductivas, llamada «mala inversión», queda al descubierto, lo que da lugar a una liquidación y, a menudo, a una crisis financiera y, por lo tanto, a una recesión sistémica. El auge no sólo es insensato porque la política en sí suele ser temporal, sino porque ha desviado capital y mano de obra escasos hacia inversiones improductivas y antieconómicas. Algunos economistas lo han calificado de «conjunto de errores», que denotan el resultado de señales artificiales en el mercado.
Dado que desvía capital y trabajo escasos hacia la producción de bienes que eventualmente deben liquidarse porque son empresas antieconómicas en términos reales, esto socava el crecimiento, porque esos recursos no estaban disponibles para la producción de cosas que los consumidores realmente habrían querido.
El crecimiento genuino se alimenta de aumentos reales del ahorro. Sólo la inversión financiada por una expansión real del ahorro puede producir un crecimiento duradero. Si las personas o las empresas ahorran lo suficiente para invertir en la estructura de producción más allá del mantenimiento de su capital fijo, básicamente estarán aumentando el capital existente o formando capital nuevo. La inversión generalmente implica una mejora en la productividad o la producción, o ambas. Esto permite un mayor consumo en el futuro.
Conclusión
Un auge creado por una expansión artificial del crédito (con la ayuda de un dinero inflado), generado por políticas monetarias gubernamentales, no se construye sobre una base sólida. Y cuando la política tiene que revertirse o cuando los desequilibrios se vuelven en contra, las malas inversiones se revelan como antieconómicas y el mercado procede a liquidarlas. Este proceso es necesario para que el sistema vuelva a funcionar normalmente, es decir, que refleje un equilibrio determinado por el mercado entre la producción y el consumo, de modo que los precios y las tasas de interés puedan informar mejor a los empresarios.
En este sentido, el auge, —aunque se presente como crecimiento del PIB o del empleo, no es crecimiento, sino que representa una destrucción de capital. Por otra parte, la etapa de liquidación es saludable porque simplemente es el mercado tratando de devolver los precios y los ratios a niveles que reflejen señales verdaderas.
Normalmente, el gobierno y todos los que tienen intereses en el banco central detendrán esta liquidación antes de que se complete porque es demasiado severa. La disimulan intentando crear un nuevo auge poco sólido. A menudo, con éxito en la superficie, ya que para la mayoría de nosotros un auge parece crecimiento, pero en última instancia es un despilfarro de recursos.
Y la política siempre corre el riesgo de producir una fuga de confianza en su dinero ficticio. Si los bancos centrales y sus intereses estuvieran verdaderamente interesados en eliminar el ciclo económico, dejarían de manipular el dinero y los intereses. Permitirían que la liquidación siguiera su curso completo para que el mercado pueda reasignar el capital y el trabajo sobre una base más sólida. El punto importante que hay que aclarar aquí es que el «auge» no sólo no es lo mismo que el «crecimiento», sino que se produce a expensas del crecimiento. Grava el crecimiento.