La retórica del gobierno de Biden sobre el techo de la deuda se ha vuelto poco menos que apocalíptica. El Departamento del Tesoro ha anunciado que no aumentar el techo de la deuda «tendría consecuencias económicas catastróficas» y constituiría, como afirma la cadena de noticias NBC, un «escenario catastrófico» que «desencadenaría una crisis financiera y hundiría la economía en la recesión».
Al parecer, se ha enviado un memorándum a los vendedores de deuda para que no se contengan a la hora de sembrar el máximo temor ante la idea de que el gobierno de EEUU pueda detener su incesante acumulación de deuda aunque sea por unos días.
La realidad, sin embargo, es otra. Aunque un fracaso en el aumento del techo de la deuda causaría sin duda trastornos a corto plazo, el hecho es que los efectos a medio y largo plazo resultarían beneficiosos al frenar el asfixiante control del régimen sobre la economía y el sistema financiero americanos.
Esto se explica en una reciente columna de Peter St. Onge en la que examina hasta qué punto es un problema el impago:
En 2021, el gobierno de EEUU tiene previsto gastar 6,8 billones de dólares. De los cuales aproximadamente la mitad son prestados—3 billones de dólares. Así que si no pueden aumentar el techo, tendrían que recortar esos 3 billones de dólares.
Los medios de comunicación dominantes, naturalmente, afirman que esto es el fin del mundo. La CBS estima que costará 6 millones de puestos de trabajo y 15 billones de dólares en riqueza perdida—comparable a la crisis de 2008, que también fue causada por el gobierno federal. La CNN, de manera más colorida, afirma que habrá una pérdida de empleos en cascada y «una casi congelación de los mercados de crédito». Concluyen, falsamente, que «nadie se salvaría».
Teniendo en cuenta la fuente, podemos suponer que estas predicciones son exageradas. Entonces, ¿qué pasaría?
Bueno, 3 billones de dólares es mucho dinero—aproximadamente el 15% del PIB de Estados Unidos. Pero hay que recordar de dónde proceden esos 3 billones. El gobierno, después de todo, no crea nada en realidad, cada dólar que gasta salió del bolsillo de otra persona. ¿El bolsillo de quién? Una parte de los 3 billones de dólares fue licitada a prestatarios privados, como las empresas, y el resto fue desviado de los ahorros de la gente por la Reserva Federal, creando dinero nuevo.
Esto significa que, sí, el PIB disminuiría considerablemente. Pero la riqueza en realidad crecería, tal vez sustancialmente. Las empresas podrían comprar cosas que necesitan, mientras los ahorradores conservan su dinero que estaba haciendo cosas útiles como pagar su jubilación.
Así que el PIB baja, la riqueza se dispara.
Ahora bien, habrá dolor a corto plazo, sencillamente porque la caída del PIB se produce antes de que se dispare el endeudamiento privado, mientras que esos ahorros para la jubilación ya no se desvían para pagar fiestas en clubes de striptease o, digamos, otro billón para las flatulencias de las vacas.
Así que, sí, será una fuerte caída del PIB. Pero mientras el gobierno se mantenga al margen, eligiendo la prudente respuesta de 1920 de no hacer nada, la recuperación será muy rápida. ¿Por qué iban a no hacer nada? Después de todo, a los gobiernos no les gusta mantenerse al margen hoy en día. Porque un gobierno que de repente pierde la mitad de su presupuesto va a encontrar un montón de cosas que no vale la pena hacer. Si se les da a elegir entre desfinanciar las pensiones de los trabajadores del gobierno o desfinanciar los Nuevos Acuerdos Verdes que aplastan la economía, los gobiernos elegirán los suyos.
Así que eso es a corto plazo: dolor, pero menos de lo que parece. Y ahí es donde empieza la magia. Porque acabar con los déficits reduce fundamentalmente la capacidad de los gobiernos a largo plazo de aprovecharse de la riqueza del pueblo.
Esto se debe a que la deuda y las impresoras de dinero son mucho menos evidentes que los impuestos, que son dolorosos y crean más enemigos. Así que un impago se convierte en una «puerta trasera» para que el gobierno vuelva a su papel tradicional de «parásito» en lugar del papel de «depredador» que ha asumido desde que Nixon desató las impresoras de dinero. Especialmente desde Covid-19, cuando los cierres se compraron con dinero fresco y déficits. Escribí sobre esta evolución depredadora hace unos meses, pero la conclusión es que el impago del gobierno es una tremenda inversión en nuestra prosperidad futura.
En última instancia, cuando un experto de los medios de comunicación o Janet Yellen predice el fin del mundo si la deuda no sigue disparándose cada vez más, simplemente están pidiendo que se mantenga el statu quo.
¿Y qué significa el statu quo? Significa un mundo en el que el gobierno de EEUU sigue gastando billones de dólares que no tiene, lo que es posible gracias a la monetización de cantidades masivas de deuda y obligando a los contribuyentes a dedicar cada vez más de su propia riqueza e ingresos a pagar una parte cada vez más grande de los intereses.
También significa más gasto gubernamental, que—independientemente de si se financia con deuda o con impuestos—provoca una mala inversión y, a través de la redistribución de la riqueza, recompensa a los políticamente poderosos a expensas de todos los demás. En otras palabras, mantiene a los generales del Pentágono y a los ejecutivos de las grandes farmacéuticas viviendo en el lujo mientras los contribuyentes son sermoneados sobre la necesidad de «pagar las cuentas de Estados Unidos».
Más bien, como señaló Mark Thornton en 2011, lo correcto es reducir el techo de la deuda. Thornton explica los numerosos beneficios, que van desde la desregulación efectiva hasta la liberación de capital para el sector privado:
Si el Congreso aprobara una legislación que redujera sistemáticamente el techo de la deuda a lo largo del tiempo, la economía podría reconstruirse sobre una base sólida. Los empresarios de los sectores productivos se darían cuenta de que una proporción cada vez mayor de los recursos (tierra, trabajo y capital) estaría a su disposición, mientras que las empresas que capitalizaran el presupuesto federal tendrían una parte cada vez menor de dichos recursos.
El Congreso tendría que recortar el salario y los beneficios de sus empleados (FDR los recortó en un 25% en las profundidades de la Gran Depresión), así como el número de dichos empleados. Las tasas salariales reales disminuirían, lo que permitiría a los empresarios contratar a más empleados para producir bienes valorados por el consumidor.
El Congreso tendría que recortar sus operaciones reguladoras de largo alcance, que son de hecho uno de los mayores lastres para la economía debido a la carga e incertidumbre que Obama y el Congreso han creado en términos de regulaciones de la sanidad, el mercado financiero y el medio ambiente. Un estudio reciente del Phoenix Center concluyó que incluso una pequeña reducción del 5 por ciento, o 2.800 millones de dólares, en el presupuesto regulatorio federal se traduciría en unos 75.000 millones de dólares de aumento del PIB del sector privado cada año y en la creación de 1,2 millones de puestos de trabajo anuales. La eliminación del trabajo de un solo regulador hace crecer la economía americana en 6,2 millones de dólares y crea casi 100 puestos de trabajo en el sector privado cada año.
Con un techo de deuda reducido, el gobierno federal también tendría que vender algunos de sus recursos. Tiene decenas de miles de edificios que ya no están en uso y decenas de miles de edificios que están significativamente infrautilizados, unos 75.000 edificios en total. También controla más de 400 millones de acres de tierra, es decir, más del 20% de toda la tierra fuera de Alaska, que es casi en su totalidad propiedad del gobierno. También está la Reserva Estratégica de Petróleo y muchos otros activos que podrían venderse para cubrir los déficits presupuestarios a corto plazo.
Por supuesto, la reducción del techo de la deuda obligaría al gobierno a dejar de pedir tanto dinero prestado a los mercados de crédito. Esto dejaría mucho más crédito disponible para el sector privado. La escasez de capital es una de las razones más citadas del fracaso de la recuperación de la economía.
Reducir el techo de la deuda obligaría a recortar el presupuesto del gobierno federal a gran escala, y esto liberaría recursos (mano de obra, tierra y capital) y obligaría a recortar el aparato regulador del gobierno federal. Esto haría que los americanos volvieran a trabajar produciendo bienes valorados por el consumidor.
Por desgracia, el público ha sido alimentado con una dieta constante de retórica en la que cualquier reducción del gasto público traerá el Armagedón económico. Pero todo se basa en mitos económicos, y Thornton concluye:
La aprobación de un aumento del techo de la deuda no hace más que perpetuar el mito de que existe un techo, un control o un límite a la capacidad del gobierno para despilfarrar recursos a corto plazo y su voluntad de trasladar la carga de este despilfarro a las generaciones futuras.