Economistas como el premio Nobel, Paul Krugman, son de la opinión de que si EEUU cayera en una trampa de liquidez su banco central debería inyectar dinero agresivamente y rebajar los tipos de interés agresivamente para aumentar la tasa de inflación. Esto, sostiene Krugman, sacaría a la economía de la trampa de liquidez y establecería la base de una prosperidad económica. En su artículo del New York Times del 11 de enero de 2012 escribía:
Al menos hemos aprendido que la trampa de liquidez no es un producto de nuestras imaginaciones ni algo que solo ocurre Japón: es una amenaza muy real y aunque termine deberíamos sin embargo mantener la alerta frente a su retorno, lo que significa una muy buena defensa tanto de un objetivo superior de inflación como de una política agresiva (…) (del banco central).
¿Pero tiene sentido que por medio de más inflación la economía de EEUU pueda salir de la trampa de liquidez?
El origen del concepto de trampa de liquidez
En el marco del pensamiento popular que se origina partir de los escritos de John Maynard Keynes, la actividad económica se presenta en términos de flujo circular de dinero. El gasto de una persona se convierte en parte de las ganancias de otra y el gasto de otra persona se convierte en parte de las primeras ganancias de uno.
Las recesiones, según Keynes, son una respuesta al hecho de que los consumidores (por razones psicológicas) han decidido recortar su gasto y aumentar sus ahorros.
Por ejemplo, si por alguna razón la gente confía menos en el futuro, recortará sus gastos y atesorará más dinero. Por tanto, una vez que una persona gaste menos, esto empeorará la situación de otra persona, que a su vez recortará también su gasto.
Se establece un círculo vicioso: la disminución de la confianza de la gente le hace gastar menos y atesorar más dinero y esto rebaja más la actividad económica, haciendo que la gente atesore más, etc.
Siguiendo esta lógica, para impedir que una recesión se desboque, el banco central debe aumentar la oferta monetaria y rebajar agresivamente los tipos de interés.
Una vez los consumidores tengan más dinero en sus bolsillos, su confianza aumentará y empezarán a gastar de nuevo, restableciendo así el flujo circular de dinero, eso se dice.
Sin embargo, Keynes sugería en sus escritos que podría aparecer una situación en la que una rebaja agresiva de los tipos de interés por parte del banco central llevaría a dichos tipos a un nivel del que ya no podría caer más.
Según Keynes, esto podría ocurrir porque la gente podría entender que los tipos de interés han tocado fondo y que por tanto deberían aumentar a continuación, llevando a pérdidas de capital a los tenedores de títulos. Como consecuencia, la demanda de dinero de la gente será extremadamente alta, lo que implica que la gente atesorará había dinero y rechazará gastarlo sin que importe cuánto trate de expandir la oferta monetaria el banco central.
Keynes escribía:
Existe la posibilidad, por razones explicadas antes, de que, después de que el tipo de interés haya caído a cierto nivel, la preferencia de liquidez pueda convertirse en prácticamente absoluta en el sentido de que casi todos prefieran efectivo a tener una deuda que genere un tipo de interés tan bajo. En este caso, la autoridad monetaria habría perdido el control efectivo sobre el tipo de interés.1
Keynes sugería que, una vez se convertirán en ineficaces las políticas de tipos bajos de interés, las autoridades deberían dar un paso adelante y gastar. El gasto puede realizarse en todo tipo de proyectos, lo que importa ahora es que debe inyectarse mucho dinero, que se espera que estimule la confianza de los consumidores. Con un nivel más alto de confianza, los consumidores rebajarán sus ahorros y aumentarán sus gastos, restableciendo así el flujo circular del dinero.
¿Ahorran dinero las personas?
En el marco keynesiano, el flujo monetario en constante expansión es la clave para la prosperidad económica. Lo que dirige el crecimiento económico es el gasto monetario. Cuando la gente gasta más dinero, se considera que ahorra menos.
Por el contrario, cuando la gente reduce su gasto monetario, en el marco keynesiano, se considera que ahorra más.
Observemos que, en el modo popular (es decir, a keynesianos) de pensar, el ahorro es una mala noticia para la economía: cuanto más ahorra la gente, peores son las cosas. (La trampa de liquidez proviene de ahorrar demasiado y gastar poco, eso se dice).
Sin embargo, sugerir que la gente pueda tener una demanda ilimitada de dinero (atesorar dinero) que supuestamente lleve a una trampa de liquidez, como considera el pensamiento popular, implicaría que nadie intercambiaría bienes.
Evidentemente, no es un presupuesto realista, dado el hecho de que la gente necesita bienes para mantener sus vidas y bienestar. (Por favor, advertid que la gente demanda dinero no para acumularlo indefinidamente, sino para emplearlo en intercambios en algún momento del futuro).
Al ser el medio de intercambio, el dinero solo puede ayudar a intercambiar los bienes de un productor por los bienes de otro productor.
El estado de la demanda de dinero no puede alterar la cantidad de bienes producidos, es decir, no puede alterar el llamado crecimiento económico real.
Igualmente, un cambio en la oferta de dinero no tiene ningún poder para hacer crecer la economía real.
Contrariamente al pensamiento popular, una trampa de liquidez no aparece en respuesta a aumentos masivos de los consumidores en su demanda de dinero, sino como resultado de políticas monetarias muy laxas, que infligen graves daños a las existencias de ahorro real.
La trampa de liquidez y la disminución de las existencias de ahorro real
Según Mises:
El sine qua non de cualquier alargamiento del proceso de producción adoptado es el ahorro, es decir, un exceso de producción actual sobre consumo actual. El ahorro es el primer paso en el camino hacia la mejora del bienestar material ya hacía todo progreso ulterior en esta vía.2
Mientras la tasa de crecimiento de las existencias de ahorro real se mantenga positiva, este puede continuar sosteniendo actividades productivas e improductivas. Sin embargo, surgen problemas cuando, debido a políticas monetarias y fiscales laxas, aparece una estructura de producción que utiliza muchos más bienes de consumo que la cantidad que produce. Este consumo excesivo en relación con la producción de bienes de consumo lleva a una disminución en las existencias de ahorro real.
Esto a su vez debilita el apoyo de las actividades económicas haciendo que la economía caiga en una recesión. (Las existencias de ahorro real en disminución revelan la falacia comúnmente aceptada de que la política monetaria laxa del banco central puede hacer crecer la economía).
Una vez la economía cae en una recesión debido a una disminución de las existencias de ahorro real, cualquier intento del gobierno o el banco central de reavivar la economía debe fracasar.
Estos intentos no solo no reavivarán la economía: ahogarán aún más las existencias de ahorro real, prolongando así la recesión económica.
Igualmente, cualquier política que obligue a los bancos a expandir los préstamos “de la nada” dañará aún más las existencias y reducirá aún más la capacidad de dichos bancos para prestar.
Advirtamos que la esencia del préstamo es el ahorro real y no el dinero como tal. El ahorro real impone restricciones sobre la capacidad de los bancos para prestar. (El dinero es solo el medio de intercambio, que facilita el ahorro real).
Asimismo, advirtamos que sin una existencia de ahorro real en expansión ninguna expansión del préstamo bancario va a aumentar los activos irrealizables de los bancos.
Contrariamente a Krugman, creemos que si la economía de EEUU cayera en una trampa de liquidez, la razón para ello no sería un aumento agudo en la demanda de dinero, sino porque las políticas monetarias laxas han agotado las existencias de ahorro real.
Lo que hace falta en este caso no es generar más inflación sino exactamente lo contrario. Establecer un objetivo más alto de inflación, como sugiere Krugman, solo debilitará más la existencia de ahorro real y garantizará que la economía se mantendrá en un estado deprimido durante un tiempo prolongado.