En las discusiones sobre comercio internacional, la mentalidad que prevalece es que las exportaciones son un apunte positivo en la contabilidad del “bienestar económico” de un país, mientras que las importaciones son un apunte negativo en dicha contabilidad. En otras palabras, las exportaciones son intrínsecamente “buenas” y las importaciones intrínsecamente “malas”.
¿Quién no ha oído que las importaciones “destruyen” empleos mientras que las exportaciones “crean” empleos? Igualmente, las importaciones “recaen” sobre los estadounidenses. Lo mismo sucede al comparar las importaciones con “ejércitos enemigos invasores”. En las negociaciones del comercio internacional, los países pueden hacer “concesiones” de importaciones solo si sus socios comerciales actúan recíprocamente con “concesiones” propias. Es decir, los países aceptan a regañadientes importar para exportar, no al contrario.
En mis muchos años de enseñar lo esencial de la economía internacional a universitarios segundo año, he descubierto que prácticamente todos ellos están afectados por esta mentalidad. Sobre este telón, disfruto preguntando a los estudiantes qué hicieron los estados norteños de Abraham Lincoln (que fue siempre un proteccionista) a los puertos confederados durante la Guerra de Secesión. A pesar del analfabetismo histórico general de los estudiantes, algunos son capaces de responder correctamente que el norte bloqueó estos puertos para impedir que los confederados importarán bienes y servicios. La siguiente pregunta es: ¿ayudó o perjudicó esto al esfuerzo bélico de la Confederación?”. A lo que los estudiantes responden: “dañó su esfuerzo de guerra”.
En este punto los estudiantes han caído en una clara contradicción. A ver, si las importaciones son dañinas para la salud económica de una nación, entonces el bloqueo de los estados norteños de los puertos confederados, al reducir las importaciones confederadas reforzaría a la Confederación. Sí, eso lo que significa. ¡Lo que a su vez sugiere que Lincoln fue un agente involuntario a favor de la Confederación! Esto es absurdo.
Algunos alumnos, probablemente tratando de salvar la cara, señalan que el bloqueo del Norte también impedía las exportaciones confederadas (principalmente algodón). ¿Dañó esto a la Confederación? Sí, pero no porque las exportaciones sean intrínsecamente buenas y exportar menos sea dañino. Las exportaciones, por sí mismas, representan bienes y servicios abandonando la Confederación. ¿Qué tiene intrínsecamente de beneficioso tener menos bienes y servicios disponibles, especialmente cuando estás tratando de ganar una guerra?
¡El problema aquí es que la mentalidad popular con respecto exportaciones e importaciones es falsa! En lugar de ser las exportaciones intrínsecamente malas y las exportaciones intrínsecamente buenas, la verdad es precisamente la contraria. Lincoln escapó a esta mentalidad popular solo una vez en su carrera política, cuando perjudicó a la Confederación bloqueando sus puertos. Al hacerlo, se anticipó a la observación del economista de finales del siglo XIX, Henry George, de que las naciones hacen a sus ciudadanos cuando prevalece la paz lo que hacen con sus adversarios durante la guerra.
Ninguno de los políticos/comentaristas, junto con sus aliados empresariales/laborales, que esparcen este absurdo económico acerca de exportaciones e importaciones se comporta en su vida personal como sugiere que se posicione la nación con respecto al resto del mundo. De hecho, sus actividades de ganancia de rentas (sus exportaciones) les permiten comprar cosas producidas por otros (sus importaciones). Con suerte, montones de importaciones. De hecho, cuantas más mejor. Sus exportaciones, es decir, sus rentas, son las que les permiten hacer esto. La conclusión es que la gente en sus vidas privadas exporta para poder importar.
Si las acciones son más elocuentes que las palabras, deberíamos observar lo que hacen nuestros políticos/comentaristas y sus cohortes empresariales/laborales cuando gestionan sus propios asuntos, no los asuntos de la nación. Esto demuestra la idea de Adam Smith en su clásico de 1776, La riqueza de las naciones: “Lo que es prudencia en la conducta de toda familia privada difícilmente puede ser locura en la de un gran reino”.