Los socialistas han conseguido ganarse la lealtad de una coalición de grupos dispares defendiendo el principio de la libertad personal. Especialmente en los Estados Unidos, muchas mujeres, discapacitados, homosexuales, gente transgénero, minorías raciales y étnicas e inmigrantes se cuentan entre los orgullosos partidarios de la causa socialista, creyendo tontamente que el capitalismo o el libre mercado son antitéticos para su subsistencia o estilo de vida.
No podrían estar más equivocados. Por desgracia, en el socialismo las personas no son propietarias de sí mismas, sino que pertenecen al Estado.
En el socialismo, el Estado es dueño del cuerpo de todos. No hay ejemplo más extremo que los gulags de la Unión Soviética, donde el Estado envió a millones de personas a campos de trabajos forzados en los que murieron cerca de 1,6 millones. El individuo no era más que un bien de producción en los grandes planes del Estado. En los países socialistas actuales y anteriores, los grupos minoritarios que apoyan el socialismo también experimentaron esto.
Por ejemplo, en el libro del Dr. Paul Kengor, Takedown, vuelve a contar la historia de los bolcheviques en relación con el más preciado de los derechos de la mujer moderna: el aborto, o el derecho a decidir. Los bolcheviques legalizaron el aborto una vez tomaron el poder (en ese momento, ayudó a marchitar la familia), pero José Stalin, bajo el temor de la despoblación, prohibió el aborto en 1936.
Esta prohibición continuó hasta la muerte de Stalin y la administración más progresista de Nikita Khruschev la revocó en 1955. Por otro lado, el régimen socialista de Fidel Castro obligaba a abortar para reducir los embarazos de riesgo. Además, a través de la política china del hijo único, muchos de los abortos del Estado son forzados en lo que Kengor describe como «una de las infracciones más graves de la vida familiar jamás infligida por un gobierno a su pueblo».
A pesar de que el derecho a decidir es apoyado por las feministas de los países socialistas, es uno de los muchos derechos que se quedan en el camino. Cualquier caso en el que se conceda a las mujeres el derecho a elegir significa simplemente que la tasa natural de abortos se ajustaba a los objetivos del Estado, o que las tasas eran tolerables.
La conveniencia, y no los principios, se convierte en el criterio de los derechos. Los nacimientos se convierten en una estadística para el zar socialista. Siempre que los nacimientos superan lo que los directores creen que es el nivel óptimo de nacimientos, se permite o incluso se obliga al aborto; si los nacimientos están por debajo de lo deseado, entonces se prohíbe el aborto. En la planificación familiar no hay lugar para el cálculo racional de los individuos. La mujer socialista no es en última instancia la dueña de su cuerpo: lo es el Estado, que ejerce ese poder de forma arbitraria y total.
Las normas antifeministas sobre el aborto también se mezclan con el «capacitismo». Antes de que China pusiera fin a su política del hijo único, el cribado prenatal se utilizaba con éxito para detectar a los niños con síndrome de Down y poder interrumpir su embarazo. Puede que esto no parezca inmediatamente una gestión socialista. Sin embargo, dado que las familias estarían menos dispuestas a traer un niño al mundo si tiene algún tipo de discapacidad, los padres maximizarían la política del hijo único optando por interrumpir el embarazo en favor de un niño más «deseable». Es obvio que la gestión socialista del cuerpo de las mujeres es la culpable del deseo de interrumpir el embarazo de niños discapacitados.
Dada la prevalencia del aborto, especialmente el aborto obligatorio, en los países socialistas, así como la actitud contra los discapacitados, los niños con discapacidades mentales o físicas se convierten en una carga para el Estado más que para los padres individuales. Para el burócrata, estos niños no son más que una estadística. Ordenar un aborto no es para ellos más que números.
Dejando a un lado la cuestión del aborto, las personas con deseos sexuales poco ortodoxos tampoco lo han pasado bien bajo los regímenes socialistas. Kengor señala que «los bolcheviques erradicaban el más mínimo rastro de los llamados cánceres culturales, como la prostitución y el ‘homosexualismo’». Stalin llegó a criminalizar la homosexualidad en 1934. La Cuba de Castro encerró a los homosexuales en nombre de la sanidad. Cuando el SIDA se extendió por la isla, Castro encarceló a gays en sanatorios contra su voluntad, y el Che Guevara también ejecutó y torturó personalmente a gays.
Una vez más, se trata de lo público. En los regímenes socialistas no eres dueño de tu cuerpo. Si eres dueño de tu cuerpo, puedes propagar enfermedades, y eso es una amenaza para el régimen de salud «pública». Los homosexuales fueron sometidos rutinariamente a esta violación de los derechos humanos bajo el socialismo bajo pretensiones injustas.
En cuanto a las minorías raciales y étnicas y los inmigrantes, los soviéticos fueron igual de crueles, con un catálogo de diversas persecuciones de minorías raciales y étnicas. Esta lista incluye deportaciones masivas de grupos enteros de personas fuera de Rusia y exterminios masivos. Los coreanos fueron uno de los primeros grupos expulsados sistemáticamente de la Unión Soviética. Se podría recordar el mismo tipo de abusos que ocurren en la China actual con los uigures en el oeste de China.
Los fines igualitarios de los regímenes socialistas exigen la eliminación de las diferencias de nacionalidad, raza y etnia. Cuando el Estado se encarga de lograr tal fin, los resultados son aterradores. Se acaba sistemáticamente con vidas, se envía a la gente a campos de trabajo y se producen deportaciones masivas. Uno podría sorprenderse al descubrir que comunistas modernos como Bernie Sanders (en un momento dado) apoyaron políticas de inmigración de línea dura que reflejaban las de los soviéticos.
Incluso cabría esperar que los regímenes socialistas se opusieran a los grupos minoritarios mencionados. Para los burócratas, prohibir que los grupos minoritarios continúen sin trabas en sus actividades cotidianas tiene un coste muy bajo y la inacción un coste potencialmente alto. Si no hacen nada, puede aparecer una estadística problemática, y eso no sería bueno para el burócrata. Cuando la vida de las personas es propiedad del Estado, se puede disponer de ellas como desee el burócrata.
Además, los burócratas pueden desear la discriminación en función de características arbitrarias. En ausencia de las fuerzas del mercado, pueden ejercer estos deseos discriminatorios sin verse limitados por los incentivos del mercado. El socialismo permite que los prejuicios y los fines discriminatorios campen a sus anchas.
Esta es la realidad de los regímenes socialistas. La persistencia del socialismo se opone por completo a las actividades de las minorías que hoy se cuentan entre los partidarios más vehementes del socialismo. Por nuestro bien, esperemos que no aprendan esa lección por las malas.