Acciones y declaraciones recientes indican que la administración Trump habla seriamente acerca de redoblar la guerra contra las drogas del gobierno federal.
Este mismo año, el fiscal general Jeff Sessions anunciaba una nueva directiva que concedía a los fiscales regionales de EEUU una mayor autoridad para tomar medidas contra los cultivadores y vendedores de marihuana —incluso en estados con leyes que hacen legales esas prácticas. El memorando de Sessions invertía la postura de la época de Obama de una menor intromisión.
Más recientemente, el propio Trump declaraba su deseo de implantar la pena de muerte para los traficantes de drogas, diciendo: «Son gente terrible y tenemos que ser duros con estas personas (…) y esta dureza incluye la pena de muerte».
La razón ostensible que usan los guerreros contra la droga para justificar la criminalización pública de ciertas drogas son los impactos a menudo dañinos que pueden tener estas sobre sus usuarios. ¿Pero qué justificación tiene que el Estado prohíba ciertos comportamientos que no dañan a otros, sino solo a uno mismo?
Como explica el teórico decimonónico de los derechos naturales Lysander Spooner en su ensayo «Vicios no son crímenes», las actividades que dañan a uno mismo no deberían estar bajo el ámbito de ninguna ley pública.
«Vicios son aquellos actos por los que un hombre se daña a sí mismo o su propiedad», comienza Spooner. Comparemos esto con su descripción de los crímenes como «aquellos actos por los que un hombre daña la persona o propiedad de otro».
La distinción está clara. «En los vicios, la verdadera esencia del crimen —esto es, la intención de lesionar la persona o propiedad de otro— está ausente», explicaba Spooner.
Si el objetivo propio del gobierno se restringe a solo «garantizar estos derechos» a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, está claro que la criminalización de un vicio es un enorme exceso de la acción del estado. De hecho, los intentos de aplicar leyes contra el vicio equivalen a una negación de la libertad.
«En tanto no se haga y reconozca legalmente esta clara distinción entre vicios y crímenes, no puede haber en la tierra cosas como el derecho individual, la libertad o la propiedad; cosas como el derecho de un hombre a controlar su propia persona y propiedad y los correspondientes derechos de otro hombre a controlar su propia persona y propiedad», declaraba Spooner.
En una sociedad libre, mientras no se inflijan daños sobre otros, la gente puede determinar por sí misma cuáles de sus acciones son virtuosas o viciosas. Cada persona —usando su evaluación subjetiva— evalúa qué está de acuerdo con su felicidad y bienestar emocional (es virtuoso) o lo lleva a su infelicidad (es vicioso).
Este proceso requiere la libertad de cada persona para investigar y experimentar para aprender por sí misma qué constituye un vicio o una virtud para ella. Y no es solo que la distinción entre vicio y virtud sea única para cada persona, sino que cualquier evaluación individual concreta cambiará de acuerdo con el momento y las circunstancias.
Por ejemplo, un joven puede decidir que cierta acción le produce felicidad, pero esa acción resulta ser un vicio emocionalmente dañino para esa misma persona cuando es mayor. Además, la diferencia entre vicio y virtud para una acción concreta puede determinarse en función de su grado. Un poco de algo puede traer felicidad, pero demasiado traer sufrimiento. El grado será distinto para cada uno y a menudo solo se revela mediante prueba y error.
El proceso de descubrimiento que debe pasar cada persona para saber qué acciones son vicios y qué acciones son virtuosas es descrito por Spooner como «el estudio más profundo y complejo al que nunca se haya dedicado o pueda nunca dedicarse la mejor mente humana».
Ningún tercero puede hacer estas evaluaciones por otros, porque, como señala Spooner: «nadie sabe o siente, o puede saber o sentir como él mismo sabe y siente los deseos y necesidades, las esperanzas y los temores y los impulsos de su propia naturaleza o la presión de sus propias circunstancias».
Cada uno de nosotros debe aprender por sí mismo la cuestión de la virtud o el vicio. Sin embargo, cuando aparece un tercero, como el Estado, para castigar acciones pacíficas y voluntarias porque determina que son un vicio, desaparece una de nuestras experiencias más preciosas y personales como seres humanos. Cuando no somos libres para diferenciar el vicio de la virtud, señala Spooner, «cada persona se ve privada del principal de todos sus derechos como ser humano, es decir: su derecho a inquirir, investigar, razonar, intentar experimentos, juzgar y establecer por sí mismo qué es, para él, virtud y qué es, para él, vicio».
Spooner rechaza con firmeza el derecho de algunos hombres a imponer su determinación de vicio a otros, usando la coacción para obligar a la obediencia de las preferencias de las clases dirigentes. Los que apoyan esa colección son «descarados impostores y tiranos, que detendrían el progreso del conocimiento» entre los individuos y «usurparían un control absoluto sobre las mentes y cuerpos de sus semejantes».
La guerra contra las drogas se caracteriza a menudo como una rama del Estado niñera —los intentos del gobierno de proteger a los ciudadanos para que no se dañen a sí mismos. Pero el Estado no tiene ningún derecho a tratar de criminalizar vicios —acciones que no implican ninguna agresión o daño hacia otros. Al hacerlo, el Estado niñera niega a sus ciudadanos su derecho natural a perseguir pacíficamente su propia felicidad de acuerdo con su propia evaluación de su bienestar emocional.