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Vigilancia de la narrativa

El Estado profundo ha vuelto a atacar. El intrépido Departamento de Justicia (DOJ) de la Administración Biden, siempre vigilante en su búsqueda del coco ruso, ha anunciado con orgullo la incautación de 32 dominios de Internet. ¿Su supuesto delito? Atreverse a desafiar las narrativas aprobadas por el régimen.

Según las acusaciones, entidades rusas como Social Design Agency (SDA), Structura National Technology y ANO Dialog operaban estos dominios bajo la dirección del gobierno ruso. Al parecer, estas campañas «Doppelganger» buscaban reducir el apoyo internacional a Ucrania, promover políticas prorrusas e influir en los votantes en las elecciones de EEUU y extranjeras, incluidas las próximas elecciones presidenciales estadounidenses de 2024.

Los métodos supuestamente utilizados en estos esfuerzos incluyen la ciberocupación (registro de nombres de dominio muy parecidos a sitios de noticias legítimos), la creación de marcas de medios de comunicación falsas, el despliegue de personas influyentes pagadas, la utilización de contenidos generados por IA, la publicación de anuncios en las redes sociales y la creación de perfiles falsos en las redes sociales que se hacen pasar por ciudadanos estadounidenses o personas no rusas. Según el Departamento de Justicia, estas campañas se dirigen a públicos de varios países, entre ellos los EEUU, Alemania, México e Israel.

El Departamento del Tesoro de los EEUU ha designado a diez personas y dos entidades relacionadas con estas actividades, declarando que sus acciones infringen las leyes de los EEUU sobre blanqueo de capitales, las leyes sobre marcas registradas y la Ley de Poderes Económicos de Emergencia Internacional (IEEPA). El FBI encabeza la investigación, mientras que diversas fiscalías y divisiones del Departamento de Justicia se encargan de las acciones judiciales.

El fiscal general Merrick Garland habla de la «propaganda del gobierno ruso», pero ¿cuál es la verdadera propaganda aquí? ¿Es la creencia de que las interminables guerras por poderes y la interferencia electoral extranjera son lo mejor para América? ¿O la idea de que nuestras agencias de inteligencia no están moldeando activamente la opinión pública?

Las autoridades hablan de «influencia maligna» y «desinformación», pero lo que temen es la verdad —la corrupción de nuestra clase política, el declive de la economía estadounidense y la regulación de lo que la gente lee y discute.

No se equivoquen —No se trata sólo de Rusia o de «proteger la democracia». La verdadera amenaza no es una tenebrosa granja rusa de trolls.

Se trata de control — control de la información, control de las narrativas, control de uno mismo. El régimen tiembla ante la idea de que los americanos librepensadores cuestionen las ortodoxias imperantes defendidas por las universidades, los principales periodistas y las empresas de América. 

En la intrincada red de relaciones de poder de nuestra sociedad, nos encontramos enredados en un discurso de verdad y falsedad, legitimidad e ilegitimidad. El Estado, ese gran aparato de control, ejerce su poder a través de la fuerza y la manipulación estratégica del conocimiento y la narrativa, amplificado por unos medios de comunicación de legado complacientes y facilitadores.

Consideremos la continua ocultación de información sobre el asesinato de Kennedy: una ilustración perfecta de cómo opera el poder a través del control del conocimiento. El Estado mantiene su autoridad no revelando la verdad, sino gestionando lo que se sabe y lo que se desconoce, creando un sistema de verdad que sirve a sus intereses.

La narrativa de la colusión con Rusia y el dossier Steele ejemplifican cómo el poder construye sus propias verdades. No son meras mentiras o errores, sino manifestaciones de cómo el poder institucional moldea la realidad a través del discurso. La «verdad» aquí no es un hecho objetivo a la espera de ser descubierto, sino un producto de las relaciones de poder, cuidadosamente elaborado para mantener las autoridades existentes.

Cuando examinamos el trato que reciben las personas corrientes —los jugadores de lacrosse de Duke o los estudiantes del instituto de Covington— vemos cómo actúa el poder disciplinario de los medios de comunicación. Lejos de ser transmisores neutrales de información, estas instituciones crean e imponen activamente normas y convenciones sociales.

Estas recientes acciones del Departamento de Justicia contra personas y empresas que expresan opiniones prorrusas revelan el intento del Estado de vigilar los límites del discurso aceptable. No se trata simplemente de proteger la verdad de la falsedad, sino de mantener un régimen específico de la verdad que se alinee con los intereses del Estado.

La censura estatal es perjudicial, como lo son la propaganda estatal y la injerencia en los asuntos políticos de otras naciones soberanas. La cuestión es hasta qué punto las personas y entidades aquí acusadas actúan como agentes del Estado.

En cualquier caso, la manipulación estatal es un problema, y ningún gobierno está totalmente libre de censura o propaganda porque estos elementos son inherentes a la naturaleza del poder estatal. Si en este caso hay blanqueo de dinero, el procesamiento está justificado. Sin embargo, el recurso de las autoridades a la IEEPA plantea serias dudas. Esta ley, amplia y amorfa, concede al presidente un amplio margen para regular el comercio internacional en respuesta a las amenazas percibidas, lo que sugiere que el caso puede ser débil. La propia ley es problemática debido al excesivo poder que confiere al poder ejecutivo.

Calificar el discurso disidente de «desinformación» o «propaganda» es, en cualquier caso, un intento de deslegitimar y excluir ciertas formas de conocimiento del discurso aceptable. El modelo de control del conocimiento y la narrativa no es nuevo ni se limita a la injerencia extranjera. Refleja una lucha más profunda y constante sobre quién dicta los términos del discurso en nuestra sociedad.

Sea escéptico cuando el gobierno califique cierta información de falsa, desinformada o errónea. No emita juicios y absténgase de aceptar afirmaciones como hechos hasta que las haya verificado de forma independiente. En nuestra era de verdades impugnadas, el poder de definir la realidad es la última señal de control. ¿Te controlas tú o te controla otro?

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