Las personas «woke» afirman que quieren despertar a las minorías raciales y sexuales de la forma en que están siendo discriminadas. Debido a la explotación pasada y presente, los negros y otros grupos «protegidos» no reciben lo que les pertenece por derecho. La solución a esto es que, a los más ricos, especialmente si son blancos, se les confisquen sus riquezas e ingresos y se los den a aquellos que están explotando.
La postura del Woke se basa en una falacia fundamental. Ésta consiste en que existe una cantidad fija de recursos, de modo que, si los ricos tienen más, los pobres tienen menos. Pero esto es erróneo. Los recursos en el mercado libre no son una suma fija. Mientras la economía crezca, todos pueden beneficiarse. Los «protegidos» pueden hacerlo mejor sin quitarles a los ricos lo que han ganado. El economista Paul Rubin, fallecido el mes pasado, da buena cuenta de la falacia: «Karl Marx llamó a su sistema ‘socialismo científico’ Los izquierdistas modernos defienden una ideología similar y se autodenominan ‘woke’ para indicar que entienden el mundo mejor que el resto de nosotros. Sin embargo, la visión del mundo tanto de los marxistas como de los izquierdistas woke es fundamentalmente primitiva.
La economía popular es la economía de las personas sin formación en economía. Es la visión económica del mundo que evolucionó en nuestros cerebros antes del desarrollo de la economía moderna. Durante este periodo de evolución, la economía era simple, con poca especialización excepto por edad y sexo, sin crecimiento económico, sin cambio tecnológico, comercio limitado, poco capital y guerras entre tribus vecinas.
El pensamiento de suma cero estaba bien adaptado a este mundo. Como no había crecimiento económico, los ingresos y la riqueza no crecían. Si una persona tenía acceso a más alimentos u otros bienes, o mayor acceso a las mujeres, era probablemente debido a la expropiación de otros. Como había poco capital, una «teoría laboral del valor» —la idea de que todo el valor lo crea el trabajo— habría sido apropiada, y había poca necesidad de proteger el capital mediante derechos de propiedad. Las guerras frecuentes fomentaban la xenofobia.
Adam Smith y otros economistas cuestionaron esta visión del mundo en el siglo XVIII. Enseñaron que la especialización del trabajo era valiosa, que el capital era productivo y que el trabajo y el capital podían trabajar juntos para aumentar los ingresos. También demostraron que los derechos de propiedad necesitaban protección, que los miembros de otras tribus o grupos podían cooperar mediante el comercio, que la riqueza podía crearse con los incentivos adecuados y que la creación de riqueza beneficiaría a todos los miembros de una sociedad, no sólo a los ricos. Y lo que es más importante, demostraron que una economía compleja podía funcionar con poca o ninguna dirección central.
El sistema económico de Marx se basaba en la visión primitiva del mundo de nuestros antepasados. Para él, la economía se definía por el conflicto y no por la cooperación entre el trabajo y el capital. Pensaba que los ricos sólo se enriquecían explotando a los pobres, que todos los ingresos procedían del trabajo y que la economía necesitaba una dirección central porque no creía que los mercados fueran buenos para autocorregirse. El hundimiento de la Unión Soviética, el mayor y más costoso experimento de ciencias sociales jamás realizado, demostró que Smith tenía razón y Marx se equivocaba.
Los miembros de la izquierda woke quieren volver a políticas basadas en este pensamiento económico primitivo. Uno de sus principales errores es pensar que el mundo es de suma cero. Esa suposición impulsa la política de identidad, que ve, entre otras cosas, un conflicto intrínseco entre negros y blancos. El movimiento Black Lives Matter y la Teoría Crítica de la Raza fomentan el antagonismo racial y resucitan la xenofobia. Los izquierdistas vilipendian a «millonarios y multimillonarios» como Bill Gates y Elon Musk tachándolos de malvados y explotadores. Deberían reconocerlos como empresarios productivos cuyas innovaciones nos benefician a todos.
La aversión a los ricos tiene sentido en un mundo en el que uno sólo puede enriquecerse explotando a los demás, pero no en una sociedad llena de creatividad e inventos útiles. Cambiar las leyes fiscales para empapar a los ricos tiene sentido con una teoría laboral del valor, pero no con una comprensión sofisticada de la inversión continua y el cambio tecnológico.
«La adopción de políticas contraproducentes como las cuotas raciales de empleo, los impuestos elevados, la regulación excesiva de las empresas y el control de los precios de algunos productos no nos devolverá a la economía de subsistencia de nuestros antepasados. Pero si se adoptan políticas que penalizan el ahorro y la inversión y que implican un excesivo control gubernamental, el capital social, la riqueza y la renta real disminuirán. Si nos plegamos a esta ideología primitiva, aumentarán la animosidad y los conflictos raciales, el crecimiento económico será lento y habrá menos inventos.»
Se podría plantear una objeción al respecto. Aunque la economía crezca y las minorías puedan ganar sin quitar recursos a los ricos, ¿por qué deberían conformarse con lo que obtienen? ¿No pueden exigir más de la creciente tarta económica? La respuesta es que hacer esto les perjudicará, no les ayudará. La forma en que crece la economía es mediante la acumulación de capital, y la mayor parte de ésta tiene lugar a través de las inversiones de los ricos. La confiscación de los ingresos y la riqueza de los ricos ralentizará o detendrá el ritmo de crecimiento económico. Esto empeorará la situación de los «protegidos». El gran Ludwig von Mises propone un experimento mental que pone claramente de manifiesto este punto: «Una ley que prohíba a cualquier individuo acumular más de diez millones o ganar más de un millón al año restringe precisamente las actividades de los empresarios que más éxito tienen a la hora de satisfacer las necesidades de los consumidores. Si se hubiera promulgado una ley semejante en los Estados Unidos hace cincuenta años, muchos de los que hoy son multimillonarios vivirían en circunstancias más modestas. Pero todas esas nuevas ramas de la industria que abastecen a las masas con artículos desconocidos hasta entonces operarían, si acaso, a una escala mucho menor, y sus productos estarían fuera del alcance del hombre común. Es manifiestamente contrario al interés de los consumidores impedir que los empresarios más eficientes amplíen la esfera de sus actividades hasta el límite en que el público aprueba su conducta empresarial comprando sus productos.»
Hay otra forma en que el movimiento woke socava nuestra economía, y puede que sea la más grave de todas. La evocación de agravios incita a los negros a odiar a los blancos. Muchos revolucionarios de izquierdas consideran que ser blanco es malo y que de ello se derivará una violencia asesina. Como señala el gran economista negro Thomas Sowell: «Aunque gran parte de los medios de comunicación tienen sus antenas desplegadas para captar cualquier cosa que pueda interpretarse como racismo contra los negros, ignoran resueltamente incluso el racismo más flagrante de los negros contra otros.»
Esto incluye un patrón de ataques violentos a blancos en lugares públicos de Chicago, Denver, Nueva York, Milwaukee, Filadelfia, Los Ángeles y Kansas City, así como palizas de negros a compañeros asiáticos en las escuelas —durante años— de Nueva York y Filadelfia.
Estos ataques han ido acompañados de declaraciones explícitamente racistas por parte de los agresores, así que no es cuestión de averiguar cuál es la motivación. También ha habido disturbios y saqueos por parte de estos jóvenes matones.
Hagamos todo lo posible para contrarrestar el complot de los woke para destruir nuestra economía y fomentar las políticas económicas de libre mercado de Ludwig von Mises y Murray Rothbard. Ese es el camino hacia una economía próspera en la que todos los grupos puedan vivir en armonía.